Antonio Machado Ruiz

Sevilla
Sevilla
Díaz Pérez, Eva

LOS POEMAS DEL ÚLTIMO VIAJE

El poeta sevillano es un símbolo del destierro. Reposa en una tumba en el pueblo francés de Collioure para recordar el destino de esa España expulsada. En torno a esa tumba se han escrito poemas desgarradores y ha servido como lugar de encuentro de una España clandestina. El itinerario de su último viaje es estremecedor. Antonio Machado vaga viejo y enfermo por los caminos de una España desangrada. Abandona el Madrid asediado, vive algún tiempo en Valencia, se traslada a Barcelona y recorre masías catalanas en retirada hacia la frontera. El último trayecto será en Collioure donde muere un 22 de febrero de 1939. Sobre los últimos días de Machado hay escritas semblanzas de los que le acompañaron, diversos testimonios orales y un aire de terrible leyenda.

¿Cómo quedaría el reflejo del espejo del Café de las Salesas el día en el que Antonio Machado se marchó de Madrid? El espejo velado, con manchas de humedad en las esquinas, sin la sorpresa del azogue parece en esa tarde madrileña una laguna negra e inquietante. Se ha ido el poeta y el café de recuelo sabe más amargo que nunca. Sólo quedará la famosa fotografía que Alfonso hizo un día del Madrid feliz de antes de la guerra. Una fotografía convertida en parte del imaginario literario y que ahora –quién lo diría– parece una postal que envía el poeta desde el más allá.

Antonio Machado sale de Madrid en noviembre de 1936. Ya no volverá. ¿Podrá intuirlo en su última noche madrileña? Esa madrugada escribe algún artículo de apoyo a la agónica República, firma manifiestos antifascistas y ensaya versos quizás demasiado impregnados por la épica bélica. Cada vez que oye bombardeos a lo lejos, apaga la luz. Piensa, fuma en la oscuridad y vuelve a encender la luz. Continúa escribiendo y, a última hora, guarda en un maletín algunos manuscritos y cartas. Será su único equipaje. Atrás queda su biblioteca, como tantas perdidas en la guerra.

Al día siguiente, abandonará Madrid en una expedición que lleva a un grupo de intelectuales a Valencia, donde se refugia también el gobierno republicano ante el peligroso asedio de las tropas franquistas en el Madrid que resiste.

Antonio Machado está envejecido. Necesita marcharse de Madrid junto a su madre, también con la salud deteriorada. En los últimos meses, desde el infernal mes de julio parece que le hubiera caído encima del gabán un manto de años y ceniza.
En el viaje camino de Valencia, pararán en un lujoso caserón en Tarancón. Jorge Martínez Reverte en La batalla de Madrid cuenta cómo Antonio Machado se interesó por la suerte de los propietarios. «Pertenecía a una familia a la que han dado el paseo hace unos días. Machado no quiere mancillar la cama de quienes han sufrido tan duro castigo. Pasa la noche tumbado sobre la alfombra».

Continúa el itinerario hasta Valencia, ese viaje sin vuelta atrás. Al principio, Machado se alojará en la Casa de la Cultura, pero más tarde residirá en Villa Amparo, un chalé en el cercano pueblo de Rocafort. Allí recibe la visita del joven escritor Pascual Pla y Beltrán al que confiesa sus temores: «Cuando pienso en un posible destierro en otra tierra que no sea esta atormentada tierra de España, mi corazón se turba y conturba de pesadumbre. Tengo la certeza de que el extranjero significaría para mí la muerte».

Con el avance de la guerra, el poeta seguirá camino hasta Barcelona. A su llegada a la capital, Machado se instala en el hotel Majestic, en el número 70 del Paseo de Gracia, pero pronto se cansa del ambiente desasosegante del lugar, con extraños personajes alojándose en las habitaciones incautadas. Así que se traslada a Torre Castañer, un palacete cerca del Tibidado incautado a la marquesa de Moragas. Entre las cornucopias, los salones y los óleos antiguos pasea el poeta. También dicen que hay fantasmas. ¿Con quién hablaría en aquellas tardes de guerra y desolación?

Como relata Ian Gibson en Ligero de equipaje, el 6 de enero de 1939 Machado publica en La Vanguardia su último artículo. El 22 de enero, el motorista que tiene que recoger el manuscrito se retrasa. La ciudad está amenazada por la cercanía de las tropas franquistas. El motorista llegará, pero ese artículo nunca saldrá en el periódico, como tantas cosas perdidas de este Machado de las postrimerías.

El poeta también tiene que abandonar Barcelona, que está a punto de caer. Según el relato oral de los que le acompañaron en este último viaje, llevará su mejor traje, uno de color azul marino, limpio y bien planchado.

La comitiva para durante cuatro días en una masía de Raset, cerca de Gerona. Allí se incorporarán otros intelectuales como Corpus Barga, Carles Riba, Tomás Navarro Tomás, Enrique Rioja, José Sacristán. Corpus Barga, ya en su exilio, escribirá uno de los artículos más estremecedores de la salida de Machado al destierro. Será en su libro de memorias Los pasos contados. Una vida española a caballo entre dos siglos (1887-1957) donde relata el momento en el que llevó en brazos a la madre de Machado, casi imposibilitada para andar. «Pesaba como una niña, y mientras la llevaba me susurraba al oído: ¿Llegamos pronto a Sevilla?».

Caída de Barcelona

Finalmente, cae Barcelona y llegan a Mas Faixat. Es la última noche en España. José Machado, el hermano del poeta, dirá sobre esas horas: «La muerte nos había matado el sueño a todos. El alba nos iba a encontrar a todos mucho más viejos». Alcanzan la frontera de Port Bou y pasan la primera noche de exilio en la estación de tren de Cerbère. Alguien les permite refugiarse en un vagón de ferrocarril que se encuentra en una vía muerta. Todo un símbolo.

El pueblo final es Collioure, una localidad pesquera del Mediodía francés. Se alojan en el Hotel Bougnol-Quintana. No quedan muchos días para el final. Antonio Machado pasea por la playa y cerca del cementerio, lugar al que mira de reojo sin saber por qué. Tira la tierra. Un día entrega a la dueña del hotel un joyero con tierra de España. Le pide que le entierre con ella.
En sus paseos, habla con Abel Infanzón y Juan de Mairena, sus heterónimos, que le recuerdan su infancia y todos sus equipajes perdidos. Ahora no lleva ninguno. Muere el 22 de febrero de 1939, miércoles de ceniza. En el epitafio: «Ici repose Antonio Machado mort en exil le 22 févrer 1939».

El sábado 25 aparece en el ABC de su querida Sevilla natal la primera noticia de su muerte. Decía la nota necrológica: «París, 24. Se sabe que ha muerto en Colliure don Antonio Machado, que salió de Barcelona momentos antes de ser libertada». ¿Quedarían estremecidos el limonero, la fuente y los patios de su Sevilla vieja?

LA VOZ, EL MALETÍN PERDIDO Y LOS VERSOS EN EL GABÁN

El último viaje de Antonio Machado es una crónica tristísima de soledad, pérdida y desesperanza. Aún en los cuatro días que permaneció en la masía de Raset, junto a otros intelectuales, sobrevive un Machado hablador que intenta rescatar las tertulias de su Madrid perdido. Pero contempla el campo y la tierra le parece cada vez más un paisaje como pintado, congelado ya en el tiempo.

Tomás Navarro, otro español que morirá en el exilio y que lo acompañó en sus últimos días, recordará con los años la voz del poeta, que no pudo grabar en el Archivo de la Palabra porque estalló la guerra. En la masía de Raset, lamentó no haber tenido sus artilugios para grabar la frase del poeta: «Yo no debía salir de España. Sería mejor que me quedara a morir en una cuneta».

Es otra más de las cosas perdidas del poeta, como su maleta, el ligero equipaje que tuvo que hacer antes de partir y en el que metió algunos manuscritos. Precisamente, al tener que abandonar la masía de Raset, pidió a la administradora de la finca que le guardara el maletín. Pero la mujer se negó ante la responsabilidad que suponía la custodia. El poeta marchará con el maletín para al final abandonarlo en la ambulancia que lo llevó a la frontera y que quedó atrapada en un atasco. Machado recorrerá a pie el camino del exilio, ya sin su maleta. ¿Qué ocurriría con aquella maleta? ¿En qué momento arderían bajo las bombas las últimas poesías de Machado? ¿Alguien se llevaría el maletín y quizás aún permanece oculto en alguna parte?

La tarde en la que murió Machado llegó al hotel una carta del hispanista John Brande Trend en la que le ofrecía un puesto de lector en el Departamento de Español en Cambridge. Qué hermosa ucronía pensar en un Machado vivo y dando clases en Inglaterra. Lo mismo ocurre al pensar en la posibilidad histórica de otros poetas exiliados al más allá, como imaginar a Lorca en México, país al que pensaba viajar antes de la guerra, aunque decidió al final marcharse a Granada. O con Miguel Hernández que probablemente se habría marchado a Chile. ¿Qué habrían escrito desde el exilio?

Su hermano José Machado descubrió a los pocos días de la muerte de Antonio unos papeles arrugados en el bolsillo de su gabán: el monólogo de Hamlet, un emocionante verso de nostalgia –«estos días azules y este sol de la infancia»– y cuatro versos de Otras canciones a Guiomar. Eran estos: «Y te daré mi canción:/ Se canta lo que se pierde/ con un papagayo verde/ que la diga en tu balcón».

(Publicado en EL MUNDO el 15 de enero de 2007)

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