Antonio Pavón Delgado nació en Valencina del Alcor (actualmente, Valencina de la Concepción), provincia de Sevilla, el 4 de marzo de 1881. Era hijo de Antonio Pavón Morgado y María Delgado Arellano, estaba casado con Manuela y era padre de seis hijos y abuelo de dos nietos. Vivía en la calle Salteras n.º 7. Era jornalero y pertenecía al sindicato del campo. No sabía leer ni escribir.
El 18 de julio de 1936, tras la sublevación militar, vecinos del pueblo se organizaron junto al alcalde para hacer guardias en distintas partes del pueblo. El día 23 Antonio hizo guardia en la calle llamada del Cura, esquina con la plaza del pueblo. Estuvo una hora aproximadamente y una vez terminada le devolvió la escopeta al alcalde. No molestó a nadie ni hizo uso de la escopeta, dejando circular a todo el que quiso sin ponerle impedimento alguno. Volvió al campo, tenía mucho trabajo por hacer.
La mañana del 24 de julio escuchó disparos. Pasaron vecinos huyendo y les preguntó por su hijo mayor, Francisco Pavón Oliver. Le respondieron que él también iba huyendo. Salió en su busca y llegó a Guillena, y de allí a Santa Olalla. Su desesperación aumentó al no encontrarlo. El dueño de un camión le permitió subir a él y se dirigió a Badajoz. Lo buscó por la ciudad, pero no lo encontró, y decidió volver a Valencina a pie.
El 26 de agosto, agotado por tantos días de angustia, regresó a su pueblo y se enteró de que a su hijo Francisco, soltero y de 24 años de edad, lo habían asesinado el mismo día que entraron las fuerzas militares de la columna Castejón, a las diez y media de la mañana, según consta en el certificado de defunción. Motivos: colisión con las fuerzas del Ejército. La noticia hizo que se desplomase en el suelo… Derrotado, el dolor era inmenso… No había podido ver su cuerpo ni despedirse de él. Y su mujer había caído enferma de tanto dolor.
Se dirigió al cuartel y fue detenido a disposición de la autoridad militar. Lo trasladaron a la Prisión Provincial de Sevilla. Otros muchos vecinos habían sido detenidos el 24 de julio y llevados en cuerda desde Valencina del Alcor a Sevilla.
Antonio fue insultado, humillado, maltratado. No tuvieron compasión con él. Les rogó ver por última vez a mi mujer, pero la negativa fue inmediata.
Los días 30 de septiembre, 8 y 9 de octubre de 1936 declararon contra Antonio los guardias civiles de su pueblo: Antonio Guerrero Romero, Antonio Llorente Pérez y el cabo comandante del cuartel, Francisco Chávez Fernández.
Todos coinciden en que no había amenazado, no se distinguido mucho en el movimiento, pero sí se había comprobado que se había destacado como uno de los más extremistas y lo conceptuaban de peligroso. Decían que no era del todo buena persona y que merecía mal concepto.
Sus días estaban contados, la impotencia de tanta injusticia lo sobrepasaba.
Luchó por una sociedad más justa e igualitaria, que todos tuviesen las mismas oportunidades, sin importar la condición social… Los jornaleros por fin se levantaron ante el terrateniente, que los mataba de hambre y miseria, mientras ellos, sin esfuerzo alguno, no carecían de nada.
El miércoles 22 de octubre de 1936, como cada noche, un soldado llevó un listado de nombres. Lo llamaban «la saca», hombres que se llevan y no regresan nunca más. El silencio era absoluto. Antonio contuvo la respiración. Leyeron en voz alta… dijeron su nombre. Iba a aplicarle el bando de guerra. Estaba abatido. No pudo hacer nada. Nadie podía.
Desde la prisión, por la noche, lo trasladaron junto a otros vecinos de su pueblo, a uno de los lugares habituales de la ciudad donde se fusilaba. No tengo fuerzas… En la tapia derecha del cementerio San Fernando de Sevilla, el pelotón de fusilamiento acató la orden del militar que puso fin a sus vidas. Los recogieron y los tiraron a una fosa común del propio cementerio… como si fueran despojos… De esa manera tan cruel quieren ocultar sus asesinatos impunemente.
Su biznieta, después de ochenta años del asesinato y desaparición, lo busca. Pide verdad, justicia y reparación.