Antonio Sierra Cid creció en el seno de una humilde familia de Pinos Puente (Granada). Durante su juventud se trasladó a la vecina localidad de Peligros. Allí y en las plazas de las localidades cercanas hizo sus primeros pinitos como torero, siendo conocido con el sobrenombre de ‘El Pintaíto’. Militante de la UGT, el golpe de Estado de julio de 1936 le sorprendió con 46 años, esposa y cinco hijos. Aun así, se alistó como voluntario en las filas del Ejército republicano con el que participó en diversas batallas, ascendió a sargento y resultó herido en una mano. En febrero de 1939 cruzó la frontera hacia Francia escapando de las tropas franquistas.
Tras pasar, junto a medio millón de exiliados españoles, por los campos de concentración franceses habilitados en las playas próximas a Perpiñán, Antonio se alistó en la Legión Extranjera para librar una segunda guerra contra el fascismo. Su unidad fue el 12º Regimiento Extranjero de Infantería (R.E.I.), con el que intentó detener el avance de los soldados alemanes en los alrededores de la localidad de Soissons. En junio de 1940 fue capturado por los nazis. Inicialmente fue tratado como un prisionero de guerra más: cautivo, pero con los derechos establecidos en el Convenio de Ginebra. Así permaneció nueve meses en los campos de prisioneros de guerra de Drancy y Hammelburg, antes de ser enviado a un grupo de trabajo en la localidad alemana de Haßfurt.
Engañando a la Gestapo
Todo cambió durante la primavera de 1941. El 1 de abril, la Gestapo se presentó en Haßfurt y lo trasladó a una prisión. Durante los meses anteriores, cerca de 7.000 compatriotas ya habían vivido una situación similar en diferentes puntos de la Europa ocupada. Las conversaciones entre el régimen franquista y la Alemania de Hitler provocaron que los españoles dejaran de ser considerados por los nazis prisioneros de guerra y fueran enviados a Mauthausen para ser exterminados.
El 4 de abril los agentes de la Gestapo de Würzburg interrogaron a Antonio. El ya veterano luchador granadino tuvo la sangre fría suficiente para mentir, una y otra vez. Su objetivo no era solo protegerse a sí mismo, sino mantener a salvo a su familia que continuaba en España a merced de Franco. Sin duda fue esa la razón por la que afirmó que era soltero, se quitó diez años de edad y facilitó una dirección de la ciudad de Granada en la que dijo vivir con sus padres. “Tengo 2 hermanos y 2 hermanas. Mis padres y hermanos estaban vivos cuando yo residía en España. Si entretanto se mudaron de domicilio o bien si algo les pasó, eso no lo puedo decir. Desde febrero de 1939 hasta hoy no he recibido más noticias suyas”, puede leerse en la declaración que la Gestapo tradujo al alemán.
A partir de ahí, Antonio se dedicó a minimizar su compromiso con la República y ocultó tanto su participación voluntaria en la defensa de la democracia como su ascenso a sargento: “Durante mi residencia en España, no participé como militante de ningún partido político. Únicamente formé parte de la UGT. Esta organización ofrece asistencia social a la clase obrera pero no propugna ningún objetivo político. No tengo antecedentes penales (…) En julio de 1936 fui llamado al batallón 24º de infantería, en Deifontes. Fui herido en combate en la mano derecha. Tras sufrir la herida fui replegado y el resto del tiempo ya no participé en más combates. No tenía ninguna oportunidad de pasarme a las tropas de Franco; además, antes habría sido fusilado por mi propio destacamento…”.
En la misma línea, Antonio también mintió al relatar su paso por el Ejército francés: “No me entregaron arma alguna. En los alrededores de Perpiñán colaboré junto a una gran compañía en la ampliación de un refugio antiaéreo y otras instalaciones para la defensa. Yo no participé en ninguna batalla contra los alemanes”. A pesar de sus intentos de ocultar su lucha contra Franco y contra Hitler, la Gestapo le sentenció catalogándolo como Rotspanier, rojo español. En la ficha que sobre él elaboró la policía política de Hitler se incluyeron tres retratos suyos (uno de frente y dos de perfil), una hoja con sus huellas dactilares, copia de su declaración y una descripción física en la que se mencionaba su altura, el color de sus ojos, su piel “bronceada”, su aspecto físico “regordete” y la presencia de una cicatriz en su mano derecha. Antonio aún pasó mes y medio encarcelado en Würzburg. En ese tiempo la Gestapo interrogó a otros cinco españoles que acabarían compartiendo el transporte que les conduciría hasta Mauthausen. Los seis atravesaron las puertas del campo de concentración el 24 de mayo de 1941. Solo Antonio lograría sobrevivir. Cuatro de sus compañeros de convoy fueron asesinados en Gusen y el quinto pereció en la cámara de gas del Castillo de Hartheim.
Mauthausen, una amarga liberación
El granadino recibió el traje rayado y el número de prisionero 5.874. Tenía 51 años en un lugar en el que los deportados llamaban “viejos” a todos aquellos compañeros que superaban la treintena. Nunca pudo olvidar el sufrimiento extremo que pasó trabajando en la tristemente célebre cantera de granito. En diciembre de 1942 los SS le enviaron al subcampo de Gusen, conocido como El Matadero. Contra todo pronóstico, Antonio logró sobrevivir y se convirtió en uno de los pocos españoles con más de 50 años que asistieron a la liberación de Mauthausen, el 5 de mayo de 1945, por parte de las tropas estadounidenses.
Viajó hacia París con lo puesto. Sus intentos de contactar con su familia en Granada fueron infructuosos. La información que le llegó en aquellos confusos momentos le llevaron al convencimiento de que tanto su mujer como sus hijos habían muerto durante la guerra. Sumido en la tristeza, Antonio arrastraba unas terribles secuelas físicas y sobre todo psíquicas de su cautiverio. Durante 15 años vivió en una pequeña y húmeda habitación adosada a un bar. Trabajó como tintador de ropa en el negocio de un comerciante judío que había conocido en Mauthausen. Así, solo y deprimido, se lo encontró casualmente un granadino que se había perdido por las calles de París. Antonio le contó su historia, le habló de que su familia era precisamente de Granada, más concretamente de la localidad de Peligros. El despistado visitante se comprometió, cuando regresara a España, a averiguar si le quedaba algún familiar con vida. El hombre pasó un año trabajando en Alemania, pero pasado ese tiempo, cumplió su promesa.
Antonio “resucita” en Peligros
“Yo era solo un niño. Estaba con un amigo a las afueras de Peligros cuando se presentó un hombre a caballo que me preguntó si conocía a Carmen ‘la de Agustina’. ¡Cómo no la iba a conocer si era mi abuela! Le indiqué dónde vivía. Luego fui tras él. Cuando llegué le vi hablando con mi abuela, con mi madre y con una vecina. Enseguida empezaron todos a llorar y a abrazarse. Les estaba contando que mi abuelo estaba vivo”. Ese niño era Manuel, uno de los nietos de Antonio. Esa abuela que lloraba era Carmen, la esposa del luchador granadino que desde 1939 vestía de luto riguroso por un marido que creía difunto. Era una mañana de 1961 o 1962… nadie recuerda con exactitud la fecha… nadie recuerda el nombre de aquel inesperado visitante, solo que era de la vecina localidad de Güevéjar… pero nadie ha podido olvidar ese día en el que aquel desconocido llevó la buena nueva a Peligros: Antonio Sierra estaba vivo.
En 1962 uno de los hijos de Antonio viajó a París desde la ciudad alemana en la que vivía y trabajaba. “Se presentó en el bar, se lo encontró y se lo dijo: ‘Tú eres mi padre’. No podía creérselo porque creía que todos habíamos muerto”, relataba Carmen, otra de sus hijas. Antonio estaba tan delicado de salud y vivía en unas condiciones tan precarias que su hijo se lo llevó a Alemania. Allí pasó cerca de un año, mientras en España su esposa realizaba el papeleo ante las autoridades franquistas para intentar garantizar que si regresaba no sería encarcelado ni asesinado. “Él no quería volver porque pensaba que, si lo hacía, le iban a cortar el cuello”, recordaba su hija Carmen. Antonio, finalmente, venció sus temores y el primer día de 1963 pisó nuevamente las calles de Peligros.
“¡Cómo iba a olvidar ese día! ¡Ojú, por Dios! Era el uno de enero y habíamos matado un choto para celebrarlo”, recordaba Carmen. “No quería contar ná. No quería ni hablar de lo de Mauthausen, de todo lo que había pasado allí”. Su nieto Manuel tampoco pudo olvidar aquellos días: “En Peligros fue un acontecimiento no solo para la familia sino para todo el pueblo. Por allí desfiló medio Peligros… gente de izquierdas y también de derechas que habían sido amigos suyos”.
Antonio nunca se recuperó ni física ni psíquicamente de su paso por el infierno nazi. “Tenía días buenos, pero otros… Se colgaba sus medallas y ese día no se le podía hablar. Y salía a la calle con las medallas puestas y con un gorro cordobés. ¡Menos mal que vivíamos en un cortijo y no le veía nadie!”, recuerda con una sonrisa Manuel. Cinco años después de su regreso a Peligros, Antonio falleció. Era un gélido 13 de enero de 1968. Tenía 77 años y una historia que no conoceríamos de no ser por el empeño de aquella niña que una noche tembló al saber que su bisabuelo podía haber sido uno de los protagonistas de La lista de Schindler: “La peor derrota después de tanto sufrimiento habría sido el olvido —asegura a eldiario.es—Yo lo que he querido es aportar mi granito de arena para que no fuera así”
Fuente: https://www.eldiario.es/sociedad/bisabuelo-engano-Gestapo_0_905009623.html