El que fuese alcalde de Porcuna, Luis Carlos Funes Quero, recibió en su día (11-07-1996) del presidente de la Federación Andaluza de Ajedrez, Rafael E. Cid Pérez, una misiva que decía textualmente:
Unas líneas al objeto de recabar de Vd. una información de gran interés para el que escribe. Pero entremos previamente en detalle:
Llevo siete años dedicado a la Historia de la Ajedrez Sevillano, que abarca desde mediados del siglo XIX, y todavía nos quedan lagunas de difícil solución; pues, el tema gozaba de poca difusión en la prensa de la época.
En 1927 llega a Sevilla D. Carlos Molina Fernández, técnico telegrafista, que venía de Barcelona, su anterior destino. El citado Sr. entra en contacto con los círculos ajedrecistas de la capital y empieza a ser citado como extraordinario jugador en los medios locales, llegando a finales de 1935 a quedar clasificado para la fase final del campeonato de Sevilla de 1936, delante del anterior campeón Sr. Gómez (3º en el campeonato de España de 1943). En el mes de abril se juega la final, y a partir de este momento, desaparece todo dato en relación a él. Conservamos tres partidas que dan testimonio de su calidad. Tras unos años de búsqueda e investigación en hemerotecas y archivos, entrevistas con compañeros telegrafistas de su época, etc, etc… y, cuando comenzaba el desánimo, hemos llegado a conocer su triste final. El compañero Carlos Molina Fernández, fue asesinado por las fuerzas fascistas en los primeros meses al 18 de julio de 1936.
Detenido el mismo 18 de julio, cuando se hallaba prestando servicios de telegrafista en el Gobierno Civil de Sevilla, es trasladado junto al Gobernador Civil, Sr. Varela Rendueles y un grupo de funcionarios civiles y militares, que permanecieron fieles a la República, -es decir, a la legalidad- a una serie de locales habilitados como cárceles, hasta que según hemos sabido (tenemos escrito prueba), le fue aplicado lo que llamaban el «bando de guerra».
Carlos Molina era natural de Porcuna, y nació el 7 de abril de 1896. También sabemos que su familiar más próximo, D. Francisco Molina Fernández vivía en Jaén en 1942, y al cual le fue comunicado el sobreseimiento y archivo de unas diligencias, posiblemente iniciadas por la propia familia, o tal vez por la propia Dirección General de Telecomunicaciones. Y esto es, Sr. Alcalde, lo que he podido averiguar. De todo ello tengo pruebas documentales.
Ahora, una vez expuesto el tema, retomo el motivo de mi escrito, lo que de Vd solicito es ayuda para conectar con la familia y averiguar toda información posible sobre la persona, al objeto de su biografía.
En fin, Sr. Alcalde, no le canso más. Reciba un afectuoso saludo y las gracias, por todo lo que pudiera hacer en pro de dar a conocer, la calidad excepcional de éste malogrado y olvidado ajedrecista, su paisano.
Fdo. Rafael E. Cid Pérez. Presidente (Federación Andaluza de Ajedrez). [Hay un sello de la Federación y una firma.]
Pues bien, hace algunos meses (19-10-2011) nos pusimos en contacto con el señor Rafael E. Cid, y nos contó vía telefónica que nunca recibió respuesta alguna del Alcalde de Porcuna de entonces, ni de nadie que se le parezca, si bien tendría que retomar el tema y consultar sus notas y documentos para afirmarlo con rotundidad. Por el contrario, sí sabemos que la misiva fue a parar a manos del Cronista Oficial de la Villa, Antonio Recuerda Burgos, que amablemente compartió no hace mucho con uno de los miembros porcunenses de la Asociación de la Memoria Histórica de Jaén; que a su vez nos remitió a nosotros.
A partir de aquí comenzamos a tirar del hilo, siguiendo los procedimientos habituales en la búsqueda de personas desaparecidas. Solicitamos las partidas de nacimiento y defunción (por si la hubiese) en el registro civil de Porcuna; nos pusimos en contacto con los historiadores del ramo en Sevilla; consultamos el Archivo Militar de Sevilla (que no dio ningún fruto) y espurgamos, finalmente, la bibliografía al uso, particularmente la centrada en la represión en Sevilla. Nos falta, si cabe, la prensa local, que al no estar digitalizada, tendríamos que consultarla en hemerotecas.
De este modo, gracias a su partida de nacimiento, sabemos que Carlos Molina Fernández nació en Porcuna el 7 de abril de 1896 a la cinco de la mañana. Su nacimiento fue inscrito en el registro civil de Porcuna por su tío, Francisco Molina Ramírez de Aguilera, ante el juez municipal Ricardo Aguilera y Aguilera y el secretario Antonio Cámaras Juárez. En el acta de nacimiento se dice que es hijo legítimo de Eugenio Molina Ramírez de Aguilera y de su mujer Leocadia Fernández Sánchez, natural de Atarfe (Granada), y de ocupación profesora de enseñanza primaria de Porcuna. Que es nieto de Paulino Molina Carmona, natural de Villanueva de la Reina y de María Purificación Ramírez de Aguilera, natural de Porcuna; y por línea materna de Carlos Fernández Moreno, natural de Albolote y de Ana Sánchez Fernández, natural de Atarfe.
Carlos Molina Fernández fue el menor de tres hermanos, cuyos padres, los dos maestros de primaria, y siguiendo a Antonio Recuerda Burgos en el relato, le transmitieron «acendrados valores cívicos» y cristianos, «morales y espirituales». Su padre, Eugenio Molina Ramírez de Aguilera, historiador, pedagogo, poeta y cronista de Porcuna durante la restauración borbónica y parte de la dictadura de Primo de Rivera (falleció en 1927), como humanista, y consciente de las miserias y las carencias por las que atravesaba la localidad, incapaz de ser resueltas por el bipartidismo caciquil, propició la salida de su hijo fuera de las fronteras locales, para estudiar en el exterior, y así de paso, con el tiempo, convertirse en funcionario telegrafista del estado y en uno de los más célebres ajedrecistas de los años 30.
En 1927 proveniente de Barcelona, donde ejercía su profesión, llega a Sevilla, permaneciendo como Jefe del Negociado de Telégrafos en el Gobierno Civil de la Provincia hasta el fatídico golpe de estado. En esta bética ciudad le sorprendió el que sería el más sangriento de todos los pronunciamientos militares. Pasadas las dos y media de la tarde del 18 de julio de 1936 en el Gobierno Civil de Sevilla, se tenía noticia que las fuerzas de Infantería del Regimiento de Granada habían salido a la calle, y con el ardid de mantenerse fieles a la República tomaron la Plaza Nueva hispalense, enfrentándose al poco rato a las tropas de asalto que custodiaban los edificios civiles del gobierno legítimo de la República una vez descubierto el engaño. En aquella plaza -nos dice José María Varela, gobernador civil de Sevilla- se produjo «la primera acción en la Península de lo que iba a ser nuestra terrible guerra civil». Con el paso de las horas, los acontecimientos y las traiciones se sucenden. «En el Gobierno Civil quedaron dos grupos -dice Varela-, uno de funcionarios civiles constituidos por el secretario don Cipriano Fernández Angulo, el que lo era particular mío don José María Serrano y Gil de Santibáñez, el Delegado del Trabajo Dr. Relimpio, el Jefe de Policía, Sr. Sanz, tres o cuatro agentes del mismo cuerpo policial y dos telegrafistas -suponemos que uno de ellos sería Carlos Molina Fernández- de servicio que estaban prestándome el de mantenerme en comunicación con Madrid». Varias horas duraron los combates en la Plaza Nueva. Los edificios principales fueron cayendo en manos de los rebeldes uno a uno por cañonazos, morteros y nutrido tiroteo de fusilería. Tomado el Hotel Inglaterra, los levantiscos batieron con acierto el Gobierno Civil, inutilizando el aparato telegráfico. A los rebeldes se les unió la Guardia Civil, decidiendo los jefes militares presentes en el Gobierno Civil que la lucha era desigual y toda resistencia era inútil. El gobierno en Sevilla había caído, mientras los barrios populares improvisaban una lucha a todas luces desigual con un ejército bien pertrechado, y que generó cientos de muertos en las calles. Finalizada la lucha, todos los presentes en el Gobierno Civil fueron trasladados ante la presencia de Queipo de Llano. Ya de noche, siendo 19 de julio, fueron trasladados los civiles a la prisión provincial y a la militar el comandante y los oficiales de Asalto.
Los días pasaron angustiosos para los presos, mientras en la ciudad los barrios proletarios iban cayendo uno tras otro con consecuencias trágicas para sus defensores. El director de la cárcel al principio se mostró condescendiente y fiel al gobierno republicano. Se consideraba un preso más. Los días pasaron y conforme los facciosos se fueron haciendo fuertes en la ciudad, cambió la actitud de éste, que rápidamente se puso a las órdenes del general golpista. A finales de julio, y con la absurda excusa de un motín en la cárcel provincial, comenzaron las sacas nocturnas. Fusileros espontáneos, nos narra Varela, fueron eliminando uno a uno a hombres que «no tenían otro delito que el de ocupar legítimamente puestos que merecían por su inteligencia, por su laboriosidad y por ser leales servidores de una limpia, lícita y noble idea».
En este contexto de terror del fajado general, hay que situar la muerte de nuestro anónimo y olvidado Carlos Molina Fernández, jefe del negociado de telégrafos, profesión ésta a la que Queipo de Llano le tuvo una especial aversión por haberle jugado en los primeros días del «glorioso alzamiento» algún mal rato en las comunicaciones con Madrid; al igual que el gremio de los ferroviarios, siempre en movimiento, siempre traidores a la «justa causa nacional».
Así, de este modo, un 19 de septiembre de 1936, dos meses después de ser detenido en el Gobierno Civil, Carlos Molina Fernández, a los 40 años de edad, fue sacado de la prisión provincial para ser fusilado sin juicio ni nada que se le parezca en algún rincón de la ciudad, donde aún hoy los más ancianos recuerdan con quebranto el estruendo de las descargas de fusilería en los portillos y el cementerio. Moría así un ilustre paisano olvidado por propios y extraños, cuyo delito más sangrante fue quedarse en su puesto de trabajo al servicio de la República.
A Carlos Molina no podremos darle sepultura perpetua, como sí le ocurrió a su padre, que tras acuerdo del Ayuntamiento de Porcuna, según Antonio Recuerda, «le donó sepultura perpetua para él y sus descendientes en el cementerio municipal». Y no se la podremos dar, porque no sabemos dónde está enterrado. Presumiblemente se encuentre en el cementerio de San Fernando de la capital sevillana, en alguna fosa común junto a cientos de personas víctimas de la sinrazón fascista. Tampoco creemos que se le dedique ninguna calle en Porcuna, con un gobierno conservador preocupado más por los asuntos divinos que los humanos, como sí (quizás de manera algo cínica) hiciese la corporación municipal de Benito Garrido Palacios, que le dedicó la calle Cementerio a nuestro ingente e ilustre Eugenio Molina Ramírez de Aguilera.
Todo un deseo, que su nombre no se borre de la Historia.
Agradecimientos
El presente artículo no hubiese sido posible sin las aportaciones orales de Rafael E. Cid Pérez y la inestimable ayuda de José María García Márquez.
Fuentes