A todas las mujeres y hombres del mundo que día a día luchan por la libertad.
Cristóbal Jiménez Sevillano, (a) «El Ruso», nació en la localidad de Aguilar de la Frontera (Córdoba), el día 12 de marzo del año 1895. Era hijo de Antonio Jiménez y de Rosario Sevillano.
Cristóbal vino al mundo en unos años en los que Aguilar de la Frontera era una localidad agraria y atrasada de poco más de 12.000 habitantes que no escapó en absoluto al sistema caciquil imperante en esos tiempos. En líneas generales, encontramos una sociedad aguilarense en la que están muy extendidas la pobreza y las bajísimas rentas. Campesinos sin tierra, jornaleros o braceros que sufren una situación intermitente de paro y que reciben unos jornales muy bajos, sufren una situación caracterizada por la alimentación deficiente, las carencias sanitarias e higiénicas y falta de cultura elemental que hará que las tasas de analfabetismo se disparen.
Esa situación de extrema pobreza marcara la existencia del pequeño Cristóbal al igual que la de miles de inocentes niños que nunca pudieron ir a la escuela y por eso carecerán durante toda su vida de la más mínima instrucción elemental. Nunca pudieron aprender a leer ni escribir.
La falta de justicia social y los intereses particulares de algunas de las familias que acaparan el poder político y económico ocasionaran las condiciones propicias para que en medio de una sociedad empobrecida hasta los niveles más inverosímiles se practique una deficiente asistencia social, basada fundamentalmente en el «socorro» que mal atendía a miles de personas de aspecto casi fantasmal ocasionado por la desnutrición y el hambre. Asilos y comedores sociales compondrán el panorama general de la beneficencia en esos años siendo el único paliativo a la miseria y la enfermedad. La mortalidad infantil alcanzaba cifras altísimas. De cada mil niños nacidos morían aproximadamente doscientos sesenta y cuatro antes de cumplir el año de vida.
El municipio era en su totalidad eminentemente agrícola, el campo era la verdadera fuente de riqueza de la población, contando con una industria y artesanía casi inexistentes y la explotación del campo se realizaba de forma bastante deficitaria; la mecanización era muy escasa o inexistente basando toda su fuerza laboral en los trabajadores agrícolas o jornaleros que representaban aproximadamente entre el 75 y el 80 % de la población rural.
Cristóbal, desde muy joven, trabajará en el campo, viéndose abocado a engrosar esa masa de desheredados, en un mundo de miseria, sudor y hambre, el de… los jornaleros del campo. Tras los años de servició militar obligatorio, a finales de la segunda década del siglo XX, Cristóbal se casaría con Eloísa Sotomayor Palma, de cuyo matrimonio nacerían cinco hijos, Natalia, Antonio, Cristóbal, Francisca y Rosario Jiménez Sotomayor. Sin poseer bienes materiales algunos el matrimonio establecería su domicilio en la casa número 81 de la calle de Los Pozos.
Por esos mismos años, Cristóbal uniría su compromiso personal al movimiento obrero local, un movimiento de desposeídos y explotados, con la responsabilidad diaria de tener cinco bocas que alimentar, motivos ambos por los que ingresará pronto en las primeras organizaciones obreras del partido socialista local y con posterioridad en las iniciales y débiles células del Partido Comunista de Aguilar de la Frontera.
Su ferviente defensa y simpatía por esta última ideología política, en unos años de creciente aumento de la conflictividad obrera, debido fundamentalmente al injusto reparto de la tierra, al paro soportado por los jornaleros y a la constante y continua subida de los precios de los alimentos más básicos, harán que pronto Cristóbal sea conocido en toda la localidad por un mote, «El Ruso». Junto a esta ideología, Cristóbal acuñó una esperanza, un compromiso, que jamás abandonaría y que le acompañaría el resto de su vida.
En febrero del año 1928, Cristóbal, contribuiría junto a varios cientos de personas más de esta localidad (propietarios agrícolas y jornaleros) con un donativo particular de 0,50 pesetas a la suscripción popular abierta en Aguilar y algunos otros pueblos de la provincia de Córdoba, para costear libre de todo gasto la Insignia de la Gran Cruz del Mérito Agrícola a D. Antonio Zurita Vera, vicepresidente de la Cámara Agrícola de Córdoba.
A comienzos de la primavera del año 1934, la crisis de trabajo en Aguilar de la Frontera, derivaba ya en un auténtico conflicto social de enormes dimensiones. Las mujeres, esposas de los obreros en paro y madres de sus pequeños hijos desnutridos… recorrían las calles del pueblo en nutrida manifestación solicitando de las autoridades competentes, una solución adecuada al problema del paro, llegando en algunas ocasiones a asaltar los puestos de comida en la plaza de abastos, para poder dar de comer a sus hambrientos hijos.
A tal extremo llegará la situación, que para evitar que la gente muera de hambre, una comisión de patronos y el comandante de puesto de la Guardia Civil, Francisco Peláez Moreno, recurrirán como siempre a la «bendita» fórmula de convocar a la «beneficencia», consiguiendo entre las clases acomodadas fondos y donativos suficientes como para instalar en el pueblo una Cocina Económica, para atender a mas de 2.500 personas. Desde el Ayuntamiento, el concejal Antonio Cabello Almeda manifestará al respecto: «… de lo que se trata es de dar trabajo a los obreros y no dar limosnas de pan».
Ante este panorama, los robos comenzarán de nuevo a producirse, como en la época de la dictadura de Primo de Rivera. Se observa fundamentalmente un aumento de los robos de comida, conejos, aves de corral, garbanzos, aceite, etc… La Guardia Civil comenzará de nuevo a tener un protagonismo activo, persiguiendo y deteniendo a los denominados «rateros», especialmente el comandante de puesto, el teniente Francisco Peláez Moreno, acompañado por el sargento Rafael Torres Gamero y el cabo Fidel Sánchez.
Estos hurtos y robos para asegurar la supervivencia, unidos a las protestas sociales protagonizadas por los obreros harán que en estos años se viva una época en la que la cárcel de Aguilar se verá abarrotada, de «rateros» y «elementos» socialistas y comunistas «peligrosos».
La noche del día 10 de abril de ese mismo año 1934, Cristóbal Jiménez Sevillano, protagonizaría un robo de aceite junto a otras seis personas más. Junto a Francisco Moriana Garrido, José Aragón Pino, Rafael Pulido Jiménez, el hermano de este Manuel Pulido Jiménez, Fernando Padilla Romero y Francisco Núñez Rocher robarán en el molino de aceite propiedad del rico propietario Vicente Romero y García de Leaniz, situado en el Barrio de Don Vicente. Todos ellos serían detenidos por la Guardia Civil solo dos días después del robo. Contra ellos se incoaría por el Juzgado Municipal de Aguilar de la Frontera, el sumario número 109 del año 1934, por el delito de robo. Todos serían condenados a penas de cárcel que cumplirían en la prisión provincial de Córdoba.
Cuando Cristóbal recupera la libertad, solo algunos meses antes del golpe de estado contra la República, materializado el día 18 de julio de 1936, tiene ya cumplidos los 41 años y a la pobre situación obrera en Aguilar de la Frontera (que poco había cambiado desde su ingreso en prisión) se habían unido las represalias patronales, contra el movimiento obrero, basadas únicamente en despidos laborales y la no contratación de obreros para la realización de las faenas agrícolas. Como consecuencia de estas desavenencias laborales, los despidos se dirigirán sobre todo a las personas destacadas por sus antecedentes políticos o sindicales.
Ese día, el 18 de julio de 1936, sorprende a Cristóbal, en Aguilar de la Frontera. Como miles de compañeros en esta localidad, pronto, Cristóbal, se unirá a la organización de la defensa activa de las clases populares contra los golpistas. Tras el abandono por parte de la Guardia Civil de la población en los primeros y confusos días del alzamiento, la resistencia obrera y popular de Aguilar, cobrará un protagonismo destacado en el que muchos de los viejos militantes de las organizaciones políticas y sindicales tomarán protagonismo en la organización de la defensa y toma de los puntos más estratégicos de la localidad.
Cristóbal, según algunos testimonios participará activamente en esta defensa, junto a otros viejos compañeros. Esos mismos testimonios le situarán el día 25 de julio de 1936 (día en que la Guardia Civil regresa armada y reforzada a Aguilar de la Frontera) en el asalto al cuartel de la Guardia Civil en busca de armas abandonadas y cabalgaduras. Saldrá del cuartel a lomos de uno de los caballos abandonados en las cuadras de la calle Saladillas por la Guardia Civil, junto a varias personas más con armas y caballos.
Ese mismo día, cuando la Guardia Civil, después de varios tiroteos en las calles contra los elementos resistentes, logra tomar la localidad, Cristóbal, se oculta en su casa de la calle Los Pozos. Al ser informado por su familia de las detenciones que se estaban produciendo en esos días y los primeros asesinatos masivos al alba de cada día, Cristóbal toma la determinación de abandonar su comprometido escondite. Abandona su casa y su familia, la misma noche del día 25 de julio saltando por las tapias del corral de su casa, abandonando por el «lejío», la ciudad.
Ocultándose, sobre las doce de la noche del día siguiente llegó a una finca en el término de Puente Genil, a unos tres o cuatro kilómetros de Aguilar, donde permaneció escondido durante siete u ocho días.
A comienzos del mes de agosto, abandonó su escondite para volver a regresar a Aguilar, pues un conocido, al llevarle comida le llevó un bando editado por el nuevo alcalde de Aguilar, el general retirado de la armada José Carrillo Carmona, el día 27 de julio de 1936, en el que invitaba a los habitantes de Aguilar a regresar al pueblo «al margen total de matices políticos es uno de mis deberes ciudadanos el hacer un llamamiento cariñoso a todos mis paisanos al efecto de que conocedores de mi leal deseo vuelvan a sus hogares, se reintegren al trabajo y con su cooperación restablezcan totalmente la vida natural de la población, deponiendo odios, enemistades, diferencias y discordias de todas clases, que a nada conducen en estos momentos a no ser al desenfreno, al dolor y a la ruina general».
Cristóbal regresó a su casa en la calle Los Pozos, confiado en la sinceridad del bando pero al no fiarse mucho de las nuevas autoridades franquistas, permaneció de nuevo oculto en la misma durante otros cinco días. El día 5 de agosto, al conocer las nuevas detenciones efectuadas y los fusilamientos llevados a cabo en apenas diez días, Cristóbal abandonó de nuevo su casa, esta vez en dirección al sitio conocido como Río Frío, en el término de Montilla, desde donde a los tres días de permanecer emprendió su marcha junto a más personas hasta la vecina localidad de Espejo.
En esta localidad, permaneció una semana y de aquí se marcho a Castro del Río, junto a otros compañeros de huida. Veinte y cinco días más tarde y ante la inminente caída en manos de los golpistas de la localidad de Castro del Río, Cristóbal, se dirige a la ciudad de Jaén, donde para subsistir trabajó en la recogida de aceitunas, hasta que le obligaron a incorporarse al Ejército Republicano.
Se marcha de Jaén a la ciudad de Albacete, donde se enrola en la 18 Brigada Mixta del Ejército Rojo. Nada más incorporarse será enviado al frente del Jarama, donde permanecerá seis meses. Después sería enviado a Madrid, otros diez meses antes de ser enviado de nuevo a Albacete, donde lo licenciaron.
Después de obtener la licencia definitiva, Cristóbal se marcharía a Ciudad Real, donde se buscaría la vida tocando el piano por las calles, hasta que decide emprender camino a la localidad de Andújar, donde le sorprenderá el final de la guerra, trabajando en lo que puede en el campo.
Terminada la guerra el día 1 de abril de 1939, Cristóbal decide como otros muchos regresar a Aguilar de la Frontera, a donde llegara el día 14 de abril. Ese mismo día, será detenido por la Guardia Civil, nada más llegar a Aguilar. Será acusado de
Cristóbal, detenido, ingresará ese mismo día en el Depósito Municipal de detenidos, pasando a disposición de la Comisión Clasificadora de Prisioneros y Evadidos de Guerra de Córdoba.
Perdedor de la guerra. Atrapado por el «nuevo régimen», su «justicia implacable» aplastará todos sus sueños y toda su vida.
El día 20 de mayo, pasará a situación de prisión preventiva, a la par que se comienza contra él la instrucción de un procedimiento sumarísimo de urgencia que lo condenará con los informes desfavorables contra su persona del alcalde de la localidad, el comandante de puesto de la Guardia Civil y el jefe local de la Falange.
Un consejo de guerra de urgencia, con extraordinaria urgencia, en menos de tres meses, el día 7 de julio de 1939, condenará a Cristóbal por un delito de «auxilio a la rebelión» a la pena de doce años y un día de reclusión militar.
Cristóbal será trasladado a la Prisión Provincial de Córdoba, situada en esos años en el Alcázar, donde no llegará a cumplir ni el primer año de la condena impuesta. La condena de la prisión, aniquilaría a muchos de los condenados. Avocados en situación de hacinamiento a padecer enfermedades que la mayoría de las veces concluirán con la muerte, mucho mas triste y penosa que morir ante un pelotón de fusilamiento.
A las dos de la tarde del día 11 de febrero del año 1940, Cristóbal Jiménez Sevillano, a solo un mes para cumplir los 45 años, fallecería en la enfermería del Alcázar-Prisión de Córdoba, como consecuencia de un colapso cardiaco provocado por una bronquitis crónica. Al día siguiente, el 12 de febrero de 1940, su cuerpo sería enterrado en una fosa común del Cementerio de la Salud (Córdoba). La inhumación sería inscrita en el libro de enterramiento del cementerio con el número 6059, folio 272.
Su familia, a fecha de hoy, día 5 de mayo del año 2014, 74 años después, aún busca información de lo sucedido a Cristóbal Jiménez Sevillano, en un país que ampara la impunidad la desmemoria y el olvido.
Cristóbal Jiménez Sevillano ha dejado ya de ocupar un lugar en el de los héroes anónimos, compuesto por gentes del pueblo, sencillas y sin nombre, que lucharon y sufrieron sin obtener jamás la más mínima recompensa personal, el más mínimo reconocimiento público o institucional. Hoy la historia de Cristóbal, ya es conocida y se convertirá en la historia de otro luchador por la paz y la justicia. Otra historia a la que se ha logrado poner voz, rostro y nombre. Otra historia que nos pertenece a todos y que nadie podrá acallar nunca.