El diplomático, escritor y profesor granadino vivió siempre con el peso de la muerte de su hermano Federico. La guerra truncó su brillante carrera diplomática, su mundo, sus amigos. Había trabajado en diversos destinos: Túnez, El Cairo, Bruselas, Washington. Vivió en el exilio en Nueva York dando clases en la Universidad de Columbia y publicando artículos sobre Literatura española. Allí se casó con Laura de los Ríos, hija del ministro republicano Fernando de los Ríos. Federico y su mundo es la esclarecedora obra que le dedicó a su hermano, un libro que desvela muchos de los mundos secretos de Federico. Pero Francisco también se dedicó, casi en secreto, a la poesía. Al morir en 1976 se descubrieron unos manuscritos en el cajón de su escritorio.
Había un sabor que no había vuelto a probar: el de las orzas de alcaparras en vinagre. En Nueva York, en su apartamento sobre el río Hudson en el River Side le llegaba a veces un aroma parecido, quizás era por las «fachadas de crin, de humo, anémonas», que escribiera hacía muchos años su hermano Federico en su poemario sobre aquella ciudad en la que nunca hubiera imaginado que tendría que vivir. Cómo le hubiera gustado volver a probar aquellas alcaparras granadinas.
Francisco García Lorca tenía un reloj dentro –como todos los exiliados– y una sombra grande en el alma. Era por culpa del asesinato de su hermano, su pesadilla repetida, y el peso del destierro. Lo demás eran recuerdos de óxido, su mundo perdido, la vida que pudo ser y que se truncó. Francisco era el hermano pequeño de Federico. Tenía cuatro años menos y sintió toda su vida esa carga del exiliado: cargar con todos los muertos que pudo haber sido. Él tenía al más grande: Federico García Lorca, el poeta.
Francisco y Federico habían estudiado en Granada. En Madrid vivieron juntos en la Residencia de Estudiantes y luego en un estudio de la calle de Ayala. Su vida corre paralela hasta que Federico se lanza al riesgo hermoso e hiriente de la poesía y Francisco se dedica a preparar oposiciones para la carrera diplomática. Mientras el expediente académico de Francisco es brillantísimo, Federico tendrá una relación irregular con sus estudios. A él le interesa otra cosa.
Aparentemente, la vida de Francisco es la del hermano más pragmático, ordenado, centrado, tímido. Federico es un torbellino de palabras, de gestos, de alegría. Como decía Jorge Guillén, «cuando llega Federico no hace frío ni calor, hace Federico». Y así era. Él era el artista, el poeta.
Sin embargo, y a pesar de la sombra enorme de su hermano, Francisco se atreverá a escribir poesía. Sólo tras su muerte por un infarto en 1976 aparecerán en un cajón de su escritorio varios poemas. La Diputación de Granada publicó hace pocos años esas poesías, ya que en 1984 la Editora Nacional había cerrado antes de que el libro saliera de las prensas. Otra triste paradoja del destino.
Lo sorprendente de la vida de Francisco García Lorca es el revés continuo de la suerte. Poco antes de la Guerra Civil aprueba las oposiciones al cuerpo diplomático y ocupa destinos en Túnez, El Cairo, Bruselas y Washington. Pero cuando Franco gana la guerra, ¿a qué país representa?
Es un diplomático sin patria. Como escribió su hermana Isabel García Lorca en sus memorias Recuerdos míos: «No logró desarrollar toda su capacidad como crítico literario o como creador. Paco se quedó sin su mundo, perdió su vida, su círculo de amigos, la casa de sus padres. Lo habíamos perdido todo y allí estábamos, solos en Nueva York».
Francisco García Lorca llega a Nueva York poco después que su hermana Isabel para comenzar un largo exilio. Durante algún tiempo, viven en un apartamento cerca de la Universidad de Columbia. En el verano de 1940, llegarán sus padres y su hermana Conchita, viuda de Manuel Fernández Montesinos, alcalde de Granada asesinado por los franquistas como Federico en los primeros días de la guerra.
En un interesante reportaje de Álvaro Custodio publicado en 1976 en la revista Tiempo e Historia, se recogen los recuerdos de Isabel y Paco García Lorca, además de Laura de los Ríos, hija del ministro republicano Fernando de los Ríos que se había casado con él ya en el exilio norteamericano. Custodio relata las impresiones de Paco en aquellos años: «Cuando mi padre desembarcó en el puerto de Nueva York se me abrazó al cuello repitiendo con los ojos llenos de lágrimas: ¡Son unas fieras! ¡Son unas fieras!».
Francisco García Lorca y Laura de los Ríos se casaron en 1942 en la Universidad de Middle Bury Veermont, donde Fernando de los Ríos y Paco impartían cursos de verano. También formaba parte del profesorado lo mejor de la intelectualidad española, arrancada de raíz de un país desangrado. Estaban Jorge Guillén, Pedro Salinas, Enrique Díez-Canedo, Joaquín Casalduero o los hermanos Juan y Augusto Centeno.
Francisco García Lorca se dedicó a la enseñanza impartiendo clases en la Columbia University de Nueva York. También fue director de la Casa Hispánica de esa Universidad y de la Escuela Española de Middeburg. En su exilio, publicará varios artículos sobre la Literatura del Siglo de Oro y el siglo XX y ensayos como Ángel Ganivet. Su idea del hombre (1952) o De Fray Luis a San Juan. La escondida senda, editado ya tras su regreso a España.
‘Federico y su mundo’
Pero hay un libro singular: Federico y su mundo (1980), en el que Francisco aporta valiosas claves sobre la obra de su hermano. Es una obra llena de profundas nostalgias que ayudan a comprender el complejo mundo de Federico y también el sugestivo poso de memoria de Francisco.
En Federico y su mundo hay hermosos recuerdos como la descripción del cuarto de los hermanos desde el que se veía una Granada ya perdida: el cerro de San Miguel con su ermita y la torre de la Vela. Francisco señala cómo en la habitación colgaba una vieja litografía del Cristo del Paño, que permite intuir la importancia de la romería que aparecerá en Yerma. O cuenta la historia de una vieja pariente que vivía en Fuentevaqueros y que padecía alucinaciones eróticas como el personaje de la abuela en La casa de Bernarda Alba. También desvela un curioso librito que había en la casa y que pertenecía a su madre, Vicenta Lorca, que hablaba del lenguaje de los sellos, los abanicos y las flores y que será clave en Doña Rosita la soltera.
La memoria de Francisco García Lorca, esa memoria de desterrado en la que no tendrá más remedio que refugiarse, también ha servido para desentrañar los versos más secretos de Federico como ese «golpeaba el trasero de los monos» de Poeta en Nueva York. Los monos forman parte de la infancia de los dos hermanos. Había unos monos tallados en bajorrelieve en las puertas de la casa de la Acera del Casino. Las puertas de los Lorca que terminaron, según descubrió Isabel, en la masía de un rico catalán, olvidándose así que forman parte del verso secreto del poeta asesinado y de la memoria infantil del hermano, el otro, el poeta desterrado.
UN LIBRO DE RECUERDOS Y UNA NOVELA INACABADA
«Dime: ¿de mi voz qué queda?», se preguntaba Francisco García Lorca en uno de sus poemas casi secretos. No escribió ningún libro de memorias, ejercicio casi ineludible y necesario para calmar el horror al olvido. Sin embargo, dedicó sus recuerdos a reconstruir la de su hermano con la obra Federico y su mundo. En cierto modo, es ahí donde se pueden descubrir las memorias no escritas de Francisco.
Su hermana Isabel sí que se decidió a escribir un libro de memorias, aunque lo haría casi al final de su vida, no hace muchos años. Así evocaba Isabel las vivencias de los dos hermanos en Granada. «Era muy frecuente oír su voz gritando ‘¿Paquito!’. Y Paquito, que estaba encerrado en su cuarto siempre leyendo daban los dos largo rato charlando. Paco fue su primer crítico. ¡Qué pena de conversaciones perdidas, pues ninguno de los dos las ha reflejado!».
«A mi hermano Paquito» era la dedicatoria de la primera obra lírica de Lorca, Libro de Poemas (1921). Los dos hermanos habían estado muy unidos, aunque la carrera diplomática de Francisco y la vida literaria de Federico tuvieron caminos diferentes. En la época granadina habían permanecido juntos. Ambos formaban parte de la famosa tertulia del Rinconcillo y de la redacción de la revista Gallo en cuyo segundo número –de mayo de 1928– aparece un fragmento de la novela vanguardista en la que trabajaba Francisco, novela que nunca llegaría a terminar y de la cual Federico hablaba entusiasmado con sus amigos, según revela Ian Gibson en Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca.
Al estallar la guerra, Francisco ya forma parte del cuerpo diplomático y se traslada como primer secretario de la Embajada de España en Bruselas. Su hermana Isabel se reúne con él. Allí recibirán la terrible noticia de la muerte de Federico. Tras la estancia en Bruselas viajarán a Nueva York, donde vivirán el exilio hasta que Francisco y Laura de los Ríos regresen a España en 1968 con sus tres hijas. Residirán en una casa de la calle Miguel Ángel. Francisco dirigirá cursos de la Middle Bury Graduate School in Spain.
La noche antes de la muerte de Francisco cenaron él, Laura e Isabel con José Rubio Sacristán, que había sido compañero de cuarto de Federico en la Residencia. Sus últimos pensamientos también fueron para la triste memoria de su hermano. Sus restos reposan en el cementerio civil de Madrid.