EL ANTÓLOGO DE LA GENERACIÓN PERDIDA
Fue el sobrino nieto del rondeño Francisco Giner de los Ríos, el fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Nacido en Madrid en 1917, aunque se consideró siempre malagueño de Nerja, donde murió en 1995, Francisco Giner de los Ríos sufrió el exilio en Chile y en México. Allí se consagró a la poesía con obras como ‘La rama viva’ (1940), ‘Pasión primera’, ‘Romancerillo de la fe’ (1941), ‘Jornada hecha. Poesía (1934-1952)’, ‘Poemas mexicanos’ (1958), ‘Llanto con Emilio Prados’ (1962) y ‘Elegías y poemas españoles’ (1966). Y destacó por su fundamental antología ‘Las cien mejores poesías españolas del destierro’ además de por ser uno de los fundadores del Ateneo Español de México y rescatar la revista ‘Litoral’ en el destierro.
Parece que en estas cartas estuviera escondido aún el olor de su casa de exiliado:libros, fotografías de los amigos desaparecidos, lienzos de paisajes perdidos y ese aire de lugares de tránsito, de objetos portátiles y relojes parados. En estos epistolarios del exilio, las letras guardan un ansia, una nostalgia, un recuerdo dolorido, un nerviosismo de viaje por hacer en el que se resume el espíritu de toda una generación perdida.
Ahora, las cartas de Francisco Giner de los Ríos reposan en Málaga, en el Archivo del Centro de la Generación del 27, donde descansan las memorias de tantos desterrados, de tantos fantasmas de fotografías literarias. Las cartas son una parte más, un fragmento del gran puzzle de una memoria que aún es necesario rescatar. Por eso, la digitalización iniciada este año por el centro supone uno de los proyectos más ambiciosos para la recuperación de las historias del exilio intelectual republicano, abandonado durante tanto tiempo.
Hoy es difícil encontrar los libros de Francisco Giner de los Ríos. Hay que rastrear incansablemente en las librerías de viejo y en las subastas de lotes por internet. Salvo el especial que le dedicó la revista Litoral, Giner de los Ríos es uno más de esos personajes triste, trágica e injustamente olvidados.
Las cartas de quien fuera el sobrino nieto de Francisco Giner de los Ríos, fundador de la Institución Libre de Enseñanza, sirven para comprender mejor su biografía. En estos papeles de ultramar, adquiridos un año antes de su muerte en 1995, junto a su biblioteca de 8.000 volúmenes, viajaron las palabras de Pedro Salinas, Max Aub, Manuel Altolaguirre o Salvador Allende. El archivo epistolar, compuesto por cuatrocientas cartas, se divide en dos partes:una pertenece a la correspondencia mantenida con escritores y otra la forman los mensajes fruto de su trabajo como funcionario internacional de la Unesco.
Francisco Giner de los Ríos nació en 1917 y su relevancia como escritor se proyecta en realidad a partir del comienzo de su exilio. Un destierro que se divide entre México y Chile. Antes de su salida de España, Giner de los Ríos había escrito varios poemas que reunió más tarde en La rama viva, con prólogo de Juan Ramón Jiménez. La obra se publicó en México en 1940 y muestra a un poeta diferente al que luego quedará marcado por la epopeya trágica de la expatriación.
Hay varios momentos especiales en la vida del Giner de los Ríos mexicano. Uno de ellos será el de su labor como ensayista y, sobre todo, como responsable de una de las antologías que marcará a la generación de poetas transterrados. Se trata de Las cien mejores poesías españolas del destierro, publicada en el temprano 1945 en México por la editorial Signo.
De hecho, este libro se ha convertido en una guía fundamental para seguir el rastro a los poetas peregrinos, ya que Giner de los Ríos aporta reveladoras notas sobre la procedencia de los poemas, publicados en las revistas dispersas de la diáspora cultural española.
El propio Francisco Giner de los Ríos publicó sus poemas en muchas de estas revistas como ocurrió en L’Espagne Républicaine. Hebdomadaire politique et littéraire, dirigida por Ricardo Gasset y editada en junio de 1945 en Toulouse y luego en París. También en otra publicación del exilio en Francia, el Boletín de la Unión de Intelectuales Españoles.
Giner de los Ríos subrayaba en su estudio antológico la relevancia de este trabajo de recopilación asegurando que «toda la poesía de ese momento –buena, mediana, mala o pésima– es digna de ser recordada». A pesar de esta declaración de intenciones, que podría caer en el exceso de permisividad, el ‘todo vale’ –uno de los errores atribuidos en ocasiones a los estudios sobre el exilio–, esta antología es un buen ejemplo de la calidad de la poesía que se hacía en la otra España.
Poesía del destierro
Francisco Giner de los Ríos señalaba la singularidad de la poesía desterrada y cómo había influido el desgarro del exilio en la obra de estos apátridas:«La hondura emocionante y clara de los poemas recientes de un Moreno Villa auténticamente nuevo; la humanísima ternura de Prados; la fuerza tremenda, desatada al fin, en su hora, de un León Felipe; la apasionada retórica, clara y nueva también, de un Domenchina;el verso libre y puro, cada vez más maravilloso, de un Cernuda, y la severa gracia andaluza de un Rejano, del todo poeta del destierro».
Pero no fue ésta la única investigación fundamental de Francisco Giner de los Ríos sobre la literatura expulsada. En 1950 preparó otra antología que se incluiría en la obra Literatura mexicana. Siglo XX, editada por la antigua Librería Robredo, y que sirve como estupenda guía bibliográfica donde aparecen por primera vez poetas hijos del exilio como Manuel Durán o Tomás Segovia. La antología resume la gran tragedia de los escritores desterrados:¿dónde estaban? ¿aquí o allá? ¿debían incluirse en la literatura mexicana o en la española? Lo terrible es que a estas alturas muchos de ellos no han sido incorporados con naturalidad a los manuales de la literatura española del siglo XX. Es la terrible frase de Francisco Ayala: «¿Para quién escribimos nosotros?».
Sin embargo, Francisco Giner de los Ríos no fue uno de esos exiliados obsesionados con mirar atrás, condenados a convertirse en amargas estatuas de sal. Él fue uno de los que incorporó el mundo mexicano a su poesía como demostró en Los laureles de Oaxaca, publicado en 1948, que forma parte de la generosa mirada de los transterrados como ocurre con Cornucopia de México, de Moreno Villa; La esfinge mestiza, de Rejano, o Variaciones sobre tema mexicano, de Cernuda.
Y, sin duda, otro episodio fundamental del mejor Giner de los Ríos del exilio es su participación en el rescate de la mítica revista malagueña Litoral en México junto a Moreno Villa, Prados, Altolaguirre y Rejano. Este Litoral de ultramar se editaba en el domicilio social del Fondo de Cultura Económica –en Pánuco, 63–. Desgraciadamente, sólo salieron a la luz mexicana tres entregas. El último apareció en agosto de 1944 y estaba dedicado al crítico Enrique Díez-Canedo, suego de Giner de los Ríos.
“ESA ESPAÑA QUE TRAJIMOS DENTRO”
En el Ateneo Español de México, en el número 26 de la calle de Morelos, había un retrato de Antonio Machado. Aquel retrato se había convertido en el singular altar sagrado de los escritores del exilio. Alguno había que hasta se santiguaba ante el santón lírico de aquella patria desgajada. Antonio Machado era el símbolo, el mártir de los desterrados. Francisco Giner de los Ríos lo sabía. Por eso, siempre dedicaba una mirada especial al retrato del viejo maestro, muerto en el lejano Colliure.
Francisco Giner de los Ríos tenía en el Ateneo Español de México una segunda casa, ya que él había sido uno de los fundadores de aquella institución fundamental.
En la vida de Giner de los Ríos hay muchos momentos dedicados a los amigos desaparecidos. En el poema Llanto con Emilio Prados, aparecen entrelazados como en un triste cortejo todos los que iban habitando las tumbas del Panteón Español del cementerio de México D.F. y otros que yacían en fosas más lejanas:«Querría que sintieses este llanto contigo/ y supieras ahora que no creo en tu muerte/ porque vives conmigo/ y entre lo nuestro todo se me enreda,/ y vienes a lo hondo/ con Pepe por su tierra y su cielo de México,/ y con Manolo –y Federico antes–/ desde esa España que trajimos adentro,/ pero que está tan lejos de las manos/ y tan cerca del ansia, de nuestro afán eterno».
Uno de los amigos de muerte temprana fue Federico García Lorca. En las memorias de Isabel, la hermana pequeña del poeta granadino, se evoca un pasaje sucedido en Nueva York en el año 1940. Isabel García Lorca, acompañada por Francisco Giner de los Ríos, visita a Jorge Guillén. Todos recuerdan al gran ausente y terminan llorando en la ciudad que había removido las tripas de Lorca:«Fue un encuentro tristísimo. Yo no me pude contener al verlo. Me eché a llorar, él también, y sólo repetía una frase terrible:‘El consuelo, nunca’».
La amistad fue algo fundamental en la vida de Francisco Giner de los Ríos. Otro encuentro se produce en Nerja, la población malagueña que tanto amaba y en la que finalmente murió. En Nerja pasó muchos veranos de su vida. En la distancia, España era esa Nerja de salitre y sol. Una tarde de primavera, en el Huerto del Rubico, se encontrará con su buen amigo mexicano Octavio Paz. Sufría entonces del otro mal del desterrado que logra volver:el mal que Benedetti llamó el desexilio o la contranostalgia de lo que también dejó en aquel México, ahora tan lejano, en el otro lado de Nerja.



