Un «honrado carpintero» de ideas anarquistas
En julio de 1909 Francisco Menacho Domínguez, el activo portavoz de la comunidad de librepensadores de Prado del Rey, defendía en un artículo publicado en el semanario Las Dominicales la opinión de que los niños no debían ser bautizados. Uno de sus argumentos era que el hecho de bautizarlos restaba fuerza a los padres y como ejemplo citaba lo ocurrido en aquella localidad de la sierra de Cádiz, donde un “honrado carpintero” que profesaba ideas anarquistas quiso dar sepultura civil a su hijo, pero se presentaron el párroco y el alcalde y, alegando que el difunto estaba bautizado, obligaron a enterrarlo por el rito católico.[1] El texto omite el nombre de aquel carpintero anarquista, pero no hay duda de que se trata de Francisco Gutiérrez Oñate, a quien familiarmente llamaban Frasquito y que algunas décadas después también sería conocido como el Abuelo y el Místico. Así lo retrató José Chacón, que lo conoció en su juventud:
“Físicamente era de talla algo menor que mediana y de complexión más bien débil, aunque de buena salud; hombre sencillo, pacífico y moderado; de trato afable y comprensivo; muy firme en sus convicciones, que sabía exponer sin acaloramientos, pero con energía si era necesario; nunca agresivo y siempre respetuoso con su oponente o contertulio, por lo cual era respetado y atendido por todos los estamentos de la sociedad, incluso por los más encastillados y acérrimos oponentes. Era, según se creía y así lo creyeron los intelectuales foráneos que con él se relacionaron y las personas de buen saber y entender que lo trataron, un filósofo nato, un apóstol de la tolerancia, el entendimiento y la buena armonía entre los hombres.”[2]
Nació en Prado del Rey el 19 de mayo de 1878. No se conservan padrones de la población de finales del siglo XIX ni de las dos primeras décadas del XX, pero en el de 1935 lo encontramos domiciliado en el número 13 de la calle José Nakens (antes Duque de Almodóvar), donde consta como año de nacimiento 1877 y se indica que era viudo. En el mismo domicilio también aparecen empadronados cuatro hijos con sus respectivas parejas y ocho nietos. Los hijos eran Francisco Gutiérrez Hinojo, a quien todos llamaban Paco (nacido el 25 de agosto de 1900), Consuelo (n. 24 de junio de 1902), Servando (n. 12 de abril de 1906) y Diógenes (n. 1910).[3] También tuvo otro hijo, Manuel, que falleció adulto en 1926. Paco y Diógenes siguieron la profesión del padre.
A Frasquito lo encontramos durante la segunda década del siglo XX al frente de los grupos libertarios de Prado del Rey. En 1912 creó el que, tomando prestado el lema de la novela de Alejandro Dumas, se llamó Todos para Uno y Uno para Todos. Su finalidad era “difundir entre los proletarios, por medio del libro y del periódico, el ideal anarquista”.[4] Debió de tener una corta vida, porque al cabo de tres años apareció otro llamado Los Cosmopolitas, que también pretendía difundir el ideal anarquista a través de la propaganda oral y escrita. Constituido este en la coyuntura de la Gran Guerra, Frasquito lo dio a conocer lanzando un mensaje antibelicista que contraponía el progreso y la cultura a la destrucción y a la guerra.[5] En 1915 lo encontramos también como delegado de Prado del Rey en el congreso comarcal de la Federación Nacional de Obreros Agricultores, celebrado en Bornos,[6] y dos años después lo encontramos como presidente de la sociedad El Derecho a la Vida, una organización obrera en cuya sede se celebró, el 21 de febrero de 1917, un mitin sobre “anarquía filosófica”, en el que tomaron la palabra varios oradores. Según la nota que publicó El Noticiero de la Sierra, Francisco Gutiérrez intervino con “frases elevadas de moral, aunque enérgicas y viriles”, diciendo que “ellos no trataban en destruir nada, en maldecir ni anatemizar a nadie, sino defender en consonancia con sus ideales una causa común humanitaria sin distinción de razas, religiones, posiciones y dogmas, que sea el bien en general”.[7]
No sé cuándo ni a raíz de qué se produjo el cambio, pero Frasquito evolucionó del anarquismo al socialismo y cuando profesó la segunda ideología continuó propagándola tan activamente como había hecho antes con la anarquista. Sabemos que en marzo de 1923 intervino en un mitin de propaganda socialista en el que también tomaron la palabra Antonio Roma Rubíes y los oradores locales Manuel Mateo del Valle y José Poley Tamayo.[8] Un último paso lo llevaría al republicanismo reformista. Es posible que durante la monarquía tuviese algún contacto con el radicalismo lerrouxista, pero la organización en cuya órbita se situó durante la República fue el Partido Republicano Radical Socialista (PRRS), que se refundó en 1934 como Izquierda Republicana (IR). Los únicos dirigentes políticos gaditanos con los que decía mantener relación en 1934 eran Manuel Muñoz Martínez y Francisco Aguado de Miguel, ambos de IR.[9] Y según la ficha con sus datos personales que se rellenó al terminar la Guerra Civil, las dos organizaciones a las que pertenecía eran UGT e Izquierda Republicana.[10] Esta evolución, sumada a la compatibilidad de la doble militancia en el partido republicano y en el sindicato socialista, más la incapacidad de algunos derechistas del pueblo para distinguir matices entre las diferentes ideologías y organizaciones de izquierdas –todos los gatos parecían pardos– es lo que hizo que unos lo tachasen de comunista, otros de anarco-comunista y que incluso alguno pudiera decir que “tenía ideas unas veces comunistas, otras anarquistas, ya que ni él mismo sabía lo que era”.[11]
El infatigable apóstol de la cultura
Frasquito “se sumó con gran entusiasmo a la lucha por las reivindicaciones de los trabajadores”, pero fue en el terreno cultural donde se mostró incansable.[12] Ambas facetas, militante obrero y apóstol de la cultura, eran inseparables. Su gran obra en el terreno de la promoción cultural fue la creación de una biblioteca pública. El proyecto nació por iniciativa de la comunidad de emigrantes de Prado del Rey en Buenos Aires, que desde 1916 recibía periódicamente noticias de su pueblo natal a través de El Noticiero de la Sierra. Encabezados por el joven dependiente de farmacia Juan Martín Gutiérrez, los emigrantes crearon el Centro Hijos de Prado del Rey Residentes en la República Argentina, que posteriormente, a raíz de la integración en el mismo de algunos emigrantes oriundos de otros municipios de la comarca, cambiaría su denominación por Centro Cultural de la Provincia de Cádiz. Su finalidad era contribuir al desarrollo cultural de Prado del Rey y uno de los medios para lograrlo era la creación de una “biblioteca popular”. Las primeras cien pesetas para su puesta en marcha llegaron al pueblo a mediados de 1917 con el emigrante retornado Fernando Reguera Rodríguez y el 29 de noviembre se celebró la primera reunión de su junta organizadora o junta provisional. La integraban el médico Rafael Morilla Alonso en funciones de presidente, Miguel González de Quevedo como secretario y los vocales Hilario Gutiérrez García, José Fabero Fernández, Sebastián Jiménez Heredia y Francisco Gutiérrez Oñate.[13] En esa primera asamblea se acordó hacer un llamamiento a los pradenses que residían en otras provincias y en el extranjero para que colaborasen mediante aportaciones de libros o en metálico y los vocales Francisco Gutiérrez e Hilario Gutiérrez García, que también era carpintero, se ofrecieron para fabricar las estanterías.
La creación de la biblioteca no fue un proceso tan rápido ni tan fácil como creyeron quienes idearon el proyecto en Buenos Aires. Se inauguró en mayo de 1918, pero uno de los miembros del centro argentino decía que la actuación de la junta organizadora, al menos de su presidente, había sido un desastre y que fue gracias a Gutiérrez Oñate por lo que el proyecto continuó adelante:
“De su actuación [de la junta organizadora] tanto provisional como efectiva más vale no hablar, corramos un velo; únicamente puedo manifestar que del presidente de dicha Junta ni siquiera unas líneas tuvimos el gusto de recibir, pero pecaría de injusto al juzgarlos a todos por igual, pues también es cierto que de no haber mediado la buena voluntad del Sr. Gutiérrez, y otros más, la Biblioteca durante ese lapso de tiempo hubiera sucumbido por inacción; fueron las correspondencias del amigo antes citado las que nos estimulaban a seguir en la ruta iniciada; por causas que ignoramos salieron sucesivamente de esa Junta parte de sus elementos que nada hacían (pero que menos servían) y quedaron los que en realidad sintieron la obra; poniéndose al frente los hombres sinceros amantes de la cultura, y que gracias a ellos, hoy podemos vanagloriarnos de nuestra labor.”[14]
De todos los socios que formaron parte de la institución, frasquito fue el único que permanentemente, durante sus dos décadas de existencia, fue miembro de la junta directiva de La Cultura, desde la comisión organizadora hasta su desaparición en 1936. Fue el primer bibliotecario del que se tiene constancia, entre 1919 y 1921, y ocupó el puesto de presidente en dos periodos, durante el segundo semestre de 1921 y primero de 1922 y desde mediados de 1923 hasta finales de 1928. No se conservan las actas de la junta directiva correspondientes a 1929-1936, pero probablemente continuó presidiendo la asociación durante todo ese periodo, pues aparece como presidente en documentos de 1932-1934 y 1936. Entre otras comisiones, formó parte de las designadas para la legalización del reglamento de la asociación en 1921 y para la redacción de reglamento interno en 1922.[15] También fueron miembros de la directiva dos de sus hijos. Paco fue nombrado bibliotecario segundo en agosto de 1921, en la misma asamblea en la que su padre fue elegido presidente por primera vez, y fue sustituido por Manuel cuando pocos meses después tuvo que marcharse del pueblo para hacer el servicio militar.[16] Posteriormente Paco fue vicesecretario desde abril de 1926 hasta, al menos, 1928.
La Cultura llegó a reunir un fondo bibliográfico de cerca de dos mil libros y revistas. En julio de 1936 la sección de obras literarias del catálogo, que incluía todas las publicaciones, excepto las obras de teatro, comprendía 1.829 títulos, de los que el 89% entró entre 1918 y 1925. En un recuento y clasificación que se hizo a finales de 1922 consta que la biblioteca estaba formada entonces por 1.096 volúmenes: 451 de literatura, 115 de ciencias, 123 de sociología, 95 de teología, 75 de historia y 7 diccionarios con un total de 22 tomos; además tenía 65 obras teatrales, 47 zarzuelas y operetas y 13 tomos encuadernados de revistas argentinas.[17] A partir de 1925 hubo un progresivo descenso en el ritmo de ingresos, que tuvo sus cotas más bajas en los años 1929 y 1930, en los que solo se registró la entrada de diecisiete volúmenes. Durante el quinquenio republicano entraron 196, de los que más de la mitad fueron donados por la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros para Bibliotecas Públicas, dependiente del Ministerio de Instrucción Pública. Pero la mayor parte del fondo bibliográfico no procedía de donaciones de instituciones, sino de los propios socios de La Cultura. En el inventario de bienes de asociación se indica la procedencia de cada libro y entre las donadas por Francisco Gutiérrez encontramos obras literarias como El Quijote, de Cervantes; Guerra a la guerra, de Ramón Campoamor; El conde de Baselga, de Blasco Ibáñez; el ensayo La riqueza de las naciones, de Adam Smith; La aritmética del obrero, del anarquista grazalemeño José Sánchez Rosa; y también participó –con otros ocho socios– en la donación de un lote de quinientos volúmenes de la Colección Universal Calpe.[18]
La Cultura era una asociación plenamente consolidada y vivía uno de sus momentos de mayor esplendor a principios de la década de los veinte. En 1922 contaba con 230 socios[19] y se había embarcado en la empresa de adquirir un amplio y céntrico local social que, además de alojar la biblioteca, acogía todo tipo de actividades culturales y recreativas. Periódicamente se celebraban veladas literarias, conferencias, actuaciones teatrales y bailes de sociedad. Instituyó el Día del Libro, que se celebraba anualmente el 12 de mayo, por ser el aniversario de la inauguración de la biblioteca, y destinaba anualmente cien pesetas para premiar a los alumnos más aplicados de las escuelas del pueblo. La labor de difusión cultural no se circunscribió solo a Prado del Rey. El Centro Cultural de Cádiz de la República Argentina también impulsó la creación de una biblioteca en Ubrique para que acogiese no solo a los vecinos de esta localidad, en la que tuvo su sede, sino también a los de Benaocaz, Villaluenga del Rosario y Grazalema. La iniciativa arraigó gracias al ejemplo de lo hecho en Prado del Rey y, según el presidente de la biblioteca ubriqueña, el médico Manuel Herrero Arenas, fue el “infatigable luchador” Francisco Gutiérrez quien les llevó la idea de crearla.[20] También se intentó impulsar la creación de una biblioteca en Algar y con ese propósito se invitó a una comisión de vecinos de este pueblo a la velada que se celebró en noviembre de 1922 en el local de La Cultura.[21] La cooperación cultural se extendió más allá del límite provincial y en 1923 se donaron ocho libros a la Sociedad El Liceo de Pruna (Sevilla).[22]
Frasquito fue miembro de la comisión redactora del Boletín que se editó a partir de abril de 1922 con carácter de órgano o publicación oficial de las bibliotecas de Prado del Rey y Ubrique y en el que también tuvo una sección el Centro Cultural de la Provincia de Cádiz de Argentina. Con él formaron parte del primer equipo de redacción Juan Martín Gutiérrez, que había regresado de Argentina en 1921, y el impresor Juan Antonio Roldán Romero, que durante varios años fue conserje de la biblioteca. Desde marzo de 1923 Frasquito fue, además, miembro de la comisión administradora del Boletín.[23] En las páginas de la publicación tuvo cabida todo tipo de trabajos: notas administrativas sobre acuerdos de la junta directiva, elecciones, altas y bajas de socios, estado de las cuentas, movimiento de libros, correspondencia, crónicas de las veladas artísticas y literarias, textos de las conferencias que se pronunciaron en el centro, artículos de opinión, colaboraciones literarias, noticias y ecos de sociedad. Hasta finales de 1924 se editaron dieciocho números y volvió a aparecer con periodicidad mensual y carácter de órgano solo de la Sociedad La Cultura en 1927. El administrador del Boletín durante esta segunda época, de la que solo conozco el número 4, correspondiente a octubre de 1927, fue Manuel González de Quevedo y Copete –otro de los emigrantes que retornaron de América–, pero Frasquito volvió a formar parte de la comisión redactora.[24]
Uno de los proyectos más ambiciosos en los que se embarcó La Cultura fue la adquisición de un local propio para su sede social. Entre 1919 y mediados de 1921 tuvo cuatro sedes alquiladas, pero en mayo de ese año la junta directiva puso la vista en una casa amplia y situada en el centro del pueblo (calle Duque de Almodóvar del Río, nº 44). Frasquito, que entonces era bibliotecario de la asociación, formó parte de las comisiones designadas para gestionar la compra del edificio y, por su profesión de carpintero, para redactar el proyecto de reforma.[25] La operación de adquisición del local exigió un gran esfuerzo económico, pues la asociación tuvo que desembolsar 2.450 pesetas por los derechos del arrendatario y 5.000 por la compra-venta, sin contar el importe de las reformas necesarias para acondicionar el local. El pago al vendedor no se completó hasta 1928, pero La Cultura dispuso del local desde finales de 1921 y se inauguró públicamente como sede social el 29 de enero de 1922. Frasquito era entonces su presidente y formó parte de la comisión organizadora de los festejos para la inauguración.[26] La nueva y definitiva sede social era un edificio de dos plantas. En la baja se ubicaron la biblioteca, la secretaría y la vivienda del conserje. La alta era un amplio salón con escenario, telón, palcos y piano. En él se estableció un bar y era el espacio donde se celebraban las veladas artísticas y literarias, bailes y demás actividades recreativas, pero la sociedad no lo gestionaba directamente. Desde que ocupó el edificio en 1921, la junta directiva creyó preferible conceder su explotación a un arrendatario y el propio Frasquito lo regentó –en comunidad con Eugenio Poley y el conserje Juan Roldán– entre finales de 1923 y principios de 1925. Como el salón de la planta alta se quedaba pequeño para algunas actividades, se amplió alquilando un local anexo de propiedad municipal que antiguamente fue panera del pósito público.[27]
La Cultura y la política
La Cultura era una organización independiente de la política. El artículo 5º de su reglamento disponía que podían pertenecer a ella “todos los individuos de ambos sexos amantes de la cultura y la moral, de cualquier tendencia política, filosófica, religiosa o social, pues en conjunto esta Sociedad carece de ideales determinados”. Ya se ha indicado cuál fue la trayectoria de Frasquito, pero entre los socios hubo gente de todo tipo. En el acto de inauguración de la sede social, en enero de 1922, Manuel Herrero, el presidente de la biblioteca de Ubrique, elogió a Frasquito porque “con preclara inteligencia ha[bía] sabido reunir en este centro, a hombres de diferente ideología para coadyuvar a tan hermosa obra de cultura en este pueblo”.[28]
Aunque la asociación aglutinó a toda clase de vecinos interesados en el progreso cultural de Prado del Rey, el alcalde del municipio, el conservador José Romero Molero, la vio desde sus comienzos con recelo y prefirió mantenerse al margen de ella. Una actitud que provocó el malestar de la comunidad de emigrantes de Prado del Rey en Argentina, que no entendían cómo las autoridades locales no hacían nada por fomentar la biblioteca –“tratándose de un establecimiento que honra al pueblo y lo embellece”– mientras ellos, que estaban lejos, se sacrificaban para reunir los fondos que permitieron crearla.[29] La indiferencia se convirtió en abierta hostilidad cuando Romero Molero se incautó en 1921 del instrumental de la modesta banda de música que había organizado la asociación, costeado con donativos y con el producto de una rifa. Ni José Romero ni José Mena Chacón, que lo sucedió en el cargo a principios de 1923, accedieron a las demandas de devolución y ese desencuentro pudo ser una razón de peso para que La Cultura recibiese con los brazos abiertos –desde las páginas del Boletín– el regeneracionismo que pregonaba la dictadura de Primo de Rivera.
El delegado gubernativo que inspeccionó Prado del Rey a finales de 1923, el capitán de la Guardia Civil Enrique Reula Gómez, quedó gratamente sorprendido cuando visitó la biblioteca y encomendó al nuevo alcalde, José Oñate, “que siempre coadyuvara, como primera autoridad, a esta obra de cultura, velando en todo momento por su desarrollo y procurando prestarle en unión de los demás compañeros del municipio todo el calor que merece este centro por el fin noble que persigue”.[30] La percepción de la importante labor cultural que desarrollaba la asociación pudo ser el motivo por el que Frasquito fue designado concejal pocos meses después. Presentó la dimisión en 1926, pero no fue aceptada, y asistió regularmente a los plenos que celebró la corporación municipal mientras fue concejal, faltando solo a cuatro de los treinta y cuatro que se celebraron desde su nombramiento en marzo de 1924 hasta abril de 1928. Las actas solo recogen una intervención suya, en la primera sesión que se celebró tras la toma de posesión, referente a la devolución de los instrumentos de la banda.[31]
Las relaciones entre el Ayuntamiento y la asociación cultural dieron un giro sustancial cuando Fernando Reguera Rodríguez, uno de los socios protectores de La Cultura, accedió a la Alcaldía a finales de 1924. Él fue quien devolvió los instrumentos musicales y es significativo que durante los cinco meses que estuvo al frente del gobierno municipal ingresasen setenta nuevos socios. Pero el buen entendimiento entre la asociación y ciertos políticos de la dictadura no hizo de La Cultura una organización conservadora. Frasquito no era, ni mucho menos, el único socio con ideología de izquierdas. Eso quedó patente cuando se celebraron las elecciones municipales del 12 de abril de 1931. Prado del Rey fue uno de los pocos municipios de la sierra de Cádiz en donde triunfó la candidatura de la Conjunción republicano-socialista y la mayor parte de los concejales antidinásticos, si no todos, estaban vinculados a La Cultura. Entre ellos, el socialista Manuel González de Quevedo y Copete, el primer alcalde de la República, que había sido administrador del Boletín y formó parte de la junta directiva en 1927 y 1928. El desembarco en la corporación municipal de aquellos hombres ligados a La Cultura permitió que las relaciones entre ambas instituciones fuesen fluidas, como antes había ocurrido durante el mandato de Fernando Reguera. En abril o mayo de 1931, recién proclamado el nuevo régimen y siendo alcalde González de Quevedo, firmaron un contrato de arrendamiento de la ex panera del pósito que permitiría a La Cultura disfrutar del local durante veinte años y no descarto que también recibiese alguna subvención, pues durante el mes de junio se inscribió en su inventario de bienes nuevo mobiliario por valor de 1056 pesetas.[32]
¿Qué papel tuvo Frasquito en la política local durante la República? José Mena Chacón, que se presentó como candidato monárquico a las elecciones municipales de 1931, aseguraba que fue él quien las “dirigió” para que triunfasen las izquierdas.[33] Y en diciembre de 1932 lo encontramos como fundador y presidente de la Casa del Pueblo, una entidad política y de mejoramiento de carácter federativo que pretendía aglutinar a todas las organizaciones obreras de Prado del Rey. Según un artículo publicado en La Voz Radical, la planta alta del edificio de La Cultura se había convertido en sede de hasta nueve organizaciones sindicales, políticas y sociales; cada una de ellas tenía su propia junta directiva, pero por encima de todas estaba el presidente de la Casa del Pueblo: “es el poder supremo, con el cual se reúnen o consultan todos los presidentes de las entidades expresadas, orientando la marcha de cada una de ellas”.[34] Incluso se llegó a decir que era él quien “dirigía privadamente la organización y funcionamiento de la corporación municipal en su aspecto político, como igualmente todas las cuestiones sociales, por medio de los jefes, presidentes o representantes efectivos de las organizaciones respectivas”.[35]
La situación social y política de Prado del Rey era entonces extremadamente tensa. El gran problema del paro, agudizado por la inoperancia de las reformas republicano-socialistas, provocó la radicalización de un sector de las izquierdas y un clima de gran crispación. A finales de 1932 hubo una oleada de atentados contra la propiedad que, según el juez municipal, Ildefonso Rodríguez Mena, no era obra de delincuentes comunes, sino que respondía a una estrategia o plan de acción aprobado por la Casa del Pueblo. Aseguraba que fue en una asamblea celebrada el 23 de noviembre, en la que intervinieron Frasquito, el alcalde en funciones, Hilario Gutiérrez García (PRRS), y el concejal José Fabero Fernández (socialista), donde se tomó el acuerdo de que diariamente saliesen comisiones de obreros para reclamar cosechas y ganados a los rancheros y que, en caso de encontrar resistencia, al día siguiente volviese una comisión más numerosa para exigirlo de nuevo, y así por tiempo indefinido hasta que los rancheros, unos por estar arruinados y otros por miedo, abandonasen los campos. Un discurso muy similar, si no el mismo, al que el artículo antes citado de La Voz Radical situaba el 23 de diciembre:
“Empieza a hablar el presidente de la Casa del Pueblo, donde radica toda la organización social de esta villa. Este señor, parece que quiere demostrar a los trabajadores que él es su redentor. Se expresa mejor, pero a medida que habla va excitando a las masas a que se lancen al campo con armas, hasta llevar al fuero interno de todos la intranquilidad. Más acostumbrado que los demás oradores –decía– ahora es la nuestra. No hay que desmayar; hay que hacer lo posible para que los pequeños colonos y propietarios abandonen el campo; si en las comisiones no tenéis bastante con diez que vayan veinte, porque todo es vuestro. Yo soy anarquista y ha llegado el momento de que por la violencia podamos conseguir nuestra redención. En términos también como de un nuevo Cristo, hace un llamamiento hacia él. Entre otras cosas, ofrece su humilde colaboración a todos los proletarios que allí nos encontramos. La ignorancia acoge este discurso con acentos de afirmación.”[36]
Real o ficticio, ese discurso nos viene a mostrar que Frasquito era la gran bestia negra de la derecha de Prado del Rey. No era un hombre de acción, pero lo veían como el ideólogo y promotor de cuantos desórdenes ocurrían entonces en el pueblo. Quien sí fue señalado como presunto autor de una de esas acciones violentas fue su hijo Diógenes, a quien la Guardia Civil detuvo el 25 de noviembre, junto a otro pradense, para interrogarlo sobre un atraco. Los dos hombres fueron presuntamente maltratados por los guardias y la jornada acabó con una manifestación exigiendo la liberación de los detenidos ante el domicilio del juez municipal, la casa apedreada y el juez disparando con una escopeta desde la azotea para amedrentar a la multitud. El juez, que terminaría convirtiéndose en un encarnizado enemigo de Frasquito, describió así la visita que hizo a su hijo en cárcel municipal:
“Más tarde, al siguiente día 28, el Gutiérrez Oñate dando prueba de su perversidad de sentimientos, se hizo acompañar de todos sus familiares, hijos, hijos políticos, hijas, hijas políticas, hasta el último de sus nietos, y con toda ostentación fue a la cárcel donde dio el almuerzo a su hijo Diógenes, como premio de aprobación paternal por su actuación como pistolero atracador.”[37]
Los conflictos de aquel periodo condujeron al encarcelamiento y procesamiento de los concejales José Fabero e Hilario Gutiérrez. Las sucesivas intervenciones de los gobernadores civiles, nombrando y destituyendo concejales interinos, permitieron la entrada en la corporación municipal de un grupo de monárquicos liderados por José Mena Chacón, oportunamente convertido al republicanismo lerrouxista tras el advenimiento de la República. En Prado del Rey, como en tantos otros lugares, el Partido Radical se había convertido en el refugio de los caciques y de los más encarnizados enemigos del reformismo republicano-socialista. Los resultados de las elecciones legislativas de noviembre de 1933 dejaron bien claro que el electorado de Prado del Rey era mayoritariamente de izquierdas,[38] pero la entrada de los radicales en el Gobierno afianzó la posición de José Mena en la corporación municipal y él era el alcalde cuando se produjo la Revolución de Octubre de 1934.
El revolucionario
Prado del Rey fue el único municipio de la provincia de Cádiz donde la huelga revolucionaria tuvo carácter de insurrección. Unos cuarenta hombres armados se apoderaron de las calles del pueblo la noche del 7 al 8 de octubre. Saquearon la iglesia, quemando las imágenes y enseres del culto, y también incendiaron los archivos parroquial, municipal y del juzgado. Pero la revuelta no duró ni doce horas. Por la mañana fue rápidamente sofocada por los guardias civiles llegados de Villamartín, Ubrique y otros puntos de la provincia. La justicia militar abrió un sumario por rebelión militar y hubo cerca de un centenar de detenidos y cuarenta y cinco procesados. Entre ellos, Frasquito Gutiérrez y sus tres hijos varones.
Los tres primeros detenidos fueron Frasquito Gutiérrez, el presidente de la Sociedad de Oficios Varios, Andrés Pichaco Blanco, y el concejal socialista José Fabero, a quienes el alcalde señaló como integrantes del comité revolucionario. El atestado de la Guardia Civil indica que los encontraron “escondidos en la casa ayuntamiento”[39] y en una declaración tomada ese mismo día por el teniente Adolfo Luque Chicote consta que Frasquito admitió que eran ellos tres quienes formaban el comité y que el movimiento se estaba preparando desde unos dos meses antes con ayuda del secretario del Ayuntamiento de El Bosque, Santiago Pérez y Fernández de Castro. La última vez que se entrevistaron con él fue la tarde del día 6 en el Círculo de Trabajadores, un local recreativo en el que también estaba la sede de Izquierda Republicana:
“el declarante y el tal Fabero y el tal Pichaco, penetraron con el Santiago en el interior del casino manteniendo un cambio de impresiones sobre el movimiento revolucionario que se vivía ya en la Nación, sobre el movimiento local preparado de común acuerdo y sobre el momento oportuno de hacerlo estallar, advirtiéndoles el susodicho Santiago la conveniencia de esperar a que el movimiento revolucionario Nacional llegara a su periodo álgido. Que no obstante el que él estima acertado consejo, la impaciencia de el declarante y de los dos compañeros de comité revolucionario era tal que, en la noche del día siete, exaltados por las noticias que llegaban de Barcelona y aprovechando la para ellos feliz circunstancia de la marcha de toda la fuerza del puesto de la Guardia Civil, hicieron estallar el movimiento.”[40]
También admitió haberse hecho cargo del revólver de un guardia municipal y haber ordenado el derribo de las campanas de la parroquia la mañana del 8. Todo eso lo ratificó el día 9 en una segunda declaración ante el juez instructor militar, Jenaro Lucas Pomares, en la que añadió que el fin que perseguía la revuelta era la implantación de la República Federal, que no se estaba de acuerdo con otros pueblos, que eran unos treinta o cuarenta hombres los que estaban implicados en el movimiento y que las armas se las procuró cada uno como pudo.[41]
Decenas de declaraciones de testigos –la gente de derechas del pueblo– y de los propios detenidos hacían referencia a su actuación durante revuelta. El guardia municipal Ángel Pérez López dijo que fue él quien se apoderó de un revólver que le arrebataron los rebeldes.[42] Le atribuían la expresión de que “como se implantaba un régimen nuevo, se quemaría todo lo viejo”. El boticario y ex juez municipal Ildefonso Rodíguez Mena declaró que lo oyó dando vivas al comunismo libertario y a la revolución social, incitando a los revoltosos para que quemasen la iglesia e incluso vociferando: “¡Ahora vamos a casa del boticario y después a casa del alcalde y les tiramos a la cabeza!”. También puso en su boca las frases: “¿No dice el Gobierno que cuenta con el Ejército, la Guardia Civil y los Carabineros? ¡A ver dónde están! ¡Que vengan esos hijos de la gran puta si es que tiene cojones!”[43] El párroco, Ramón Aguilar Galindo, que había estado toda noche oculto en una casa próxima a la parroquia, aseguraba que desde su refugio pudo verlo blandiendo una pistola y gritando mientras la turba asaltaba el templo: “Si el cura asoma la cabeza, fuego a él”.[44] El alcalde, por su parte, decía que lo oyó vociferar desgañitado a los indecisos que no se sumaron a la revuelta: “¡Bajar para abajo, obreros cobardes! ¿Me abandonáis a la hora del triunfo? ¡Viva la revolución social!”[45] En otras declaraciones se indicaba que Frasquito fue uno de los que, temiendo del fracaso de la revolución, destruyeron esa misma noche la documentación de la Sociedad de Oficios Varios que se custodiaba en el café La Debacle.[46] Menos agresivas fueron las de otros vecinos, como Francisco Cózar o el maestro nacional Antonio Fernández Serrano. Según el primero, Frasquito aconsejó a los grupos armados que hacían servicio de guardia en las entradas del pueblo “que no hubiera sangre, a menos que fuera preciso para defender la vida de uno”[47]. El maestro, que cuando amaneció se dio una vuelta por la Plaza de la República para enterarse de lo que estaba pasando, dijo que lo mandaron llamar al Círculo de Trabajadores, donde Frasquito le dijo: “Oiga usted, señor Serrano, abra usted la clase y dela usted como de ordinario, que nada tiene que ver una cosa con la otra”.[48]
Pero Frasquito ofreció una visión diametralmente opuesta de la que dibujaron sus primeras declaraciones y los testigos cuando el 16 de octubre, habiendo sido ya declarado procesado y preso, el juez instructor le tomó la llamada declaración indagatoria. Se negó a ratificar las anteriores, diciendo que la hecha ante la Guarida Civil “le fue arrancada con malos tratos” y que segunda, ante el militar, estuvo condicionada “por temor de que al quedar solo se reprodujeran los golpes”. Según esta nueva versión, lo único que hicieron Pichaco, Fabero y él fue tratar de controlar a los grupos armados que tomaron las calles con actitud levantisca. Dijo que al ver el tumulto “les aconsejó desde el primer momento que no se cometieran excesos contra la propiedad ni contra las personas”.[49] El relato pormenorizado de los malos tratos lo ofreció cuatro meses después, el 25 de febrero de 1935, en la comparecencia para la lectura de cargos:
“Que rectifica las declaraciones anteriores prestadas ante la Guardia Civil porque dice haber estado por espacio de treinta horas recibiendo golpes con el fusil, con la mano, con un palo, con una verga de cáñamo torcida, diciéndole el teniente Luque, de Ubrique, ‘hijo de la gran puta, cabrón’. Igualmente pegaron a sus dos hijos Servando y Francisco hasta que tuvieron que decir que sí: Que era efectivamente un hijo de la gran puta y cabrón. Que amarrados a unas bancas, el cabo Gutiérrez de la Guardia Civil del Bosque, el cabo Leal de Prado del Rey y el cabo Gaspar de Puerto Serrano, cada cinco o seis minutos le pasaba[n] revista dándole bofetadas, palos con el fusil y pinchazos con la punta del fusil; todo esto delante de sus hijos, y a sus hijos igualmente delante de él”.[50]
No fue un caso aislado. Hubo más procesados –Fabero y Pichaco, entre otros– que en la declaración indagatoria y en la lectura de cargos denunciaron haber sido maltratados por la Guardia Civil. Diecinueve de los detenidos enviados a la Prisión Provincial de Cádiz solicitaron un reconocimiento médico el 10 de octubre, pero lo que indican los certificados de muchos de ellos era simplemente que no se les apreciaba enfermedad alguna y, en otros casos, que presentaban lesiones de poca gravedad. Es difícil creer que las únicas secuelas de la sesión de treinta horas de tortura que denunció Frasquito fuesen una “contusión en la cara externa del brazo izquierdo y erosiones en la cara interna del muslo derecho, de carácter leve”.[51] No niego que fuese maltratado, pero es posible que exagerase los hechos y, lo mismo que él, también los demás procesados en cuyas declaraciones constaban confesiones que podían ser utilizados contra ellos mismos o contra otros compañeros.
La estrategia de la defensa pasaba, además de por la negación de los hechos concretos que se imputaban a cada uno de los procesados, por el intento de desvincular la revuelta de Prado del Rey del movimiento revolucionario nacional que tuvo sus grandes focos en Cataluña y Asturias. En ese sentido, Frasquito la presentó en la lectura de cargos como una cuestión de política meramente local: una reacción contra la entrada en el Ayuntamiento de José Mena, a quien acusaba se haber sido “cacique monárquico” durante cuarenta años y de continuar defendiendo la monarquía “con tenacidad” en la actualidad:
“Que el movimiento de Prado del Rey no tiene carácter social de ninguna especie, es meramente de política local, como lo prueba no ir contra el orden estatuido por respetar la alegoría de la República, delante de la cual con sus palabras de fraternidad e igualdad les han dado esos horrorosos castigos a todos los que había allí, que serían de quince a veinte. Que las causas que han motivado este movimiento ha sido el haber ganado las elecciones en aquella población el día doce de abril del año mil novecientos treinta y uno y las sucesivas al cacique monárquico D. José Mena Chacón, que por espacio de cuarenta años ha ejercido ese cacicato […] Eso es lo que ha ocasionado los disturbios del pueblo, defender la República en contra de la Monarquía.”[52]
Frasquito no llegó a ser juzgado. El capitán de Infantería Cipriano Briz González, que en agosto de 1935 fue designado para concluir la tramitación de la Causa 204/34, dio por concluida la instrucción el 12 de enero de 1936, pero no hubo juicio. Todos los procesados fueron amnistiados y liberados tras el triunfo del Frente Popular en las elecciones legislativas de febrero de 1936 y tres de ellos fueron designados miembros de la nueva comisión gestora que se hizo cargo del gobierno municipal.
Huido y condenado por la justicia militar rebelde
Cuando salió de la cárcel en 1936, Frasquito y algunos trabajadores de Prado del Rey crearon una cooperativa de panaderos. Tomaron en arrendamiento el Molino de Enmedio, del término municipal de El Bosque, y diariamente vendían en El Bosque y en Prado del Rey el pan que producían. Ambos pueblos fueron rápidamente controlados por los rebeldes que se sublevaron contra el Gobierno de la República en julio. Durante las jornadas de incertidumbre que siguieron al golpe, Frasquito estuvo en Prado del Rey. La mañana del día 20, mientras el sargento de la Guardia Civil, Gaspar Ramírez Román, viajaba a Villamartín para informarse de la situación, lo vieron salir del Círculo de Trabajadores, rodeado por varios dirigentes de organizaciones de izquierdas y con un rollo de papeles en la mano, cruzando la Plaza de la República hacia la Casa del Pueblo. Por la tarde, el sargento Gaspar y los guardias del puesto declararon el estado de guerra e Hilario Gutiérrez, que era alcalde desde el día 16, entregó el Ayuntamiento sin resistencia. Pocos días después los golpistas depositarían el gobierno municipal en manos de una comisión gestora presidida por Ildefonso Mena Rodríguez, uno de los hijos del viejo cacique monárquico.
Sin saber cómo iba a evolucionar la situación, centenares de hombres y mujeres comenzaron a abandonar el pueblo y a refugiarse en el campo en torno al día 21. José Mena decía que Frasquito reunió a los suyos en la Casa del Pueblo la noche del 23 y que fue allí donde se decidió evacuar el casco urbano;[53] la mañana siguiente ya habían desaparecido doscientas personas y el éxodo continuó durante varios días hasta superar el medio millar. Pero durante la segunda semana de agosto las patrullas de guardias civiles y falangistas comenzaron a batir el término y a detener a gente de izquierdas. La atroz represión que los rebeldes desencadenaron contra sus adversarios políticos e ideológicos se cobró al menos cincuenta y cuatro vidas hasta finales de 1936 e hizo que unos ciento cincuenta hombres y mujeres decidiesen huir hacia la serranía y a la provincia de Málaga. Dieciocho más fueron asesinados tras la conquista de Málaga en febrero de 1937.
El entorno familiar de Frasquito fue duramente castigado: asesinaron a su hijo Servando, a su yerno José Pichaco Blanco (compañero de Cándida Gutiérrez Hinojo) y a sus consuegros, Manuel Beltrán Román (padre de Francisca Beltrán Sánchez, la compañera de Paco) y Juan Gutiérrez Calle (padre de María Gutiérrez Borrego, la mujer de Diógenes). Frasquito, Paco y Diógenes sobrevivieron porque escaparon a tiempo. La huída los condujo a Grazalema, Ronda, Málaga, Almería y Guadix, ciudad esta en la que se concentró un numeroso grupo de pradenses. Mientras ellos estaban refugiados en la “zona roja”, los que quedaron en el pueblo no tuvieron más remedio que adaptarse al nacional-catolicismo que impusieron los rebeldes. Once nietos del anticlerical Gutiérrez Oñate fueron bautizados entre los meses de septiembre y octubre de 1936 y los nombres clásicos grecolatinos que sus padres eligieron para algunos de ellos –Homero, Apolo, Arisba, Telémaco, Mecenas y Epitecto– fueron sustituidos por otros tomados del santoral católico –Francisco, Manuel, Ana, Servando, Francisco y José–.[54]
Frasquito, ya sexagenario, fue recluido en el Campo de Concentración de Caparacena (Granada) cuando terminó la guerra y pasó por los de Padul y Bucor antes de ingresar en la cárcel de Prado del Rey el 19 de agosto de 1939. Como a los demás izquierdistas que regresaban de la “zona roja”, lo aguardaba la justicia militar rebelde, que desde la premisa de la “justicia al revés” juzgaba por rebelión militar a quienes se opusieron el golpe de julio de 1936. Sus adversarios políticos lo responsabilizaron de cuantas alteraciones del orden público hubo en el pueblo desde la proclamación de la República aunque, como reconocía el informe que la Guardia Civil envió al campo de concentración de Caparacena, no se le podía atribuir ninguna acción concreta:
“Era el dirigente de todos cuantos desórdenes se sucedieron en esta villa durante la actuación del Gobierno republicano y Frente Popular, fundador de todas las organizaciones obreras que han existido en la misma, caracterizando a cada una de ellas con un matiz distinto, pero basadas todas ellas en el ideal anarquista, sin figurar ni representar en ninguna de las mismas y sí ordenar a lo que cada una tenía que sujetarse con arreglo a la situación y circunstancias, motivo por el cual no se le puede concretar ni imputar ningún hecho delictivo, aunque verdaderamente me consta que era el verdadero iniciador y promotor de cuantas huelgas, coacciones, atracos, incendios, crímenes, insultos a la Guardia Civil y desórdenes se han sucedido en esta villa con harta frecuencia, cuyos hechos, aunque, como se dice, no aparece directamente responsable de ellos bastaba una simple indicación del individuo objeto del presente escrito, para que fuese obedecida ciegamente por la masa obrera que dirigía. […] En su forma de ser y proceder es engañoso por aparentar siempre una nobleza e inocencia muy lejos de su forma de sentir, por lo que me creo en el deber de advertir que debe ser objeto de continua vigilancia por tener la plena convicción de que, dondequiera que se halle, no ha de desaprovechar la ocasión para sus trabajos de zapa, considerándole un individuo tan peligroso que ha de estar gestionando por cuantos medios estén a su alcance vengarse, en la forma y medida que pueda, de la contrariedad sufrida por no haber triunfado su ideal puramente anarquista.”[55]
El informe del alcalde, Francisco Núñez Copete, resumía su trayectoria remontándose a la fundación de la biblioteca y concluía aseverando lapidariamente:
“En resumen, el ya repetido Francisco Gutiérrez Oñate era en esta población, en tiempos de la República de izquierda y del Frente Popular, la persona en la que se concentraban más o menos veladamente la jefatura y la dirección de la política local y, por tanto, el principal responsable de cuantas persecuciones y vejaciones se han sucedido en este pueblo desde el 14 de abril de 1931 al 20 de julio de 1936.”[56]
Por si no fueran suficientes los informes de las autoridades locales, José Mena Chacón había remitido al jefe del campo de Caparacena y al auditor de la región militar una denuncia que narraba extensamente los sucesos de octubre. Luego, cuando declaró ante el juez instructor del sumario, lo acusó de todo lo que pudo, incluso de organizar su “entierro” el Domingo de Piñata. Para Ildefonso Rodríguez era “el primer responsable de cuantos crímenes, hechos y actos criminosos de origen político se han efectuado en este pueblo desde hace 50 años” y lo culpaba, entre otras cosas, del suicidio de un primo suyo en tiempos de la Mano Negra (cuando solo tenía catorce años) y de la planificación de asesinatos de gente de derechas en octubre de 1934 y en julio de 1936. Recordó la escena del grupo de dirigentes de izquierdas que cruzó la Plaza de la República la mañana del 20 de julio de 1936 y que, según él, “ultimaban los preparativos para dar comienzo a las detenciones y asesinatos con sepultaciones en vida de sus desafectos, fijada para las 24 horas del expresado día”. Por fortuna para el anciano carpintero, el instructor del sumario no se tomó en serio esas supuestas tramas de asesinatos que no llegaron a cometerse y las omitió en el resumen de las actuaciones judiciales.
Mientras se instruía el sumario, estuvo tres meses preso en la cárcel de Prado del Rey, otros tres en el Castillo de Santiago de Sanlúcar de Barrameda y dos más en la Prisión del Partido de Jerez antes de que el instructor del sumario le tomase declaración por primera y única vez el 11 de abril de 1940. El consejo de guerra se celebró en Jerez el 29 de mayo y el tribunal, presidido por el coronel Rafael López Alba, lo condenó a doce años y un día de reclusión por delito auxilio a la rebelión militar. Así quedaron registrados en la sentencia los “hechos probados” que justificaban la condena:
“Que Francisco Gutiérrez Oñate, afiliado a la UGT se destacó con anterioridad al Glorioso Movimiento Nacional en cuantos desmanes se cometían por los marxistas, especialmente en los días que duró el movimiento revolucionario del año 1934, en el que fue uno de los jefes, siendo detenido en el Ayuntamiento formando parte del Comité revolucionario. Fue amnistiado cuando triunfó el Frente Popular. Al iniciarse el Glorioso Movimiento Nacional se encontraba en el pueblo de El Bosque, en el que se unió a la causa revolucionaria huyendo al campo rojo donde ha permanecido hasta la terminación de la Guerra”.[57]
Folletos comunistas y libros pornográficos
La Sociedad La Cultura y su biblioteca también fueron víctimas de la represión. Primero de la gubernamental tras la revolución de octubre y luego, en 1936, de la fascista. En el acta de clausura que firmó el teniente de la Guardia Civil Adolfo Luque Chicote el 8 de octubre de 1934 se justificaba el cierre porque pertenecía “a los elementos avanzados y que más se han significado en los incendios y agresión a la fuerza pública”. El alcalde, José Mena, decidió romper todos los compromisos que el Ayuntamiento había adquirido con la asociación: anuló dos subvenciones que habían sido aprobadas para la compra de libros y de una radio, y rescindió el contrato de arrendamiento de la antigua panera del pósito.[58] La biblioteca continuaba cerrada cuando el gobernador solicitó a mediados de 1935 un informe sobre las sociedades de carácter político y profesional que hubiesen sido clausuradas en el municipio. Tras enumerar a los sindicatos y partidos políticos, Mena añadió:
“Al propio tiempo, también he de manifestar a V.E. que además existe en esta población otra sociedad denominada ‘LA CULTURA, PRO-BIBLIOTECA PUBLICA’, fundada por este Ayuntamiento hace unos veinte años con la colaboración del Ministerio de Instrucción Pública, entidades culturales y vecindario de este pueblo y comarcanos, cuyo fin era la difusión de la lectura, ajena a toda clase de política; pero elementos extremistas fueron infiltrándose en ella, apoderándose paulatinamente de los cargos directivos, hasta invadirlos por completo y adueñándose de ella fue convertida en centro de enseñanzas extremistas, en contradicción al fin a que fue creada.
En vista de que estos elementos son los mismos dirigentes de las sociedades enumeradas anteriormente y se encuentran presos, y no habiendo personas que pudieran continuar dirigiendo la Biblioteca, fue precintado el local por la Guardia Civil y así continúa aún”.[59]
Aparte de una descarada falsificación de sus orígenes, lo que sí nos muestra el informe es cómo la derecha del Prado del Rey percibía la biblioteca, que progresivamente fue siendo abandonada por la gente “de orden” del pueblo hasta terminar convirtiéndose en patrimonio e icono de la izquierda. Esa visión es la que aparece, entre otros documentos, en un informe municipal de 1939 que indica que, cuando consiguió adueñarse por completo de la biblioteca, Frasquito centró toda su atención en comprar libros marxistas y propagar “las teorías de Carlos Marx, José Nakens y Ferrer Guardia”.[60]
La biblioteca volvió a abrir las puertas, con Frasquito a su frente, durante la primavera de 1936. Entre los nuevos libros que durante ese periodo ingresaron en su inventario se encuentra un lote enviado por la Junta de Intercambio y Adquisición de Libros, otro donado por los presos de octubre y varios libros que trajo desde Argentina Juan Martín Gutiérrez, que se marchó América tras el golpe de Primo de Rivera en 1923, pero volvió para pasar un periodo de vacaciones en el pueblo cuando el Frente Popular ganó las elecciones. Entre estos figuran La Patagonia trágica, de José María Borrero, ¿Qué hacer?, de Lenin, y El continente rojo, de Augusto Bunge.
Para la derecha, la biblioteca se había convertido en “el primer foco anarquista de esta villa”, donde “por medio de folletos se enseñaban a las masas jóvenes las ideas disolventes”.[61] Esa valoración es la que se transmitió al párroco del vecino municipio de Villamartín, Eduardo Espinosa González-Pérez, cuando en la primavera de 1936 redactó para el arzobispo de Sevilla un informe sobre la conveniencia o no de proveer el curato de Prado del Rey, que había quedado vacante tras la precipitada huida del cura cuando los presos de octubre fueron amnistiados: “No hay que perder de vista –escribió Espinosa– que en Prado del Rey los más son refractarios a toda autoridad, pues en su mayoría son jóvenes, víctimas de perversas doctrinas que tiempo ha se difunden en ese desgraciado pueblo por medio de una Biblioteca pública integrada en gran parte por libros de revolucionarios y de herejes”.[62] Y es la que recibió también Antonio Hernández Parrales, que fue párroco de Prado del Rey durante la posguerra: “La lectura de libros sociales de tendencias avanzadas hizo que poco a poco la Biblioteca viniera a ser la verdadera Casa del Pueblo, y cuando llega la República en 1931, es ella la que manda en Prado del Rey”.[63]
Por eso no sorprende que fuese una más de las víctimas de la represión fascista del verano de 1936. No pocos de los hombres vinculados a ella fueron asesinados o tuvieron que huir. Entre los eliminados se encontraban hombres como José Castillo Orellana, Juan Armenia de Haro, Juan Fernández Armenia o Hilario Gutiérrez. Y también fueron eliminados los libros. Pero no se trató de un expurgo reglamentado y burocratizado como el que, en la provincia de Cádiz, se ha documentado en la biblioteca municipal de Chipiona,[64] sino, al menos en un primer momento, de una limpieza en caliente. José Mena decía que las nuevas autoridades registraron la biblioteca y “extrajeron y quemaron en las afueras del pueblo dos carros llenos de papeles, folletos y libros comunistas y pornográficos”.[65] Las bajas que hubo en el fondo bibliográfico de La Cultura a partir de julio de 1936 no se anotaron en el inventario, pero sabemos que se hizo un cuidadoso expurgo que afectó a obras de contenido político o de autores poco recomendables, como Carlos Marx, Lenin, León Trotsky, Mijaíl Bakunin, José Nakens, Sebastián Faure, José Bullejos, Francisco Ferrer Guardia, Priotr Kropotkin, Pierre Josef Proudhon, Federico Urales o José Sánchez Rosa. Y, de paso, también desaparecieron otras de Unamuno, de Zola, de Vargas Vila y otros textos de historia, de literatura y de ciencias. En el inventario que se hizo cuatro años después, cuando en mayo de 1940 se entregó a Falange lo que quedaba del fondo bibliográfico, habían desaparecido 658 libros, la tercera parte de los que estaban catalogados en 1936.
Frasquito fue condenado a doce años y un día, pero la Ley de 16 de octubre de 1942, que concedió la libertad condicional a los presos políticos con condenas de hasta catorce años y ocho meses, le permitió salir a finales de ese año o a comienzos del siguiente. Su hijo Paco, que había sido condenado a treinta años, ya estaba libre a mediados de 1943. Después de vivir un tiempo desterrados en Valencia, el anciano carpintero y sus hijos se afincaron en Dos Hermanas (Sevilla), a donde antes había emigrado en busca de trabajo María Gutiérrez Borrego, la compañera de Diógenes. Frasquito se propuso recuperar las propiedades que dejó en Prado del Rey en 1936: una pequeña parcela de olivar en Cerro Verdugo, una máquina de labrar y escoplear madera, un banco de carpintero y las herramientas de su oficio, un banco de mecánico, un torno, una mesa de escritorio y una estantería con un centenar de libros. El comandante de puesto de la Guardia Civil los había intervenido sin que hubiese un procedimiento legal de incautación. Frasquito pudo averiguar que la máquina de labrar estaba depositada en el ayuntamiento; la estantería, en el cuartel, y que lo demás se lo habían repartido entre varios vecinos del pueblo. Reclamó su devolución, pero las autoridades locales se lavaron las manos diciendo que no podían hacerlo, puesto que nadie se lo había entregado a ellas. El 8 de agosto de 1947, pocos días después de serle notificada la concesión del indulto total de la pena que le impuso el Consejo de Guerra, apeló directamente al capitán general de la II Región Militar. Presentó una instancia en la que indicaba quién tenía cada cosa y consiguió que le devolviesen todas las máquinas, herramientas y muebles que estaban localizados. Su mal estado de salud le impidió recogerlos personalmente, pero en su nombre lo hizo Diógenes, que el 30 de julio de 1948 se lo llevó todo a Dos Hermanas, incluso la estantería, que llevaba diez años en el cuartel. Los libros no pudo recuperarlos porque, según informó la Guardia Civil, también habían sido “destruidos al principio del Glorioso Movimiento Nacional por acuerdo de las autoridades locales”.[66]
Conclusión: luces y sombras en una biografía inacabada
Francisco Gutiérrez Oñate vivió sus últimos años en un destierro voluntario, alejado de Prado del Rey, donde solo quedaban la biblioteca expoliada y el recuerdo del hijo y de los amigos desaparecidos. Fue una figura clave en la historia sociopolítica y cultural de su pueblo natal. Un hombre carismático, controvertido y que despertó pasiones. Para la derecha pradense él y su obra –la Sociedad “La Cultura”– fueron el origen y la encarnación de todos los males que se padecieron durante la nefasta República y no me cabe la menor duda de que, de haber permanecido en el pueblo tras el golpe militar de julio, su nombre habría encabezado la nómina de víctimas mortales causadas por la represión fascista.
¿Fue el Místico un hombre de paz o de guerra? No sabemos cuál habría sido el veredicto del tribunal de haberse llegado a fallar la causa por los sucesos de octubre de 1934 y las contradicciones entre las decenas de declaraciones que se acumularon en el voluminoso sumario pueden dar pie a más de una interpretación. Pero estoy convencido de que la insurrección de Prado del Rey –un hecho singular en el contexto de la provincia de Cádiz– se gestó, aparte de las cuestiones de política local que hubiese de fondo, al calor de la huelga revolucionaria nacional y de que Frasquito formó parte del comité. Lo imposible es saber qué había de realidad o de ficción en las expresiones que le atribuían gente como el párroco, el alcalde o Ildefonso Rodríguez, que eran sus enemigos encarnizados. Del mismo modo que tampoco se puede discernir qué hay de cierto o de invención y propaganda en los discursos que supuestamente habría pronunciado en la Casa del Pueblo incitando a la violencia, como publicó en la prensa radical en 1933 y volvió a recordar durante la campaña electoral de 1936 un panfleto redactado por Ildefonso Rodríguez que se refería él como “el perverso Místico”.[67] Esa imagen parece irreconciliable con la del pacífico anarquista que en 1915 clamaba contra la guerra:
“Ellos matan, destruyen e incendian las obras de utilidad, de producción y de arte; nosotros lo que destruimos es la ignorancia, la miseria, la tiranía y la guerra. Comparad, tiranos de la tierra, cuál de los dos puede estar más satisfecho de su obra: vosotros, que obráis a impulsos de vuestros egoísmos y bajas pasiones, o nosotros, que llevamos por bandera la fraternidad humana y por la cual lucharemos hasta que el triunfo sea nuestro”.[68]
Antes cité a José Chacón, que no conoció el sumario de octubre, pero sí al biografiado. Lo consideraba “hombre de paz y no de guerra, paloma y no halcón”. Según él, siempre fue un hombre pacífico e incluso tuvo enfrentamientos dialécticos con los suyos, que “llegaron a tildarlo de cobarde por su oposición a cualquier acción violenta”. Se habría puesto a la cabeza de algunos “hombres conscientes y responsables” que trataron de contener la revuelta de octubre, pero fueron arrastrados por el oleaje y, sin embargo, luego “asumió la total responsabilidad de los hechos, y sus débiles espaldas soportaron, con singular estoicismo y sin una queja, el flagelo de la soga de cáñamo remojado, manejada con el vigor y la furia que daba a las manos ejecutoras la excitación y el resentimiento acumulados”.[69]
También he oído la opinión de que Frasquito, siempre pacífico y dialogante, fue desbordado por una generación de jóvenes más proclives a la acción y más dispuestos al recurso a la violencia, entre quienes se encontrarían su hijo Diógenes, el dirigente comunista Ángel Almagro Jácome, el Morringo, y los hermanos Beltrán Sánchez. Algo de cierto puede haber en ello. Quizás el anciano líder obrero no supo contener a unos impulsivos jóvenes que aspiraban a tomar el relevo de la dirección política. Eso podría ser lo que subyace tras una gráfica expresión que habría pronunciado Juan Beltrán Sánchez, el Pistolo, en vísperas del golpe militar de julio de 1936: “Aquí no hay ya ni Frasquito Gutiérrez, ni Hilario, ni nadie; aquí no hay más cojones que los del Morringo y los míos”.[70]
Apóstol de la tolerancia, santo laico, idealista, demagogo o revolucionario. Reverenciado por unos y denostado por otros, no fue indiferente para los pradenses de su tiempo. Ni la historia de Prado del Rey habría sido tal como la conocemos sin aquel carpintero autodidacta que, convencido de que la instrucción y la educación son la base de la felicidad humana, se entregó en cuerpo y alma a la difusión de la cultura y de sus ideales por medio del libro.
Bibliografía
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CHACÓN, José: “Desagravio”, Noticiario Pradense, Año XIII, Prado del Rey, 1991, pp. 15-18.
GUZMÁN MARTÍN, Sebastián: Luces y sombras de la Historia de Chipiona. Segunda República, Guerra Civil y represión militar. Ayuntamiento de Chipiona – Junta de Andalucía – Universidad de Cádiz, 2008.
HERNÁNDEZ PARRALES, Antonio: Historia de Prado del Rey y su término. Diputación de Cádiz, 1968.
RODRÍGUEZ MULERO, José Luis: “Sociedad de La Cultura Pro Biblioteca”, Noticiero Pradense, año XXVIII, 2006, pp. 31-33.
ROMERO ROMERO, Fernando: La Cultura y la Revolución. República y Guerra Civil en Prado del Rey. Ayuntamiento de Prado del Rey, 2011.
ROMERO ROMERO, Fernando: “Una biblioteca con libros de revolucionarios y de herejes. La Sociedad ‘La Cultura’ de Prado del Rey”, Cuadernos para el Diálogo, nº 56, 2011, pp. 24-56.
[1] Las Dominicales, Madrid, nº 412, 16 de julio de 1909, p. 4.
[2] CHACÓN, José: “Desagravio”, Noticiario Pradense, Año XIII, Prado del Rey, 1991, p. 16.
[3] ARCHIVO MUNICIPAL DEL PRADO DEL REY (abreviado: AMPR), “Padrón Municipal de Habitantes Año 1935”, folios 18-19.
[4] Tierra y Libertad, Barcelona, nº 123, 21 de agosto de 1912.
[5] Tierra y Libertad, nº 247, 10 de febrero de 1915.
[6] El Socialista, Madrid, nº 2.200, 2 de junio de 1915, p. 2.
[7] El Noticiero de la Sierra, nº 39, 25 de febrero de 1917, p. 1.
[8] Boletín, nº 9, abril de 1923, p. 8.
[9] ARCHIVO DEL TRIBUNAL MILITAR TERRITORIAL nº 2 (abreviado: ATMT2), Causa 204/1934 del Juzgado Militar Permanente de la Base Naval de Cádiz, rollo 3, folio 553 bis.
[10] ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, folio 24.
[11] Ibíd., folio 50 v.
[12] CHACÓN, José: “Desagravio”, Noticiario Pradense, Año XIII, Prado del Rey, 1991, p. 15.
[13] BIBLIOTECA DE PRADO DEL REY (abreviado: BPR), “Libro de actas de la Biblioteca Pública Sociedad Pro-Biblioteca”, sesión de 29 de noviembre de 1917.
[14] “Un poco de historia”, Boletín, nº 1, abril de 1922, pp. 8-10.
[15] BPR, “Libro de actas de la Biblioteca Pública Sociedad Pro-Biblioteca”, sesiones de 7 de julio de 1921 y 1 de enero de 1922.
[16] Manuel Gutiérrez Hinojo sólo ocupó el puesto de bibliotecario 2º hasta final de 1921. Su fallecimiento en 1926 debió de ser la causa de que Frasquito solicitase una licencia de tres meses en el ejercicio del cargo de presidente (BPR, “Libro de actas de la Biblioteca Pública Sociedad Pro-Biblioteca”, sesión de 1 de octubre de 1926).
[17] “Apuntes bibliotecarios”, Boletín, nº 5, octubre de 1922, pp. 24-25.
[18] BPR, “Inventario general”.
[19] Boletín, nº 3, junio de 1922, pp. 5-7.
[20] Boletín, nº 1, abril de 1922, p. 2.
[21] BPR, “Libro de actas de la Biblioteca Pública Sociedad Pro-Biblioteca”, sesión nº 33, 15 de noviembre de 1922. Desconozco si la idea cuajó, pero entre la documentación de la asociación que se ha conservado hay una nota manuscrita y sin fecha, con una relación de veintitrés libros y cuadernos que se remitieron a la Sociedad Cultura Obrera de Algar.
[22] Ibíd., sesión de 15 de enero de 1923.
[23] Ibíd., sesiones de 1 de enero de 1922, 20 de enero de 1923 y 1 de marzo de 1923.
[24] Ibíd., sesión de 1 de junio de 1927.
[25] Ibíd., sesiones de 19 de mayo de 1921, 7 de julio de 1921 y 1 de octubre de 1921.
[26] Ibíd., sesión de 1 de diciembre de 1921.
[27] Ibíd., sesiones de 15 de diciembre de 1921 y 1 de enero de 1925.
[28] Boletín, nº 1, abril de 1922, p. 6.
[29] BPR, “Libro de actas de la Biblioteca Pública Sociedad Pro-Biblioteca”, sesión de 12 de mayo de 1919.
[30] “Una visita”, Boletín, nº 18, diciembre de 1923, p. 10.
[31] AMPR, Borradores de Actas de Plenos, sesiones de 15 de marzo de 1924, 22 de marzo de 1924 y 31 de mayo de 1926.
[32] BPR, “Inventario general”, ff. 12-15. Sí hay constancia de que a finales de 1932 se aprobó incluir en el presupuesto municipal del año siguiente una subvención de 244,80 pesetas para la compra de un aparato de radio (AMPR, BAP, sesiones de 28 de noviembre de 1932 y 12 de diciembre de 1932).
[33] Denuncia de José Mena Chacón, en ATMT2, leg. 1.160, doc. 29.904, f. 2.
[34] La Voz Radical, nº 36, 16 de febrero de 1933, p. 2.
[35] ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, folio 30.
[36] La Voz Radical, nº 36, 16 de febrero de 1933, p. 2.
[37] ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, folio 16.
[38] La formación de las candidaturas, campaña y resultados de las elecciones en la provincia, en CARO CANCELA, Diego: La Segunda República en Cádiz. Elecciones y partidos políticos. Diputación de Cádiz, 1987, pp. 160-214.
[39] ATMT2, Causa 204/1934, rollo 1, folios 4-7.
[40] Ibíd., rollo 1, folios 21 v.-23 v.
[41] Ibíd., rollo 1, folio 33.
[42] Ibíd., rollo 1, folio 21 v.
[43] Ibíd., rollo 1, folio 225; rollo 4, folio 732.
[44] Ibíd., rollo 1, folios 18-19.
[45] Ibíd., rollo 7, folios 1.427-1.429.
[46] Ibíd., rollo 1, folios 95-97
[47] Ibíd., rollo 1, folio 192.
[48] Ibíd., rollo 1, folios 19 v.-20.
[49] Ibíd., rollo 1, folios 172-173.
[50] Ibíd., rollo 5, folios 954-955.
[51] Ibíd., rollo 1, folio 179; rollo 2, folio 246, y rollo 6, folios 1.184 y 1.193.
[52] Ibíd., rollo 5, folio 995.
[53] ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, folio 7.
[54] Durante los últimos meses de 1936 se bautizaron en Prado del Rey 116 niños nacidos entre 1931 y 1935, y hasta 1945 se bautizaron otros 124 chiquillos nacidos durante el mismo periodo (ARCHIVO DE LA PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN DE PRADO DEL REY, Bautismos, tomos 31-33).
[55] ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, folio 27 v.
[56] Ibíd., folio 30.
[57] ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, sin foliar.
[58] AMPR, Actas de Plenos, sesiones de 27 de octubre de 1934 y 31 de octubre de 1934; Caja “Biblioteca”, comunicaciones nº 141 y 142 de 17 de noviembre de 1934, del alcalde al presidente de Sociedad La Cultura.
[59] AMPR, Caja “Biblioteca”, correspondencia de 30 de mayo de 1935 de alcalde a gobernador civil.
[60] Informe del alcalde Francisco Copete Núñez en ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, folio 12.
[61] ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, folio 50 v.
[62] ARCHIVO DE LA PARROQUIA NUESTRA SEÑORA DE LAS VIRTUDES DE VILLAMARTÍN, Caja “Documentos varios”, borrador de la correspondencia de 3 de julio de 1936, de Eduardo Espinosa al cardenal arzobispo de Sevilla.
[63] HERNÁNDEZ PARRALES, Antonio: Historia de Prado del Rey y su término. Diputación de Cádiz, 1968, pp. 144-146.
[64] GUZMÁN MARTÍN, Sebastián: Luces y sombras de la Historia de Chipiona. Segunda República, Guerra Civil y represión militar. Ayuntamiento de Chipiona – Junta de Andalucía – Universidad de Cádiz, 2008, pp. 155-161.
[65] Denuncia de José Mena Chacón, en ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, ff. 2-8.
[66] ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, sin foliar.
[67] ATMT2, Sumarios, leg. 1.160, doc. 29.904, folio 19.
[68] Tierra y Libertad, nº 247, 10 de febrero de 1915.
[69] CHACÓN, José: “Desagravio”, Noticiario Pradense, Año XIII, Prado del Rey, 1991, p. 17-18.
[70] La expresión aparece en la declaración de Ildefonso Rodríguez Mena fechada el 1 de agosto de 1939 (ATMT2, Sumarios, leg. 255, doc. 10.606, folios 8 v.-9 v.).