Juan González León nació en Lucena, provincia de Córdoba, el 6 de enero de 1903. Se crió en la vecina localidad de Montilla, a la que se trasladaron sus padres cuando él y sus hermanos eran niños. En Montilla, Juan se convirtió en 1931 en Secretario de las Juventudes Socialistas y más tarde en Presidente de la Sociedad de Obreros y Empleados Municipales, afecta a la UGT. Cuando esta localidad fue tomada por los fascistas el 18 de julio de 1936, Juan, junto a su mujer Dolores Merino Navarro y a sus cinco hijos, huyó hacia la zona republicana. En Valdepeñas (Ciudad Real) se alistó en el batallón de Félix Torres. Combatió, entre otros, en el frente de Valdemoro (Madrid). Al caer Barcelona el 26 de enero de 1939, cruzó los Pirineos.
La toma de Catalunya por las tropas franquistas originó la trágica desbandada de unos 500.000 civiles y militares que atravesaron la frontera con Francia. El trato dado por el país vecino a los republicanos españoles fue impropio de un país democrático. Fueron desarmados y conducidos a campos de concentración como Argelès-sur-Mer, Saint Cipryen o Barcarès, situados en playas, a la intemperie, sin poder cobijarse y rodeados de alambradas, bajo la dura vigilancia de gendarmes franceses y guardias senegaleses. El hambre, la falta de higiene, el hacinamiento y la propaganda de los agentes franquistas ayudaron a que muchos refugiados regresaran a España. Otros, los más afortunados, se exiliaron a otros países. A mediados de 1939 se calcula que quedaron en Francia unos 200.000 refugiados españoles. Ante la proximidad de la II Guerra Mundial, el gobierno francés les ofreció alistarse en la Legión Extranjera, en Batallones de Marcha o en Compañías de Trabajadores Extranjeros mandadas por oficiales franceses, en las que se debían encuadrar obligatoriamente todos los varones de entre 20 y 48 años. Estas compañías reclutaron a unos 80.000 españoles, de los que 12.000 fueron destinados para construir fortificaciones a la Línea Maginot, en la frontera con Alemania, en una zona que pronto sería frente de guerra. Entre estos exiliados se encontraban Juan González León y su hermano Manuel, que había pertenecido al PCE y que había alcanzado el grado de capitán en el ejército republicano durante la Guerra Civil española.
En mayo de 1940, el ejército alemán aniquiló por completo la defensa de la Línea Maginot y miles de exiliados republicanos cayeron prisioneros. Se les encerró en recintos provisionales y posteriormente en los Stalags, campos de prisioneros de guerra situados por toda Alemania, bajo el control de la Gestapo. A partir de este momento se les consideró un grupo diferenciado de los prisioneros de guerra franceses, y les denominaron rotspanien, rojos españoles. Desde agosto de 1940 estos españoles serían custodiados por tropas de las SS y conducidos a campos de concentración.
El 16 de septiembre de 1940, Ramón Serrano Suñer, ministro de la Gobernación, presidente de la Junta Política de Falange y cuñado de Franco, visitó Alemania. Con posterioridad haría otras tres visitas, ya como Ministro de Asuntos Exteriores. Allí se entrevistó con el ministro de Interior y conoció de primera mano el destino de los prisioneros republicanos. El saludo de Serrano Suñer a los dirigentes nazis comenzó con estas significativas palabras: ” La España falangista de Franco trae al Führer del pueblo alemán su cariño y amistad y su lealtad de ayer, de hoy y de siempre”. La dictadura de Franco no realizó ninguna gestión para que a los reclusos españoles se les diera el status de prisioneros de guerra, por lo que los condenó a una muerte segura. Por lo tanto, estos muertos también fueron víctimas del franquismo.
Por Mauthausen pasaron unos 200.000 presos, de los que fallecieron alrededor de la mitad. Murieron en las cámaras de gas, en furgones equipados para gasearlos o en el centro de eutanasia de Hartheim. Eran también corrientes los experimentos médicos con los reos, las ejecuciones, el uso de perros para despedazar a los reclusos y los asesinatos por inyección letal y por la aplicación de duchas frías en invierno. Las condiciones de vida a las que se sometía a los presos, la alimentación deficiente y el trabajo en las canteras causaron una mortandad masiva. El suicidio por ahorcamiento o arrojándose a las alambradas eléctricas se convirtió en la única salida para muchos.
La primera expedición de españoles, compuesta por 392 hombres, llegó a Mauthausen el 6 de agosto de 1940. Hasta 1945 se registraron entradas en este campo de exterminio, aunque la inmensa mayoría de españoles se encontraban allí antes del verano de 1941. Al llegar se les colocaba un triángulo azul que los marcaba como apátridas, con una S de spanier. Dos de cada tres presos españoles que acabaron en Mauthausen murieron antes de la liberación del campo por las tropas aliadas. Según los datos recogidos por los presos republicanos supervivientes, en Mauthausen se exterminó a 4.781 españoles, de los que sólo 348 fallecieron en el campo central, 3.893 lo hicieron en el campo anejo de Gusen, situado a 5 kilómetros, y 441 fueron gaseados en el castillo de Hartheim. De éstos, 223 procedían de la provincia de Córdoba.
Juan González León llegó a Mauthausen el 27 de enero de 1941, con el número de prisionero 5.942, junto a otros 1.505 republicanos españoles, entre ellos Francesc Boix, el fotógrafo catalán que testificó contra varios jerarcas nazis en el proceso de Nuremberg. Ese mismo día comenzó el traslado de prisioneros españoles de Mauthausen a Gusen, donde lo internaron el 17 de febrero, con el número 10.126. Allí murió, en la cámara de gas, el 11 de enero de 1942. Cinco días antes había cumplido 39 años. A su hermano Manuel González lo asesinaron con 32 años, el 25 de noviembre de 1941.
Dolores, la esposa de Juan, se enteró de la muerte de su marido el 8 de marzo de 1946, a través de una certificación del Comité International de la Cruz Roja. Esta mujer pasó un calvario para sacar adelante a sus cinco hijos de corta edad en Montilla, donde los fascistas tenían un gran control sobre las familias de los que denominaban “rojos apestados”. Las represalias y vejaciones eran constantes, y se les negaba hasta el trabajo. Sin embargo, esta mujer educó a sus hijos en el amor a su padre, les inculcó unos principios de dignidad humana y de libertad, y nunca se humilló ante las autoridades franquistas.
A finales de la década de los cincuenta la familia emigró a Catalunya y se afincó en la localidad de Sant Joan Despí, donde aún residen en la actualidad. El hijo mayor de Juan y Dolores, Francisco González Merino, se distinguió en las huelgas campesinas de Córdoba y militó en el PCE y en el PSUC. Su hermano Antonio tuvo una destacada participación en la huelga de la Siemens en septiembre de 1962, por lo que fue despedido junto a 41 compañeros, de los que 12 fueron juzgados por un tribunal militar. Participó también activamente en la constitución de las CCOO del Baix Llobregat y fue uno de los detenidos en la iglesia de Almeda en abril de 1967. Destacado dirigente obrero y sindical en la empresa Tuperin, jurado de empresa y presidente del Ramo del Metal de Sant Joan Despí, militó en el PSUC desde 1960 hasta 1991.
Tuvieron que pasar 60 años para que el Gobierno francés reconociera la importante participación de los republicanos españoles durante la II Guerra Mundial, tanto en la Resistencia como en el ejército francés. Una de las maneras de hacerlo fue a través de un decreto donde se establecía unas indemnizaciones económicas para los huérfanos de los deportados, franceses o extranjeros, a los campos de exterminio nazi. De este modo Francia se reconocía culpable de estas deportaciones, asumiendo su responsabilidad moral y económicamente.
Estos huérfanos cuentan hoy en día con más de 65 años. Son pensionistas, con rentas bajas, que se han visto favorecidos por la decisión que tomó en su día el Gobierno vecino, y que supone una ayuda importante para afrontar su vejez. El autor de este artículo se ha emocionado al ver las lágrimas derramadas por estas personas mayores que, durante unos minutos, han rememorado todo el sufrimiento que les causó la falta del padre en la dura España de la posguerra. Ellos, que crecieron con el estigma de rojos, con penuria y miedo, pero también con dignidad, vieron en el acto del Gobierno francés un reconocimiento a su dolor y una compensación moral. Yo me pregunto si el gobierno español algún día tomará nota de esto, si resarcirá de algún modo a las víctimas del franquismo. En el aspecto moral, de momento no lo ha hecho, pues su proyecto de ley, a pesar de los pactos, es tan insuficiente que no alcanza a ello. En el tema económico las puertas se encuentran cerradas. De todas formas, qué vamos a esperar de un país donde muchos de sus representantes políticos no han sido capaces de condenar el franquismo, teniendo que pasar la vergüenza de que sea el Parlamento Europeo quien lo haga primero. Luego, desde la autoridad que creen poseer, algunos políticos nos hablan de democracia, sin embargo al hacerlo vacían de todo contenido una palabra tan importante para un país que sufrió una dictadura durante 40 años. No hay que olvidarlo. Fueron muchos los campos de concentración dentro y fuera de nuestras fronteras, mucho el sufrimiento y demasiados los muertos. Algunos pronto no tendrán quien los recuerde, aunque nosotros velaremos para que eso no pase. Juan y Manuel perdurarán en estas líneas.
Fuente: Memòria Antifranquista del Baix Llobregat. http://www.memoria-antifranquista.com