Con una gran diferencia respecto a cualquier otra, la organización más numerosa e influyente de las que existían en Alcalá, antes y durante la segunda república, era el Sindicato de Oficios y Profesiones Varias de Trabajadores, perteneciente a la Confederación Nacional del Trabajo, y cuyas primeras sedes estuvieron en el barrio Nuevo, número 4, y en la Plazuela, número 5. En 1931, cuando Alcalá contaba con unos 17.000 habitantes, este sindicato de la CNT tenía cerca de 5.000 afiliados. Prácticamente todos los trabajadores asalariados pertenecían a la CNT.
Hay varios nombres de hombres y mujeres de Alcalá que están asociados a esas siglas, pero el que más se identifica con ellas, el que más las personifica es el de Manuel Mejías Moreno, conocido como Roque o Manuel de Roque.
Manuel no era el presidente de la CNT en julio de 1936, pero sí en el otoño de 1922, cuando se constituyó su primera junta directiva; y lo seguía siendo en diciembre de 1931, cuando en sesión extraordinaria celebrada el día 5 de este mes, el sindicato lo autorizó para comprar, por 24.000 pesetas, la casa de la plaza de España en donde la CNT establecería su sede; compra que, por cierto, se formalizó en una notaría de San Juan de Aznalfarache, cuyo titular se llamaba Blas Infante Pérez.
Concepción Benítez Guillén, una hija del concejal republicano Eduardo Benítez Moreno, nacida el 23 de noviembre de 1915, trabajaba en el almacén de Beca y estaba apuntada a la CNT. Uno de los días en que yo hablé con esta mujer, le mostré una fotografía de Manuel y, a un hombre al que podía hacer casi 70 años que no veía, lo reconoció en apenas un segundo: Éste es Manuel de Roque, me dijo sonriendo. Y explicó: Todos los viernes, por la tarde, había sesión general en el patio de la casa del sindicato, y allá que iba la gente a escuchar a Roque. ¡Qué buena persona era! Y, aunque un poco tartaja, hablaba muy bien. Nos contaba la historia de Jesucristo, pero sin decir nada de la resurrección.
Manuel Mejías Moreno nació en Alcalá el 15 de abril de 1897, era hijo de Antonio Mejías Ferrer y Rosario Moreno Álvarez, alcalareños los dos, como los cuatro abuelos de Manuel: José Mejías Benabal, Manuela Ferrer Jiménez, Manuel Moreno Zúñiga y Rosario Álvarez Vargas. Perteneciente a la quinta de 1918, fue alistado en la caja de recluta de Utrera y destinado a la comandancia de artillería de Cádiz, en cuya 6ª batería sirvió. En su cartilla militar está anotado: que tenía la frente ancha; el pelo rubio; los ojos pardos; las cejas rubias, pobladas y arqueadas; la nariz aguileña, grande y roma; la boca y los labios regulares; y la barbilla redonda; medía 1´699 de estatura y 0´92 de perímetro torácico; sabía leer y escribir y también conducir una acémila o un carro; y su religión era la católica-apostólica-romana. Campesino como su padre, Manuel era el mayor de diez hermanos, que en 1936 tenían: Aurora, 37 años; Antonio, 36; Manuela, 33; Carmen y Águila, 31; Rosario, 29; José, 25; Joaquín, 22; y Dolores, 19. Se casó, en el Juzgado municipal de Alcalá, el día 4 de agosto de 1934, a las once de la mañana, con Concepción Sánchez Gandul, de 23 años, conocida como Concha la de las cabras, que vivía en la calle Fernán Gutiérrez, número 9, y era sobrina del cabo de los municipales José Gandul Benabal. Testigos de la boda fueron el albañil Manuel Mejías Palacio, primo hermano del novio, y el panadero Francisco Portillo de la Cruz, que fue secretario de la primera junta directiva local del Sindicato de Oficios y Profesiones Varias de Trabajadores. El matrimonio se instaló en la casa número 11 del barrio de San José y tuvo sólo un hijo, Adrián, que nació el 3 de julio de 1935.
La tarde del 21 de julio de 1936, Manuel se encontraba en Piedra Hincada con sus hermanos Joaquín y José. Sabiendo que sería a él a quien buscarían, dijo a éstos que se fueran de su lado para que no los cogieran a los tres juntos. Él pudo haberse ido de Alcalá, como se fueron tantos hombres, y entre ellos su primo y amigo íntimo Manuel Mejías Palacio; pero se quedó por no dejar solo a su hijo Adrián, que no tenía ni 13 meses.
Éste me dice que su padre lo que hizo fue irse a la Vega, donde Antonio Mejías Ferrer tenía un melonar, con un chozo o sombrajo, en una haza de tierra arrendada, quizás a Francisco Bono Díaz-Silva, alias Paulita; y allí permaneció escondido cerca de un mes. Hasta que el capataz de una finca cercana, que lo habría visto con unos prismáticos desde la altura en que el cortijo de dicha finca se encuentra, lo denunció.
Señoritos y falangistas de Alcalá se precipitaron a la Vega en búsqueda de Manuel, quien, al verlos llegar, se había ocultado en un maizal cercano. Aquella gente rodeó la choza; y, al abuelo de Adrián, que se encontraba afuera, fue un industrial aceitunero sobradamente conocido quien, llamándolo por su nombre puesto que ambos se conocían, le dijo que venían a llevarse a su hijo. Antonio Mejías le contestó que allí no estaba su hijo ni sabía dónde se hallaba éste; y tal respuesta provocó que el otro sacara una pistola y, apuntándole a la cabeza, dijese alzando la voz algo así como: Conque ¿no sabes dónde está tu hijo? Pues yo creo que sí lo sabes. Y entonces Manuel, que lo estaba viendo y oyendo todo, salió de su escondite y se entregó.
Se lo trajeron para el pueblo y al primer sitio al que lo llevaron fue al Ayuntamiento, en donde, al llegar, con tanta gente como lo traía, se formó un gran revuelo. Unos conocidos de su familia lo vieron cuando llegó. ¡Cómo venía el pobre Manuel! Después de un mes en medio de la Vega, con aquella calor, sin arreglarse, venía empapado de sudor, despeinado, con unas alpargatillas…
En el Ayuntamiento no estuvo mucho tiempo; enseguida lo pasaron al cuartel de la Falange, y aquí lo torturaron. Me cuenta José Domínguez Carmona, que entonces era un joven de 23 años al que los falangistas tuvieron unos días detenido en su sede de la calle de la Mina antes de alistarlo en el ejército faccioso, y que vio allí a Manuel en un calabozo: A Roque le habían amarrado los testículos; los tenía muy hinchados y el pobre se lamentaba continuamente. También lo pelaron a rape. Su mujer se acercó un día con Adrián en brazos para que lo viera su padre, y tuvo que oír cómo se burlaba de ella un falangista de 19 ó 20 años al que llamaban Ch….. y que estaba en aquel caserón haciendo guardia: Qué, ¿vienes a pagar el pelado de tu marido?
Roque, sabiendo ya lo que iban a hacer con él, se echó a llorar cuando vio a su hijo.
Antonio Mejías Ferrer le estuvo llevando el desayuno durante cuatro o cinco días. Hasta que una mañana, llegó a Falange y le dijeron que su hijo ya no estaba allí, que se lo habían llevado a Sevilla. Cuando el hombre regresó a su casa y la madre de Manuel se dio cuenta de que su marido había vuelto con el desayuno del hijo tal como se lo llevó, no dijo nada, no lloró, no chilló. Pero empezó a dar unos saltos…, que entre su marido y sus hijas la agarraban y no podían sujetarla.
Manolita, una de las hermanas de Manuel, la cual tenía un oído muy fino, le dijo a su padre: Coja usted una bestia y tire para Mairena, que anoche pegaron tiros por ahí.
El padre, que tenía 62 años, cogió un mulo, se puso en camino y cuando llegó a la Venta de los Nueve Hermanos, en la carretera de Mairena del Alcor, se encontró con ocho o diez cuerpos tirados por el suelo. El hombre se echó abajo del mulo, se acercó a los cadáveres y vio que uno de ellos era el de Manuel. Estaba boca abajo y con las manos atadas. Su padre se las desató y le limpió la cara, que la tenía llena de tierra.
En ese momento se presentó un camión que venía a recoger los cadáveres. El camión, requisado, lo conducía su dueño, Enrique Bulnes Fernández, según me ha dicho un hijo de éste, y llevaba con él de ayudante a Eligio Pérez Torres, el Polonia. El padre de Manuel se encaró con los falangistas que también llegaron en el vehículo, se le fue la lengua, y éstos le dijeron que o se callaba o lo mataban a él también. Después cargaron los cadáveres en el camión y se fueron. Y allí se quedó Antonio Mejías Ferrer, más muerto que vivo. Hasta que unos pajeros que venían de Mairena, donde él era más conocido que en Alcalá, se lo trajeron para el pueblo.
Esa misma mañana, Conchita Gandul Soriano, que entonces tenía 22 años y era la novia de Joaquín Mejías Moreno, bajó desde su casa, en el barrio Nuevo, número 30, a la plaza de abastos, en la calle de la Mina, y allí le dijeron que la noche anterior habían sacado a unos cuantos hombres del cuartel de la Falange y entre ellos a su cuñado. Entonces, Conchita decidió subir a casa de sus suegros, que vivían en la calle Marea, número 1, para enterarse de si era verdad lo que le habían contado en la plaza.
Pero a mitad de camino, me dice Conchita, yo no sé lo me entró, que cogí y me volví y tiré para mi casa. Cuando iba bajando por la cuesta Rosario, me encontré con mi suegro, subido en el mulo, y, al verme, me gritó: ¡Conchita, Conchita, hija, que nos han matado a Manuel! ¡No diga usted eso, lo habrán sacado para Sevilla!, le contesté yo, sin saber qué contestarle. Y él: ¡No, hija, no; si lo he visto muerto, hija, si lo he visto muerto!
Ese día, cuando Antonio Mejías Ferrer estuvo de vuelta en su casa, enganchó un carro al mulo, cogió a su mujer y a sus hijas y se fue con ellas para el rancho que le tenía arrendado a Andrés Alonso Boje en la vereda de Carmona, junto a la casilla de Rosalía. En Alcalá no estaban seguros.
Unos tres meses más tarde, durante la declaración que prestó ante el juez militar de Utrera el jornalero de la CNT Guillermo Miranda González, que vivía en la calle Padre Flores, número 2, una de las cosas que éste dijo fue que a él, el día 19 de julio de 1936, le había dado un revolver un grupo de gente que estaba en el Ayuntamiento de Alcalá repartiendo armas y en el cual se hallaba, entre otros, “Manuel Roque”.
En vista de ello, el juez le ordenó al jefe de la Línea de la guardia civil de Alcalá que procediera a la captura e inmediato traslado a la cárcel de Utrera del inculpado “Manuel Roque”. Y cuatro días después, Ambrosio Santos Velasco, que así se llamaba el jefe de la Línea de la guardia civil de Alcalá, le contestó al juez de Utrera que el individuo llamado Manuel Mejías Moreno, alias Roque, había “Fallecido en lucha”.
Su muerte se inscribió el 19 de febrero de 1956 en el Registro civil de Mairena del Alcor, donde consta que Manuel “falleció en este término municipal el día veinticinco de agosto de mil novecientos treinta y seis, a consecuencia de la aplicación del Bando de Guerra”.
Su familia supo que a él, y a sus compañeros asesinados la noche del 25 de agosto de 1936 en la Venta de los Nueve Hermanos, se los llevaron al cementerio de Mairena del Alcor y los enterraron en una fosa común.
Tan seguros estaban de que Manuel se encontraba allí que cuando, en 1945, murió Antonio Mejías Ferrer, no lo enterraron en el cementerio de Alcalá sino en el de Mairena. Para que el padre estuviera con el hijo.
Fuentes
► ATMTS: Causas números 12/36, 52/38 y 1887/38: Legajo 313-4969.
► AMAG: Libros 257 y 258.
► Documentos cedidos por Adrián Mejías Sánchez.
► Testimonios de Concepción Gandul Soriano, Adrián Mejías Sánchez, Concepción Benítez Guillén, José Domínguez Carmona y Enrique Bulnes Míguez.
► Leandro Álvarez Rey: Segunda parte del libro Permanencias y cambios en la baja Andalucía. Alcalá de Guadaíra en los siglos XIX y XX.
► Artículo de FJMG en la revista de la feria de Alcalá de 1979.
► Fotografías cedidas por Concepción Gandul Soriano y Adrián Mejías Sánchez.