Obrero agrícola, de 25 años de edad, hijo de Manuel Ortega Carreño y Carmen Berlanga Sánchez, vivía con ellos, todavía soltero, en la casa número 29 de la calle Arcadio Moreno Ruiz (Granada), al igual que sus hermanos: Manuela, Antonio, José y Rosario.
Manuel Ortega Berlanga, de estatura media, pelo castaño y ojos pardos, fue detenido en Osuna por las fuerzas sublevadas y estuvo preso en la cárcel del partido judicial desde el día 26 de julio al 4 de agosto de 1936, en que lo dejaron salir para alistarse en el ejército insurrecto. Destinado como soldado al segundo grupo divisionario de sanidad militar, cuyo cuartel estaba en la fábrica de tabacos de Sevilla, el día 24 de abril del año siguiente se subió a un camión de viajeros con el propósito de llegar a Osuna para ver a su madre, pero en una parada que hicieron en La Puebla de Cazalla, sobre las cuatro de la tarde, entró en una taberna llamada «El Ocho» a tomarse un vaso de vino y ya no llegó a su pueblo.
Al dueño de la taberna le faltó tiempo para denunciar a aquel soldado que en su uniforme llevaba puesto un brazalete negro, de luto. En cuanto éste salió del local y el camión reanudó la marcha con dirección a Osuna, Arcadio Macho Nieto, que así se llamaba el tabernero, se fue al cuartel de la guardia civil y al sargento Julio del Ama Díaz, que era el comandante del puesto, le contó que acababa de irse de su establecimiento un soldado que, tras pedirle que le sirviera un vaso de vino, se puso a hacer manifestaciones en contra del glorioso movimiento nacional: como que las fuerzas nacionales habían tenido que retroceder 70 u 80 kilómetros en el frente de Pozoblanco; que estas cosas no las decía en sus charlas «el Excmo. Señor General», y que éste no contaba la verdad de lo que «nos está ocurriendo» con los rojos. El soldado, quien —según su denunciante— explicó también que había solicitado permiso a sus jefes para despedirse de su madre y que al negárselo éstos se lo había tomado él por su cuenta, salió poco después del local y, al pasar por la puerta de éste subido en un camión que marchaba en dirección a Osuna, «levantó la mano izquierda y con el puño cerrado y en alto recorrió varios metros hasta que se perdió de vista».
Inmediatamente, el sargento receptor de la denuncia salió del cuartel, acompañado del guardia Cristóbal Carreño Carreño, en busca del soldado en cuestión. El cual, tras ser detenido, y en respuesta al interrogatorio a que lo sometieron, manifestó que ese mismo día, en vista de que no tenía servicio en el «Segundo Grupo de la Primera Comandancia de Sanidad Militar» al que estaba adscrito, aprovechó la ocasión para despedirse de su familia, por tener noticias de que pronto tendría que salir para el frente de Córdoba, y al llegar a La Puebla de Cazalla entró en un establecimiento donde estuvo tomando unas copas y hablando de la guerra; en particular del armamento, acerca del cual refirió que, como a él le habían recogido el mosquetón que antes tenía y le habían dado otro fusil nuevo al que no estaba acostumbrado, suponía que no iba a poder «hacer puntería y menos matar a ningún rojo».
Al día siguiente, por la mañana, Manuel Ortega fue conducido a Sevilla por los guardias civiles Francisco Velduque Ballesteros y Cristóbal Carreño Carreño, quienes lo entregaron en el cuartel del grupo divisionario de sanidad militar, cuyo jefe, el comandante médico Juan Utube Fernández, ordenó que fuera recluido en los calabozos del propio cuartel, donde quedó incomunicado y puesto a disposición del auditor de guerra de la segunda división orgánica, por haber proferido en público manifestaciones supuestamente subversivas.
El auditor de guerra, a su vez, ordenó que tramitara una causa contra el vecino de Osuna al juez de carrera Antonio Camoyán Pascual, quien, en cumplimiento de dicha orden, pidió un informe sobre el encausado al comandante militar de su pueblo e interrogó tanto al denunciante como al denunciado.
Según el comandante militar de Osuna, el soldado Manuel Ortega Berlanga era una persona «de extremadas ideas disolventes», que estaba afiliado a la CNT y cuyos «familiares todos» profesaban las mismas ideas, razón por la cual a su padre se le aplicó el bando de guerra el día 28 de julio del año anterior: «por ser un peligroso marxista». Arcadio Macho, el denunciante, expuso al juez Camoyán, que el soldado al que había denunciado ante la guardia civil de La Puebla de Cazalla iba algo mareado y llevaba puesta una señal de luto en el brazo, habiéndole oído decir que era debido a «que le habían matado a su padre»; y que por tanto —añadió— «no podía ir con gusto a defender al Ejército». Manuel Ortega, por su parte, contestó lo siguiente:
El día en que «se iniciaron los sucesos» en Osuna yo me encontraba con mi familia en el campo, donde se presentaron «los rojos» y obligaron a todos a irse al pueblo, aunque nosotros nos quedamos. Al día siguiente, sin embargo, volvieron con la misma pretensión y, como venían «en forma violenta», tuvimos que marcharnos. Cuando llegamos, «las tropas del pueblo se habían posesionado ya del mando» y, puesto que veníamos del campo con los rojos, al llegar «al centro» de Osuna fuimos detenidos, pese a que íbamos separados de ellos. A mí me soltaron «a los ocho días», y después supe que a mi padre también «lo iban a poner en libertad, pero cuando fueron a hacerlo ya le habían aplicado el Bando de Guerra». Esto ocurrió, «sin duda», debido a «la expresada circunstancia» y a que durante «algún tiempo perteneció a las ideas extremistas, aunque ya no las profesaba»; y a mí, para que me apartase de ellas, siempre me dio buenos consejos diciéndome «que todo era una mentira», motivo éste por el que yo nunca pertenecí «a dicha clase» de ideas. En cuanto a lo que ocurrió el pasado día 24 de abril, ello fue que habiendo oído rumores de que íbamos a marchar al frente, y teniendo en cuenta que de Sevilla a Osuna «se podía ir y volver en el día sin causar falta», decidí ir a ver a mi madre, pese a que no tenía permiso para hacerlo. En el camino me reuní con otros soldados y cuando llegamos a La Puebla de Cazalla estuvimos en una taberna donde bebimos unas tres o cuatro copas. Allí hablamos de la guerra y yo, en particular, me lamenté de que nos hubieran quitado los mosquetones que teníamos y nos hubiesen dado fusiles italianos, a los cuales no nos adaptábamos. Luego, cuando el camión en que viajábamos reanudó la marcha, «al pasar ante un grupo de muchachas», yo, desde la parte alta del vehículo en que iba encaramado con algunos otros, las saludé repetidas veces con la mano —no recuerdo si la izquierda o la derecha— empuñando el gorro que llevaba quitado; y poco después me detuvieron, sin saber por qué. Lo dicho anteriormente es lo único que hablé en la taberna de La Puebla de Cazalla, de manera que no es cierto que hiciera manifestación alguna contra el Movimiento ni que dijese que las fuerzas nacionales habían tenido que retroceder en el frente de Pozoblanco o que «el General» no contaba estas cosas «en la charla» y, por tanto, que no decía la verdad de lo que estaba ocurriendo. Además, lo de levantar la mano fue en la forma y con el propósito que he expuesto, pero no con la intención de «simular ningún movimiento característico de los rojos».
El 4 de junio de 1937, cuatro días después de ese interrogatorio, Ortega sería procesado por el juez instructor; y el día 22 siguiente fue juzgado por el Consejo de guerra especial permanente de Sevilla que, bajo la presidencia del coronel retirado de caballería Alonso de la Espina y Cuñado, se había reunido a las diez en punto de la mañana en el local de la plaza de San Francisco donde tenía su sede la Audiencia Territorial. En el transcurso del juicio, el fiscal, Francisco Fernández Fernández, lo acusó del delito de auxilio a la rebelión militar y pidió que le impusieran una pena de 20 años de reclusión; mientras el acusado manifestó en su descargo que él no había pronunciado las palabras que se le atribuían, y hasta llegó a decir que «a su padre quienes lo mataron fueron los rojos».
La sentencia, redactada por el magistrado titular del Juzgado de instrucción número 1 de Sevilla, Joaquín Pérez Romero, declaró lo siguiente:
Siguiendo este Consejo de guerra especial permanente en su tarea de juzgar a todos los que «más o menos activamente» han intervenido en la «Rebelión Militar que azota a España y que tan gloriosamente está venciendo el Ejército Nacional sin que haya ejemplo de paridad en la historia del mundo», hoy le toca el turno al soldado Manuel Ortega Berlanga del cual «constan sus antecedentes marxistas» y que sin permiso de sus jefes hizo un viaje a Osuna, deteniéndose en un establecimiento de La Puebla de Cazalla donde expresó públicamente «y con marcada sorna» que, «como le habían cambiado los fusiles y con el nuevo no estaba acostumbrado, suponía» que no iba a poder «hacer puntería y menos matar a ningún rojo»; refirió, además, supuestos descalabros que las tropas nacionales sufrían y que «el General» callaba en sus charlas, y terminó «por saludar puño en alto y con visible ostentación» al tiempo de marcharse. Tales hechos constituyen el delito previsto en el «Bando General de declaración del Estado de Guerra del Gobierno Nacional de Burgos» de 28 de julio del pasado año de 1936, de propalación de noticias falsas o tendenciosas con el fin de quebrantar el prestigio de las fuerzas militares y de los elementos que prestan servicios de cooperación al ejército, un delito del que por su participación directa y voluntaria resulta autor el procesado; en el que, además, concurre la circunstancia agravante de «mayor daño», ya que sus manifestaciones tuvieron lugar en un establecimiento público y «lógicamente tenían que producir gran impresión al ser proferidas por quien en aquellos momentos vestía el honrosísimo uniforme de soldado Español».
Semejante sentencia condenó a Manuel Ortega a la pena de 12 años de prisión; aunque, «habida cuenta de los cuantiosos daños ocasionados al Estado por la Rebelión Militar que se persigue en gran número de provincias de España», también lo condenó a indemnizar los perjuicios causados, en la cuantía que habría de fijarse más adelante, ya que «la responsabilidad civil es inherente a la criminal y la sigue como la sombra al cuerpo».
Entre otras cárceles, Ortega estuvo cumpliendo la condena de privación de libertad —cuya extinción no se produciría hasta el 20 de abril de 1949— en la prisión provincial de Oviedo. De la cual salió en libertad condicional, y a continuación regresó a su domicilio en Osuna, el día 25 de junio de 1941.
Fuentes
► Archivo del Tribunal Miliar Territorial Segundo: Causa nº 33/37, legajo 1505-75.
► Archivo Municipal de Osunal: Libro 398 y legajo 52. Libro registro de la cárcel.



