Manuel Valor Cara

Granada
Granada
García Labrac, José María

El protagonista de esta historia, Manuel Valor Cara, nació en abril de 1902 en Granada capital, concretamente en la cuesta del Pino, junto a los Cuatro Caminos y la carretera de la Sierra. Sus padres fueron Manolillo Valor, apodado el Electricista por el oficio al que se dedicaba, natural de la localidad alicantina de Alcoy, y la granadina Antonia Cara, venida al mundo en el cortijo de Nuestra Señora del Carmen, en el camino entre la ciudad y el pueblo de Cenes de la Vega, enfrente de los actuales túneles del Serrallo (del viejo cortijo solo se conserva el portón de entrada, situado delante del moderno hotel Real de la Alhambra).

Durante los años 20, Manuel realizó el Servicio Militar en diferentes destinos, tanto en África (Ceuta) como en la Península (Madrid) -segunda imagen-, formando parte del Regimiento de Cazadores de Vitoria, nº 28 de Caballería y de la Escuela de Automovilismo de Ingenieros. En 1924, mientras integraba el Regimiento de Vitoria, 28, realizó un curso de mecánico automovilista que le sería de mucha utilidad en su futura vida profesional.

Por aquel tiempo, comenzó un noviazgo con su paisana Fernanda Soriano Valverde, nacida también en 1902, y como él, descendiente de alicantinos, provenientes en su caso de Crevillente. Ambos contrajeron matrimonio al final de la década, en enero de 1929.

En la II República, de vuelta ya en su ciudad natal, Manolo trabajó de tornero mecánico en los talleres de la compañía Tranvías Eléctricos de Granada, ubicados en la zona de la Caleta. Por aquella época, los jóvenes esposos sufrieron una tragedia familiar, al fallecer su hija primogénita con tan solo quince meses de edad, en febrero de 1931. Por suerte, la felicidad volvió a la pareja poco después, ya que Fernanda enseguida volvió a quedarse embarazada, dando a luz a Amelia Valor Soriano en diciembre del mismo año.

Su sobrino Antonio Valor, hijo de su hermano Ramón y padre de un bebé de nueve meses, fue fusilado a los 27 años, después de una breve estancia en la cárcel de apenas veinte días. Al no encontrar a un cuñado al que buscaban para ejecutarlo, lo mataron a él, de forma indiscriminada y arbitraria. Cuando algunos parientes acudieron a la prisión a preguntar por su situación, los carceleros les dijeron que se había fugado a la Siberia, sabiendo de sobra que ya estaba muerto.

El asesinato de su sobrino alarmó a Manuel, que se vio obligado a huir de la capital para salvar la vida. Tras decirle a Fernanda que se iba a comprar una gorra, escapó a la zona republicana junto con los más amenazados de la saga: Ramón, la mujer de este, el resto de sobrinos y el hijo del fusilado. Se marcharon por Cenes, a través del paraje de los Arquillos, llegando inicialmente a Guadix.

Después de la huida de Manolo y mientras permanecieron en la placeta de la Cruz, Fernanda se acostumbró a dormir siempre con unas tijeras a mano, para protegerse ante una posible visita intempestiva de las terribles Escuadras Negras, cuyas cacerías nocturnas eran muy frecuentes por el entorno de la calle Real de Cartuja. Finalmente, el miedo empujó a Fernanda a buscar la protección de sus padres, yéndose con la niña al hogar de estos, una casa-cueva de los Peñones, en el Barranco del Abogado.

Manolo se incorporó al Ejército Popular de la República, defendiendo la causa democrática en el frente de Colomera y en el sector de Martos (Jaén). Al finalizar el conflicto, fue internado en el campo de concentración de Albatera, en la misma provincia de Alicante de la que procedían sus ancestros paternos (y los de su esposa). Precisamente, fue Fernanda la que logró dar con él por medio de la Cruz Roja, logrando su liberación y regreso a Granada.

Al volver a su tierra e instalarse en la cueva de sus suegros, la Guardia Civil lo detuvo de nuevo tras una denuncia de un conocido confidente del Barranco del Abogado, pasando casi un año preso en la antigua cárcel de la avenida de Madrid. La represión no cesó al excarcelarlo, ya que la Benemérita siguió acosando y hostigando a toda la familia, llegando a amenazar de muerte a los dos perros que tenían y a ellos mismos, asegurando que “iban a pegarles dos tiros a los bichos y después otros dos a sus amos”, al ladrar los animales, en mitad de la madrugada, cuando los civiles patrullaban al lado de la cueva. El suegro de Manuel tuvo que sacrificar a los canes para evitar males mayores, temiendo que, si continuaban los ladridos nocturnos, las autoridades franquistas detuvieran otra vez a su yerno (o incluso lo mataran).

Tiempo antes, la dictadura provocó también el cambio de nombre de Fai, rebautizado como Fati, especialmente de cara a la pequeña Amelia, a fin de prevenir problemas con las fuerzas del orden o con algún vecino chivato. Este perro fue uno de los sacrificados después por el abuelo.

Manolo consiguió posteriormente un empleo en la desaparecida Fundición Castaños del paseo de la Bomba, originalmente en el turno de noche y luego de día, prestando servicios en esta empresa hasta su jubilación en 1970, a los 68 años.

En 1942 el matrimonio y su hija se mudaron a un piso sito en el entonces número 20 de la calle Parrilla, muy cerca del cuartel de las Palmas y de la fábrica de alpargatas Alhambra. En los bajos de aquel edificio había una tienda de comestibles, regentada sucesivamente por mi bisabuelo y mi abuelo, Salvador Labrac Escudero (1892-1956) y Salvador Labrac López (1921-2003). Mi familia vivía también en aquella finca, por lo que fueron vecinos de los Valor Soriano (y también sus caseros, cuando mis abuelos compraron la propiedad y arrendaron la vivienda a Fernanda y a Manuel).

Fernanda Soriano murió a los 65 años, en la Navidad de 1967. Una vez viudo, Manolo Valor siguió residiendo con su hija Amelia en la Parrilla hasta su propio fallecimiento, ocurrido en febrero de 1984, dos meses antes de cumplir los 82.

Su recuerdo continúa vivo en el corazón de Amelia, que alcanzó los 88 otoños a principios de diciembre y que no deja pasar un día sin honrar la memoria de su progenitor, el chavea de la cuesta del Pino que estuvo preso en Albatera por escapar de la muerte y vestir el uniforme del primer Ejército que plantó cara al fascismo internacional.

Fuente:  http://www.elindependientedegranada.es/blog/manuel-valor-cara-cuesta-pino-campo-concentracion-albatera

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