EL CASO RENÉE LAFONT
Cuando en el año 2004 revisaba los libros de defunción del Registro Civil de Córdoba encontré una inscripción que me pareció muy extraña. En efecto, en el folio nº 3 del tomo 159, Juzgado de la Derecha, se anotó el 12 de noviembre de 1936 la defunción de Renée Lafont, de nacionalidad francesa, de la que se ignoran más circunstancias. Falleció en esta Capital desconociéndose en qué lugar el día primero de septiembre del año actual no se dice a qué hora a consecuencia de anemia aguda por hemorragia consecutiva a heridas recibidas. ¿Por qué no se conocían más circunstancias de la víctima? ¿Y cómo podía ser que se ignorase el lugar en que ocurrió el fallecimiento y el cementerio en que se sepultó el cadáver?[1] ¿Por qué se tardó más de dos meses en inscribir la defunción en el Registro Civil? También resultaba extraño lo alambicado de la expresión de la causa de la muerte. ¿Por qué no se citaba el origen de las heridas, como sí ocurre en otros casos? ¿Por qué, y a pesar de que la inscripción se hacía en virtud de orden del juez de Instrucción del Distrito de la Derecha, certificaba un médico militar y no el forense adscrito al juzgado? Demasiadas preguntas sin respuestas. Además, el nombre de esta mujer no aparecía en los libros de inhumaciones de los cementerios. En cualquier caso, y a falta de más datos, no podía asegurar que fuese una víctima de la guerra y Moreno Gómez tampoco la citaba en su listado de fusilados, por lo que tomé nota pero no la incluí en la relación de víctimas que confeccionaba por aquel entonces.
Ese mismo año conocí a D. Luis de la Fuente Román (q.e.p.d.). En julio de 1936 este señor estaba terminando su servicio militar en el Regimiento de Artillería Pesada nº 1, pero el comienzo de la guerra le impidió licenciarse. En una de las primeras conversaciones que sostuvimos me contó cómo fue agregado a la dotación de un antiaéreo de 20 mm. Una noche, estando en el emplazamiento de la pieza en la rotonda de la Victoria, donde comienza la actual avenida del Conde de Vallellano, los sirvientes de la pieza vieron pasar un camión con detenidos. Cuando los presos vieron que en vez de tomar la dirección de la Huerta del Rey hacia la cárcel (el Alcázar de los Reyes Cristianos) enfilaban hacia el cementerio de la Salud comprendieron lo que les aguardaba y comenzaron a gritar. Entonces una mujer francesa se tiró del camión, pero el vehículo paró, la volvieron a subir y continuó la marcha. Poco después oyeron las descargas. A la mañana siguiente los artilleros vieron cómo los sepultureros entraban los cuerpos al cementerio utilizando carrillos de mano. El fusilamiento había tenido lugar en la zona conocida como Arroyo del Moro, que se corresponde con el actual aparcamiento situado en la tapia norte del cementerio y, por tanto, visible desde la rotonda de la Victoria. A la pregunta de cómo sabía que la mujer era francesa D. Luis respondió que lo oyó comentar en el cuartel la mañana siguiente.
Inmediatamente relacioné este caso con la extraña inscripción del Registro Civil y la curiosidad me llevó a buscar más datos sobre esta mujer. Sabiendo la fecha de la muerte era fácil buscar en la prensa de la época. En efecto, se ocupan de los hechos La Voz de Córdoba y El Defensor de Córdoba de 2 de septiembre y Guión de 1 de septiembre. Los relatos de los diarios son bastante coincidentes entre sí y con la versión que nos ofrece el historial de la 5ª Batería del Regimiento de Artillería Pesada nº 1. Este relato dice así:
El 29 de Agosto, a las 11 horas, se acerca un coche ligero a la posición de las Cumbres, por la carretera general y procedente del campo enemigo. Ante la presencia de un avión propio[2] que efectúa un reconocimiento, el coche se detiene y descienden de él tres individuos que se guarecen en una alcantarilla; pasado el avión, los tres individuos salen del refugio y se dirigen al coche, en cuyo momento el Capitán de la 5ª Batería, de guarnición aquel día en las Cumbres, les dá el alto, y como no obedecieran se les hace fuego de fusil, al que ellos contestan con tiros de pistola, echándose a tierra; a poco, dos de los individuos se levantan, y a pié, emprenden la huida a sus líneas, perseguidos por una guerrilla propia que sale de las Cumbres al mando del Teniente Don Juan Sánchez Ramírez. El Capitán Macías en vista de que esta guerrilla se aleja demasiado, hace tocar llamada, y el Teniente Sánchez Ramírez regresa a la posición, no sin traer hasta ella el coche ligero y al individuo que quedó en tierra, que resultó herido en una rodilla y ser mujer, de más de 50 años, y vestida de hombre; es conducida –incomunicada- a Córdoba. El enemigo dificulta cuanto puede la entrada en las Cumbres de la citada mujer y del coche (éste es un Studebakers del Ministerio de la Guerra rojo)[3], y para ello efectúa un tiro de prohibición con G.M. a tiempos de 105; después hace avanzar una guerrilla de 40 hombres hacia Las Cumbres, cuyo probable propósito parece ser el de recoger a los otros dos ocupantes del vehículo, refugiados en una caseta de peones camineros[4] a 1.200 metros de la posición propia, pero por si es otro, la 3ª Batería de O. 155/13 del Sector, rompe el fuego sobre la guerrilla, que a la segunda rompedora se retira a sus atrincheramientos.
Como detalles adicionales hay que destacar que, según La Voz de Córdoba, a la detenida se le ocupó un carnet comunista y un alfiler con la hoz y el martillo, y fue sometida al Tribunal Militar correspondiente que la juzgó y sentenció.[5] Nótese como las informaciones de prensa aparecen después de la muerte; incluso El Defensor de Córdoba añade que la emisora local radió una nota oficiosa en relación con el asunto. Evidentemente se trata de informaciones facilitadas por las autoridades militares, lo que lleva a preguntarse por qué dar tanta publicidad a algo que podría traer repercusiones negativas.
Por esta zona, entre Montoro y El Carpio, estuvo también la periodista francesa Andrée Viollis, quien relataba en sus crónicas que el vehículo que se le había facilitado había sido requisado al torero Antonio Márquez. Viollis, que trabajaba para Le Pétit Parisien, había llegado desde Madrid en compañía de tres periodistas ingleses; después de pasar por el cuartel general republicano en Montoro, algo que, al parecer, debían hacer todos los periodistas para obtener permiso para visitar al frente, se dirigió a las avanzadillas pero no la dejaron pasar. Al parecer, ese día, que debió ser probablemente el 26 de agosto, los milicianos de la barrera de control estaban más atentos y no cometieron el error que le costó la vida a Lafont y que también estuvo a punto de tener consecuencias fatales para el fotógrafo “Alfonso” cuando unas semanas antes de la captura de Renée Lafont tuvo lugar un incidente parecido en el mismo sitio. Según se relata en Estampa de 15 de agosto de 1936, en un artículo titulado La aventura de dos fotógrafos en el frente andaluz firmado por J. Lorenzo Carriba, el famoso fotógrafo “Alfonso” y su hermano Pepe quisieron ir al frente andaluz porque de éste se habían publicado pocas fotos y relatos verbales. Dice el fotógrafo:
Salimos de El Carpio de madrugada, en dos coches, ocupados por milicianos, guardias de Asalto, el delegado del Gobierno, señor Escudero y nosotros. Convencidos de que la columna del general Miaja iba delante, enfilamos los autos carretera de Córdoba arriba, presurosos de sumarnos de nuevo a las tropas gubernamentales. El sol era abrasador, la sed empezaba a atormentarnos. A los ocho kilómetros de recorrido llegamos ante la casita de un peón caminero. “A Córdoba, 32 kilómetros”, se leía. Paramos y llamamos a la puerta; nadie respondió. Subimos de nuevo al coche y seguimos el avance. –¿No notaron ustedes nada anormal? –Sí; a nosotros empezaba a parecernos extraña aquella desolación en el paisaje, sin un soldado, sin un miliciano…De pronto, un cortijo a la vista y un frenazo en los coches: la carretera está interceptada por unos postes telefónicos, y detrás, como dos relámpagos asoman y desaparecen dos figuras humanas, que hacen contra nosotros disparos de fusil. Nuestros acompañantes hacen una descarga cerrada al aire, atropelladamente, sin tiempo de apuntar. Al mismo tiempo, los conductores de los coches dan, en medio del inesperado desconcierto, marcha atrás y, acogidos a la protección de un recodo, vuelven a los coches hacia El Carpio y lanzan los vehículos, recta adelante, a toda velocidad, mientras nuestros acompañantes responden con descargas cerradas al tableteo de una ametralladora que los fascistas manejaban desde el cortijo. “¡Han tenido ustedes suerte!”, les dijo el general Miaja.
Fueron muchos los periodistas, españoles y extranjeros, que llegaron en esos días a tierras cordobesas atraídos por la inminente caída de la ciudad, anunciada a bombo y platillo por el Gobierno. El austríaco Franz Borkenau, que viajaba acompañado de los fotógrafos Hans Namuth y Georg Reisner, también llegó al frente cordobés y hace una referencia al caso Lafont en su libro El reñidero español (Ediciones Península, Barcelona 2001). Este libro está escrito en forma de diario, y en la entrada correspondiente al 4 de septiembre de 1936 (página 189) dice:
Pocos días antes de nuestra visita, en este mismo lugar, una periodista francesa llamada Renée Lafont siguió conduciendo sin percatarse de que se había adentrado en las líneas enemigas hasta que cayó en una emboscada. Tirotearon el coche, la periodista cayó herida y la capturaron voluntarios fascistas.
Una nota a pie de página dice que murió a causa de las heridas mientras estaba encarcelada en Córdoba como prisionera de guerra.
Contrariamente a lo que podríamos esperar las repercusiones de la muerte de Renée Lafont en Francia fueron escasas. Por ese tiempo la prensa francesa sí se ocupaba del fusilamiento en Mallorca de Guy de Traversay, corresponsal de L’Intransigeant de París, así como de la muerte en Tetuán de un cabo de Aviación francés que había desertado de la Zona gala del Protectorado. En cambio no encontramos noticias sobre Lafont hasta el 5 de octubre de 1936, cuando el periódico para el que trabajaba –Le Populaire, órgano del partido socialista francés- publicó una escueta noticia según la cual su corresponsal había muerto dos días atrás a consecuencia de las heridas recibidas al ser capturada por los rebeldes. La edición del día siguiente incluye un artículo más amplio salido de la pluma del político socialista Bracke-Desrousseaux, que reprodujo también Le Midi Socialiste de Toulouse del 7 de octubre. Bajo el título Morte pour l’Espagne nouvelle hace una semblanza de la periodista y añade que la última noticia que se tuvo de ella provino de un periodista inglés[6] que la había precedido en una carretera amenazada por donde ella iba con una escolta de milicianos. Ni por un momento duda Bracke de que Lafont muriese a consecuencia de las heridas recibidas al ser capturada, aunque sí se muestra escéptico sobre la calidad de los cuidados que hubiese podido recibir. La noticia de la muerte de Renée Lafont volvió a la España republicana de mano de un despacho de la agencia Havas que reproduce La Vanguardia del 8 de octubre.
El año siguiente, entre el 15 y el 18 de mayo de 1937, el Partido Socialista Francés celebró su XXXIV congreso en Marsella. Allí se tuvo un recuerdo para los militantes desaparecidos desde el anterior congreso y se citó a Jean Bélaidï, aviador franco-argelino de la escuadrilla de André Malraux muerto en combate, y a Renée Lafont, membre de la 5ª Section de Paris, morte sur le front républicain d’Espagne.
En Córdoba había un cónsul honorario francés, que precisamente había elevado una protesta con motivo del bombardeo del 2 de agosto, el primero con víctimas mortales, al igual que otros cónsules acreditados en la ciudad. No sabemos qué gestiones pudo hacer en orden a esclarecer la suerte de Renée Lafont, aunque todo parece indicar que hubo una voluntad de silenciar el episodio, tal vez para no complicar las ya difíciles relaciones de los sublevados con la Francia del Frente Popular, aunque no deja de ser extraño que el presidente del Consejo francés, el socialista Leon Blum, no reaccionase ante la muerte de una correligionaria. Escribí un e-mail al consulado francés de Sevilla para tratar de obtener datos de esta súbdita francesa, pero no obtuve respuesta. En una visita personal no conseguí pasar del mostrador de recepción, donde me dijeron que allí no se conservaba documentación de la época de la guerra civil.[7]
Pero, ¿quién era en realidad Renée Lafont? Sabemos ya algo de su muerte pero poco de su vida porque es una figura olvidada, incluso en Francia. Noticias de prensa y, sobre todo, las memorias de Alberto Insúa nos pueden acercar algo a su personalidad, poco corriente para una mujer de la época. Hija de Charles Lafont, profesor de Retórica, recibió una educación esmerada y fue a la Universidad en un tiempo en que pocas mujeres lo hacían. Era una apasionada de España y de su cultura, que procuró promocionar siempre, lo que le valió el aprecio y el agradecimiento de muchos escritores españoles.
La prensa española dio referencias de ella en bastantes ocasiones. Así, la revista Mundo Gráfico de 22 de enero de 1913 incluye una foto suya y la cita como ilustre escritora y presidenta de la sección hispano-americana de la revista Parthenon. La revista Blanco y Negro del siguiente 6 de julio publicaba en la página 32 otra foto -que parece ser la misma- con el siguiente pie: Mlle. Renée Lafont, culta hispanófila y escritora francesa, que ha traducido “El demonio de la voluptuosidad”, de Alberto Insúa. Se nos muestra la imagen de una mujer de facciones marcadas pero de un indudable atractivo centrado en una intensa mirada, entre decidida y soñadora y con todo el ímpetu de la juventud. El diario ABC de 17 de marzo de 1914 anuncia la publicación en español de su novela La voz del mar, y describe a la autora como una espiritual novelista francesa muy conocida en España por su hispanofilia y por la traducción de los autores españoles más importantes del momento.
El estallido de la Primera Guerra Mundial le sorprendió en España, y viendo el apasionamiento con que se veía el conflicto en nuestro país entre aliadófilos y germanófilos hizo una encuesta entre los intelectuales españoles más destacados del momento solicitándoles su opinión y su posicionamiento ante la guerra, encuesta que publicó La Renaissance politique, littéraire et artistique de 20 de marzo de 1915.
Años más tarde, en La Esfera de 15 de diciembre de 1923, aparece un artículo de Federico García Sanchiz titulado Renée Lafont y su hispanofilia que incluye un retrato a plumilla de la francesa. Esta imagen nos muestra un rostro mucho más ajado, anguloso y cansado que el de diez años antes. El autor alaba su papel como traductora y directora de la sección ibérica de la editorial Flammarion dando a conocer la obra de los autores españolas, de los que Sanchiz la considera “madrina”. Y ello porque en Francia ignoraban lo que acontecía en el ámbito literario al sur de los Pirineos -aunque algunos negociantes pretendían editar obras de autores españoles a condición de que el gobierno español los subvencionase- y porque en España se había establecido un tribunal de inquisidores que trabaja en la sombra (y) envía informes favorables sólo a unos elegidos de su clan: “Aquí no hay más que nosotros”, dicen. Contra estos inconvenientes luchaba Renée Lafont, para quien sería demasiado injusto el silencio y bochornoso el desdén, cuando la actual literatura castellana supera a la italiana y la inglesa en calidad y cantidad. Y terminaba la escritora: Por mucho que haga siempre estaré en deuda con esa España que no puedo olvidar desde que, visitándola detenidamente, pude estimar todo su ardor caballeresco.
En el llamado Centro Documental de la Memoria Histórica, es decir, en el Archivo de Salamanca, se conservan unas cartas que Renée Lafont intercambió con Marcelino Domingo. La primera está fechada en Las Palmas de Gran Canaria el 15 de abril de 1931, recién proclamada la República. La francesa felicita al flamante ministro de Instrucción Pública, le solicita una interviú para cuando pase por Madrid y termina con un viva a la República.
El 23 de mayo Lafont vuelve a escribir, esta vez desde su domicilio parisino en el 73 de la calle Cardinal Lemoine, cerca de la Sorbona y del Panteón; durante su estancia en España su padre ha muerto repentinamente, y ella queda a cargo de su anciana madre y no en muy buena situación económica. También confiesa que su salud no es buena. Por todo ello le pide a Domingo que medie para que le den una corresponsalía en París para un periódico avanzado español, se ofrece para escribir artículos en revistas literarias o artísticas españolas y para hacer propaganda a favor de la República. Cita a Indalecio Prieto y a Ortega y Gasset como personas que la conocen y pueden apoyarla. Domingo responde con buenas palabras pero sin darle soluciones: la revista La Esfera, para la que Lafont le había enviado un artículo a fin de que el ministro lograse su publicación, ya no se publica, los periódicos tienen ya sus colaboradores fijos, etc.
El 1 de agosto de 1931 la tenaz francesa escribe desde el hotel Peñón Cantábrico, de Fuenterrabía; en esta ocasión se muestra inquieta por si Domingo no ha recibido una carta anterior en la que le hablaba de un complot monárquico para asesinar a Alcalá-Zamora, Largo Caballero y Lerroux. En el margen Domingo anota que la había recibido, aunque seguramente no le hizo mucho caso.
En mayo de 1932 Domingo tiene previsto un viaje a París. Lafont se entera a través de Indalecio Prieto y le inquiere la fecha exacta de llegada para esperarle en la estación, porque no quiere perderse la cara del prefecto, Jean Baptiste Chiappe, cuando tenga que recibirle como ministro cuando poco más de un año atrás le perseguía. También le expresa su intención de darle un recado para el ministro de Hacienda, Carner.
La naturaleza de este recado para Carner se desvela en una misiva fechada en París el 3 de septiembre de 1932; se trata de que Domingo presente a su colega de Hacienda un proyecto de nueva lotería inventado por un ingeniero francés.[8] Su salud ha empeorado, no tiene trabajo fijo y la pensión de su madre no alcanza para las dos, por lo que le pide que Madariaga influya para que le den un puesto de agregada de prensa en la embajada española en la capital gala. Para ello hace profesión de su fe republicana y recuerda como cuando vivía el Primo de Rivera no podía entrar en España por haber hecho la propaganda con Blasco. Y termina felicitándose del fracaso del Sanjurjo ese y esa partida de mamarrachos que todavía creen que el señor de Borbón puede interesar a alguien allí.
Fracasada su gestión para obtener un puesto en la embajada española dirige sus esfuerzos (enero de 1933) hacia el Quai d’Orsay, para ser encargada de la propaganda en España en el seno de una organización dirigida por el diplomático y periodista Pierre Camert. De nuevo solicita a Marcelino Domingo que haga saber al gobierno francés que sería vista con buenos ojos por el español para ese puesto. Y de nuevo hace mención de sus méritos republicanos, a los que añade ahora el haber silbado al general Primo de Rivera con ocasión de un viaje oficial de éste a París, lo que le había acarreado ser detenida por la policía.
En julio de 1933 vuelve a la carga; en esta ocasión envía a Domingo el currículum de un exiliado socialista alemán, Felix Wittmer, que pretende obtener un lectorado en alguna universidad española para ganarse la vida. No debe confiar ya mucho en las dotes “conseguidoras” del ahora ministro de Agricultura porque le espeta lo siguiente: dígame francamente si Vd cree que tiene facilidades para obtener algo, porque si no no vale la pena (que) emprenda el viaje. Aprovecha para pedirle fotos de campos españoles para acompañar un artículo sobre la reforma agraria que tiene pendiente de publicar en Le Monde Illustré. Sorprendentemente el director general del Instituto de Reforma Agraria, Dionisio Terrer, se muestra incapaz de resolver algo tan sencillo como lo que se le pide alegando no haberse incluido cantidad alguna a ese objeto en los presupuestos del Instituto.
En sus cartas Lafont se lamenta de lo difícil que está la vida en Francia como consecuencia de la crisis económica derivada del crack de la bolsa neoyorquina de 1929. Se encuentra atada a una madre anciana y enferma, y si no fuera por esa circunstancia se habría ido a vivir a España.
Todavía a finales de septiembre de 1933 sigue preguntando si van a hacer algo por Wittmer, aunque lo que ahora tiene en mente es cubrir para un periódico francés el traslado de los restos de Blasco Ibáñez a Valencia.
Las últimas cartas son de finales de diciembre de 1933 y enero de 1934, es decir, después de la derrota electoral de Domingo y sus amigos. Lafont le transmite su pesar por ello y el deseo de que pronto su partido, unido con los socialistas, volverán al gobierno y salvarán a la República que Don Alejandro (Lerroux) quiere sabotear. En la misma carta, de 28 de diciembre de 1933, la francesa advierte de la publicación en el semanario suizo Die Weltwoche, en el que ella misma colabora, de un artículo en el que el huido financiero español Juan March acusa a los ex ministros Indalecio Prieto, Jaime Carner y Marcelino Domingo de haber aceptado dos millones de pesetas del mallorquín sin haber cumplido los compromisos que habrían contraído a cambio. Lafont cree que el autor del artículo es español, aunque no ha logrado averiguar su identidad. Siempre vehemente, dice que ha renunciado a su colaboración en el semanario de Zurich porque para mí las ideas y lo que se sacrifica a un ideal valen siempre más que los intereses.
Esa vehemencia y ese apasionamiento, que debieron ser rasgos distintivos de su carácter, afloran también de la lectura de las ya citadas memorias del escritor Alberto Insúa. El literato de origen cubano, que tuvo un breve paso por la política como gobernador civil de Málaga de la mano del Partido Radical, mantuvo una prolongada relación profesional con Lafont, que traducía sus obras al francés junto con las de Blasco Ibáñez y otros escritores de lengua española. El relato de Insúa deja entrever que esta relación fue más allá de lo meramente profesional, ya que en un momento dado sus relaciones literarias subsistían, si bien la que llamaré nuestra amitié amoureuse habíase enfriado un tanto por culpa de ambos. Una de las razones de este distanciamiento habría sido que admiradora tan arrebatada como ella del superindividualista Clemenceau volvía a sentirse, también apasionadamente, partidaria del socialismo… El sabio y bondadoso Monsieur Lafont no sólo no compartía las “ideas disolventes” de su hija, sino que las censuraba, sin acritud, tal era su ternura de padre, y prefería –me lo dijo- tomar aquello por una veleidad sin consecuencia. Y vaya si las tuvo, muy dolorosas como se verá en páginas posteriores de estas remembranzas, si es que llego a escribirlas.
Pero no llegó a escribirlas, las memorias de Insúa se detienen en las postrimerías de la Dictadura de Primo de Rivera.
Queda claro que el escritor tuvo noticia del trágico final de su amiga, aunque no sabemos si creía la versión generalmente aceptada de una muerte a consecuencia de las heridas recibidas.
El caso es que hasta hoy se venía creyendo que Renée Lafont había muerto por las heridas recibidas cuando, en realidad, fue fusilada. Es más, habría que decir que estamos ante el primer caso de una mujer periodista muerta en una guerra, por delante de Gerda Taro.
Fuente: http://www.laguerracivilencordoba.es/art_lafont.htm
[1] Con casi total seguridad su cuerpo fue inhumado en la fosa común del cementerio de la Salud.
[2] El Diario de Operaciones del Aeródromo de Córdoba registra seis vuelos de aviones Breguet XIX sobre esa zona en misiones de reconocimiento y bombardeo durante ese día.
[3] El Studebaker pasó a ser el coche oficial del comandante militar de Córdoba, coronel Cascajo. Hay que recordar que el Ministerio de la Guerra se mostraba bastante generoso con los corresponsales extranjeros y les asignaba un coche, generalmente requisado a elementos considerados desafectos al Frente Popular.
[4] Esa casilla, situada en el km 378 de la vieja carretera Madrid–Cádiz, aún existe casi oculta por la vegetación y en ruinas.
[5] Si en verdad se inició algún tipo de procedimiento judicial no hemos conseguido encontrarlo hasta ahora a pesar de haber indagado en el archivo del Tribunal Militar Territorial nº 2 de Sevilla.
[6] ¿Tal vez uno de los que acompañaban a Andrée Viollis?
[7] Si existe documentación sobre el caso es posible que se encuentre en los archivos de Nantes.
[8] La lotería en cuestión parecía más bien una tómbola, pues se trataba de comprar sobres cerrados en los que podía haber directamente un premio. Jaime Carner lo rechazó de plano por no tener nada que ver con la Lotería Nacional y porque el público desconfiaría del control y de la honestidad del sistema.