Vicente Castillo siempre conservó huellas de la tortura. Cicatrices en las muñecas, marcas en los labios, como observaba cuando se miraba a un espejo, rastros de las quemaduras que le hicieron con cigarrillos y encendedores, señales del daño que le ocasionaron con los puños y con la fusta. Les ha pasado a muchos antifranquistas, que han guardado ese recordatorio del terror sufrid o, y que a la vejez les ha empeorado su estado de salud.
Cuando cayó en mayo de 1949, lo interrogaron en el cuartel de Las Palmas, sede de la comandancia granadina de la Guardia Civil, enclavado en un barrio tranquilo y elegante, que contrastaba con el complejo cuartelero, el centro de tortura más temido por el antifranquismo granadino.
Y había caído en manos del capitán Rafael Caballero Ocaña, el jefe de la brigadilla, del que un oficial de la Guardia Civil, compañero suyo, señalaba que el día que no mataba a alguien no estaba tranquilo, y que sentado en la parte de atrás de su coche decía que el conductor, también guardia, tenía un buen tiro en la nuca. El mayor representante de la represión contra la resistencia de posguerra en la provincia, con numerosos casos de tortura y ejecuciones extrajudiciales sobre sus espaldas. Seguramente un psicópata, del que el franquismo se sirvió para sus objetivos de terror.
Vicente tenía un pasado de combatiente libertario. Miembro de la CNT desde antes de la guerra, era natural de Órgiva, y el golpe de Estado lo vivió en Granada, donde triunfó con rapidez entre el 20 y el 23 de julio de 1936. Pudo escapar a la zona republicana en enero de 1937 e ingresó en la 147 Brigada Mixta, en la que alcanzó el grado de teniente. Actuó en los frentes de Jaén y Granada, y al finalizar de la guerra estuvo unos meses huido en la montaña, hasta que se trasladó a Granada, donde fue detenido y condenado a 10 años de cárcel, saliendo en 1941.
Entre otras prisiones, estuvo internado en la de Granada. Recordaba el hacinamiento que se vivía en ella: señalaba que se construyó para 200 o 300 presos (parece que para 500), pero superaba los 5000. También la alimentación defectuosa, basada en verduras que ni siquiera lavaban previamente. Asimismo, las sacas de presos para ser fusilados junto al cementerio de la ciudad. E, igualmente, el adoctrinamiento forzoso que sufrían los reclusos, a manos de fanáticos católicos, que se sentían como peces en el agua con el franquismo.
En 1943 se reintegraba a la militancia, uniéndose al Movimiento Libertario, denominación de la estructura formada por la CNT, la FAI y las Juventudes Libertarias. Uno de sus primeros trabajos fue formar un grupo de lectura con unos jóvenes del barrio de San Matías. Les proporcionaba libros que consideraba que contenían planteamientos democráticos, como lo de Stefan Zweig o Pearl S. Buck, así como otros que circulaban de forma clandestina. Algunos de esos jóvenes participarían más tarde en la actividad antifranquista.
En la ciudad de Granada, la CNT, que había sido la mayor organización de la izquierda durante algunas etapas de la República, recogió esa tradición, al menos en parte, y se extendió con cierta fuerza durante la posguerra. Aunque el miedo a la represión frenaba muchos impulsos, los libertarios tuvieron una intensa vida orgánica, y una de sus tareas fue la de ayudar a los presos, consiguiendo, mediante la falsificación de documentos y otras estratagemas, la libertad y huida de algunos.
Apoyaron a las guerrillas, como la formada por los hermanos Quero, pero tuvieron algunas desavenencias con ellos: consideraban que la guerrilla pretendía dirigir toda la actuación de la clandestinidad libertaria, incluida aquella no practicaba la lucha armada, lo que les parecía inaceptable[1].
Una serie de factores les llevaron a cambiar de estrategia y a optar por un tipo de lucha distinto, renunciando a la actividad guerrillera. Estaban en consonancia con el sector posibilista de la CNT, mayoritario en el interior de España, pero minoritario en el exilio, al contrario que la fracción ortodoxa. El primero cambió esa estrategia en 1947, mientras que el otro mantuvo su opción por la guerrilla hasta 1951.
En Granada, los libertarios habían llegado a la conclusión de que la guerrilla no tenía futuro, que suponía una intensa militarización de la sociedad, con el consiguiente incremento de la represión, lo que impedía la creación de estructuras sindicales clandestinas de la CNT, como era el deseo de Vicente Castillo y de sus compañeros.
Sabían, además, que había guerrilleros que deseaban abandonar esa lucha y escapar al exilio y, tras la caída del último de los hermanos Quero, en abril de 1947, pusieron en marcha una red de evasión que permitió salvar la vida no solo a guerrilleros sino también a otros miembros de la resistencia. Huirían a la Francia metropolitana o al Marruecos francés.
Su actuación chocaba con la del Partido Comunista, que mantuvo el apoyo a la lucha guerrillera hasta 1951-52 y que era contrario a que sus miembros la abandonaran. Dejar la guerrilla estaba castigado con la pena de muerte. Y este sería un elemento más de fricción entre los libertarios y el PCE.
En la puesta en marcha de la red de fuga derrocharon imaginación y corrieron un fuerte riesgo, consiguiendo la salida al extranjero de varios guerrilleros, no solo libertarios. Entre los que pudieron escapar se encontraban Juan Francisco Medina García “Yatero” y su grupo, en diciembre de 1947, Rafael Romero Román, y Juan Garrido Donaire “Ollafría”, y otros cuatro hombres vinculados a él. Y no se trataba solo de guerrilleros, pues otros antifranquistas que estaban en peligro también fueron ayudados a salir de España. Como José Guerrero Ortega “Pepe Caba”, un topo, pues estuvo casi nueve años escondido en una casa sin recibir la luz del sol.
A la altura de 1949, los miembros de esa red acusaban un intenso desgaste emocional. El testimonio de Castillo es bien explícito:
“Estábamos agotados, los nervios destrozados, una continua zozobra e inquietud del peligro continuado al que estábamos expuestos cada día y, sobre todo, desde hacía dos años, nos causaba una presión difícil de resistir por muy equilibrado que estuviera el sistema nervioso”.
Fue por esas fechas cuando un chivatazo posibilitó la detención de Vicente Castillo en el barrio granadino del Realejo. La Guardia Civil conocía, además, dónde escondían los libertarios a otros cinco guerrilleros que también pretendían sacar de España[2]. Tras una primera sesión de tortura, condujeron a Vicente a ese lugar el fatídico 26 de mayo de 1949. Lo arrojaron delante de la vivienda y se entabló un tiroteo, con él en medio, y en el que resultó herido. Dos guerrilleros fueron muertos por los guardias o se suicidaron, y otros tres fueron detenidos y ejecutados después sin haber sido sometidos a juicio[3].
Varios detenidos fueron torturados, y con Vicente Castillo siguieron ensañándose: pese a que lo internaron en un hospital para curarlo de sus heridas, guardias y policías se presentaban allí para interrogarlo y proseguir el suplicio.
Castillo acabó nombrando a algunos de los militantes clandestinos. Esperaba que, conocedores de que estaba en manos de los torturadores, esos activistas se habrían quitado de en medio. Pero el que hubiera hablado hizo que algunos de sus compañeros lo considerasen un traidor. El dolor moral se iba a unir al sufrimiento físico.
Lo atormentaron impidiendo que bebiera agua: como recuerdan otros detenidos, el de la sed persistente es uno de los peores martirios. Con las esposas le dañaron las muñecas y se negaron a curarlas, solo le daban de comer cuando se acordaban, no le permitieron mudarse de ropa en dos meses, las palizas fueron continuas, e hicieron simulacros de llevarlo al campo para fusilarlo. Durante cinco días y seis noches, lo tuvieron atado a una argolla de las que había en los pesebres de los caballos. Esto le obligaba a permanecer de pie y, si lo vencía el sueño, un fuerte tirón lo despertaba. Desde allí oía a otros detenidos lamentarse y llorar. Castillo intentó suicidarse, pero no llegó a llevarlo a cabo.
Hubo más casos de ejecuciones extrajudiciales y la caída afectó a numerosos puntos de Andalucía: Cádiz, Álora, Cazalla de la Sierra y Jerez de la Frontera. Alcanzó a la dirección libertaria de la región, con la muerte a manos de la Guardia Civil del secretario general Antonio González Tagua y de otros tres militantes el 29 de mayo de 1950 en los jardines del hotel Cristina de Algeciras cuando se preparaban para huir en barco a Tánger. A Vicente Castillo lo juzgaron en Granada en abril de 1950, con otras 20 personas. Lo condenaron a 30 años de reclusión mayor.
Su actuación fue la de una persona desprendida, generosa e idealista, que lo arriesgó todo a sabiendas de que le esperaba lo peor si caía en manos del franquismo[4].
Fuente: http://www.elindependientedegranada.es/blog/terror-dictadura-seis-razones-seguir-luchando
Una primera versión de este trabajo fue publicada en VV. AA.: Los exiliados del franquismo. Las voces de los sin voz. Fundación Salvador Seguí, 2020. Y, parte del mismo, en el número 100 de la revista Libre Pensamiento, otoño de 2019.
[1] Algo parecido consideraban algunos militantes libertarios, aunque en este punto no hay unanimidad, que ocurrió con la actuación de la FAI durante la Segunda República, que habría pretendido dirigir la actuación de la CNT.
[2] Se trataba de Milesio Pérez Jiménez, José Sánchez Porras, José García Pimentel y de los hermanos Gabriel y José Martín Montero. Procedían de la Agrupación Guerrillera de Granada, de hegemonía comunista. Con ellos estaba otro hombre de cuya identidad solo sabemos que era conocido como Paco “Ballarcas”. Igualmente, preparaban la salida de otros dos guerrilleros que no se encontraban en ese edificio: Antonio Rivas Rodríguez y Luis Gómez Martín. El escondite era el número 1 de la calle Paz, donde Castillo tenía realquilado un taller para fabricar caramelos, y también lo utilizaban como lugar de reuniones del Movimiento Libertario granadino. En otra planta vivía el matrimonio formado por Manuela Vizcaíno Alarcón y José Aguacil Carranza, con su hijo Ricardo. El hermano de Manuela, también llamado Ricardo, formaba parte asimismo del Movimiento Libertario y era uno de los máximos responsables de la red de evasión.
[3] Quienes perdieron la vida en calle la Paz eran José Sánchez Porras y Gabriel Martín Montero. Los ejecutados sin juicio previo, Milesio Pérez Jiménez, José García Pimentel y José Martín Montero.
[4] Elaborado sobre todo a partir de Recuerdos y vivencias, memorias inéditas de Vicente Castillo Muñoz, con el que tuvimos una conversación telefónica en octubre de 1996. Asimismo entrevistamos a Ricardo Vizcaíno Muñoz en Granada, en julio de 1993 y en febrero de 1994. También hemos consultado la causa judicial 486/49, legajo 628/6 (archivo de la antigua Capitanía General de Granada).