Palomares del Río (Sevilla), 1921
Quienes hemos conocido a Vicente Vives en las últimas décadas sabemos que él es, sobre todo, una buena persona. Su figura rechoncha, sus maneras amables y su empeño en hablar siempre “de aquellos años” no casan mucho con la imagen que tenemos del luchador individual y del rebelde dispuesto siempre a la acción en cuanto detecta una injusticia, del agitador que no desdeña una pelea por muy violenta que se presente. Pero lo fue y a ello dedicó la mayor parte de su vida y sus mejores esfuerzos, sufriendo por ello numerosas represalias que le condenaron a una vida errante y a la emigración.
Como toda persona que vivió con pasión sus años jóvenes y la lucha por sus ideales libertarios, Vicente es el resultado de una España dura, difícil, injusta y desequilibrada, de una España arcaica y retrógada en la que sus clases dirigentes enmascaraban con grandes palabras y con promesas de eternidad un trato cruel y despiadado hacia la gran mayoría de la población, hacia los sectores más débiles, hacia los campesinos y jornaleros, hacia los trabajadores, hacia todo lo que no fuera su interés, su poder y su dinero.
Vicente Vives nació en una familia campesina en la que las diferencias entre sus padres le llevaron a deambular de un sitio para otro desde temprana edad, viviendo a veces con su padre separado, otras veces con otros familiares y a veces internado en el hospicio (la “casa cuna” es el nombre en clave sevillana ocultadora de la realidad). Desde muy niño conoció la dureza del trabajo, pues ayudaba a sus familiares cuando vivía con ellos en una huerta y en el reparto de leche de vaca. El trabajo como lechero va a ser una constante de su vida, al que regresa cuando carece de otro medio de sustentación.
Aprendió a leer con su familia y desde la niñez se convirtió en un ávido lector de cualquier cosa que cayese en sus manos, pero especialmente de periódicos y revistas de la matiz antirreligioso como “La Traca”, “El Loco” y otras.
Vivió con su padre en el manicomio de Sevilla (hay que utilizar el nombre que entonces se le daba para adecuarlo al trato vejatorio e inhumano que recibían los pobres enfermos que lo ocupaban), de donde fue expulsado por escribir panfletos contra la Iglesia en los servicios. A los nueve años ya contaba dos expulsiones, del manicomio y del hospicio. Ingresado en el colegio de los Salesianos del barrio del Retiro, sufrió el trato discriminatorio de los religiosos que lo regían por formar parte del cupo de alumnos “de caridad”. Estas experiencias y algunas otras con sus familiares le hicieron forjarse en el conocimiento de las injusticias y le hizo crecer una rebeldía que sería ya constante durante toda su vida. Fruto de ella sería su tercera expulsión, del colegio de los Salesianos.
En los primeros años de la II República trabaja como aprendiz de barbero en la calle Feria y también como repartidor de leche de las vaquerías instaladas en la zona norte de Sevilla. Es así como toma contacto con un centro obrero que existía en la barriada de Los Carteros (“La Cooperativa”), en el que completa su formación de la mano de maestros dedicados a enseñar a los jornaleros; él recuerda algunos nombres: Medina, Suárez… Algunos de ellos eran maestros afiliados a la CNT, con los que se acerca a las ideas libertarias; su desparpajo, formación e inteligencia natural le ganan el mote que ya no le abandonará, “Bryand”, apellido de un político socialista francés que fue presidente del Consejo de ministros de su país en numerosas ocasiones y del que destacaba, en especial, su fama de fogoso orador.
En este centro da sus primeros pasos como luchador obrero; hay acciones de los jornaleros de los campos cercanos para evitar la introducción de maquinaria en las faenas agrícolas y él participa en ellas; detenido bajo la acusación de haber participado en la quema de una máquina, es ingresado en el correccional. A la salida, la negativa de los patronos a darle trabajo le obliga a buscar aires nuevos y se marcha a Madrid, de donde regresa al poco tiempo.
Se afilia a la CNT en el año 1934, en el gremio de pintores, pero sigue sin trabajar, por lo que se convierte en vendedor ambulante de periódicos obreros; la competencia que hace a los kioskos le gana algún problema. Como miembro de las juventudes cenetistas, participa en las acciones que realiza el sindicato para luchar contra la falta de trabajo y contra la discriminación que llevan a cabo los patronos al no contratar a los afiliados más activos de los sindicatos: se organizan grupos de trabajadores para llevar a cabo obras como adecentamiento de fachadas, arreglo de edificios públicos, etc, y luego se pasa a cobrarlas por los domicilios de los titulares.
Estas acciones terminan, a veces, en conflictos al negarse a pagar los propietarios, en ocasiones, azuzados por las autoridades civiles. La actitud de los patronos para humillar a los que no tenían ningún medio de vida con el objetivo de crear conflictos sociales (¡¡Comed República!!, decían a los que protestaban) es una de las cuestiones más bochornosas para una clase social cuyo alejamiento de los valores de justicia y decencia fue una de las claves de que el conflicto que se avecinaba tuviera los tintes sangrientos que alcanzó. Y es esta una aseveración que no sólo se hace desde la izquierda, sino que han asumido muchos sectores de la propia derecha sevillana de entonces.
El golpe de los militares facciosos el 18 de Julio le coge en estas tareas; ese día estaban trabajando en la sede de Falange (el día anterior, en la Iglesia del Salvador), de donde tuvieron que salir corriendo porque sus ocupantes les atacaron armados con fusiles.
Los días en que Queipo de Llano ocupó Sevilla los pasó deambulando de un sitio para otro; escapó en varias ocasiones de los grupos falangistas armados que recorrían la ciudad gracias a su juventud, pero ello no le evitó ser detenido por la Guardia Civil, que le acusaba de participar en la muerte de un guarda jurado de las huertas de la zona norte de Macarena, un extorsionador de los propietarios y delincuente (él le acusa de un atraco con asesinato en el barrio de San Julián) que había sido asesinado en los mismos días que Calvo Sotelo. La situación de aquellos días no estaba para investigaciones más precisas, por lo que se libró de la cárcel no sin recibir la primera de las numerosas palizas que, al parecer, se había ganado por el sólo hecho de participar en las acciones de protesta de los trabajadores contra la situación en que se encontraban.
Él dice que Sevilla luchó poco contra Queipo, pero que en las calles de los barrios se notaba la represión; vio multitud de asesinatos de trabajadores e izquierdistas en el cementerio y en otras zonas de Sevilla (Gran Plaza, Macarena…): “en un bar del Pumarejo, estábamos escuchando hablar a Queipo en la radio, llegaron un grupo de falangistas, cogieron a unos pocos y se los llevaron; nos enteramos después de que algunos de ellos fueron fusilados sin más”. Denunciado como antiguo afiliado a la CNT, nadie le da trabajo y vive a escondidas en vaquerías y huertas de la zona norte de Sevilla. Las detenciones por la Guardia Civil y las palizas se repiten y todo ello le hace plantearse huir a Portugal por la provincia de Huelva, pero fracasa en su intento.
Tras el final de la guerra, la necesidad de buscar salida a su situación (sin trabajo, proscrito y viviendo de lo que sale) le lleva a alistarse en la Legión y es destinado al norte de Marruecos; en ella permanecerá seis años en dos periodos diferentes, entre 1940 y 46. Se niega a inscribirse en la “División Azul” que se organiza para ir a luchar junto a los alemanes contra la URSS. Su forma de relacionarse con la población local, a la que ayuda en su miseria, y el que se haga amigo de algunos militantes del Istiqlal, el partido que trabaja por la independencia, le crean problemas y conoce miserias humanas que una disciplina férrea como la de ese cuerpo del ejército propicia: un soldado al que conoce es fusilado por la muerte de un sargento en una disputa provocada por éste último.
A su vuelta a Sevilla, se convierte en un “lobo solitario”: se mueve en barrios y locales donde encuentra a los pocos militantes de izquierda que han quedado, pero no forma grupo con nadie; se relaciona con antiguos afiliados al PCE y a la CNT (“nos llevábamos mejor que ahora”, dice) y trabaja casi en la clandestinidad, ayudando a los vaqueros que conoce de la zona norte de la ciudad.
Este trabajo se realiza, por entonces, en situaciones infrahumanas; los empleados cobraban una miseria y en función de la leche vendida, vivían en las mismas vaquerías con los animales, con lo que las enfermedades estaban a la orden del día; había muertes por esas condiciones, que las autoridades escamoteaban como consecuencia de enfermedades no relacionadas con los animales…
En esta tarea, se atreve a denunciar esa situación y también algo que ve hacer a los propietarios de las vaquerías: rebajar la leche con agua (a veces incluso de dudosa procedencia) para obtener más beneficios (hubo muertes en la ciudad como consecuencia de ese fraude) y eso le valen represalias y más problemas con las autoridades; ya no es el chaval de los primeros años de opresión al que se le perdonan sus rebeldías juveniles, pero tampoco se le encuentran conexiones políticas actuales para detenerlo: basta con alguna que otra paliza o advertencia; se le mandan chivatos que le espíen, se le hace la vida imposible…
“Los patronos de Sevilla tenían una actitud criminal para con la ciudad entera, por lo que no era de extrañar que, en otras cosas, se portaran igual: yo he conocido a jornaleros que llevaban un escrito de sus patronos que ellos le habían pedido como salvoconducto para las patrullas falangistas (como no sabían leer, no podían conocer lo que estaba escrito) en los que, en realidad, se decían cosas para que les mataran.”
En consecuencia, se plantea de nuevo huir de Sevilla, iniciando un periodo de su vida en el que viaja andando (a veces, en tren sin pagar porque no hay dinero para hacerlo) por toda España; en vez de contar las provincias en las que estuvo, prefiere hacerlo con las que no visitó: no llegan a los dedos de una mano. Trabaja en lo que va cayendo: obras de carreteras y vías férreas, pantanos, en vaquerías, en labores del campo… En esta vida errante, no deja de tener problemas; en Xátiva (Valencia) es acusado por la Guardia Civil de poner en un tren una bomba que no llegó a explotar, pero no consiguen demostrar nada.
Se plantea sobrevivir pero no puede olvidar sus orígenes, lo que le hace meterse en conflictos: en Guardo (Palencia) él y un pequeño grupo de compañeros en la obra de un pantano deciden celebrar el 1º de Mayo de un año cualquiera (todos eran lo mismo) dejando de trabajar y son despedidos en el mismo momento y expulsados del pueblo.
El año 1960 está de nuevo en Sevilla, trabajando en una vaquería en la Cartuja; sus relaciones con miembros de la oposición le valen ser acusado de pertenecer al PCE y expulsado del trabajo, por lo que se plantea irse fuera del país. Consigue autorización para marchar a Suiza, donde trabaja en vaquerías, en la construcción, de jardinero, en una fábrica… Un año después de su marcha, se lleva a su compañera, que le acompañó desde niña, puesto que pertenecía a la familia con la que se crió.
En Suiza toma contacto con españoles en el exilio o simplemente emigrantes que no ocultan su militancia política, fundamentalmente en el PCE o en la UGT; con ellos participa en alguna protesta en consulados españoles por las condiciones en que se desenvuelve la emigración española. Conoce, entre otros, a Marcos Ana, un reconocido poeta militante comunista que sufrió largos años de cárcel con el que mantiene una buena amistad. Vive en varias ciudades suizas e incluso se encuentra temporadas en Alemania y Luxemburgo. Es esta etapa la más tranquila de su azarosa vida, consiguiendo cierta estabilidad que, no obstante, no le ata al país.
Tras el final de la dictadura, vuelve a Sevilla, trabajando de nuevo como repartidor de leche primero y luego como empleado de una distribuidora y editorial de libros.
En el plano social, toma contacto con el movimiento asociativo de vecinos, en el que participa modestamente, y se afilia de nuevo a la CNT y, luego, a la CGT. Participa en el primer homenaje que, durante la transición, se pretende hacer a los miles de fusilados durante los primeros días del golpe militar en Sevilla, homenaje que (en el Cementerio) es abortado por la intervención policial. Igualmente, es de las primeras personas que, en Sevilla, hablan públicamente de la necesidad de rehabilitar la memoria de los miles de militantes obreros asesinados durante el levantamiento de Queipo y en los primeros años de la dictadura de Franco. Su edad no le impide ser un peón de brega más en muchas de las acciones que en este sentido se han desarrollado en Sevilla (reconocimiento del Dr. Pedro Vallina, los estudios de investigación en torno a la jornada laboral de las 36 horas semanales en la Sevilla del 36, la búsqueda de testigos de la construcción de El Canal de los Presos, la elaboración del trabajo sobre Sánchez Rosa y esta misma de la recuperación de la “memoria histórica”). Esta contribución ha sido reconocida en el año 2006 con un homenaje de su organización.
Con los años, la rebeldía no se apaga pero se encauza por otros caminos: animoso, buen charlador y, sobre todo, generoso, da rienda suelta a una bondad natural que le granjea el cariño de quienes le conocen, a los que pretende conquistar para su causa con su entusiasmo, así como transmitir los conocimientos y experiencias que su vida le ha proporcionado.