Lo cierto es que la única crítica directa que hace Ares es a la Hermandad por, en palabras del autor: “llevar años apurando la desgracia”. En el remate del pasodoble, donde sí dice textualmente “la Macarena”, siento deciros que tampoco se refiere a la Virgen. Él, desde el principio de la copla, narra la noche del 3 de noviembre del año pasado en la que se sacaron a hurtadillas los restos de Queipo de Llano. El final dice que cuando se abrieron las puertas salió “la procesión del espanto” y sentencia que “jamás sonó más fascista la marcha de la madrugada en la Macarena”, jugando con el doble sentido de la palabra madrugada: parte del día y día señalado; Viernes Santo.

Solo había que pegar un poquito la oreja para envainar el machete y darse cuenta de que en ningún momento se ataca a la titular de la Hermandad. Lo que me lleva a pensar que muchos de los que han abierto fuego lo han hecho porque no les sobraba Queipo en La Macarena, y eso es ya otro debate distinto. Mi postura no ha variado desde el día que lo sacaron. A mí, a título personal, me la trae al pairo por completo, no viví esa época de horrores y soy un firme defensor de que mi generación no debe quedarse enfrascada en las guerras del pasado. Sin embargo, siempre que digo esto, se me queda ese resquemor de pensar que lo digo desde un lugar privilegiado. Yo no tengo historias de abuelos enterrados en cunetas y comidos por el recuerdo, yo no llevo esa losa a mis espaldas.

Tengo una cosa clara; Gonzalo Queipo de Llano está mejor fuera de la Macarena que dentro. Ese hombre hizo el mal, según nos revela la Historia fue un sádico sin escrúpulos, un tipo que disfrutaba aterrorizando. Quedan sus asquerosas arengas en Radio Sevilla, sus infames palabras retumbando en la vergüenza del tiempo. Por eso, porque tengo claro que Queipo de Llano fue un profeta del odio, creo que ya no pintaba nada allí dentro, porque él representa el mal y La Esperanza Macarena representa el bien, para mí y para muchísimas personas, incluidas muchos familiares de represaliados que, pese a que ese hombre estuviera allí enterrado siguieron yendo a orar su tabla de salvación, a su Virgen, a su madre. La Macarena siempre ha estado por encima de todo eso, por tanto, no merecía tener ahí el runrún de alguien que nunca estuvo a la altura de su merced. Creo que la Hermandad postergó muchos años lo inevitable, al igual que creo que fue ejemplar en las formas durante la exhumación.

Y no, no haría esta columna en defensa de una persona que hubiera atacado a la señora que escucha las plegarias de mi madre y de mi abuela, ellas ponen su fe en Ella y eso para mí es sagrado. Escribo esto porque, de alguna manera yo posé mi fe en los versos de ese hombre al que han apedreado algunos paisanos que no han sido capaces de ver más allá de sus patillas, a los que la mezcla de Varón Dandy e incienso les ha vuelto a nublar el juicio. Larga vida a la Macarena, a los Carnavales de Cádiz y a Don Antonio Martínez Ares. Que retumbe la caverna.

En defensa de Martínez Ares (elpespunte.es)