Clara Morales: “No tenemos que dejar que sean las instituciones las que nos cuenten nuestra historia”.

La escritora, bibliotecaria y periodista Clara Morales explora la memoria íntima y la memoria social en su debut literario ‘Ya casi no me acuerdo’ a través de trece relatos.
Cecilio/ Cementerio de Badajoz.

Desde que leí “Llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”, uno de los trece relatos que componen Ya casi no me acuerdo (Editorial tránsito, 2024) el debut literario de Clara Morales (Badajoz, 1989) tengo la necesidad de leérselo a todas las personas que tengo a mi alrededor. Lo he leído en playas, bancos de la calle, sofás y terrazas, siempre con la misma certeza de llegar al punto final, alzar la vista y vislumbrar en la persona que me escucha, a través de los ojos enjugados, la satisfacción de haber encontrado un lugar donde reflejarse.

Morales, periodista y bibliotecaria, criada en Huelva y Sevilla, construye a partir de documentos, hojas de revistas, testimonios, anuncios antiguos y demás una cartografía de la memoria colectiva, a través de la memoria íntima. Unos espejos donde encontrar la genealogía que expresa nuestra carne. Trece relatos donde viven “el recuerdo de un amor no correspondido y el del superviviente de un campo de concentración, los ecos de las torturas franquistas y el de un perverso juego de infancia, el rostro borroso de un familiar fallecido hace décadas y el de un manifestante en la primera marcha LGTBIQ+”, como recuerdan desde la editorial.

En varias ocasiones has referido que crees que la memoria es una responsabilidad colectiva. ¿Por qué lo crees?
Creo que es una responsabilidad colectiva porque creo que no tenemos que hacernos cargo solo de lo que consideramos una memoria propia, personal, sino que tenemos la responsabilidad de crear juntas una memoria colectiva, que al final no es otra cosa que una identidad colectiva.

La memoria no se puede poner en manos de lo que consideramos instituciones, aunque sean responsables, sobre todo, de instituciones que han provocado daños en el pasado, que han dejado víctimas, como puede ser el propio Estado. No tenemos que dejar que sean las instituciones las que nos cuenten nuestra historia, sino hacerlo entre todas.Creo que la memoria es un movimiento político, un proceso político y como todo lo político, pues tiene que ser colectivo.

¿Y cómo podemos llevar a cabo esa responsabilidad?
Igual que en el colectivo LGTB se ha hablado mucho de la familia elegida —es decir, de crear colectivos propios cuando te expulsan de lo que supuestamente te corresponde— me parece que eso se puede utilizar también para adoptar una memoria elegida, para hacer nuestras memorias que consideramos a priori ajenas.

Por ejemplo, me parece que la memoria de las consideradas minorías, es una falsedad que sea solo de esa minoría. Por ejemplo, la memoria que recoge la película Te estoy amando locamente, no es solo del colectivo LGTB andaluz, debería ser de toda Andalucía y, continuando con el lema, de los pueblos y de la humanidad. Es decir, es una memoria de todos, porque además perder esa memoria no solo va en contra de la gente que estaba allí, sino en contra de toda la gente que ya no podrá aprender de eso.

¿Qué papel crees que tiene el registro de la memoria íntima contra esa imposición de una historia única o de un modo de recordar único promovido por las instituciones?
La resistencia contra el revisionismo franquista, contra toda la memoria que se impuso durante toda la dictadura, fue la memoria íntima, las pertenencias que se guardaban en la casa, la fotografía de ese familiar al que fusilaron o que desapareció o que encarcelaron, los papeles que guardó la gente, aunque muchos se tuvieran que destruir. Esa memoria íntima les sirve a los historiadores, que van a los pueblos e intentan captar la memoria oral última que queda para saber dónde está tal fosa, por ejemplo.

Ahí esa memoria íntima acaba construyendo la memoria colectiva. Nos acaba contando cómo es la memoria de todos, lo que llamamos memoria histórica. Creo que ese mismo proceso pasa en otros campos de la memoria, que no es solo la represión franquista, sino que también nos dan pistas de cómo puede funcionar la memoria feminista. Por ejemplo, ante una institucionalización del machismo que te dice que durante tantas décadas, tantos siglos que te pegue tu pareja es lo normal, ¿no? Ahí está la memoria íntima que las mujeres nos contamos las unas a la otra y que luego nos permite saber que eso no es así. Entonces a mí me parece que la memoria íntima puede ser un espacio de resistencia, siempre y cuando sepamos que su poder está en colectivizarla.

¿Qué potencial literario crees que tiene la conversación entre la memoria íntima y la memoria colectiva?
Pues a nivel literario todo, que nos interese lo que le pasa a un personaje es en parte por lo que nos dice de lo que nos pasa a todas, incluso las historias más rocambolescas, incluso lo que no tiene como visos de verosimilitud de un personaje, en realidad nos está hablando de emociones que podríamos tener. Nos está señalando cosas sobre nosotras mismas. Creo que esa capacidad de la literatura de ver en los otros lo tuyo y de ver lo tuyo en los otros es lo que hace que sea poderosa.

Por eso nos contamos historias, porque nos apelan. Hay una conexión directa entre el valor literario y el valor político, no creo que estén reñidos y desconfío mucho de la gente que los separa y que ve el compromiso o el contenido político de la literatura como algo que va en su contra.

Hablas del término memoria elegida y en ese sentido quería preguntarte. ¿Qué momentos de la memoria colectiva te han movilizado a ti para escribir?
Por el mismo proceso por el que tú lees un libro y aunque hable una señora burguesa del siglo XIX, lo acabas haciendo tuyo, estoy pensando en La señora Dalloway (1925), que fue uno de los primeros libros que me leí y que me deslumbró. Con la memoria pasa un poco igual, hay un proceso por el que pasa de ser ajena. Es difícil saber lo que a una le mueve a escribir, pero digamos que yo creo que lo que pasa es que adopto la memoria de otro.

Yo me pregunto por qué me llama la atención en un momento dado la historia de la migración a Estados Unidos. Primero porque me sorprende, porque no la conocía. Segundo, porque esas historias de migración me suenan mucho a las historias que cuentan los amigos que se tuvieron que ir en la crisis de 2008 porque no había trabajo, salvando todas las distancia y sin banalizar el exilio.

¿No será al final que estamos teniendo emociones parecidas?
A mí me llama mucho la memoria del colectivo LGTBI al que pertenezco. Pero también me llama, pues, la memoria de los represaliados en la Dirección General de Seguridad, que podría ser una memoria más ajena, porque nadie que yo conociera estaba por ahí. Al final así construimos la identidad política también, cogiendo memoria ajena.

En muchos de tus relatos utilizas documentos que dialogan con lo literario. ¿Cómo es ese proceso?
Una de las cosas que me interesa a la hora de ponerme a escribir es la estructura, siempre voy buscando encontrar una estructura firme en la que meterme y me ha interesado la introducción de documentos que normalmente no consideramos literarios en la literatura, por supuesto, es algo común. Por ejemplo, en Lectura Fácil (Anagrama,2018), Cristina Morales mete actas de asambleas y transcripciones de juicios ficticios, pero juega con eso.

El proceso de documentación para mí es básico para ponerme a escribir de cosas que no conozco. Y me parece que la fricción entre las tensiones entre ficción y documento de archivo, es muy interesante porque creo que le genera espacios a las lectoras para que construyan la relación entre ambas cosas.

No me gusta la palabra referente, pero sí me interesa saber quiénes y qué inspiran e impulsan a quien escribe. ¿Me podrías hablar de tu genealogía de inspiraciones?
Creo que en general no somos muy conscientes de nuestro referente, la gente nos influye a veces en cosas que tú no te das ni cuenta. Por ejemplo, yo creo que el segundo relato no existiría sin Eduardo Mendicutti, pero yo no soy consciente de que Mendicutti, a quien, por otra parte, he leído menos de lo que debería, haya sido un referente explícito para mí, se producen estas conexiones extrañas.

Luego, por supuesto, tendría que hablar de Laura Moreno, que no solo ha sido un referente, sino que ha sido una compañera y sin ella no hubiera existido el libro. No hace falta que las referentes sean del pasado. También he pensado mucho, quizás porque la escritura coincidió con su muerte, en la escritura de Almudena Grandes, en cuanto me ha influido al ser de las primeras personas que leí escribir sobre la Guerra Civil.

¿Y a nivel extraliterario?
Cosas como pasear por la Plaza de la Gavidia (Sevilla) y que mi padre me dijera que ahí torturaban a gente, yo creo que esas cosas después se quedan en algún sitio. Cosas como haber vivido el primer orgullo que se celebró en Sevilla o militar en la CNT como yo lo hago, pues son cosas que te mueven a escribir sobre ciertas cosas.

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