¿Dónde está Constante? Buscando al hermano de Enrique Líster, general del Ejército Rojo.

La familia Liste Forján sufrió la represión franquista en una tierra donde no hubo guerra, sino venganza.

madrid /  21/10/2020 00:27 / henrique mariño /

Los Liste eran una familia de canteros. Manuel dejó Ameneiro, una aldea del municipio santiagués de Teo, y emigró a Cuba, donde participó en la construcción del Capitolio de La Habana. Sus hijos Eduardo y Jesús hicieron lo propio, aunque el segundo —rebautizado como Enrique Líster— no pasaría a la historia por labrar la piedra, sino por ser el jefe del V Cuerpo de Ejército Popular de la República y general del Ejército Rojo.

Atrás, en la parroquia de Calo, quedaban tres hermanos (Constante, Faustino y Manuel) y dos hermanas (Aurora y Manuela). Formado en la Unión Soviética, Enrique combatió en la guerra civil, mientras que su familia sufriría un calvario en una tierra donde no hubo combate, sino represión. Todos la padecieron, con distinta suerte, pues estaban marcados por su militancia sindical, republicana y comunista.

El 22 de julio de 1936 Faustino intentó sabotear las vías del tren militar Vigo-Santiago para evitar la entrega de armas a los golpistas, pero resultó herido y fue detenido. Constante Liste no dudó en visitarlo en la cárcel de Santiago, inconsciente de que también estaba en la mirilla del odio, pues había cedido su puesto de presidente del Sindicato de Oficios Varios a Faustino y era el teniente de alcalde de Teo tras la victoria del Frente Popular.

“¡Constante, escápate!”, le advirtió su madre, Josefa Forján, conocida como Pepa da Costa. “No lo hizo porque decía que no le había hecho mal a nadie”, recuerda una eternidad después su hijo Eduardo Liste Carro. Hasta su nacimiento en 1932, su padre también había trabajado como cantero en Cuba y los suyos le recomendaron que regresase a América, pero él, confiado, pensaba que no tenía nada que temer. Hasta que llamaron a la puerta.

Los huidos al monte

Con Faustino en la cárcel, Manuel y Eduardo se echaron al monte. “Permanecieron escondidos y no lograron encontrarlos pese a que había un destacamento de falangistas y de guardias civiles peinando la parroquia”, explica Xosé Luís Santos, secretario de la asociación A Oliveira. Manuel estuvo huido tres años y lo pagaron sus pulmones. “Tenía mucho miedo y era el más débil”, rememora su sobrino, quien señala que en una ocasión se tiró por un barranco para evitar la muerte a manos de sus perseguidores.

“Estuvo quince días a la intemperie y debió de comer hierbas para sobrevivir”, conjetura con ironía Eduardo, bautizado con el mismo nombre que su otro tío huido. Resistieron gracias a la ayuda de las gentes y a su hermana Aurora, quien ejercía como enlace. “Yo fui con y ella y con mi abuela a llevarles comida de noche, mientras que algunos vecinos se arriesgaban a refugiarlos en sus cobertizos o en sus casas. ¡Qué valentía!”.

Terminada la guerra, como no tenían delitos de sangre, ambos se presentaron ante las autoridades. Manuel fue alistado en el Ejército y enviado a Sevilla, donde fue recluido en una prisión militar hasta que lo licenciaron por buen comportamiento. Eduardo también fue encarcelado, pero lo soltaron tras el juicio, explica su sobrino. Luego trabajó en la mina de Varilongo, en Santa Comba, donde extraía el preciado wolframio.

Aurora, heroína invisible

Mientras Faustino estaba entre rejas, Aurora le llevaba víveres y tabaco aprovechando que repartía leche en Santiago. “Fue más invisibilizada porque era mujer y se le restó importancia a un gran trabajo de organización, de financiación y de enlace, pero aquella lechera buscó la forma de conectar a distintas personas para luchar contra el franquismo“, explica el historiador Miguel Paz Cabo.

Eduardo, recién cumplidos los 88 años, vivió de niño con ella, con su otra tía Manuela y con su abuela Pepa, pues su marido seguía emigrado en La Habana. “Fue una revolucionaria. Una comunista rara, porque presumía de ello pero tenía una forma particular de entender el comunismo. Profería pecados como los hombres y era una gran trabajadora”, explica su sobrino, quien reconoce que fue el sustento de la familia.

“Manuela, en cambio, tenía un carácter más reservado, víctima de la estigmatización social”, matiza Miguel Paz Cabo. La solidaridad de los vecinos contrastaba con el acoso de los falangistas, quienes trataban de amedrentar a Aurora para que confesase dónde se encontraban los huidos. “Palizas y amenazas que forman parte de una represión sistemática, pues la figura de Enrique Líster fue una losa que le pusieron encima los represores”.

El historiador subraya que su apellido los delataba por haberse implicado en la defensa de la democracia, aunque su causa simboliza no solo la de un pueblo, sino la de todo un país. Aurora tenía solo veinte años cuando el golpe de Estado, pero su coraje es un ejemplo de la lucha de las mujeres cuyos nombres no trascendieron. “Un día le pegaban una bofetada y la tiraban al suelo. Otro la empujaban y le rompían los cántaros de la leche. No obstante, nunca dijo dónde se escondían sus hermanos”, recuerda Eduardo.

La condena de Faustino

Días después de la sublevación militar, unos hombres llamaron a la puerta de la casa de Constante. Su mujer envió a uno de sus hijos a la vivienda de una vecina, donde estaba arreglando la chimenea, para que le dijese que se escapase. Sin embargo, Constante se presentó ante ellos porque no temía ninguna represalia y fue encerrado junto a Faustino en A Falcona, la antigua cárcel ubicada en el Pazo de Raxoi, sede del Concello de Santiago.

“Pese a las recomendaciones de sus familiares, él no se escondió porque tenía la conciencia muy tranquila y no le había hecho mal a nadie. Como todos los Liste, era comprometido y de izquierdas, además de una buena persona”, afirma Xosé Luís Santos.

Aurora ya tenía a otro hermano que visitar junto a su mujer y sus hijos. Les llevaban la comida que los vecinos habían dejado de forma anónima en su puerta, aunque pronto comenzaría a recibirla solo el padre de Eduardo. Condenado por rebelión a pena de muerte, el 12 de septiembre de 1936 sacaron a Faustino de prisión y lo fusilaron en el cementerio de Boisaca. La familia pudo darle sepultura.

“Cuando se lo llevaron de su casa, Costante no sospechaba lo que se le venía encima”, afirma Paz Cabo. Tenía 36 años, esposa, cinco críos y otro en camino.

Amenazas y registros

En Calo comenzaba la persecución inclemente de los Liste. “Amenazaron con llevarse a Concepción Forján, la tía que ocultaba a los hermanos huidos, y todos sabían qué significaba que se la llevasen a altas horas de la madrugada”, explica el historiador, quien subraya que la represión individual pasó a ser colectiva. “No era contra Enrique Líster, sino contra el resto. Faustino fue asesinado, pero sobre ellos se cernieron otras formas de represión que podrían pasar más desapercibidas y que juegan con el aspecto psicológico”.

El maltrato que sufrió Aurora. El alistamiento forzoso en el Ejército. Los continuos registros en la casa materna. “Persiguieron a mi familia toda la vida, desde el 36 hasta el 75”, se lamenta Eduardo. “La situación era tremenda. Los falangistas aparecían continuamente para buscar a los escapados, incluso dos veces en la misma noche. Y lo siguieron haciendo terminada la guerra, cuando yo tenía siete años. Requisaron los trajes que un tío había comprado en Estados Unidos y nos cogieron incluso las mantas. Hasta levantaron las piedras del suelo para ver si había una trampilla”.

Cuando llegaban los camisas azules, el pequeño Eduardo soltaba que se iba a la escuela. “Hijito, no digas eso, que hoy es domingo”, le respondió un día su madre.

Una visita en vano

“¿Por qué no le has entregado la ropa?”, le preguntó Aurora a su sobrino Pepe en la cárcel de Santiago. “Porque papá ya no está”.

Era el 3 de octubre de 1936 y se lo habían llevado aquella madrugada, si bien no le dieron más explicaciones. Aurora empezó a llamarles “asesinos” a los guardias y amenazaron con detenerla si no se iba. Volvieron a casa con la noticia, que no era esquela porque no constaba muerte alguna.

Eduardo estaba a punto de cumplir cuatro años, aunque recuerda las visitas a la Falcona para ver a Constante.

“A papá no le hicieron ni un juicio ni nada”.

“Mamá se puso malísima, porque estaba embarazada. Luego tuvo tifus”.

“Él era un gran cantero que no le había hecho nada malo a nadie”.

“Tenía cinco hijos y una mujer embarazada. Una tragedia”.

“Mamá no era viuda porque no había certificado de defunción”.

Tras la pista de Constante

Miguel Paz Cabo investigaba sobre Enrique Líster y contactó con su sobrino, Eduardo: el huérfano de casi cuatro años, el hombre de 88 que todavía hoy defiende la memoria de su padre. Hablando con él, se dio cuenta de que detrás del popular militar republicano había otra historia por contar: “Más desconocida y cotidiana, menos heroica. La lucha del día a día que va quedando solapada por la figura de su hermano Enrique”.

¿Por qué le pregunta por él cuando existen tantos personajes locales interesantes que han pasado desapercibidos?, se plantea. “Detrás del general del Ejército Rojo también hay una gran historia, que sumada a otras conforma la historia colectiva de nuestro país”, razona el historiador, quien empezó a rastrear las últimas horas de Constante, “una persona que hizo mucho por sus vecinos y por su Ayuntamiento como presidente del Sindicato de Oficios Varios y como teniente alcalde de Teo“.

Paz Cabo se involucró en el estudio de la represión en el municipio coruñés y, siguiendo sus pasos, surgió la figura de Fernando Barcia. Un maestro que podría haberle darle clase a sus hijos, aunque nunca lo haría porque, pese a que tomó posesión, el golpe del 36 se le adelantó y no llegó a ejercer en la aldea de Ameneiro. Quiso saber más de Constante y, para ello, fue a la casa de Generosa Barcia, la hija del profesor. “Me tuvo un par de horas hablando a través del portal, porque le daba pánico escuchar el timbre, pues cuando llamaban los guardias civiles o los falangistas nunca sabía qué podía pasar”.

Al historiador se le fueron cerrando otras puertas y la investigación sobre Constante derivó en ¡Viva la libertad! La silenciada historia del maestro Fernando Barcia en el Santiago de la Segunda República (Alvarellos Editora). “La represión global enlaza a la familia de Constante con la de Fernando, cuya mujer es obligada a fichar cada quince días hasta 1946 y a pagar las multas que le imponen en el consejo de guerra a su marido, asesinado”.

El libro sirve para comprender cómo se ejerció la venganza sobre los vencidos, que según su autor no fue individual sino que afectó a toda la sociedad. “Una represión sistémica, económica, social y de muerte. Porque en este país hubo represión legal e informal, pero no descontrolada. Estaba organizada y sabían a por quién iban, por qué motivo y qué iban a hacerle: pasearlo, hacerlo desaparecer o llevarlo a juicio. Entonces la gente se calló por miedo, hasta que los nietos empezamos a preguntar”.

Las últimas horas

Como no hallaba respuestas a muchas de las preguntas, además de recurrir a las fuentes orales el historiador se sumergió en la bibliografía. Manuel Benavides relata la ejecución de Faustino en La escuadra la mandan los cabos: “Lo fusilaron en el cementerio de Boisaca. Junto a él cayeron, puño en alto, unos obreros de Padrón y el periodista Juan Jesús González. Mandaba el piquete el capitán Saavedra, de la clase de tropa”.

También narra las últimas horas de Constante. “Cada noche la Falange hacía abrir la cárcel y se llevaba a los detenidos.

– Constante Liste –llamaron un día.

Los patrulleros falangistas lo vieron venir, apretados los puños, los ojos centelleantes… Derribó a dos, golpeó a un tercero… Entre gritos de espanto los verdugos dispararon las pistolas”.

Lo único cierto es que el rastro de Constante se pierde el 3 de octubre de 1936.

En busca de sus restos

“Su talante era el de un hombre de paz al que no se le podía pasar por la cabeza que alguien lo pudiese matar”, explica el escritor Xosé Luís Santos. “Los hermanos eran más desconfiados y, por desgracia, tenían razón, porque si los hubiesen cogido les pasaría lo mismo que a él”, aventura el secretario de la asociación A Oliveira, que nació precisamente en torno a su figura.

La familia no volvió a tener noticias suyas. “Lo sacaron de madrugada de la cárcel, pero desconocemos dónde lo mataron y qué fue de él”, recuerda Eduardo. “Es uno de los famosos desaparecidos. Fue paseado, mas no lo dejaron a la vista, mientras que a otros sí los tiraban en las cunetas“, añade Santos. “La idea era encontrar sus restos, sin embargo parece imposible”, se lamenta Paz Cabo.

Durante los años siguientes, la familia tuvo que escuchar de todo. En una ocasión, como relata el autor de ¡Viva la libertad!, el cura le espeto a la cabeza de familia, Pepa: “Ya estará tranquila ahora que te quitaron a esos dos del medio”. Aunque hasta entonces había sido religiosa, señala Paz Cabo, no volvió a entrar en la iglesia. “Hablamos de una represión no solo contra Constante, pues también persigue otro objetivo: que el resto del pueblo se entere de qué puede pasar si alguien intenta levantarse o significarse”.

El historiador lamenta que no haya una “búsqueda efectiva” para que Eduardo pueda depositar unas flores en su tumba. “No quiere venganza, sino encontrar antes de morir los restos de su padre”, asegura Paz Cabo, quien también denuncia “la política de borrar y ocultar durante la transición“, lo que ha impedido según él que se hayan hallado los cuerpos de muchas víctimas.

“Valga como ejemplo el archivo de la Cárcel Provincial de A Coruña, afectado por una inundación que destruyó la mayor parte de registros, dificultando el rastro de los detenidos. No es algo casual y, como mínimo, responde a la falta de diligencia de quienes deberían cuidarlos”, concluye el historiador.

El orgullo de un hijo

“Hay mucha gente que cree que los mataron por maleantes, pero eran unos sindicalistas que lucharon por los trabajadores. Mi padre tenía fama de buen cantero y en La Habana trabajó en el Capitolio, así como en el Centro Gallego y en el Asturiano. Un demócrata de izquierdas asesinado en la cárcel de Santiago, aunque nunca tuvimos una pista”, afirma su hijo Eduardo, quien vivió con su abuela hasta que a los veinticinco años se fue a trabajar a las minas de León.

“Josefa era la mujer más grande del mundo. La tengo en un altar por su seriedad y valentía”, se sincera su nieto, quien tendría que aguantar los insultos tiempo después de la muerte de su padre.

Cuando hacía la mili en A Coruña, un brigada se enteró de quién era su tío.

– Usted es pariente de Enrique Líster.

– Sí.

– ¡Enrique Líster era un bandolero!

Cuando el capitán se enteró, respaldó a Eduardo y llamó la atención al brigada: “Parece mentira que con hombres como tú se haya ganado una guerra”.

Un capítulo por escribir

Falta, pues, escribir el último capítulo de la vida y la muerte de Constante Liste Forján, quien hoy da nombre al Centro Sociocultural da Ramallosa, ubicado en el municipio que lo vio nacer en 1900. Cerca de allí, en la capital gallega, halló la muerte la noche del 2 al 3 de octubre de 1936.

¿Pero dónde está Constante?, se preguntan sus vecinos casi un siglo después. “Ojalá que no se repita nunca. Ojalá que nadie le quiera hacer eso a un semejante”.

Tras su asesinato, su esposa, Dolores Carro, tuvo a un sexto hijo que llevaba en el vientre. Hoy sobreviven dos: quien habla y Manolo. “Él no quiere saber nada del pasado”, comenta Eduardo. “Y yo le digo que si no sabes de dónde vienes, no sabes quién eres. Y yo sé de dónde vengo”.

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