El 48% de la ultraderecha y de la Generación Z ignora o niega el asesinato de García Lorca
A nivel nacional, solo el 62,8% de la población es capaz de señalar correctamente al bando franquista como responsable de su fusilamiento. El resto de las respuestas dibuja un mapa de la desmemoria en España que se explica a través de dos ejes fundamentales: la brecha generacional y la posición ideológica.
La paradoja generacional: más estudios, menos contexto
El primer corte en la transmisión de la memoria es la edad. Los datos indican una desconexión severa en la Generación Z: el 48% de la juventud de entre 18 y 28 años ignora que Lorca fue asesinado. Casi la mitad de los jóvenes que han crecido en democracia saben que Lorca fue un poeta importante, pero ignoran que fue asesinado por los golpistas debido a su ideología, compromiso social y orientación sexual.
La ideología, el revisionismo y la ultraderecha
Es interesante observar la variable ideológica. Si bien la izquierda (77,4%) y el centro-izquierda (73,7%) mantienen viva la memoria, los datos desmontan la idea de que la confusión es exclusiva de los extremos o de la derecha tradicional.
Uno de los hallazgos más llamativos del sondeo es el comportamiento del electorado que se autodefine de “Centro”. Este grupo presenta un conocimiento de los hechos (55,3%) inferior incluso al de los votantes que se definen de Derecha (62,5%).
Además, es en el “Centro” donde más cala el revisionismo histórico: un 24,3% de estos encuestados atribuye erróneamente el asesinato de Lorca al bando republicano. Esta tasa de error es la más alta de todo el espectro ideológico, superando incluso a la extremaderecha, lo que sugiere que la equidistancia política correlaciona con una mayor confusión sobre la autoría de los crímenes de la Guerra Civil.
En el espectro de la extremaderecha, los datos arrojan el menor índice de acierto. Apenas la mitad de sus simpatizantes (51,7%) admite que fue el franquismo quien mató a Lorca. El otro 48% se refugia en dos posturas: el revisionismo (un 23,8% culpa falsamente a la República) y el desconocimiento (un 24,4% afirma no saberlo, siendo el grupo ideológico con mayor tasa de ignorancia sobre este hecho).
Pese a las sombras que proyecta el revisionismo, la radiografía de 40dB también arroja luz sobre la solidez de las convicciones democráticas en España. Existe un suelo ético que resiste: el 85% de la población describe el régimen de Franco sin eufemismos, como una dictadura, y más del 75% es plenamente consciente de la anulación de libertades y derechos que sufrieron las clases populares, las mujeres y la disidencia política durante cuarenta años. Aún más relevante es la sed de justicia que pervive medio siglo después: más del 70% de la ciudadanía considera que los crímenes del franquismo deberían haber sido juzgado.
Sin embargo, estos consensos generales chocan con la realidad específica del desconocimiento en torno al asesinato de Federico García Lorca, un hecho que, como todo lo relacionado con el poeta, adquiere un carácter simbólico y deja al descubierto cuestiones más profundas.
El olvido y la ignorancia no ocurren por casualidad. Suelen ser el resultado de decisiones políticas concretas. La derogación de leyes de memoria democrática y la promoción del revisionismo histórico distorsionan los hechos y generan confusión social.
Desconocer que Lorca fue detenido, asesinado y enterrado en una cuneta es fruto de la erosión de la memoria democrática, y tambiém responde a la creciente disputa del relato que se ha instalado en el debate público. En este clima, hay discursos que han logrado presentar los hechos históricos como si fueran simples interpretaciones ideológicas, cuando la verdad no es otra cosa que la base mínima sobre la que puede construirse una memoria compartida.
Esta batalla cultural se extiende a todos los espacios, incluidos aquellos donde se forman las nuevas generaciones. Hemos visto ejemplos preocupantes en los que los materiales educativos suavizan o tergiversan acontecimientos clave del siglo XX español. Así ha ocurrido en algunos manuales escolares, que han llegado a presentar el exilio de Antonio Machado como un simple “se fue a Francia con su familia” y describen el asesinato de Lorca con un escueto “murió cerca de su pueblo”. Transformar hechos históricos de tal manera, reduciéndolos a meros gestos anecdóticos, es una manipulación consciente del pasado.
La manipulación de la historia convierte la memoria en un campo de disputa permanente. Y esa disputa es una pugna por definir qué país fuimos y qué país queremos ser. Si la verdad se vuelve negociable, la sociedad queda expuesta a que la confusión se imponga sobre el conocimiento, y a que el legado de quienes fueron silenciados —como Lorca— quede a merced de relatos interesados que buscan relativizar la violencia o difuminar responsabilidades.
Una democracia difícilmente podrá construir un futuro sólido sobre la ignorancia de quiénes, y por qué, quisieron silenciar a uno de nuestros poetas más universales. La memoria no es un ajuste de cuentas con el pasado, sino el único manual de instrucciones democrático para no repetir la barbarie en el futuro.



