El impacto del tiempo en la justicia, otro año más. Olivia Carballar en Lamarea.com

“La memoria es lo único que puede salvarnos del paso del tiempo, que avanza implacable hacia el olvido”.

08 enero 2019/ Olivia Carballar / ocarballar@lamarea.com

Antes recurría las multas, ahora las pago. Antes comía cualquier cosa. Ahora no rechazo los táper de mi madre. Antes agotaba la ropa limpia hasta poner una lavadora. Ahora centrifuga todos los días. Antes disfrutaba de mis playlists en el autobús. Ahora me gasto lo que no tengo en taxis con tal de ganar unos minutos. Y sí, amantes de la cera, he dejado definitivamente de tenerle miedo a la cuchilla de afeitar. Han cambiado muchas cosas desde que tengo un hijo, entre el antes y el ahora. Y en su mayoría están relacionadas con el tiempo. Una vez, cuando él era aún un bebé y me dirigía a una cafetería con mi portátil para seguir trabajando, sin pensarlo, de manera instantánea, me metí en el cine que tenía de camino. Necesitaba esas dos horas para mí, para disfrutar de un tiempo que, de un día para otro, había desaparecido. Luego tuve que trabajar de madrugada. Pero no me importó. Literalmente, no tengo horas suficientes en el día para hacerlo todo, con lo que siempre renuncio a las horas de sueño. Así que los días finales de año, sin saber nuevamente de dónde sacar dos horas, huí literalmente de una reunión de amigos y amigas para ver una película que, como casi siempre me ocurre últimamente, temía quitaran de la cartelera.

“En esta causa hay varios protagonistas, pero uno de ellos es el tiempo. Y con eso juegan, con que el tiempo se vaya llevando a las víctimas”. Habla Ana Messuti, una de las abogadas en la querella argentina contra los crímenes del franquismo. Es un fragmento de El silencio de otros, el documental dirigido por Almudena Carracedo y Robert Bahar, un viaje por la lucha contra la impunidad de estas víctimas. “El Estado va a tener la obligación de entregar [los restos]”, le dice Messuti en un pasaje a María Martín, otra de las protagonistas, junto al tiempo, de la cinta y de la historia aún silenciada de España, por mucho que hablemos ahora del Valle de los Caídos. “Cuando yo me muera”, le responde, con su vestido negro y su moño blanco en la cabeza, aquella mujer de voz ronca que un día contó en el Supremo que habían matado a su madre cuando ella tenía seis años. Era el 1 de febrero de 2012 y la primera víctima del franquismo que declaraba ante un tribunal. Tenía 81 años. Murió a los 83. Murió. Se muere de verdad. Se muere sin haber encontrado a su madre, sin haberla enterrado en un sitio digno, sin haber conseguido justicia, esperando a que las ranas críen pelo, que fue lo que le respondieron a su padre: “Tú te la llevarás al cementerio cuando las ranas críen pelo. No andes molestando no vayamos a hacer contigo lo que hicimos con ella”. La película recoge su propio entierro.

Ascensión Mendieta ha tardado 78 años en encontrar a su padre. Un número, el 19, junto a un cráneo. “Ese es Timoteo”, le informan a pie de fosa. “Ya me voy a morir a gusto”, dice ella. Tiene 91 años. Varias personas en la sala 5 de los Avenida Cinco Cines de Sevilla lloran ante esa imagen. Y ante muchas otras. “Yo quiero hablar con el juez porque me puedo morir”, cuenta que piden muchas víctimas José María Galante, Chato, otro protagonista del documental, denunciante de las torturas de Billy el Niño.

No fue hasta 2013, en un viaje a Argentina, cuando Ascensión Mendieta y muchas otras familias de víctimas se sentaron por primera vez en un juzgado a declarar. Paqui Maqueda, que escribió entonces un diario desde el otro lado del Atlántico, lo contaba así en En la silla del criminal: “Por primera vez he sentido que se me escuchaba con todo el respeto que el dolor acumulado de los míos se merece […] Y todo esto sentada en la silla donde un día la justicia argentina tuvo los reaños suficientes de sentar para tomar declaración y condenar a Jorge Rafael Videla, militar y dictador argentino, designado presidente de la Argentina por una Junta Militar entre el 1976 y 1981 […] Sentada en la silla de un criminal. Nerviosa, agarrada a la vieja foto de mis familiares. Con lágrimas que no paraban de caer”. Hay muchas Paquis en España, muchas Ascensiones, muchas Marías. Algunas han muerto ya, algunas llevan toda una vida esperando justicia, algunas acaban de recoger el testigo, como la hija de María Martín, como muchas nietas y nietos de este país.

Si no hay nadie que te recuerde, morirás definitivamente. Es el mensaje final de Coco, una película en la que un niño que no quiere ser zapatero emprende un viaje para conseguir lo que le gusta: la música. “Recuérdame, hoy me tengo que marchar, pero recuérdame”, le canta Miguel a su bisabuela Coco, una anciana que salva a su padre –el bisabuelo de Miguel– cuando estaba a punto de desaparecer del mundo de los muertos. Porque la memoria es lo único que puede salvarnos del paso del tiempo, que avanza implacable hacia el olvido.

Cuando terminé de ver El silencio de otros, volví a la reunión. Seguían en el mismo bar. “¿Pero dónde has ido?”, me preguntó un amigo. Otro, creo, ni se había enterado. Y a mi amiga le hice un spoiler como no está escrito.

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