El misterio y el exilio mexicano del gran poeta Emilio Prados

La de Emilio Prados es una poesía de enorme sonoridad y resonancia en el pensar. Jorge Guillén le nombraría el poeta más misterioso y difícil de la generación del 27

Liliana David 25/08/2022

De izqa. a dcha., Eaton-Daniel, Juan Centeno, Federico García Lorca, Emilio Prados y Pepín Bello, en 1924.

A diferencia de otros medios, en CTXT mantenemos todos nuestros artículos en abierto. Nuestra apuesta es recuperar el espíritu de la prensa independiente: ser un servicio público. Si puedes permitirte pagar 4 euros al mes, apoya a CTXT. ¡Suscríbete!

“Si logras hacer de la tierra cielo y del cielo la tierra preciosa, serás llamado sabio. Si logras que en tu jardín los negros cuervos engendren palomas blancas, serás llamado sabio. ¿Tú no crees que lo has venido haciendo así? Yo sí lo creo de ti”. Estas son las palabras que María Zambrano escribió al poeta Emilio Prados en 1958, en una carta enviada por la filósofa, con sello postal de Roma y destino a México, a ese hombre al que a García Lorca tanto le gustaba llamar el “cazador de nubes”. El autor de Río natural, Circuncisión del sueño y Jardín cerrado –importantes obras que fueron escritas durante su exilio mexicano– cumpliría en 1959 veinte años de éxodo en aquel país y, tres años después, en 1962, moriría en la capital mexicana. Ahí se encuentra hoy el cuerpo del poeta callando el misterio de su eterno sueño.

En aquellas lejanas tierras, a donde llegó tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Prados consolidó su obra y pensamiento, al adentrarse con mayor fuerza en los abismos de su ser hasta alcanzar una profunda inclinación hacia lo espiritual y religioso. El poeta se convirtió en un sabio, pero también en una especie de monje asceta, como señala en nuestra entrevista Francisco Chica, autor de Emilio Prados. Una visión de la totalidad. (Poesía y biografía. De los orígenes a la culminación del exilio), editado en el presente año. Este ensayista, escritor e investigador trajo de vuelta a España en 1996 el archivo personal de Prados a la Residencia de Estudiantes de Madrid, en donde aquel, siendo apenas un joven, había compartido inolvidables momentos con Federico García Lorca, Luis Buñuel y Salvador Dalí.

Cuando llegó el legado completo de Prados, me cuenta Francisco Chica, la residencia madrileña organizó una gran exposición que fue inaugurada en Málaga en 1999 con la intención de dar forma a una unidad viviente, latente, de su vida y obra. Un legado que, por otro lado, da cuenta de un nuevo humanismo, fundado particularmente en la necesidad absoluta del otro para reconocerse en lo propio, y de una manera distinta de mirar, capaz de asombrarse al contemplar el renacer del cuerpo y del alma, bajo el alba. El mismo Prados deja constancia de ello en unos versos incluidos en su obra Jardín Cerrado, de 1946, en la que escribe: “Ahora sí que ya os miro cielo, tierra, sol, piedra, como si al contemplaros viera mi propia carne”.

Influido entonces por el paisaje mexicano, pero también por los recuerdos de su natal Málaga, a través de su palabra escrita Prados crea un canto poético sobre su experiencia personal, así como sobre las circunstancias humanas que vive, reflejando gracias a ello una profunda visión tanto de la naturaleza como de la humanidad. Los valores espirituales y religiosos de caridad, de ayuda al prójimo, permiten que su obra dé un giro hacia un humanismo al que se entrega en México, donde, según el profesor Chica, publica sus mejores libros. “En la casa que Prados tenía en México –me dice Francisco– había una mesa con retratos de García Lorca, John Keats, además de una reproducción del retrato de San Juan Bautista pintado por Leonardo da Vinci. Esto da una idea de la identidad estética que lo rodeaba. La estancia de México es decisiva, absolutamente, para su poesía. México no fue una anécdota en la vida de Prados, sino el destino final. Es un país que quiso, apreció, comprendió mucho, creo yo, y repitió ahí historias como las que había desarrollado en Málaga siendo una persona altruista, donde enseñó a leer y escribir a muchos niños. En México, también enseñó y ayudó a la gente. Decidió quedarse allá, claramente, porque pudo haber vuelto a partir de los años 50. Le escribían amigos suyos de Málaga diciéndole que no existía ningún cargo contra él que le impidiera volver; sin embargo, decidió quedarse en México y ahí murió. Está enterrado en el Panteón Jardín, curiosamente, en una tumba muy próxima a la de Cernuda”.

Le escribían amigos suyos de Málaga diciéndole que no existía ningún cargo contra él que le impidiera volver; sin embargo, decidió quedarse en México y ahí murió

Las relaciones humanas que sostuvo Emilio Prados con otros poetas exiliados, con esos otros seres desterrados, como también lo fueron Luis Cernuda o María Zambrano, son claves para comprender cómo la poesía devino en el mayor refugio que pudieron encontrar todos ellos ante la verdadera guerra interior que llevaban, para buscar así consuelo frente a una locura que agostó el sueño de las flores. La amistad con Cernuda, quien había dedicado su libro Los placeres prohibidos a Emilio Prados, con el tiempo se fue enfriando y ya en México se deterioró totalmente. “Yo creo que eran dos personalidades bastantes distintas que habían coincidido desde el punto de vista estético –dice Francisco Chica–. Sin embargo, desde el punto de vista interior, son muy diferentes. La responsabilidad ética que deriva en Prados hacia una espiritualidad creciente en la época mexicana, que alimenta su obra y constituye su suelo vital, quedará muy lejos de la de Cernuda, quien tenía una visión del cuerpo más material y menos espiritualista. Ambos son grandes poetas, pero sí que hay esa separación que en México se acentúa y que acaba haciendo que dejen de verse. Sobre todo, es Cernuda quien no comprende la deriva hacia el mundo metafísico y religioso que le sucede en México a Prados”.

Emilio, como gustaba firmar, así, a secas, en la correspondencia epistolar tan frecuente que mantuvo a lo largo de su vida con María Zambrano, había salido de España en 1939 acompañado de la filósofa, así como del poeta Antonio Machado. Tras cruzar la frontera, Prados estuvo en París unos días con ellos mientras esperaba por el barco que lo llevaría a México. Fue así, en medio de circunstancias bélicas y después de la dura Guerra Civil, en la que había intervenido de manera notable, no con armas sino con textos, en favor de la República, como abandona finalmente España. Pero hay un detalle curioso, me explica Francisco Chica, ya que Prados llevaba en la mano una Biblia. Esto resultará un gesto significativo, que, desde la distancia entre aquel pasado y el recuerdo tras su muerte, permite ir desentrañando un poco más de la vida de este poeta, a quien Jorge Guillén nombró como el poeta más misterioso y difícil de la generación del 27.

Jorge Guillén le nombró como el poeta más misterioso y difícil de la generación del 27

En tierras mexicanas, fue donde el poeta malagueño vio por última vez, y personalmente, a su gran amiga María Zambrano, a quien consideraba también como una hermana. La admiración entre ambos era mutua, como revela su recíproca correspondencia. Aquella comunicación epistolar fraguó una gran comunión poética, que de algún modo se había iniciado en los años de su juventud, gracias a las ocasiones en que ambos coincidieron durante sus encuentros en España. Una de aquellas veces fue durante el congreso de escritores e intelectuales antifascistas celebrado en 1937, el mismo año en que partieron numerosos niños españoles a diferentes países (como explico en otro de mis artículos). Precisamente, en México, Prados adoptó a dos de ellos –refiere el profesor Chica. Sin duda, un acto muy congruente con la visión de caridad y preocupación por el prójimo, pues, aunque la actividad política de Prados se difuminó en México, él se mantuvo incólume y con el compromiso moral de siempre, como también corrobora y recuerda James Valender en un texto titulado “Emilio Prados y la Guerra Civil española. Dos prosas olvidadas”. De manera que Prados se desempeñaría como “maestro sin cátedra” en el Instituto Luis Vives, una escuela fundada en México por el Gobierno republicano en el exilio, y, además, formaría parte del Patronato Pro Niños Españoles, que, entre otras actividades importantes, gestionó la creación de la Casa Hogar para los llamados Niños de Morelia, esos mismos a los que el poeta había ayudado a enviar a México desde Valencia en mayo de 1937. Fue a dos niños huérfanos que habían perdido a sus padres en la Guerra Civil a los que Emilio Prados llevó a vivir a su casa en la Ciudad de México.

Tanto Francisco Chica como James Valender destacan la clara línea de continuidad que se mantuvo entre el poeta del exilio y el poeta de la guerra, una importante e ininterrumpida línea que vincula las inquietudes sociales que tuvo Emilio Prados durante su juventud en Málaga con las que caracterizarían su vida de exiliado en el país latinoamericano. “Está claro que la profundidad de México la recoge de alguna manera en la complejidad que su obra alcanza a partir de su vida ahí –refiere Chica–. Una profundidad que se advierte en los libros, porque en el poeta va creciendo cada vez más el pensamiento profundo y filosófico. Yo mismo pude ver en su casa la biblioteca, los libros que había leído. Ahí pude advertir que sus lecturas eran fundamentalmente de filosofía, historia y arte. Leyó a Platón, Spinoza, Nietzsche, Dilthey, Jung, Heidegger y Simon Weil. Heidegger no era una lectura que le venía nueva, sino que él en México vuelve sobre eso. Resultó muy interesante ver las anotaciones suyas en los laterales de esos libros porque se aprecia el proceso de lectura, así como las impresiones que va suscitando en él la lectura, y eso, conectándolo con el proceso de creación de su obra, pues sí que da mucha luz sobre la nueva poesía que hace en México”.

El último libro que Prados escribió se llama Signos del ser, en el que es clara la tendencia filosófica y una forma de pensar y sentir que lo vincula hondamente a la figura de Zambrano. Desde el fondo de su escritura, se escuchan sus voces caminar paralelas, evocando ciertamente un eco poético que se retroalimentaba gracias a sus carteos. Ambos poetas se ayudaron, se complementaron y fueron inseparables en ese sentido. Alguna vez, Zambrano le escribió: “Emilio ¡qué decirte, sino que te quiero como siempre y que sería hermoso que pudiéramos sentarnos el uno junto al otro en un atardecer o en una mañana clara, mirando el Sol y la yerba callados, sin más. Pero sé que esto no será más que en España, que allí nos encontraremos de nuevo. ¿Cuándo? No lo sé. Dime Emilio, ¿tú sabes si vas a volver? No digo que si estás decidido. Pues tú como yo no eres de ‘decisiones’, ni de elegir. Tú y yo no hemos elegido nunca. Somos de la Paloma que encuentra la libertad obedeciendo. Por eso te pregunto ‘si lo sabes’” [sic]. En otra carta, Prados le contesta: “Allí en Barcelona cuando estaba en las nubes comencé a sentirlo todo y vi y te lo dije. María –¿recuerdas?– que toda la lucha actual del hombre es por querer ser fin él mismo. (Así un bando y otro). Nadie, nada puede ser fin sin conocer su origen o si se niega a su conocimiento y…aún más si se niega su sentir. La dignidad humana está en contentarse en ser camino; en abrirse el pecho, para que se siga caminando ¿hacia dónde? ¿hasta cuándo? Dios dirá” [sic].

Se trata de una poesía de enorme sonoridad y resonancia en el pensar: un hontanar, sus versos, de los que no cesan de nacer fuentes y manantiales

Emilio, sufriendo golpes de tos y escupiendo sangre, como le ocurría en la niñez, ya que siendo infante sufrió una enfermedad pulmonar, subió a llamar a la portera del edificio en el que vivía en México. Cuando la mujer bajó, lo encontró muerto en un descansillo de la escalera. Su vida en el exilio fue y sigue siendo bastante desconocida y su obra escrita en aquel país escasamente difundida. Una vida y obra que quedaron injustamente arrumbadas, pues se trata de una poesía de enorme sonoridad y resonancia en el pensar: un hontanar, sus versos, de los que no cesan de nacer fuentes y manantiales para que el lector, y el simple ser humano en quien probablemente tantas veces el poeta pensó, sacie su sed de vivir, y de hacerlo con plenitud.

https://ctxt.es/es/20220801/Firmas/40586/Liliana-David-serie-verano-mexico-poeta-emilio-prados.htm#md=modulo-portada-bloque:4col-t2;mm=mobile-medium