El peligro de salvaguardar el patrimonio histórico negativo del franquismo

Francisco Navarro López /

Existe una gran diferencia entre los términos legado y patrimonio. El primero atañe a lo heredado del pasado mientras que al patrimonio se reconoce como aquellos elementos que la sociedad selecciona para configurar su identidad. Por lo tanto, el patrimonio es aquella herencia positiva que contribuye a la construcción identitaria de una sociedad. David Lowenthal afirmaba que el patrimonio era un conjunto de componentes materiales o inmateriales elegidos para crear y reforzar una identidad. Y esta es la clave y lo que está verdaderamente en juego en esta disputa y batalla cultural, la identidad. 

En la actualidad existe un debate académico, político y cultural sobre qué hacer con los vestigios de la dictadura franquista. Uno de los últimos historiadores en posicionarse al respecto ha sido Daniel Rico, a través de su nuevo libro ¿Quién teme a Francisco Franco?, donde manifiesta que “eliminar los monumentos franquistas de las calles fomenta un espacio ignorante”.

Más allá de las incómodas celebraciones de un puñado de nostálgicas in situ, más allá de la amenaza real de que las construcciones del Régimen puedan suponer al poder convertirse en auténticas peregrinaciones en masas neofascistas y ultraderechistas (cada vez más extendidas en Europa), transformándose en auténticos lugares de culto, etc., hay otro trasfondo mucho más nocivo para la sociedad que ocasiona la permanencia de este patrimonio incómodo, que es la pérdida de nuestra identidad. 

Si los vestigios franquistas fuesen acompañados por paneles que describieran el significado e identificaran con todo detalle los propósitos reales de sus creaciones, pudiera considerarse al menos la idea de preservarlos. Disponemos de ejemplos como el caso de la exposición permanente que existe en el Museo Spandau de Historia de la Ciudad en Berlín, donde se exponen piezas nazis. Eso sí, se exhiben sin ningún tipo de contemplación y con total desprecio como si estuviese dentro de un depósito de deshechos, sin restaurar, permitiéndose incluso manosear. Una presentación que excluye cualquier elemento estético que pueda provocar simpatía alguna y que traslada al visitante únicamente vergüenza y rechazo y su predisposición a señalarlo con un dedo discriminatorio.

Pero Daniel Rico olvida que España “is different, y que aquí hay una serie de consideraciones que hacen prácticamente inviable su tesitura, eludiendo el peligro real que conlleva el seguir conviviendo con la memoria oficial del franquismo, donde aún permanecen enquistados en el espacio público numerosos vestigios y monumentos de la dictadura.

Si perdemos la memoria, perdemos también nuestra identidad, y sin identidad no somos nada. Y este es el peligro real del sostenimiento del patrimonio negativo que nos legó el franquismo

El régimen dictatorial franquista no se liquidó tras ningún pronunciamiento ni ninguna revolución, como sí sucedió en otros Estados europeos en las últimas décadas del siglo XX, tal como ocurrió, hace ahora 50 años, en la “Revolución de los Claveles” de 1974 en Portugal, un movimiento que desencadenó la caída del Estado Novo. O cuando en diciembre de 1989, tras un estadillo social, en Rumanía fue derrocado el régimen estalinista de Nicolae Ceausescu. 

En España nunca existió una ruptura total con el pasado dictatorial. Prueba de ello es que las principales estructuras de poder siguieron estando reservadas a las élites tardofranquistas, posibilitando la continuidad de las élites sociales, políticas, judiciales y económicas más allá de 1977, condenando a una memoria silenciada, que pese a los esfuerzos y los pasos que se han realizado (especialmente provenientes de las asociaciones memorialistas), persisten la amnesia y la indiferencia a la hora de delatar este patrimonio negativo. Y al no señalarlo, al no evidenciarlo ni culpabilizarlo, la ciudadanía, con el paso del tiempo, lo asume como algo identitario, por lo que queda normalizado.

Es algo que está ocurriendo con las cruces de los caídos, unos monolitos postizos en nuestras plazas que, a pesar de que existe obligatoriedad de retirarlas por las diferentes disposiciones legales existentes en nuestro país, aún siguen perviviendo e incrustadas en el espacio público de numerosas poblaciones, y  la mayor parte de la sociedad asume como propias al considerarlas como símbolos netamente cristianos y estimando que ya han sido desprovistos (en algunos casos), de simbología franquista. Una problemática que está afectando la convivencia de numerosas poblaciones y que, especialmente a los partidos políticos de izquierdas, les está provocando verdaderos dolores de cabeza a la hora de afrontar estas situaciones donde cualquier actuación orientada a la eliminación de estos símbolos nacionalcatólicos les pueda afectar electoralmente. Son los casos de localidades como Castellón de la Plana, Callosa de Segura, Ferrol, Vall D´Uxió, Pájara, etc., donde retiraron las cruces franquistas y no lograron revalidar sus alcaldías. Es por ello que alcaldes pertenecientes al PSOE, como el caso de Vigo, han llegado hasta defender en los tribunales la pervivencia de la cruz. O uno de los más llamativos e inéditos, el caso de IU en Aguilar de la Frontera (Córdoba), que para asegurarse el triunfo en los siguientes comicios los comunistas se han visto obligados a restituir la cruz. Una cruz de los caídos que derribó dos años atrás, teniendo manifiestamente en contra a la inmensa mayoría de los vecinos.

Y es que la ciudadanía en general ha olvidado que estas manifestaciones fascistas fueron levantadas en cada población española básicamente para exaltar al régimen y humillar a los vencidos, con la determinación mezquina de perdurar, que fueron edificaciones que se plantearon en negativo, más como un acto de ofensa al contrario que como un homenaje al propio.

Por lo que este tipo de patrimonio nocivo, pese a los múltiples intentos de blanqueamientos (resignificación) que se llevan realizando desde la Transición, y que siguen permaneciendo impunes aún en algunas poblaciones y ciudades, siempre seguirá siendo un patrimonio excluyente.

Y es que a esta normalización general de este patrimonio incómodo que nos legó el franquismo, habría que sumar el discurso de la derecha que interpela a la “concordia”. Una concordia que olvida y no aplica interesadamente en otros conflictos, como el caso del terrorismo de ETA. Cuando a los criminales de la banda armada se les ha perseguido, se les ha condenado, se les ha encarcelado y se les ha infligido sobre ellos todo el peso de la ley, es justicia. En cambio, cuando se implora, ya no solo justicia, sino humanidad y reparación para las víctimas de la dictadura, para la derecha es revanchismo.

Una concordia que potencia la total impunidad de los crímenes del franquismo denigrando a sus víctimas, y que seguimos tratando la dictadura como si hubiese sido cosa de muchos siglos pasados, olvidando que sus acciones fueron coetáneas durante muchos años con las víctimas de la barbarie etarra.

Por tanto, si perdemos la memoria, perdemos también nuestra identidad, y sin identidad no somos nada. Y este es el peligro real del sostenimiento del patrimonio negativo que nos legó el franquismo.

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Francisco Navarro López es profesor de la Universidad Carlos III de Madrid.