El rostro de Catalina Muñoz, la madre del sonajero de Palencia

Una aproximación facial forense revela el posible aspecto de la mujer enterrada con el juguete de su hijo en la Carcavilla

Ricardo Sánchez Rico

19 octubre 2019

A Catalina Muñoz le apresaron a la vuelta de la esquina de su casa en Cevico de la Torre, tras tropezar con un montón de arena apilado por unas obras cuando huía con su hijo Martín, de 9 meses, en brazos. Su marido, Tomás, estaba en la cárcel en Asturias después de ser juzgado y condenado meses antes de estallar la Guerra Civil por una reyerta con falangistas en la que hubo un muerto (estuvo diez años recluido, y al salir se fue a Bilbao). Se hicieron cargo del bebé dos vecinas, pero a Martín le crió su tía Lucía. A Catalina Muñoz le acusaron de lavar las ropas con sangre de su marido, que se inculpó de esa muerte. Catalina fue juzgada y condenada en principio a cadena perpetua, pero al final acabó siendo fusilada el 22 de septiembre de 1936 a los 37 años, dejando cuatro hijos: Martín, el más pequeño, Fernando, Lucía y Tomasa, la más mayor de sus vástagos.

En su proceso admitió haber tomado parte en manifestaciones, pero no formar parte de la confabulación para asesinar al falangista. No valió de nada. Los impactos de disparos en su cráneo dictaron sentencia. Fue enterrada en el actual parque de la Carcavilla, antiguo cementerio, con el sonajero de su hijo Martín entre su mandil. Un sonajero que ha sido objeto de múltiples reportajes, una historia que ha sido noticia a nivel nacional. Su cuerpo fue localizado en la exhumación que tuvo lugar en 2011 en un trabajo de la Sociedad de Ciencias Aranzadi y la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Palencia, y sus restos recibieron sepultura conforme al deseo de sus descendientes, pero la fascinante y terrible historia de esta mujer de 37 años no acabó ahí.

Tras el homenaje a Catalina en el mes de junio de este año, había que dar un paso más. Poner rostro a esta mujer, pues no se conservaba foto alguna de ella. ¿Cómo podría ser el rostro de esta mujer que se ganaba la vida vendiendo huevos y pollos? Almudena García-Rubio, antropóloga de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, se puso en contacto con Fernando Serrulla, responsable de la Unidad de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia que trabaja en unas discretas instalaciones de un hospital público en el pueblo orensano de Verín y colabora con la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Fernando se puso manos a la obra rápidamente para realizar un trabajo de aproximación facial de Catalina Muñoz y reclutó a la artista forense Alba Sanín, una joven estudiante que ha realizado un trabajo brillante.
«Es una aproximación facial y no una reconstrucción, el rostro que generamos es aproximado pero no podemos conocer con exactitud el rostro de Catalina», comentaba Fernando Serrulla, que comentó cómo el primer paso fue obtener una imagen del cráneo de Catalina. «Los disparos afectaban a regiones del cráneo, así que añadimos un margen de error. Con las fotografías de cráneo elaboramos un croquis antropológico, una reproducción del cráneo con profundidades de partes blandas basadas en bases de datos forenses. Una persona con problemas nutricionales, como podía ser Catalina, esas profundidades podrían ser de cinco milímetros, mientras que, para una persona con más peso, esas profundidades de partes blandas podrían ser de seis o siete milímetros», apuntaba Fernando Serrulla, que incidió en cómo, a través de una técnica de la que se dispone, se posiciona la nariz, los ojos y la boca en el boceto antes de pasárselo a la artista forense.

«Catalina tenía una separación entre los dientes que se llama diastema, y la sonrisa de una persona con las paletas superiores así es un elemento importante», añadió el antropólogo forense, antes de ceder la palabra a Alba Sanín.

«Realicé un boceto inicial, pero luego hice otros con cambios. Hubo mucho debate hasta que realizamos la versión final», añadió Alba Sanín, quien, junto a Fernando Serrulla, hizo entrega de dos copias de ese dibujo a los dos hijos vivos de Catalina, Lucía y Martín. «La reconozco, se parece mucho a ella», señalaba entre lágrimas Lucía, de 95 años y que perdió a su madre cuando contaba tan solo con once años y tuvo que ser cuidada por su abuelo paterno, en lo que fue el momento más emotivo del acto. «No la conocí, pero siento que la quiero», aseguraba por su parte Martina, hija de Martín.