En Canarias las fosas de la guerra civil están bajo el mar

Vázquez-Figueroa  muestra en “Bajamar” la inmersión fascista en unas islas nada afortunadas

Texto: ANTONIO ITURBE

Hace pocas semanas el pleno del Parlamento de Canarias aprobó la toma en consideración de la proposición de ley con la que se pretende recuperar la memoria histórica de las víctimas del franquismo en Canarias. Prevé, entre otros aspectos, la creación de un banco de ADN para la identificación de desaparecidos, un mapa de fosas y la creación de un registro de víctimas. Alberto Vázquez-Figueroa, pionero del submarinismo en España que se adiestró con el mítico comandante Cousteau, se muestra poco optimista al respecto «en Canarias el agua es demasiado profunda». Y no sólo por los fondos que rodean las islas, sino por lo profunda que es la cicatriz de la Guerra civil allí. Si en toda España la delación y la represión fueron feroces, en una isla sonde no hay líneas enemigas que traspasar ni lugar a dónde huir, el panorama fue infernal. Lo cuenta en su nueva novela: “La represión en el archipiélago no solo fue especialmente sangrienta, sino especialmente silenciosa, puesto que el mar engullía los cadáveres sin que nadie tuviera que molestarse en cavar comprometidas fosas que medio siglo más tarde pudieran servir para acusar a los rebeldes fascistas de crímenes contra la humanidad. Por lo general, muy cerca de la orilla la costa caía verticalmente hasta los quinientos metros, y allí iban a parar, dentro de un saco y junto a una pesada piedra, todos aquellos que no estaban de acuerdo en que España siempre había pertenecido a unos pocos y así tenía que continuar para que las cosas siguieran siendo como tenían que ser”. 

Tenerife no sólo fue el arranque del golpe de estado y el primer lugar donde piso la bota de los militares fascistas, sino uno de los lugares donde más la hundieron con 3.000 asesinados, 5.000 exiliados y más de 6.000 presos en cárceles y campos de concentración en distintas islas de Canarias, según las cifras que manejan historiadores como Ramiro Rivas García, doctor en Historia por la Universidad de La Laguna (Tenerife).

En Bajamar el gran relator de historias que es Vázquez Figueroa nos muestra cómo se sucedieron las cosas en el primer tercio de siglo en Canarias a través de la historia de la familia que se cuida del faro en Isla de Lobos, frente a Fuerteventura. Ellos crían a sus hijos en un entorno agreste pero sano. El padre,  Bernardo, es un hombre con inquietudes sociales que se implica en mejorar la dura vida de los marineros de la zona. Con la efervescencia de cambios que trae la República, contribuye de manera decidida a la puesta en marcha de los pósitos de pescadores, una forma de cooperativas de armadores, pescadores, fogoneros y gente de mar, para promover la mejora de las condiciones morales y materiales de sus asociados. Se establecen seguros sociales, ayudas en paros forzosos, asistencia médica, entierros pagados o la promoción de la cultura por medio de la creación de escuelas y bibliotecas. Ese momento social luminoso fue aplastado por el golpe de estado de manera brutal ese oscuro julio de 1936. El propio Bernardo es detenido y, posteriormente, enviado al campo de concentración de Villa Cisneros para acabar fugándose en el buque Viera y Clavijo junto a otros presos políticos rumbo a Dakar, colonia francesa, desde donde preparará su exilio en Venezuela.

Este relato tiene muchas trazas de la propia vida de Vázquez-Figueroa.  Él nació precisamente el año terrible de 1936 en Santa Cruz de Tenerife. Estando su madre con el embarazo muy avanzado, en cuanto entraron los golpistas en la isla encarcelaron a su padre, su abuelo y su tío. Su madre tuvo que afrontar el final del embarazo en la más absoluta penuria, incluso teniendo de comer gatos callejeros para sobrevivir ella y el futuro escritor que llevaba en el vientre. Su padre fue condenado a muerte y le conmutaron la pena por la deportación a África. Cuando falleció su madre, derrengada por tantas penalidades, y su padre afectado por tisis, él fue enviado para que se criase con un tío suyo que trabajaba de administrador civil en el acuartelamiento militar de Cabo Juby (la actual Tarfaya) en el norte de Marruecos. El mismo lugar donde una década antes había estado Antoine de Saint-Exupéry ejerciendo de jefe de aeroplaza del correo postal de la empresa francesa Latécoère. Al único hermano de Vázquez-Figueroa, lo enviaron a Venezuela, destino de muchos canarios lanzados al exilio. Una conexión venezolana que todavía se mantiene en las islas. En esta novela el autor hace aflorar episodios de ese momento tremendo en las islas y también de ese drama menos ruidoso pero igualmente trágico del exilio y la emigración.

Con el paso de los años Vázquez-Figueroa, antes de ser novelista,  fue corresponsal de guerra y reporteó en guerras terribles pero no parecía inmutarse “La guerra no me afectaba porque la guerra civil española que yo viví en mi infancia fue tan dura que quedé inmunizado”. Vázquez-Figueroa fue un perdedor de la guerra, pero ha terminado venciendo: nunca han podido arrebatarle su sonrisa y sus ganas de vivir. A sus más de ochenta años sigue siendo un escritor e inventor de una energía y una lucidez asombrosas.