El nuevo Gogora de Alberto Alonso
Se produjo un traspaso extraño en la Consejería de Justicia y Derechos Humanos entre partidos y que coincide con el inicio del Gobierno Pradales. Se suponía que la nueva competencia de política penitenciaria -un tema sensible– la continuaría el PNV respecto a la anterior legislatura, en la que hubo una muy buena gestión con Ana Agirre y el juez asesor Jaime Tapia. De partida, la nueva consejera, María Jesús San José (PSE-EE) no anduvo muy lúcida señalando que no existen legislaciones penales excepcionales en el Estado Español.
Dada su matriz de visiones parecidas a las del PP vasco en las temáticas de violencia, cuestión nacional e Izquierda Abertzale, la tradición socialista vasca ha nadado habitualmente en relatos simplistas. Eso explica que haya acercado posiciones con ese otro instituto, el que dirige Florencio Domínguez (Centro para la Memoria de las Víctimas del Terrorismo) con lo que, además, ambos son funcionalmente redundantes. Las actividades ya iniciadas, con víctimas y estudiantes son sesgadas en su composición (no se le ve a la sensibilidad de izquierda abertzale ni de Elkarri) y temáticas (ETA, un poquito de terrorismo de Estado, nada de Estado abusivo). Dicen que se quiere abordar el tema de GAL. ¿Investigaran la trama completa? ¿Pondrán bajo sospecha al Señor X?.¿ Le pedirán cuentas? Y las torturas ¿las recordarán y reclamarán justicia?
Lo de cruzar relatos, huir de los relatos simplistas sobre héroes y villanos, vencedores y vencidos, y el compromiso “con una memoria inclusiva y colaborativa” lo dijo al principio el nuevo director de Gogora -Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos- el socialista Alberto Alonso Martín como uno de sus propósitos públicos, pero ya se le ha olvidado.
Sustituyó en el cargo a Aintzane Ezenarro -que evitaba los choques de proyectos políticos aunque institucionalizaba en exceso la memoria democrática- pero Alonso ya está apostando por el adoctrinamiento para corregir los “desvíos” inherentes al nacionalismo.
Una muestra de su perfil fue la pretensión de contaminar el Memorial 3 de Marzo de Gasteiz -dedicado a los cinco obreros asesinados por la policía- con el hecho de que cuatro personas murieran durante ese mes de 1976 en acciones de ETA. Para un símbolo casi unitario que hay, ya se quería llevar hacia el monotema antiterrorista. Una pésima idea.
Pensado Gogora para aunar sensibilidades de distintas memorias, Alonso hizo de nuevo un uso político de su cargo, con la publicación de su injusta y sectaria andanada, en la que equiparaba fachas racistas e izquierda abertzale mediante analogías traídas por los pelos del interés de parte (El Correo “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”5-8-25).
Unos días después (Europa Presss 13-8-25) negaba que Txiki y Otaegi hubieran sido “luchadores por la libertad” porque luchaban contra la dictadura sí pero “utilizando las mismas herramientas que utilizó la dictadura, que era la violencia, el terror y el miedo”(..) “Ni Txiki ni Otaegi querían una sociedad democrática después de Franco, querían imponer su propia visión de Euskadi, su propio proyecto como alternativa al franquista”. Gaizka Fernández Soldevilla (El Correo 18-8-25) le apoyó elevándolos al grado de “asesinos” y dando por buenos -aunque se desmarque- los juicios franquistas e, implícitamente, al dictador que aplicó la sentencia.
Alonso de un plumazo nos ha excluido del campo de democracia a la inmensa mayoría que luchamos contra el franquismo en el tardofranquismo (a los socialistas no se les veía apenas), por el hecho de ejercer y defender la anti-represión con todos los medios posibles y de tener un proyecto socialista y de ruptura distinto al suyo, como concreción de una democracia por la que lo dimos todo. Y ahora da lecciones, desde un partido que acogió en su seno a otro partido vinculado a una rama de esa misma ETA. Más contradicciones no se pueden acumular.
No habría que mantener relaciones con Gogora mientras Alonso la dirija. No está a la altura.