Extremadura. Víctor Chamorro, la yunta del compromiso

“Chamorro no encajaba en el discurso oficial que el PSOE sostenía para Extremadura y, por tanto, había quedado fuera de la corte de palmeros literarios que en aquellos años florecía en esta tierra”. Primer artículo de una serie sobre Víctor Chamorro que publicamos esta semana con motivo del aniversario del 25 de marzo, del homenaje a Víctor este sábado 26 en el pueblo de Guadiana y de la reedición de “Extremadura, afán de miseria” en los próximos días.
Antonio Orihuela  / 22 mar 2022 09:28

Debió ser Paco Espinosa el que me hablara por primera vez de Víctor Chamorro al saber que yo escribía y que daba clases en Extremadura. Busqué sus libros en la biblioteca del instituto, busqué sus libros en la biblioteca del pueblo, los busqué en mis visitas a las pocas librerías que en la capital merecían ese nombre, pero sus libros no estaban en ninguna parte. A mediados de los años noventa aún no había internet y encontrar un libro, sobre todo si este era viejo o estaba descatalogado o había sido publicado por una editorial pequeña, era una tarea la mayor parte de las veces estéril.

Pregunté por él a los compañeros del Departamento de Lengua y Literatura pero, o no lo conocían, o su nombre les sonaba pero no sabían de qué. Nadie lo había leído. Entre los profesores de la Facultad de Filosofía y Letras de Cáceres tampoco tenía muchos seguidores y las veces que lo nombré, incluido algún político ilustrado en el coro, la respuesta fue que el tal Chamorro no encajaba en el discurso oficial que el partido sostenía para Extremadura y por tanto, había quedado fuera de la corte de palmeros literarios que en aquellos años florecía en esta tierra, recompensados con ediciones institucionales, cargos, empleos y saraos varios.

Con estos antecedentes, Víctor Chamorro se convirtió para mí en una muletilla con la que zaherir a los literatos regionales cada vez que se me ponían a tiro. Sin haberlo leído aún, me gustaba preguntarles por él y sorprenderme ante sus respuestas que, en lo esencial, coincidían en que su pluma rebelde e insobornable, su crítica a las estructuras de poder y su oposición al discurso hegemónico, le habían acarreado un merecido ostracismo; elevado al vacío por parte de los investigadores y profesores universitarios habituados a esos despachos también con puertas giratorias entre la educación y la política.

En 2002 supe por la prensa que había ganado el premio Gijón de novela con La hora del barquero, que publicó Acantilado y que pedí a mi librera de confianza y que nunca llegó a mis manos, no sé si por desinterés de la propia editorial en difundir el libro o porque la historia que se contaba en él era mejor no airearla para que su autor no terminara envuelto en una demanda judicial, por aquello del derecho al honor, que sorprendentemente pueden invocar con toda tranquilidad los torturadores a sueldo del Estado.

Un año después la ERE reeditó El Santo y el demonio, su primera novela, que fue finalista del premio Planeta de 1963, y que esta vez sí, comencé leyendo un día y terminé devorándola al siguiente, atrapado por la historia y por la prosa de un escritor sin igual en Extremadura; y digo esto, sin igual, porque Víctor ni se marchó de su tierra para poder escribir y, sobre todo, para ser reconocido como escritor, ni se quedó en ella para recorrer los pasillos de la administración a la caza de alguna prebenda, como tantos otros mediocres. Solo así se explica que alguien que escribe tan bien tenga que recurrir a los premios y, sabiendo todos la naturaleza espuria de los premios, que haya sido finalista de tantos.

Entre los años sesenta y setenta, animado por su éxito editorial, Víctor Chamorro decide comenzar la revolución por Hervás y monta un grupo de teatro. Mal asunto. El caciquismo tardofranquista y las fuerzas mortecinas del pueblo se conjuraron para exiliarle. Sigue escribiendo, pero lejos del dictado y el gusto del poder. Llega el tiempo de la la transacción, la postmodernidad, el pelotazo, la marca España…. la literatura de Chamorro encaja mal con lo que las editoriales están dispuesta a publicar, con lo que el poder gusta escuchar. Dar testimonio de una realidad cruda y dura, y de unos seres desamparados y al borde la indigencia en medio de las terribles condiciones de vida de la España rural sumida en una posguerra interminable, no está de moda. Tiempo de silencio en plena democracia, años de silencio en la escritura de Víctor Chamorro, que termina por autopublicarse sus libros como mal menor al mal mayor de que aquí casi nadie lee.

Hace unos años fusionó su amor por la historia, la literatura y el teatro en la obra 25 de marzo de 1936. El gran hito de la historia de Extremadura en cuanto nos quitamos de encima la matraca de los conquistadores y la virgen de Guadalupe. El gran hito de la mayor ocupación de tierras que se conoce: 3.000 fincas en casi 300 pueblos repartidos por toda la región, el gran experimento social que protagonizó el pueblo extremeño para escándalo del actual PSOE, que no quiere ni oír hablar del tema. La magnífica gesta que no cantaron ni Luis Chamizo, ni Eugenio de Frutos, ni Reyes Huertas, ni Martínez Mediero, ni ningún otro palmero, y por lo que hoy, se les dedican calles, centros de enseñanza, loas, placas y esculturas, además de editarles sus obras completas.

Víctor Chamorro seguirá escribiendo de lo que más le duele de esta tierra: el caciquismo, el oscurantismo, el latifundismo, la ansiada reforma agraria, la emigración, el sacrificio, la miseria, la guerra social… Temas todos poco amables para quienes no conciben otra literatura que no sea la de la pacificación, el conformismo, la apatía, la reconciliación entre clases y el divertimento. Tal vez por eso, en 2012, José Antonio Monago, le dio la Medalla de Extremadura, a ver si se callaba, pero su voz cada vez suena más clara y con más fuerza.