Ganadores II Premio Amical de Mauthausen y otros campos en memoria de la deportación republicana

 

28.06.2023

La alumna Isabel Fernández Cobano del Colegio Joyfe de Madrid y el alumno Julen Fernández da Silva del INS Pere Fontdevila de Gironella (Barcelona) han sido los ganadores del II Premio Amical de Mauthausen y otros campos en memoria de la deportación.

La Amical de Mauthausen ha otorgado este mes de mayo su II Premio Amical de Mauthausen y otros campos en memoria de la deportación republicana, en las modalidades de creación literaria Montserrat Roig y de fotografía y creación artística Francesc Boix, al que han concurrido numerosos jóvenes de todo el Estado.

El premio Francesc Boix a la mejor creación artística se lo llevó el alumno Julen Fernández da Silva, que hizo un collage inspirado en el poema Els gira-sols, de Joaquim Amat-Piniella, superviviente del campo de Mauthausen.

El premio Montserrat Roig a la creación literaria ha sido para Isabel Fernández Cobano, quien realizó una composición a partir de la narración de cuatro historias que se desarrollan en el contexto de la Segunda Guerra Mundial y los campos nazis.

El miércoles 21 de junio se hizo el acto de entrega de los premios: un aparato electrónico por valor de 400 € y un diploma de reconocimiento, y sus trabajos estarán colgados en la web de la Amical de Mauthausen y de la Red Nunca Más.

Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las victimas del nazismo de España 

Relatos

Érase una vez un mundo creado hacía miles de millones de años. Un mundo que aun teniendo sus idas y venidas se encontraba en aparente calma. Mas esa paz no perduró, ya que el mal se abrió paso entre las mentes y los corazones de demasiadas personas, causando el dolor, la sangre y la muerte de otras tantas.

Érase una vez una historia transformada en un cuento con un final feliz en la teoría pero con un saco lleno de lágrimas, sufrimiento, gritos y sangre en la práctica, que avasallaría hasta al ser humano más fuerte. Esta historia no tiene una parte, ni dos, ni tampoco tres, está dividida por infinidad de partes que, al juntarse, forman un puzle difícil de leer pero sobre todo de vivir.

Son muchas las maneras de relatar lo que hoy en día se conoce como la Segunda Guerra Mundial y ninguna es menos dolorosa que la anterior, así que mi objetivo es adentrarme en diferentes historias, con distintos protagonistas, narrando lo que vivieron y lo que les sigue acechando noche tras noche causando que sus sueños se conviertan en auténticas pesadillas.
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Invierno de 1944.
El frío me cala los huesos, miro alrededor y solo veo cuerpos moviéndose, ojos sin vida que fijan su mirada en algo sin verlo realmente. Veo personas que en su día tenían algo por lo que seguir viviendo y algo por lo que sonreír. Ahora no son más que huesos y una fina capa de piel que se agrieta cada vez que el invierno llega. Me entristece la visión que tengo desde el momento en que me levanto hasta el momento en que me acuesto, y tal vez sea porque lo que veo no es más que un reflejo de en lo que me he convertido.

Mi historia es como tantas otras y empieza en España. Mi tan querida España. Un país en el que empezaron a aparecer bandos y pasaron a ser características que nos encasillaban y que determinaban nuestro futuro. Yo ya no era Enrique, ya no era un hombre, ahora era un “rojo” con un número. A veces, en las noches en las que los gritos y el olor a carne quemada me impide dormir, pienso, pienso mucho.

Reflexiono acerca de por qué me enrolé en la Guerra Civil española. Me digo a mí mismo que fue para luchar por una causa que consideraba y considero justa pero muchas veces me pregunto si debería de haberme callado, si no debería haber luchado. Puede que las cosas no hubiesen acabado así, puede que no hubiese tenido que dejar a mi familia, a mi mujer, a mis hijos,… Pero entonces esta situación, estos villanos no hubiesen sido notados y hubiesen seguido viviendo entre nosotros, como si no les abordasen pensamientos y deseos inhumanos.

Huí cruzando la frontera, atravesé los Pirineos en plena ventisca para escapar del nuevo régimen, para evitar mi muerte y tener la oportunidad de seguir viviendo. Me fui dejando una vida atrás en busca de otra y lo que encontré no fue más que otra forma de morir. En cuanto puse un pie en Francia, tierra de “libertad, igualdad y fraternidad” me llevaron a un campo de concentración o stalag, aunque no sé si llamarlo así puesto que los años que allí viví fueron el paraíso comparado con lo que ahora sufro.

Pero volviendo a mi historia, mis compañeros y yo fuimos considerados prisioneros de guerra así que nos encerraron, obligados a trabajar y a no salir. Al tiempo, llegó gente de fuera ofreciéndonos alistarnos en distintas brigadas con la promesa poco fiable de que, en el caso de que sobreviviésemos, seríamos liberados y repatriados si así lo deseábamos.

En uno de ellos me apunté y en un intento de huir de los alemanes tras haber  Intentado plantarles cara, nos capturaron. Por aquel entonces no sabían qué hacer con nosotros, españoles republicanos que se habían fugado de su país. Hasta hace poco pensaba que se habían equivocado, no obstante, recientemente escuché algo de una reunión secreta que hubo en Berlín por esas fechas y que coinciden con los días en los que empezaron a llevarnos a campos de concentración, 9.200 españoles aproximadamente y unos 7.200 a Mauthausen, “campo de irás y no volverás” debido a su extrema crueldad y trato brutal. Desafortunadamente, tras nuestra captura fuimos llevados a ese campo, Mauthausen, y después de pocos meses, fuimos a parar a Gusen, un campo subalterno de Mauthausen y uno de los más despiadados conocidos hasta la fecha. Desde entonces, éramos tratados como esclavos, obligados a trabajar más de doce horas al día en las canteras, comiendo una ración de cantidades lamentables y castigados por los más viles hombres. Veinte latigazos o azotes eran el castigo estándar, estándar porque teníamos que ir contando cada golpe, cada humillación en alemán y sin ningún error, y en el caso de que nos equivocásemos,… vuelta a empezar.

Desgraciado era al que le tocaba un sargento que quisiese más sangre ya que solían rematar el castigo con algún que otro puñetazo, ducha de agua congelada o lo que encontrasen en ese momento. Muchos dicen que murieron millones en las cámaras de gas pero no hablan de aquellos que murieron por cansancio, por duchas de agua fría en pleno invierno, por suicidios o por los denominados “camiones fantasma”, que venían a recoger a cientos de presos para llevarlos de vuelta a Mauthausen, y en el camino, se intoxicaban con los gases que emanaban del conducto modificado del camión.

No sé si algún día volveré a ver la luz del sol aparecer por el horizonte en un mundo donde podamos ser libres, dudo que llegue vivo a mañana siquiera. “Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. Esta frase podría resumir el cómo nos sentimos todos los presos ahora mismo, la diferencia está en que nosotros no perdimos nada, a nosotros nos lo arrebataron todo. Nuestras familias, nuestra libertad, nuestro cuerpo y nuestra identidad. No somos nadie. Se han metido tan a fondo en nuestras ya reducidas entrañas, que a muchos les han quitado las ganas de luchar, de vivir.

He vivido y estoy seguro de que viviré infinidad de castigos, la voluntad de no cesar esta guerra no declarada va desapareciendo con cada pozo en el que caigo y con cada piedra con la que me tropiezo. Llevo en este campo atrapado más de tres años, aguantaré, tengo que aguantar. Por los españoles que perecieron antes que yo, por los polacos, soviéticos, yugoslavos, italianos, alemanes, albaneses y más nacionalidades que no tuvieron la oportunidad de ser libres. No se merecen quedarse en el olvido. No se merecen que el único testigo de su paso por el mundo sean los presos con los que compartieron barraca y la única prueba, las cenizas de su cuerpo desperdigadas por una tierra árida donde murieron mucho antes de pasar por el crematorio. Murieron sus cuerpos pero también sus almas y sus sueños. Su historia merece ser contada, nuestra historia, la de todos nosotros. No debemos resignarnos a ser un mero número en una lista plagada de fechas y cruces.

Enrique no lo sabía en ese entonces, pero fue uno de los poco menos que 820 supervivientes españoles de Mauthausen. Lo logró, las secuelas psicológicas y físicas le quedaron para toda una vida pero consiguió llegar al final y a partir de ahí no luchó para sobrevivir, luchó para vivir. Y en esa vida que alcanzó con sangre, sudor y lágrimas, escribió un libro que deja constancia de su historia.
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Quiero irme a casa. Cierro los ojos y los vuelvo a abrir constantemente para despertarme de la pesadilla en la que estoy sumida.  Miro a mamá, papá se fue hace mucho tiempo a trabajar. Le pregunto acerca de las gotas de agua que ruedan por sus mejillas. ¿Por qué está llorando? ¿Por qué hay tanta gente llorando? Se acerca un señor con uniforme, no entiendo lo que dice.

Mamá me dice que nos vamos a una fiesta pero que primero nos tenemos que duchar para ponernos guapas. Yo la sigo porque si hay una fiesta habrá comida, y llevo tiempo sin probar bocado. Entro a una ducha, es muy grande y no para de llenarse de más niños y mamás. No quiero ducharme con ellos, quiero salir y ducharme otro día. Se lo digo a mamá pero ella solo me abraza. ¡Pum! La puerta se ha cerrado. Algo va mal pero no sé que es. Seguro que es el final de mi sueño, me despertaré en mi cama y oleré los gofres que hace mi mamá por las mañanas mientras mi papá lee el periódico. No estoy preparada, no estoy preparada. ¿Para qué no estás preparada, Anna? Ella no sabía responderse a sí misma, así que cerró los ojos como tantas otras veces pero ya nunca volvió a despertar.

Los niños no eran considerados aptos para trabajar así que, en cuanto ponían un pie en el campo de concentración, eran llevados a las cámaras de gas y posteriormente eran incinerados. Millones de niños, de los cuales los más mayores acababan de aprender a dividir y los más pequeños no habían abierto ni los ojos, fueron asesinados sin miramiento alguno. Dicen que no hay nada más puro que un niño, pero eso no fue suficiente, porque les miraron a los ojos y les llevaron al matadero sabiendo que no tendrían la oportunidad de convertirse en policías, ni en
bomberos, ni en profesores, ni en cantantes.
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Llevo años vivo. Pensé haberlo visto todo, pensé ser sabio, pensé tener una respuesta a todas las preguntas,… Ahora veo que no. Ahora sé que por muchos años que hubiese vivido nunca hubiese encontrado una razón por la que el ser
humano fuese capaz de cometer tales atrocidades. Al igual que con los niños, aquellas personas que sobrepasasen cierta edad como por ejemplo, 45 años, eran repudiadas y enviadas a las cámaras de gas “ipso facto”.

Muchos de ellos a lo mejor ya habían vivido hasta más de lo que esperaban, pero se marcharon de este mundo sabiendo que no podían hacer nada para proteger a sus hijos, sobrinos y nietos. Ya habían vivido su vida y vieron cómo sus descendientes no podrían hacer lo mismo.
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Cuando le vi por primera vez supe que era él, quería pasar toda mi vida a su lado. En cuanto nuestras miradas se encontraron me dio un vuelco el corazón, y a él le debió de pasar lo mismo puesto que se acercó a mí. Recuerdo ese día como si fuese ayer ya que ahí empezó todo. Estuvimos un año de novios y nos casamos, las cosas iban rápido por ese entonces y nosotros nos queríamos más de lo que podíamos expresar con palabras. Pero aunque los cuentos se terminen cuando el final feliz llega, la historia continúa. La guerra estalló en España. Nos imaginábamos que pasaría ya que la situación era inviable, había demasiadas diferencias entre los dos bandos. Vivo en un pueblo, y por lo general, cuando se dan estas distinciones nunca acaba bien. Los celos, las rencillas, las discusiones, las envidias,… Mi familia era republicana y en cuanto las primeras pistolas se dispararon, mi marido quiso prestar sus servicios.

El tiempo pasaba, y lo que empezó siendo una disputa acabó siendo una de las guerras más sangrientas conocidas en España. Ya casi no veía a mi marido y tenía 3 hijos de los que hacerme cargo. Además, en una guerra la calidad de vida empeora y tuve que trabajar el doble para mantener a mi familia. Ya había perdido toda esperanza de volver a ver a mi marido mas una noche en la que el agua caía con la fuerza de un torrente y mojaba allá donde tocaba, llamaron a la puerta. Les dije a los niños que se escondieran en la habitación y la abrí con la mano temblorosa. Esas piernas, esa pulsera, esa sonrisa que hacia que me olvidase de todo,… ¡Era mi marido! Enseguida salté sobre él y
llamé a los niños para que corrieran a abrazarle. Estaba exultante, feliz. Acosté a los niños y me senté en el sofá, él vino detrás de mí y se sentó a mi lado.

Teníamos mucho de lo que hablar. Lágrimas, risas, abrazos, melancolía, agradecimiento y más emociones llenaron el salón esa noche que jamás olvidaré. Los días que la siguieron fueron de los más felices de mi vida y los disfruté como si fueran los últimos. Si tan solo lo hubiese sabido, los hubiese apreciado más si cabe.

Las semanas pasaron y cuanto más tiempo pasaba más sabíamos lo que teníamos que hacer, los nacionales habían empezado a aparecer inesperadamente en las casas, decían un nombre, y hombres y mujeres salían un momento, pensando en que tenían que acostar a sus hijos, que tenían que quitar la cacerola del fuego, que se les iba a quemar la cena,… pero no era un aviso lo que pretendían esos hombres con su visita, no, tenían fines peores. Esas personas que fueron llevadas a la fuerza, que a lo mejor solo eran o se habían casado con alguien del bando contrario, eran dirigidas a terrenos inhóspitos y no se las volvía a ver.

La respuesta estaba clara, debíamos huir. Llevábamos noches hablándolo, mi marido atravesaría Francia, por la cual tendría que andar con cuidado ya que se habían escuchado rumores de que los españoles republicanos eran rápidamente enviados a campos de concentración, hasta llegar a Suiza, desde donde me escribiría una carta con noticias suyas. En solo unos meses iría yo con los niños, viajaríamos a Argentina y estaríamos juntos para siempre. Así, una tarde de verano cogió sus cosas, abrazó a los niños, me besó y… se fue.

Empecé a contar los minutos hasta nuestro reencuentro. Sin embargo, las horas pasaban y se convertían en días, y estos a su vez en semanas, meses,… esperando una carta que no llegaba. No llegaba. ¿Qué había pasado? Un día me llegó un sobre con una carta dentro, indudablemente era la letra de mi marido, no obstante no parecía estar escrita por él: “Estoy bien. Manda comida”. No era normal pero me negaba a creer lo evidente así que empecé a buscar. No podía estar en un campo de concentración, era reacia a pensar en ello. Busqué, y busqué, y busqué hasta mi último aliento, juro que lo hice. Nada. No encontré nada. Una persona no puede desaparecer sin más, ¿verdad? Tiene que haber algo que me diga lo que le pasó, por qué desde hace tantos meses no recibo ninguna otra nota o carta con un mensaje escueto y ausente de mensajes ocultos. Me niego a darme por vencida. Efectivamente, esta mujer nunca se dio por vencida pero después de unos años murió sin saber lo que le ocurrió ni dónde se encontraba su marido, su apoyo, la persona de la que estaba perdidamente enamorada y con la que tenía 3 hijos. No fue hasta más de 30 años más tarde que una de sus hijas contrató un detective privado y descubrió que su padre fue apresado al llegar a Suiza y transportado a un campo de concentración. Desde allí, les obligaban a mandar pequeñas cartas con un breve mensaje que no mencionase la ubicación del campo. Y sí, las cartas eran escritas y enviadas, pero al llegar su respuesta, muchos de los destinatarios ya habían muerto por uno u otro motivo. Este fue el caso del marido de la mujer. Su marido llegó a mandarle un par de cartas pero murió a los pocos días de haberlas enviado. De su cuerpo no se encontró rastro alguno pero se llegó a la conclusión de que se hallaba en alguna fosa común de los alrededores.

Este hombre murió, y su mujer también sin saber qué fue lo que le pasó pero sin cesar en su búsqueda. A día de hoy, los hijos que aún siguen vivos pueden descansar en paz sabiendo el final que tuvo su padre, del que algunos ya han olvidado hasta su cara, y solo tienen una imagen difusa en su mente. Dudo que muchos otros puedan decir lo mismo ya que siguen habiendo cenizas movidas por el viento hacia ningún lugar concreto.
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La Segunda Guerra Mundial fue un hecho de importancia global y que debería ser recordado hasta el fin de nuestros días ya que “quien olvida su pasado está condenado a repetirlo” y esta guerra y la crueldad que se vio en ella no debe
repetirse nunca. Hoy han sido cuatro las historias aquí narradas, pero mañana serán ocho y pasado mañana, doce, y así hasta escuchar y sentir todos sus relatos.

Hoy soy la voz de una niña, un hombre, un anciano y una mujer pero hay muchas otras voces que quieren ser escuchadas y les debemos al menos eso por todo lo que sufrieron y todo lo que aún sufren algunos. Noches sin dormir, recuerdos olvidados, gritos ensordecedores,…
Hoy no soy solo Enrique, ni Anna ni David ni María, soy miles de personas más olvidadas en la historia pero recordadas en la memoria de cada madre, padre, abuelo, hijo y amigo. Soy judía, español, belga, francés, polaco, yugoslavo, holandesa, noruega, suizo,… soy una persona