HEMEROTECA. 1979. Navas del Madroño. Una de las primeras exhumaciones de una fosa común del franquismo.

Sábado antes del Domingo de Ramos de 1979, Navas del Madroño, Cáceres, ese día tendría lugar una de las primeras exhumaciones de víctimas del franquismo. Yagüe llegó al pueblo en 1936 y acabó con todos los varones de entre 15 y 70 años. Los asesinaron y fueron enterrados en una fosa común en el cementerio parroquial de la capital de la provincia.
 
Alfredo Grimaldos, 22 años, llega al pueblo ese día para, como periodista de Interviu, cubrir el acontecimiento. Ningún otro medio se interesa por el tema. Esto es lo que nos cuenta:
“Tras mostrar los permisos correspondientes, varios de los familiares de los fusilados empezaron a cavar. Desde el primer momento, el ambiente era tremendo, y con cada paletada, se iban incrementando los sollozos. Pero, a pesar de lo terrible de la escena, yo estaba casi más preocupado por que salieran medio bien las fotos. Sabía que, sin ellas, no había reportaje…
Los sollozos aumentaban paralelamente a mi nerviosismo de fotógrafo poco experimentado cuando alguien me agarró del brazo. Era el sacristán de la parroquia:
-Perdone, aquí no se puede hacer fotos
-Vengo con estos señores y ellos me han dado permiso, no hay ningún problema-. Le contesté de la mejor forma que pude en ese azaroso momento.
-Pero el señor cura dice que aquí no se puede hacer fotos-. Insistió.
-Dígale que vengo con estos señores y ellos me han dado permiso para hacerlo.
 
La excavación continuó, empezaron a aparecer los primeros restos humanos y el coro de sollozos aumentó de nivel. Además, yo seguía preocupado por los encuadres. Y me volvieron a sujetar el brazo. Era otra vez el sacristán:
-¡Que dice el señor cura que aquí no se puede hacer fotos!
-¡Pues dígale de mi parte que las voy a seguir haciendo! Tengo permiso de los familiares y, además, esto es libertad de expresión…
Cuando finalizó la exhumación, los restos de todos los fusilados se guardaron en cinco féretros, para trasladarlos hasta el pueblo. Al llegar la comitiva, los paisanos gritaban y lloraban, olvidándose del miedo que aún les tenía atenazados. En la entrada del cementerio, se destaparon las cinco cajas para que pudiésemos fotografiar su interior por última vez, en medio de una escena espantosa.
 
Los fascistas locales habían desaparecido. Estaban al tanto de lo que iba a suceder, incluida la presencia de Interviú, y se habían ido del pueblo. Frecuentaban un bar de la Plaza Mayor de Cáceres y allí nos presentamos el día siguiente con la intención de comprobar si alguno se mostraba dispuesto a ofrecer su opinión sobre lo que estaba sucediendo. Pepe esperó fuera, para dar la voz de alarma si el asunto se complicaba, y yo me acerqué con naturalidad al mostrador, dispuesto a pedir un vino y ver cómo era el ambiente. La barra estaba a la derecha y había un hueco en ella hacía la mitad del local, pero no me dio tiempo a llegar hasta allí. Nada más entrar, alguien me puso una pistola en la cabeza:
-Vete de aquí, hijo de puta, ya sabemos quién eres. ¿Qué coño vienes a hacer?”
 
Del muro de Valentín Tomé