Cómo la corrupción de Falange chupó la sangre al pueblo y agravó la hambruna del franquismo
Más de 200.000 personas fallecieron por inanición o enfermedades entre 1939 y 1942 a causa de la política autárquica de Franco y de un régimen corrupto que fomentó la especulación y el estraperlo.
Henrique Mariño
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La cocina de posguerra ofrecía en su carta todo tipo de animales salvajes y domésticos, que si una rata, que si un perro.
Y tantas y tantos españoles recurrieron al mercado negro para mitigar el hambre en una España racionada, aun a riesgo de dar con sus huesos en la cárcel por estraperlear una arroba de aceite o una hogaza de pan, como aquellas madrileñas que escondían bajos sus faldas unas vienas reblandecidas que vendían de tapadillo en el metro de Tribunal.
No tenía la culpa la pertinaz sequía que empapaba el NO-DO —porque los cuarenta no fueron tan secos, a excepción de un año—, sino la política autárquica de la dictadura, que estancó la economía y, entre 1939 y 1942, causó la muerte a más de 200.000 personas por inanición o enfermedades derivadas de una pésima alimentación.
Franquismo y Falange, corrupción y estraperlo
Una hambruna provocada también por otras causas, como el flirteo con los fascismos europeos —Francisco Franco mandaba alimentos a Italia y Alemania, mientras que la potencias aliadas ahogaban al país con un bloqueo económico— y un sistema corrupto, que controlaba los alimentos, alentado por la propia autarquía.
El “mercado negro del pan blanco”, según Francisco Umbral.
O el “deporte nacional”. O “una nueva categoría mental y económica”. O “una mística” que rizaba el rizo de la picaresca, escribía en La forja de un ladrón.
Y un gran estraperlo que no respondía a la necesidad, sino al afán de lucro y enriquecimiento torticero de las élites franquistas, que no contrabandeaban un mendrugo sino camiones de cereales.
El franquismo reprimió a unos y toleró a otros.
Los alcaldes y los gobernadores civiles se lo llevaron crudo. Y la policía y los militares. Y, en general, la Administración franquista, incluidas las instituciones vinculadas a la política intervencionista del régimen.
“El partido único del que Franco fue jefe nacional hasta su muerte se convirtió en un inmenso aparato de colocación de adeptos al franquismo. Tener el carné falangista aseguraba un trato preferente ante cualquier trámite, ante cualquier fase de la vida. Y por supuesto, para la obtención de comida o la realización de negocios de estraperlo”, subraya el historiador Miguel Ángel del Arco Blanco en La hambruna española (Crítica), donde sostiene que el hambre fue “un arma política para castigar a los republicanos dentro y fuera de las cárceles”.
El estraperlo disparó los precios, desabasteció el mercado oficial de alimentos y espoleó las corruptelas del régimen, “desde el Pardo a los ministros, del Ejército a la Iglesia, de los gobernadores civiles a los presidentes de diputación y alcaldes”, de los funcionarios que “controlaban el pan de la supervivencia” a Falange, “verdadero buque de salvación —y de corrupción— para muchos”, denuncia en su ensayo el historiador granadino.
Gregorio Marañón también lo tenía claro: “Aquello que exaspera más al pueblo no es tanto el hambre (el pueblo español está acostumbrado a soportarla desde hace siglos con extraordinaria fuerza y adaptación), sino la convicción de que demasiados altos cuadros de la política especulan con productos alimenticios de primera necesidad, chupan por así decirlo la sangre del pueblo”.
Con una subida del 500% en el precio de los recursos básicos entre 1936 y 1946, el pueblo llano no puede permitirse esos lujos, mientras que “los especuladores del mercado negro son protegidos por altos funcionarios de la administración”, alertan informes de la diplomacia francesa, que apuntaba a Falange “como el principal responsable de la corrupción y la escasez de alimentos“.
“Ese sistema de corrupción estructural explica que el régimen franquista aguantase tanto, porque era un negocio y una forma de conseguir apoyos”, cree Miguel Ángel del Arco, quien remite a documentación interna del régimen que reconoce la implicación de autoridades y militantes de Falange en “negocios sucios”. Así, en 1941 la Jefatura Provincial de Asturias señalaba que muchos de los sus afiliados “participaban constantemente en la venta de productos a precios abusivos”. El historiador también se hace eco del rumor que corría a finales de 1939 en los barrios obreros de Barcelona, recogido por la diplomacia francesa, sobre el jefe político de Falange, supuestamente arrestado por “especular con trigo”.
“Es un caso muy escandaloso porque es de los pocos que conocemos, pero resulta sorprendente que durante los años de la hambruna cesen a bastantes gobernadores civiles, por lo que sospecho que la causa podría haber sido el estraperlo”, explica a Público Miguel Ángel del Arco. “También es curioso que no acabaran en la cárcel y simplemente perdieran su puesto, porque el régimen siempre lo tapaba todo”.
Una Falange corrupta y, a la vez, adoctrinadora gracias al hambre. “Familias sumidas en la pobreza tuvieron que mostrar buen comportamiento para acceder a los comedores falangistas, además de participar en los ritos políticos que allí tenían lugar”, escribe Miguel Ángel del Arco. “Algunos padres entregaron a sus hijos a los hogares del Auxilio Social, donde a cambio de recibir el pan de la dictadura eran educados en el espíritu nacional adecuado”.
Las semillas de los derrotados, entregadas al franquismo para que pudiesen germinar. “Porque el alimento era cincel: con él se podía reconfigurar la sociedad, reeducar a los vencidos y dar forma a españoles de provecho”, escribe el historiador granadino. “Los hijos de los republicanos asistidos escaparían al hambre, pero serían educados en la moral nacional católica. El pan era el camino para dejar de pertenecerles a sus padres”.
– Usted asegura que “la corrupción fue vertebral en la dictadura franquista” —pese a la imagen de honradez y sobriedad proyectada por Franco— y agravó el hambre.
– Claro, por culpa de la especulación y el alza de los precios. Sin embargo, quiénes mandan, incluidos Franco y sus ministros, no modifican su política económica porque están haciendo el agosto aunque la gente se muera de hambre. Pese a que la gestión sea un fracaso, desde el punto de vista social es un triunfo, porque los vencedores están cada vez mejor y los vencidos, controlados y reprimidos.
– ¿Se benefició más Falange que otros estamentos del franquismo como el ejército?
– Sí, el papel de Falange, con tantos cargos repartidos por todo el país, fue esencial en el funcionamiento cotidiano del sistema corrupto, porque el carné de falangista era un aval para no ser castigado. Ahora bien, el ejército no se quedó lejos, porque disponía de los medios de transporte, como camiones o trenes, cuyas grandes mercancías desaparecían.
– Del mismo modo que se perdían los paquetes que las familias enviaban a los republicanos en prisión, otro siniestro escenario del hambre y de la muerte.
– Los presos percibían que los paquetes cada vez pesaban menos porque los guardias les robaban la comida. Fue una hambruna profundamente política, marcada también por el hecho de tener a la familia cerca, porque si no se morían de hambre. Sin embargo, la bondad humana y la idea comunitaria de ayudar al prójimo se sobrepusieron a las dificultades e incluso a la victoria franquista. Algunos presos compartían la comida que les llegaba, como hizo Antonio Buero Vallejo con Miguel Hernández en la prisión de Conde de Toreno (Madrid), porque el poeta no recibía casi nada de fuera. Esa actitud salvó la vida de muchas personas.
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