In memoriam. María Dolores González Ruiz, una víctima del fascismo

El País | Francisco Gor | 2-2-2015 

A los que conocimos en los años postreros del franquismo, por causa de nuestro trabajo periodístico, a María Dolores González Ruiz, su muerte no solo nos causa un dolor inmenso sino que coloca de golpe ante nuestros ojos la vida marcada por la tragedia de esta militante antifranquista y abogada superviviente del crimen del despacho laboralista de la calle de Atocha 55, en Madrid, con el que los sectores más duros del franquismo intentaron paralizar el 24 de enero de 1977 el proceso de transición de la dictadura a la democracia iniciado en aquellas fechas y por el que María Dolores apostó desde muy joven en su etapa universitaria.

“A mí me han ido desbaratando los proyectos personales sistemáticamente” dijo en alguna ocasión. Es cierto. En 1969 tuvo que afrontar la muerte de su novio Enrique Ruano, detenido por policía franquista mientras repartía propaganda contra el régimen, retenido durante tres días en comisaria y conducido a un registro del domicilio de unos amigos durante el que su caída por una ventana fue presentada por el régimen como un suicidio sin dar opción a su familia ni a la justicia a la más mínima investigación. Es uno de los episodios criminales del último franquismo que han quedado impunes y que la democracia por la que luchó hasta su muerte el joven Ruano junto a su entonces novia María Dolores fue incapaz de esclarecer.

El atentado fascista al despacho laboralista de la calle de Atocha, ocho años después, golpeó doblemente, y de una manera brutal, a María Dolores. Los pistoleros franquistas que irrumpieron pasadas las diez y media de la noche del lunes 24 de enero de 1977 en el despacho laboralista de Atocha, 55, asesinaron a su joven esposo, Francisco Javier Sauquillo, uno de los cuatro abogados que junto a un auxiliar de despacho resultaron victimas del único crimen del franquismo que, al menos, no ha quedado impune y cuyos autores materiales fueron llevados ante la justicia y castigados con penas de cárcel. Entre los cuatro heridos muy graves dejados desangrándose por los pistoleros en la sala del crimen se encontraba María Dolores, alcanzada por un disparo en la boca que le exigió un largo y difícil periodo de tratamiento y tres operaciones. Cuando uno de los letrados preguntó a María Dolores cuanto pesaba, en una de las sesiones del juicio a los autores del crimen en la Audiencia Nacional en febrero de 1980, aquella contestó: “Treinta y dos kilos”. Era una sombra de si mima y esa apariencia le ha acompañado después pues es imposible que una persona que sufre un golpe criminal de la envergadura del despacho laboralista de Atocha, en Madrid, pueda volver a ser ella misma.

“He sobrevivido gracias a los amigos” ha reconocido más de una vez. Tenía muchos, en la cercanía y en la distancia. Su carácter dulce, su comportamiento reflexivo y abierto, han ayudado a mantenerlos y aumentarlos a lo largo de los años. María Dolores Gonzalez Ruiz quedará en la memoria como ejemplo del compromiso que muchos jóvenes de su generación, no pocos hijos de familias franquistas, tomaron a favor de la democracia y por la instauración de un régimen de libertades que pusiera fin a larga noche de la dictadura. Muchos, como Enrique Ruano y Francisco Javier Sauquillo, pagaron con su vida ese compromiso y otros, como María Dolores Gonzalez Ruiz, con el inconmensurable sufrimiento de perder a dos seres queridos y con las secuelas de las gravísimas heridas que le causaron los pistoleros franquistas. Aquellos jóvenes comprometidos con la libertad y la democracia en las postrimerías del franquismo pusieron lo mejor de ellos mismos -su entusiasmo, su tiempo y, en muchos casos, como el de María Dolores González Ruiz, su compromiso profesional como abogados- al servicio de trabajadores represaliados y de cuantos ciudadanos estuvieran necesitados de defensa jurídica por su oposición a la dictadura.

Al compromiso político de aquella generación de la que formó parte Maria Dolores Gonzalez Ruiz a favor de la libertad y la democracia; a su entrega y dedicación, a riesgo de su propia vida, en la defensa de los perseguidos y desposeídos de sus más elementales derechos por la dictadura franquista deben en gran medida las generaciones posteriores a 1978, incluida la actual, que España sea hoy una democracia, que los españoles vivan en libertad y que sus derechos puedan ser reparados si son injustamente conculcados. No es poco aunque a algunos, con escasa perspectiva histórica, se lo pueda parecer. Aquella generación se merece el reconocimiento de los españoles de hoy y es de justicia manifestarlo en el instante en el que se ha ido alguien que formó parte dolorosamente de ella.

http://politica.elpais.com/politica/2015/02/01/actualidad/1422814267_149717.html

 

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