José Esparcia, el ‘pintor’ de carteleras de cine al que su compromiso político le costó una condena de 30 años

Fundó las Juventudes Socialistas de Albacete y fue bautizado como ‘El Nene’ por el propio Pablo Iglesia

José Esparcia en 1937

José Fidel López Zornoza / Albacete —

Resulta prácticamente imposible revisar una vieja foto de la plaza del Altozano de hace 60 o 70 años, y no ver un imponente, pero avejentado, Cine Capitol al fondo con sus perennes y enormes carteleras pintadas a mano en su fachada. Y es que el cine es arte, el séptimo de los artes -Ricciotto Canudo dixit-, pero también es artesanía. Y aunque los avances tecnológicos le han restado parte de ese romanticismo, un paseo por la historia del cine demuestra que en sus primeros años de vida -y más allá- todo era pura manufactura artesanal, desde la proyección de las películas, con la compleja manipulación del arco voltaico, hasta las carteleras anunciadoras, dibujadas manualmente.

En Albacete hubo rotulistas y cartelistas de primera categoría. Y uno de ellos, el más popular, fue José Esparcia Carrilero, hombre comprometido con sus ideas, con su familia y con su forma de entender el arte, y cuya memoria mantienen viva las numerosas publicaciones que recogen su vida política -difícil, a todas luces-, como su autobiografía, Memorias de guerra y posguerra, y su hijo, Manuel Esparcia.

Nacido el 13 de agosto de 1913, a José Esparcia le llamaban El Nene, un apodo que se ganó en su niñez, cuando acudió a un mitin del fundador del PSOE, Pablo Iglesias, quien lo subió a sus rodillas. Fue con motivo de la visita del político socialista al Teatro-Circo, a donde José asistió de la mano de su padre, José Esparcia Iniesta. Este, contable y concejal, era afiliado a Izquierda Republicana, miembro de la Agrupación Socialista de Albacete e integrante de la UGT. Sus ideas políticas le costaron la vida: tras la Guerra Civil fue detenido, condenado a muerte y fusilado en Albacete el 24 de mayo de 1939, según la Fundación Pablo Iglesias.

Vecino durante años de la calle de la Caba, cursó los estudios de Bachillerato en el Instituto de la capital hasta que tuvo que abandonarlos por las urgencias de las despensas. Como tantos otros jóvenes de aquel entonces, se vio obligado a dejar los libros para ponerse a trabajar y colaborar para el sustento familiar.

Además, Esparcia Carrilero tenía otro apodo más: Pepe El Patas. Así era conocido por otros muchos, por los aficionados al balompié, puesto que fue jugador, entre otros equipos, del Iberia, del Rácing de Albacete, del Diablos Rojos y del Albacete Fútbol Club, club en el que militó al menos durante la temporada 1932-1933, con 19 años. Una lesión le retiró de este deporte, dejando para siempre su demarcación, la de lateral derecho. Y nunca cobró una peseta, salvo en una ocasión, cuando los albacetenses vencieron al Ayora en la Feria de Septiembre de 1933, que le dieron cinco duros. Eso sí, su pasión por el Alba nunca decreció, y era visitante frecuente del Carlos Belmonte.

Sus compromisos políticos le salieron caros

La política también le costó muy cara. Más allá de su profesión de rotulista y pintor, y sus pinitos como futbolista, lo que marcó su devenir fue la política. Según recoge el Mapa de la Memoria Democrática de Albacete -proyecto de investigación impulsado por la Diputación Provincial y la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM)-, José Esparcia, militante también de UGT, fundó en 1930 las Juventudes Socialistas de Albacete y tres años después se afilió al Partido Socialista.

Su implicación política le llevó a participar activamente en las Elecciones Generales de 1933 y 1936, durante la Segunda República. Con el estallido de la Guerra Civil, decidió alistarse como voluntario en el Segundo Batallón de la Tercera Brigada, con sede en la localidad ciudarrealeña de Alcázar de San Juan, donde, gracias a su formación como dibujante, desempeñó labores de cartografía.

Finalizada la contienda, comenzó su calvario carcelario. Tras ser detenido en 1939, pasó por diversos centros de reclusión a partir del 16 de enero de 1940 y de ahí por un sinfín de establecimientos penitenciarios: en Alicante -castillo de Santa Bárbara, cárcel de San Vicente, cuartel de Benalúa y Fábrica Número Dos de Elche- y en Albacete, en la prisión provincial.

En un Consejo de Guerra fue condenado a muerte, aunque la pena le fue conmutada por 30 años de reclusión, posteriormente reducidos a 20. El 28 de mayo de 1943 regresó a la prisión albacetense y obtuvo la libertad condicional el 31 de marzo de 1944, con apenas 31 años.

Todos estos datos aparecen en el historial de su expediente, el número 5840 del Juzgado de Ejecuciones de Albacete. El caso es que fue juzgado el 20 de junio de 1942 por “adhesión a la rebelión”, y antes de los beneficios penitenciarios conseguidos, pasó entre rejas finalmente cuatro años, dos meses y 14 días. En la cárcel albaceteña se apuntó a los cursos de redención por esfuerzo intelectual, en concreto, en Enseñanza Cultural, logrando la calificación de notable, y en Religión consiguió un sobresaliente. Y aunque inicialmente su condena tenía como fecha final 1970, en 1958 le ‘licenciaron’ definitivamente.

Tras el fallecimiento del dictador Franco, en torno a 1976, y tras la reorganización de la Agrupación Socialista de Albacete, asumió responsabilidades a nivel provincial. Y de hecho, en las primeras Elecciones Generales de la democracia —junio de 1977— se presentó como candidato del PSOE por la provincia, aunque no fue elegido. Esa breve incursión política fue, según su hijo, una liberación personal. “Un acto de memoria, de justicia, de decir públicamente aquí estoy yo”, afirma. Después de años de silencio, fue su manera de cerrar una herida, aunque la represión franquista no doblegó su compromiso político ni su carácter.

En el cine

A pesar de los tiempos duros, José Esparcia supo encontrar su sitio en el mundo a través del arte. Y fue su habilidad con los pinceles lo que le llevó a trabajar como rotulista y pintor de carteles de cine durante décadas, desde los años 40 hasta su jubilación en los años 80.

“Él marcaba letras, dibujaba todo a mano, sin plantillas, sin rotuladores, que entonces ni existían, con una especie de temple”, recuerda su hijo con orgullo. Pintó carteleras para todos los cines de José Pérez García, el exhibidor por antonomasia de la ciudad, entre ellos el Capitol, el Gran Hotel, el Carretas, el Avenida o el Astoria, e incluso para los de la competencia, los gestionados por José Olivas y por Luis Martínez Sánchez, como el Teatro-Circo y el Azul. Y lo hacía sobre esas pizarras que era necesario reciclar, puesto que prácticamente cada día había que rehacerlas.

Recibía las listas con las películas que iban a exhibirse, los títulos y el material base, a veces acompañados de programas ilustrados. A partir de ahí, empezaba el proceso de composición y pintura, a menudo nocturno, en la trastienda de los cines o en su taller casero, improvisado en una habitación del patio familiar. Por las tardes, los empleados de los cines recogían las pizarras ya pintadas y las colocaban en sus ubicaciones habituales: fachadas, esquinas, calles concurridas, cada una en su sitio, formando parte del paisaje urbano de Albacete.

‘Franco, ese hombre’

Aunque la cartelera que más trabajo le llevaba, recuerda su hijo Manolo Esparcia, era la que se situaba en la fachada del Capitol, “por sus dimensiones”. Y uno de los carteles que mayor esfuerzo requirió fue el que debía anunciar la proyección de la película documental Franco, ese hombre, de José Luis Sáenz de Heredia. Una contradicción teniendo en cuenta lo que sus ideas y el régimen supusieron en su vida.

La première de esta cinta, que reunió a todos los poderes fácticos de la provincia, tuvo lugar el 15 de febrero de 1965 en el Capitol, y lo recaudado en esa jornada se destinó a la Campaña Pro-Navidad de los Humildes, haciendo honor a esa campaña que tan bien retrató en su momento el gran Berlanga, ‘Ponga un pobre en su mesa’.

Los trabajos para el cine que realizaba José Esparcia día tras día no estaban pensados para durar. Las carteleras eran reemplazadas, borradas, cubiertas… y sin embargo, su obra fue parte esencial de la experiencia cinematográfica de toda una generación. Su trazo marcaba la antesala del espectáculo, generaba expectativas, contaba una historia antes de que empezara la proyección.

En una época en que el cine era más que entretenimiento, era un evento social, una salida familiar, un viaje de emociones, una ventana al mundo, el trabajo del rotulista era clave para despertar la magia desde la calle.

Botas y cuadros

Pero además de las pizarras, José Esparcia pintaba botas de vino para la familia Íñiguez, que tenía su fábrica, BBB, en la calle Tinte. En casa, esa labor era un asunto colectivo. Toda la familia colaboraba, especialmente cuando el trabajo era urgente o en temporada alta -Feria y festividades-, los hijos rellenaban con pinceles los colores base, mientras que José perfilaba y remataba el trabajo con su trazo firme y su barniz final.

Era un taller doméstico, humilde, pero eficiente y lleno de amor por el oficio. “Decoraba artesanalmente las botas de vino, le encargaban piezas pintadas a mano para promociones especiales, incluso personalizadas para Galicia o Canarias, era un trabajo meticuloso, que realizábamos todos en casa. Mi madre, mis hermanos y yo rellenábamos colores, y luego él perfilaba y barnizaba”, relata Manolo Esparcia, apuntando que “las botas de vino eran verdaderas obras de arte, se utilizaban témperas especiales y cada una representaba una escena distinta, desde jinetes hasta paisajes regionales. Este oficio, al margen del cine, fue lo que realmente sostuvo económicamente a la familia”. En realidad, asumía todos los encargos que le salían, incluso las bandas de las reinas de la Feria.

Y también pintaba cuadros al óleo, firmados como Luci, en homenaje a su esposa, Lucía. Su talento artístico se extendía a muchas otras formas de expresión, pero fue el cine, y las carteleras, lo que le dio visibilidad cotidiana entre el vecindario. “Hay cuadros preciosos, sobre todo de flores, que era lo que más le gustaba pintar”, dice su hijo, quien también estuvo empleado en los cines de Pérez García como ayudante de cabina.

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