José Pastor González. Por mis muertos

POR MIS MUERTOS

José Pastor González / 05/&08/2023

Ellos mataron a mi padre. Don Antonio de Castro Fernández, Francisco Reinoso “Tito” y Sixto Ortega Blanco. Lo mataron a palos, el domingo de Ramos de 1945, cuando mi padre venía de recoger leña del monte. Y allí lo dejaron, en la Hoya del Moro, donde lo encontró José “El Pastor” y donde mi madre y mi abuelo fueron a buscarlo, ya de anochecida, para bajarlo al pueblo. Yo tenía 14 años y no me dejaron verlo. El Lunes Santo le dimos sepultura, sin ceremonias, porque el cura, Don Aurelio, se negó a estar presente en el entierro de «un rojo blasfemo y mal nacido».

Y los que mataron a mi padre siguieron haciendo su vida como si no hubiera pasado nada. Se sabían intocables, se sabían los amos, se sabían los ganadores. Y nosotros solo podíamos llorarlo y guardar silencio. Y ellos hacían su vida como si nada y nosotros les teníamos que ver todos los días. Les veíamos por las calles del pueblo, en la iglesia, en la tienda de Matea, en la puerta de la taberna… todos los días. Y teníamos que ir a pedirles trabajo en la aceituna o permiso para recoger leña… Y nosotros aguantando en silencio y con miedo. Y ellos pavoneándose por el pueblo, con sus «Viva Cristo Rey» y los domingos con sus camisas azules y sus pistolas al cinto, y presumiendo que iban de cacería de rojos. Y sus risas y sus insultos y su prepotencia… y yo que tenía que ver a sus hijos en la escuela, en el patio, en la calle… y aguantar sus insultos, sus desprecios, todos los días. Día tras día.

Y el tiempo que dicen que todo lo cura, pero que a mí me dejó un dolor asentado en todo mi cuerpo que crecía y crecía y crecía. Y pasaron los años y quise olvidar, quise perdonar, pero había algo dentro de mí que se había enquistado y que no me permitía ni olvidar ni perdonar. Y seguían pasando los años y parecía que no había pasado nada. Y Don Antonio de Castro Fernández, que ya de viejo, se presentó por UCD en las elecciones municipales de 1979, y un día se vino a mi casa, a la casa que fue de mi padre, a pedirme el voto y que me regaló un mechero de la Unión de Centro Democrático, como si no hubiera pasado nada. Y Tito y su hijo que se hicieron con la antigua posada y la convirtieron en un restaurante y que le ofrecieron a mi mujer un trabajo de camarera, como si no hubiera pasado nada. Y Sixto Ortega Blanco que murió de cáncer, y al que en 1978 se le dedicó una calle en el pueblo, como si no hubiera pasado nada.

Y yo tomaba vinos y jugaba al paulo con el hijo de Don Antonio, José María. Y bailaba en las fiestas del pueblo con las hijas de Tito, María Luisa y Rebeca. Y trabajé durante años en la aceituna para Sixto, y ahora trabajo en la aceituna para su hijo, Don Eduardo, que es educado y buena gente y paga bien y no repara en gastos en el arremate. Como si no hubiera pasado nada.

Pero no pude olvidar ni perdonar y algo insano, venenoso, me corroía por dentro. y rumiaba en silencio un algo a lo que no sé qué nombre ponerle. Y ayer, en las fiestas de San Marcos, el día de la procesión, me fui a por la escopeta que fue de mi padre y los busqué, a los padres y a los hijos y me tomé mi revancha. E hice bien mi trabajo, como siempre, como me había enseñado mi padre. Y por mis muertos.

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