ACTUALIZADO. Una medalla para Melchor Rodríguez por Julían Vadillo.

Una medalla para Melchor Rodríguez

El anarcosindicalista Melchor Rodríguez fue el último alcalde republicano de Madrid. La concesión de la medalla de honor por parte del consistorio supone un reconocimiento a una figura olvidada y distorsionada.
Julián Vadillo, profesor de historia en la UC3M, especialista en historia del anarquismo / 31 mar 2023 11:00
La Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid ha propuesto las Medallas de San Isidro 2023 que se elevarán al próximo Pleno del mes de abril para su aprobación definitiva, según ha anunciado la portavoz municipal, Inmaculada Sanz. Las categorías de estas distinciones se dividen en Medallas de Honor y Medallas de Madrid. La Medalla de honor es una de las máximas distinciones que concede el Ayuntamiento y este año, por fin, se ha hecho justicia con uno de los personajes más olvidados de la historia de la ciudad. El último alcalde republicano, Melchor Rodríguez, “El Ángel Rojo”, uno de los principales impulsores del movimiento obrero madrileño.

Melchor Rodríguez, militante de la CNT y uno de los fundadores de la FAI, fue una de las personalidades más influyentes en el obrerismo español en la década de 1920 y 1930. Emigrado de Sevilla a la capital de España a finales de la década de 1910, Rodríguez dinamizó el movimiento libertario madrileño. Su actitud frente a la dictadura de Primo de Rivera, como firme partidario de una unidad antimonárquica que pusiera fin a la situación de tensión en España, y su impulso movilizador durante la Segunda República en Madrid, hicieron de Melchor Rodríguez uno de los referentes del mundo sindical madrileño. Su intensa actividad en la CNT y en la FAI le condujo en numerosas ocasiones a prisión. A partir de 1934, Rodríguez sería un firme partidario un entendimiento entre las centrales sindicales (UGT y CNT) así como su grupo de la FAI “Los Libertos”, al igual que “Los Intransigentes”, eran partidarios de un acercamiento a los socialistas para partir de acuerdos de mínimos e ir conquistando mayores cuotas de igualdad entre los trabajadores.

Al producirse el golpe de Estado contra la República, Rodríguez fue uno de los más decididos resistentes en la capital de España, pero también entendió que los presos y los detenidos tenían una serie de derechos que solo un tribunal podía juzgar. Durante las jornadas de asedio de las fuerzas sublevadas contra Madrid, fue nombrado Delegado Especial de Prisiones en noviembre de 1936 por el entonces Ministro de Justicia, Juan García Oliver, en el gabinete del socialista Francisco Largo Caballero. Desde ese puesto detuvo las matanzas indiscriminadas de Paracuellos del Jarama y los “paseos” a los presos que permanecían indefensos en las cárceles republicanas. Salvó la vida a sus enemigos de ideas, los que tantas veces le habían condenado a prisión durante la monarquía, la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República.

Rodríguez fue uno de los más decididos resistentes en la capital de España, pero también entendió que los presos y los detenidos tenían una serie de derechos que solo un tribunal podía juzgar

Durante la guerra, salvó la vida a decenas de personas, alojando en su casa a más de 30 personas. Negoció con el Cuerpo Diplomático el traslado de otras tantas personalidades que corrían peligro de ser ejecutadas, intervino personalmente para terminar con el abuso, torturas y asesinatos de algunas “checas” y trasladó personalmente camiones de presos con destino a Valencia, poniendo en riesgo su propia vida en una decena de atentados que sufrió por parte de los que se oponían a su actuación. Una actuación que estaba conforme al cargo que ostentaba y que era defender la legalidad republicana frente a quien quisiera abusar de ella. Esto, unido a sus fuertes convicciones anarquistas y humanitarias, hicieron de Melchor Rodríguez un personaje especial en un entorno de conflicto abierto.

Destituido de su puesto de Prisiones, fue relegado a Concejal de Cementerios, donde abogó por un régimen de visitas familiares de cualquier ideología para que pudieran enterrar dignamente a sus muertos.

En los últimos días de la guerra, junto al PSOE caballerista y la CNT madrileña, se unió al golpe de Casado en la Consejo Nacional de Defensa que arrebató el poder a Negrín. Ese movimiento hay que entenderlo en dos líneas. La primera la que representaba el propio Segismundo Casado, militar republicano que consideraba que el final del conflicto tenía que ser gestionado por militares intentado emular un Abrazo de Vergara cien años después y buscando una paz honrosa. Por otra parte, estaba el enfrentamiento entre las fuerzas antifascistas que había tenido los luctuosos sucesos de Mayo de 1937 y que habían quedado en el debe de libertarios y socialistas caballeristas frente a sus rivales comunistas. Las trágicas jornadas de marzo de 1939 dieron un vuelco a la situación. Pero aquella “paz honrosa” era una quimera frente a unos golpistas que iban a imponer una dura represión contra todo aquel no pensase como ellos.

Cuando todas las autoridades republicanas abandonaron España, dejando en medio de la huida de los defensores de Madrid hacía los puertos de Alicante y Cartagena con la esperanza de alcanzar el exilio, Melchor y su hija Amapola, decidieron quedarse para entregar Madrid en un imposible traspaso de poderes que solo en la mentalidad de un hombre ético como Rodríguez existía. Fue el último alcalde republicano de Madrid y, por tanto, el último funcionario de la Segunda República española.

Su premio fue un juicio sumarísimo, una pena de muerte conmutada a 20 años y un día, de los que cumplió 5 años en el terrible Puerto de Santa María. Cuando regresó a Madrid, volvió a unirse al movimiento libertario, esta vez abogando e intentando mejorar la vida a los presos de las cárceles franquistas, esta vez sus hermanos de ideas. Lo que le valió no pocas visitas a la cárcel.

Murió sin poder pagar su propio sepelio y en su entierro por primera y única vez durante la larga noche de la dictadura se cantó “A las Barricadas” y Martín Artajo rezó un Padre Nuestro. En su ataúd se colocó una bandera rojinegra de la CNT-FAI, otro hecho insólito.

Su figura ha sido olvidada durante años, distorsionada por aquellos que nunca entendieron lo que era la responsabilidad en tiempo de guerra y los intentos de recuperación no fructificaron hasta que el investigador Alfonso Domingo escribiera su biografía y realizara un magnífico documental titulado “El Ángel Rojo”. Unos años después, su biznieto, el artista Rubén Buren, estrenó con gran éxito la versión teatral de La entrega de Madrid, de su bisabuelo, consiguiendo la Mención de Honor del premio Lope de Vega. En 2017, el propio Buren fue coautor de Os salvaré la vida, novela que se alzó con el Premio Alfonso X, el Sabio, sobre la figura de Melchor Rodríguez.

Su figura ha sido olvidada durante años, distorsionada por aquellos que nunca entendieron lo que era la responsabilidad en tiempo de guerra

Buren es conocido por su incansable trabajo en el teatro o cine sobre la recuperación de la memoria histórica, como muestra su premiada película Maquis, estrenada en 2021 o su preocupación por las clases menos favorecidas en el documental ¿Dónde están los pobres?, que se estrenará en octubre de 2023 sobre las colas del hambre de la capital. Le hemos preguntado su opinión sobre la concesión de la Medalla:

“Sí, me he enterado por Miguel Ángel Redondo, concejal de Economía del ayuntamiento, él ha sido el verdadero artífice de todo esto, con su lucha incansable por la memoria de Melchor. Por fin Madrid va a reconocer a Melchor con la máxima distinción que otorga la ciudad. Siento que esta maravillosa y desastrosa ciudad que amo nos devuelve algo, le devuelve algo a mi familia, toda la miseria y el olvido con los que convivieron él y su hija, mi abuela Amapola. Siento que esta tarde Madrid es más bonita, hoy brindaremos… está bien que se reconozca a quien salvaguardó el honor de esta ciudad en los momentos más difíciles”.

Ahora Buren, está enfrascado en buscar financiación para su próxima película, La entrega de Madrid, donde recoge los últimos días de la guerra civil de Melchor y su abuela Amapola, los hechos históricos que vivieron sus familiares en primera persona. Planea comenzar a grabarla en julio de 2024, si todo va bien.

Con esta medalla, Madrid cierra un capítulo algo oscuro en lo que se refiere al reconocimiento de ciertos personajes, ahora solo falta pedir que pinten el cuadro de Melchor y lo coloquen en pasillo de honor, junto a los demás alcaldes madrileños.

https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/una-medalla-melchor-rodriguez

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Melchor Rodríguez: un ángel rojo necesario

Alfonso Domingo / 15.05.2023

Algunas veces la vida nos da agradables sorpresas, se hace justicia y se homenajea a quien verdaderamente se lo merece. Este es, ni más ni menos, el caso de Melchor Rodríguez GarcíaEl ángel rojo, condecorado este lunes 15 de mayo con la medalla de honor del Ayuntamiento de Madrid. Digno reconocimiento al último alcalde del Madrid republicano, un salvador de hombres en la guerra civil por encima de la ideología. Y digo por encima de la ideología pero acaso diga mal, porque Melchor hizo lo que hizo porque sus ideales de emancipación y de justicia así se lo exigían como anarquista humanista que era, desde su puesto de encargado de las prisiones madrileñas durante los peores momentos de la guerra. En el empeño del reconocimiento que este país le debe, estuvo en el principio la CGT y luego todo el movimiento libertario –los ayuntamientos de Madrid y Sevilla dedicaron hace años una calle a Melchor en el extrarradio de ambas ciudades-. También muchos hombres y mujeres de bien, sin adscripción política o de otras ideas, apoyaron este reconocimiento. De hecho, esta última iniciativa ha sido iniciativa del grupo Ciudadanos. Por su parte, el movimiento libertario –CGT, CNT, Solidaridad Obrera– lo homenajeará en Madrid el 19 y el 20 de mayo, con un acto en la Fundación Anselmo Lorenzo y un homenaje en el Cementerio de San Justo, donde está enterrado.

Melchor Rodríguez García tuvo que enfrentarse a una dura prueba durante la guerra civil. Garantizar la vida de presos enemigos, así como acabar con sacas, checas y fusilamientos en la retaguardia, una labor en la que se empeñaba el gobierno republicano. Ex novillero, oficial chapista y activo sindicalista, Melchor fue el responsable de las prisiones republicanas entre noviembre de 1936 y marzo de 1937 y, posteriormente, concejal de cementerios de Madrid. Como representante del consistorio madrileño, le cupo la triste tarea de entregar la ciudad de Madrid a los nacionales el 28 de marzo de 1939.

Personas y organizaciones le apoyaron en su difícil labor, pero sin su voluntad, su carácter, sus ideas, su valor, no hubiera podido salvar a más de 11.200 personas –número de presos en las cárceles de Madrid–, además de haber refugiado en su casa a casi medio centenar y pasar a otras a Francia.

Un andaluz en Madrid

Melchor Rodríguez llevaba en el sindicalismo desde los años 20, cuando llegó a Madrid. En la capital de España se juntaba un colectivo obrero que trabajaba sobre todo en la construcción, las obras públicas y el metro. Melchor Rodríguez García había llegado en 1920 huyendo de la policía sevillana, que le perseguía por ser secretario del sindicato de la madera y haber impulsado huelgas. Hijo de familia humilde, había nacido en el barrio de Triana, en Sevilla, en 1893. Su padre, Isidoro, trabajaba de maquinista en el puerto y su madre María en la fábrica de tabacos. A los 10 años, desde que murió su padre en un accidente laboral en el puerto de Sevilla, tuvo que trabajar en los talleres de ebanistería sevillanos y abandonar los estudios que pretendía. De aprendiz pasó a chapista, oficio que conjugaba con su deseo de triunfar en el toreo.

Como novillero toreó en muchas plazas con éxito, como en Sanlúcar de Barrameda Villalba, Salamanca, El Viso y Sevilla. En 1920 dejó la profesión como consecuencia de una cogida en la plaza de Tetuán, Madrid, en agosto de 1918. Al mismo tiempo se hizo anarquista e ingresó en la CNT, donde tuvo maestros tan importantes como el médico Pedro Vallina –que estando de guardia le atendió de una cogida como espontáneo en la plaza de Sevilla–, y los sindicalistas Paulino Díez y Manuel Pérez.

En Madrid se casó con Francisca Muñoz, una bailaora amiga de Pastora Imperio, con quien compartía cartel. Melchor trabajó en los mejores garajes y se empezó a fajar en los conflictos sindicales. Empezó su desfile por las cárceles –hasta 34 veces estuvo preso con la monarquía, la república y la dictadura franquista– que hará que su misión vital sea luchar por los presos políticos y sociales. Junto con eso, “las ideas” serán parte fundamental en su vida –llegará a ser presidente del Ateneo de divulgación social–, empeño en el que se formará leyendo y escribiendo por las noches, robando horas al sueño.

Melchor fue miembro fundador –carnet número 4 de la federación del centro– de la FAI, Federación Anarquista Ibérica, en 1927. La FAI agrupaba en su seno diferentes corrientes y afinidades. Junto con él, en el grupo “Los Libertos” se agruparon hombres como Feliciano Benito, Celedonio Pérez, Francisco Trigo, Salvador Canorea, Manuel López, Santiago Canales, Francisco Tortosa, Luis Jiménez, a los que se incorporó el asturiano Avelino Gónzalez Mallada a partir de 1931.

Si su fama de preso decano se conocía en el mundo sindical madrileño, comenzó también a conocerse su faceta de articulista polémico, de versificador nato. Además de los discursos y los mítines, escribía poemas. Publicaba con frecuencia en CNT, La TierraSolidaridad Obrera, Campo Libre y Castilla Libre. Cada año daba las cifras de los muertos por la represión republicana. En abril de 1931 todo pareció cambiar. Melchor, como muchos de los obreros de su barrio, acudieron a la puerta del sol el 14 de abril, y subido en el techo de un tranvía –tal y como muchos años después recordaría su sobrino Pepe en el documental– se quedó ronco de gritar ante lo que se consideraba una gran esperanza.

La República, esperanza frustrada

Aunque confiaban en que cambiaría su suerte con el nuevo régimen republicano, pronto el nuevo régimen defraudó las expectativas de los sindicatos obreros. Huelgas y conflictos se recrudecieron por todos lados en esos primeros años. Pero es enero de 1933, con la matanza de Casas Viejas, en la provincia de Cádiz, una de las fechas cruciales en la historia de la II República española. La trágica represión contra los jornaleros del pueblo en un levantamiento campesino en enero de 1933 –murieron 28 campesinos, dos guardias civiles y uno de asalto– abrió una crisis política y condujo meses más tarde a la caída del gobierno republicano-socialista de Manuel Azaña y al triunfo de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933.

Como responsable del comité pro-presos de CNT, Melchor viaja a Sevilla y Cádiz para hablar con María Cruz Silva, la única que logró salir, junto con un primo, de la matanza de la cabaña de seisdedos, su abuelo y quien había inculcado el anarquismo en el pueblo. En noviembre, María es liberada y participará en un gran acto en Madrid presentado por Melchor, ante miles de personas que abarrotan el cine Europa y las calles próximas. Vestida de negro, la Libertaria no puede acabar debido a la emoción y Melchor tiene que terminar de leer sus cuartillas.

Siguen los conflictos y tras las elecciones de febrero del 36, que gana el Frente Popular, la violencia crece. En junio de 1936, la huelga de la construcción de Madrid lleva a numerosos enfrentamientos. Y llega el asesinato de Calvo Sotelo y la Guerra Civil.

Estalla la guerra civil

Desde el 18 de julio, con la rebelión militar ya declarada, la CNT decide abrir por la fuerza los locales cerrados por la policía, requisa autos y busca armas. Melchor toma la palabra en las asambleas, se moviliza por todo Madrid, pero empieza a ver los excesos que se están empezando a producir. A diferencia de muchos en aquella hora, Melchor no odia. No es raro tampoco Melchor y su anarquismo humanista, que viene de un mundo donde hombres y mujeres han estado creando durante décadas el germen de aquella sociedad que hace precipitar el fracaso del golpe de julio de 1936 y que cree en construir el mundo nuevo que llevan en sus corazones.

En aquellos primeros meses, de julio a octubre, Melchor salvó a centenares de personas de una muerte segura ofreciéndoles salvoconductos firmados y refugio en la locura desatada de aquellos días. Se apoyó en los miembros el grupo “Los Libertos”, como Celedonio Pérez, que bajo el mandato de Melchor fue el director político de la Prisión de San Antón. Celedonio Pérez y Luis Jiménez colaboraron con él en la incautación del palacio Marqués de Viana, en la calle Duque de Rivas, donde buscaron refugio gente de lo más variopinto de Madrid: curas, oficiales del ejército, falangistas, propietarios de almonedas y pequeños industriales, dueños de los talleres y garajes donde había trabajado Melchor, funcionarios del cuerpo de prisiones, sus familias e incluso la amante de un exministro radical con su familia.

Melchor y los demás protegieron la vida de los criados, y no tocaron ninguna de las obras de arte del Palacio, de las que se hizo un inventario. Ayudado por algunas personalidades y cargos republicanos, además del cuerpo diplomático –que en su inmensa mayoría juega a favor de los rebeldes– es nombrado Delegado especial de prisiones en noviembre de 1936 por el ministro anarquista Juan García Oliver. Desde ese puesto detuvo las sacas y los fusilamientos en la retaguardia madrileña, salvando a miles de personas entre sus adversarios ideológicos. Diferencias de opinión le llevaron a dimitir durante quince días, espacio en el que continuaron algunos fusilamientos. Repuesto en su cargo, donde se mantuvo hasta marzo de 1937, echó un pulso a los responsables de orden público de la Junta de Defensa de Madrid, donde Santiago Carrillo primero –hasta que a principios de diciembre se marcha a Valencia– y José Cazorla después, obedecían los consejos de los asesores soviéticos de limpieza de la retaguardia.

El 6 de diciembre de 1936 protagonizó un hecho por el que pasará a la historia de la Guerra Civil. Ese día, y durante horas, en la cárcel de Alcalá de Henares, luchó solo y armado de su palabra contra una muchedumbre furiosa que pretendía tomarse la justicia por su mano tras un bombardeo de los rebeldes que había producido varios muertos y heridos. Tras la dura pelea, donde le apuntaron con fusiles, consiguió salvar a los 1.532 presos allí encerrados. Entre ellos se encontraban personalidades que serían importantes en el régimen franquista como Muñoz Grandes, Raimundo Fernández Cuesta, Martín Artajo, Peña Boeuf, Boby Deglané, los hermanos Luca de Tena, etc.

Melchor Rodríguez fue una figura clave para devolver a la República el control del orden público y las prisiones. Aseguró el orden en las cárceles y devolvió la dignidad a la justicia. Bajo su mandato mejoraron las condiciones de los 11.200 reclusos de Madrid y su provincia, hasta el punto que los presos comenzaron a llamarle “El Ángel rojo”, calificativo que él rechazaba. Creó una oficina de información, el hospital penitenciario –con la Cruz Roja internacional– y mejoró el rancho. Asimismo, acompañó a cientos de detenidos en los traslados a cárceles de Valencia y Alicante. En el bando nacional hubo personas que salvaron, de forma individual, a algunos republicanos, pero no hay nadie equiparable a Melchor. Mientras que el terror se detuvo en pocos meses en la zona republicana, en el bando nacional ocurrió lo contrario y las matanzas y fusilamientos fueron la norma.

Melchor arriesgó varias veces su propia vida en el empeño. Hasta doce veces estuvo a punto de morir en la contienda –algunas en bombardeos–, comoél mismo contó. De ellas, hubo media docena de intentos de asesinato, aunque siempre calló los nombres de sus responsables. En abril de 1937, Melchor, en el diario CNT, denunció la existencia de checas estalinistas bajo las órdenes directas de Cazorla. Aunque Melchor ya había sido cesado por García Oliver, la polémica entre la CNT y el PCE sirvió a Largo Caballero para liquidar la Junta de Defensa.

Las actuaciones de Melchor le valieron muchas acusaciones de ayudar a la quinta columna por parte de los comunistas y algunos de sus compañeros. De hecho, su secretario, el funcionario de prisiones Juan Batista, así como su chófer Rufo Rubio, pertenecían a esa quinta columna, como se demostró al final de la guerra. Hubo muchos infiltrados en las organizaciones republicanas, pero Melchor hacía las cosas por sus propias creencias, no por favorecer al enemigo. “No podemos ser como ellos, nadie se puede tomar la justicia por su mano. Los culpables los decidirán los tribunales” llega a decir este hombre preso tantas veces, que en esos momentos invoca la legalidad de un régimen contra la barbarie de otro.

Tras su cese como Delegado de Prisiones, fue nombrado concejal de cementerios del ayuntamiento madrileño en representación de la FAI. Desde ese puesto auxilió a las familias de los fallecidos para que pudieran enterrar con dignidad a los muertos, amplió las zonas de sepulturas y resolvió el problema de los enterramientos de los refugiados muertos en las embajadas. Ayudó en lo que pudo a escritores y artistas –entre ellos a Pastora Imperio y La niña de los peines– y autorizó que su amigo Serafín Álvarez Quintero pudiera ser enterrado con una cruz en la primavera de 1938.

Aunque el coronel Segismundo Casado –al que le unía una buena amistad– le invitó a pertenecer al Consejo Nacional de Defensa, con Besteiro y Mera, tras el golpe dado por anarquistas, socialistas y republicanos contra Negrín y el PCE, Melchor no jugó un papel activo en él. En esos días de guerra dentro de la república, Melchor, su chófer y escolta cayeron en manos de los comunistas, pero se salvó in extremis del fusilamiento por un capitán comunista que le salvó la vida porque conocía su fama y su labor.

Fue el único caso en España en el que una persona fue enterrada con una bandera anarquista rojinegra durante el régimen del general Franco

La entrega de Madrid, el último acto

Cuando llegó el último acto de la guerra civil, Melchor Rodríguez fue de facto el último alcalde de Madrid durante la República. Recibió el encargo el 28 de marzo de 1939 por el Coronel Casado y Julián Besteiro, del Consejo Nacional de Defensa, de la entrega del consistorio a las tropas vencedoras. La CNT le había propuesto que viajara a Francia para controlar las ayudas a los exiliados, dado que se fiaban de su absoluta honradez, pero él prefirió quedarse con su hija Amapola en Madrid. Meses antes se había separado de su mujer. Presidió el traspaso de poderes durante dos días –aunque su nombre no quedara reflejado en ningún acta o documento–, haciendo alocuciones por radio e intentando que en todo momento las cosas trascurrieran pacíficamente.

Finalizada la guerra, sufrió la misma represión de todos los derrotados. Fue detenido y juzgado en consejo de guerra. Fue condenado a 20 años, de los que cumplió cinco en la prisión del Puerto de Santa María. Cabe destacar en la celebración de este segundo consejo de guerra la gallardía del general Agustín Muñoz Grandes, al que Melchor, como otros militares presos, había salvado en la guerra. Muñoz Grandes dio la cara por él y presentó en el consejo de guerra miles de firmas de personas que el anarquista había salvado.

Cuando salió en libertad provisional de esta última prisión, en 1944,  Melchor Rodríguez tuvo la posibilidad de adherirse a la dictadura instaurada por los vencedores y ocupar un puesto –que le ofrecieron varias veces– en la organización sindical franquista o bien vivir en un trabajo cómodo ofrecido por alguna de las miles de personas a las que salvó, pero siempre rechazó esas opciones. Por el contrario, siguió siendo libertario y militando en la CNT, por lo que entró en la cárcel en varias ocasiones. En lo material vivía muy austeramente de varias carteras de seguros. Escribió letras de pasodobles y cuplés con el maestro Padilla y otros autores y de vez en cuando publicaba artículos y poemas. Siguió actuando a favor de los presos políticos, utilizando para ello a los conocidos que tenía en el aparato de la dictadura, como el falangista y ministro de trabajo José Antonio Girón. Entre esos amigos personales estuvo el democristiano y presidente de la editorial católica Javier Martín Artajo. Melchor le había salvado la vida en la guerra enfrentándose con su pistola descargada frente a dos policías que querían darle el paseo.

Cuando se produjo el desencanto antifranquista de los años 50 y 60, se mantuvo en la CNT del interior y se opuso a las actividades del cincopuntismo (pacto con los sindicatos verticales de un grupo de anarquistas) en 1965.

Un entierro que es todo un símbolo

Su misma muerte, el 14 de febrero de 1972, fue una muestra de su vida. Estuvo una semana debatiéndose entra la vida y la muerte en el hospital de la Beneficencia, donde le visitaban gentes de todo tipo. Cuando murió, no tenía dinero ni para pagar el entierro, y la familia aceptó la donación de un nicho en la sacramental de San Justo, donde fue enterrado sin cruz. En el cementerio, ante su féretro se dieron cita cientos de personas entre las que se encontraban personalidades de la dictadura y compañeros anarquistas. Fue el único caso en España en el que una persona fue enterrada con una bandera anarquista rojinegra durante el régimen del general Franco. Unos rezaron un padrenuestro y, al final, Javier Martín Artajo leyó un poema de Melchor:

“ANARQUIA significa:

Belleza, amor, poesía,

Igualdad, fraternidad

Sentimiento, libertad

Cultura, arte, armonía

La razón, suprema guía,

La ciencia, excelsa verdad

Vida, nobleza, bondad

Satisfacción, alegría

Todo esto es anarquía

Y anarquía, humanidad”

Contumaz, optimista, expansivo, un andaluz con ángel, la labor de Melchor, a lo largo de toda su vida dignifica al ser humano y es –como otros muchos hombres y mujeres de izquierda– un ejemplo que merece ser tenido en cuenta en este tiempo de intolerancias y sectarismos. Como él afirmó repetidas veces, “se puede morir por las ideas, nunca matar”.

A la búsqueda de la historia de Melchor

Desde que Eduardo Pons Prades me hablara, en una entrevista para TVE, de Melchor Rodríguez, pensé que merecía la pena rescatar su historia y reconocer en él a otra figura diferente a la de tantos verdugos y tantas víctimas, la de los que salvaban en la guerra civil. La historia de una vida intensa y con múltiples facetas. Llegué a pensar que parecía de ficción.

Durante casi una decena de años comencé a investigar, a entrevistar a compañeros suyos como Gregorio Gallego, Pedro Barrios, y sobre todo, llegué a Amapola Rodríguez, su hija, que vivió con Melchor los hechos más importantes antes y durante la guerra, y que me fascinó desde que la conocí. No fue fácil que Amapola, “una anarquista de san Antonio” que se había bautizado al final de la guerra civil”, hablara. Me costó muchas conversaciones, consultarle muchas cosas, comprobar datos, aportarle documentos. Y un día, de esos de merienda dominguera, soltó la espita y comenzó a hablar. Una de las pocas personas que en el barrio había ayudado a la familia de El Lute. El libro y el documental que comencé a escribir tras conocer a Amapola le deben todo a ella. Sus precisos recuerdos, la visión de su padre entre tantos acontecimientos y personas como Juan García Oliver, Cipriano Mera o tantos otros. Allí emergió el Melchor magnífico, pero también el tozudo, el que no transigía, el que lo supeditaba todo a las ideas, el que no se ocupaba mucho de su familia. Luces y sombras de un hombre que, lejos de empequeñecerlo, lo hacen aún más grande. Una persona corriente que hizo algo extraordinario en un tiempo de locura y horror, un paradigma de los que demostraron una gran humanidad en la guerra civil. Aparte de mi homenaje con el libro y el documental, ojalá, algún día, pronto, algún productor se atreva a contarla en el cine (el guion está hecho). A ver si se conoce la historia de este hombre bueno del que todos los seres humanos, sin excepción, podemos sentirnos orgullosos.

Melchor Rodríguez: un ángel rojo necesario por Alfonso Domingo (infolibre.es)

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Madrid condecora a Melchor Rodríguez, el ‘Schindler de Triana’

“La verdadera revolución no es matar a hombres indefensos”, decía Melchor Rodríguez, el efímero alcalde anarquista de la capital española, que compartirá un insólito palmarés con la periodista Ana Rosa Quintana y la cantante Olvido Gara Alaska, que también recibirán el mismo galardón.

La historia del Schindler andaluz que frenó la matanza de Paracuellos

“La verdadera revolución no es matar a hombres indefensos”, sentenció Melchor Rodríguez García, a quien, según anunció días atrás el alcalde de Madrid, José Luis Martínez Almeida, el Ayuntamiento que preside concederá a título póstumo la Medalla de Honor de la ciudad.

Sevillano de nacimiento, fue el último alcalde republicano de Madrid y ahora se le reconoce de esta forma “la labor humanitaria que llevó a cabo”. Entre otros apelativos, se le conoció como el Schindler de Triana, por salvar la vida de numerosos enemigos de la represión en el bando republicano durante la guerra civil. El efímero alcalde anarquista de la capital española, compartirá un insólito palmarés con la periodista Ana Rosa Quintana y la cantante Olvido Gara Alaska, que también recibirán el mismo galardón.

Ya, en su día, por iniciativa de Ciudadanos, el Ayuntamiento madrileño le dedicó una calle, respondiendo quizá a una petición planteada en 2008 por CGT de Andalucía, a través del Grupo de Trabajo “Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía” de CGT.A que con la colaboración de la Asociación Andaluza Memoria Histórica y Justicia (AMHyJA) reivindicó la figura del anarquista Melchor Rodríguez García (Sevilla, 1893- Madrid 1972), afiliado a la CNT y la FAI, y que, según se dijo entonces, “tuvo la más extraordinaria de las actuaciones que se pueden tener en una guerra: la de salvar vidas de sus enemigos”.

Una calle en la Verea de San Cayetano

Quince años atrás, un manifiesto reclamó “a los ayuntamientos de Madrid y Sevilla que en cada una de estas capitales se dé su nombre a sendas calles” y se demandó a la primera de dichas corporaciones “que incluya su retrato en la Galería de alcaldes de la capital y un Pleno reconozca su labor”.

En octubre de 2008, el Ayuntamiento de Sevilla cumplió en parte con dicho compromiso: decidió rotular una calle con su nombre pero, ante la lentitud en colocar los azulejos de la misma, fue la propia sociedad civil la que tomó la iniciativa de llevar a cabo el compromiso municipal: así que, a mediodía del 13 de junio de aquel año, se hizo. “La calle está situada en la Verea de San Cayetano, junto a Valdezorras (barrio directamente relacionado con los ”trabajos forzados“ de los presos políticos del franquismo que construyeron el Canal de los Presos). Un buen lugar para él, que siempre estuvo vinculado a las cárceles: la mayoría de las ocasiones como preso, durante la monarquía de Alfonso XIII, la República y la Dictadura, pero también como responsable político de esas mismas cárceles en el Gobierno republicano de 1936-1937 en el Madrid sitiado por los golpistas”, explica Cecilio Gordillo, del citado sindicato anarcosindicalista e impulsor de la plataforma todoslosnombres, en torno a las víctimas de la represión franquista.

Esa calle y una placa en su casa natal, en la calle San Jorge del barrio de Triana, constituyen el único rastro de Melchor Rodríguez en Sevilla. Sin embargo, incluso en plena dictadura y aún en vida, Sevilla le rindió un insólito homenaje a este huérfano, que fue chapista, sindicalista, novillero, que escribió versos y coplas en plena posguerra: “Boby Deglané le entregó una medalla de oro, en un homenaje en 1964, en pleno franquismo, y, en su discurso de agradecimiento, Melchor habla de lo que hizo en la guerra y de su ideología libertaria. Su entierro, que congrega a gentes de bien de los dos bandos, estuvo lleno de gentes que admiraban a Melchor y que le cantan ‘A las barricadas’ y rezan un padrenuestro. Si no existiera, habría que inventárselo, un español universal”.

Así lo relata el escritor, periodista y cineasta Alfonso Domingo, que ha dedicado a su figura un libro y un documental, en el que vino a demostrar, entre otros extremos, que no actuó solo sino que contó con la complicidad de algunos de sus compañeros de CNT y de FAI, pero también con la ayuda de socialistas y republicanos: “Melchor no estuvo solo. Hubo muchos otros hombres buenos que hicieron suya la frase de que se puede morir por las ideas, nunca matar”.

El ángel rojo

Se dice que salvó alrededor de doce mil vidas en dicha contienda bélica. La cinta cuenta con la locución del actor Javier Gutiérrez y la colaboración de Eusebio Lázaro. Rodada en su mayor parte en Andalucía, Domingo contó con numerosos testimonios de quienes conocieron a Melchor Rodríguez, cuya figura le descubriera el mítico periodista Eduardo Pons Prades: “El mote de El ángel rojo se lo puso Alberto Martín Artajo, un militante de la CEDA al que él salvó de una saca y que llegó a ser director del ”Ya“. A él, en realidad, nunca le gustó que le llamaran así”, afirma Domingo.

“Tocaba rescatar a Melchor porque es un personaje que nos une, con un fin que todos compartimos, que es el bien y la justicia, incluso con quien no es ideológicamente semejante. Tendría defectos, pero también algo que le trascendió: el valor y la confianza en el ser humano”, explica Domingo.

La película y el libro que publicó Almuzara en 2009, y que ha reeditado Renacimiento, se nutre de sus pesquisas en hemerotecas o archivos, como el de la CNT que custodia el Instituto de Ciencias Sociales de Amsterdam, pero también de la memoria y la opinión de su sobrino José Ramos Rodríguez, su bisnieto Rubén Burén –dramaturgo y compositor de la banda sonora del documental-, historiadores como Ian Gibson, Paul Preston, José Luis Gutiérrez Molina, periodistas como Eduardo Pons Prades; contemporáneos como Santiago Carrillo, Gregorio Gallego, o Ramón Luca de Tena y, entre otros, Cecilio Gordillo, Heleno Saña e Ignacio García Noblejas. Especialmente emotiva resulta la aparición de la hija de Melchor, Amapola Rodríguez: “Cuando iba a salvar a la gente no sabía ni quién era… decía: ”Yo hago lo que he pensado y lo que he sentido toda la vida“.

“Me costó seis meses que Amapola hablara, iba a verla casi todas las semanas –rememora Domingo–. Nos hicimos muy amigos y me contó cosas que jamás relataré, cosas íntimas. Sentí mucho su muerte, era ya como mi abuela, como mi madre. Cuando, pasado ese tiempo, comenzó a hablar, fueron encajando las piezas del rompecabezas. Amapola estuvo acompañando mucho a su padre antes de la guerra y durante la guerra. Fue una visión la suya que jamás olvidaré, la de una adolescente que se hace mayor y a la que la guerra trunca su posible carrera de bailarina. Una guerra en la que su padre ha jugado en Madrid un papel muy importante, un padre al que idolatra pero del que se empieza a separar. Esa es la historia de Amapola que enriqueció la de Melchor y que es parte fundamental en el documental”.

Una cruz para Serafín Álvarez Quintero

Melchor, hijo de familia humilde y huérfano desde los 10 años, tras la muerte de su padre en accidente laboral, “tuvo que emplearse pronto en los talleres de calderería y ebanistería sevillanos, ocupación que simultaneó con su deseo de triunfar en el mundo de los toros, donde llegó a novillero”, como recuerda un manifiesto de 2008 que suscribieron centenares de firmantes.

“Retirado de los ruedos por una mala cornada, su afiliación a los sindicatos libertarios le hizo ser perseguido y tener que emigrar a Madrid al principio de los años 20 del siglo pasado, donde se empleó como oficial chapista –rememora el manifiesto sevillano que le reivindicó hace quince años–. Encarcelado una treintena de veces con la dictadura de Primo de Rivera y la II República, la atención a los presos fue una constante de su existencia. Tras el estallido de la guerra civil, pronto pudo dedicarse a aplicar sus ideas de anarquista humanitario, sacando a centenares de personas de derechas de las checas y refugiándolas en su casa”.

Ayudado por algunas personalidades y cargos republicanos, “fue nombrado Delegado especial de prisiones de la II República en noviembre de 1936 por el Ministro anarquista Juan García Oliver. Desde ese puesto detuvo las sacas y los fusilamientos en la retaguardia madrileña, salvando a miles de personas entre sus adversarios ideológicos. Melchor Rodríguez fue una figura clave para devolver a la República el control del orden público y las prisiones. No solo luchó contra una multitud en la cárcel de Alcalá que pretendía tomarse por su mano la justicia tras un bombardeo de los rebeldes, sino que aseguró el orden en las cárceles y devolvió la dignidad a la justicia. Bajo su mandato mejoraron las condiciones de los 11.200 reclusos de Madrid y su provincia”.

Cesado al frente de Prisiones, se le nombró delegado municipal de cementerios. Desde ese cargo, autorizó que su amigo Serafín Álvarez Quintero pudiera ser enterrado con una cruz en la primavera de 1938.

Domingo asume los claroscuros de la personalidad de Melchor Rodríguez: “Que tuviera cierta candidez como dicen algunos era muy propio de una determinada época y una determinada forma de ser de las personas. Pero salvó vidas, que eso es lo importante, y mantuvo la dignidad de la causa republicana, la de que la República no podía ser tan asesina como la parte que se había levantado”.

“Luego tenía el genio vivo, sus cabreos podían ser sonados. Pero esos defectos le humanizan mucho más. Y una cosa para mí le encumbra definitivamente, y es que se jugó muchas veces la vida en la guerra. Y se la jugó por salvar a sus enemigos de la eliminación física, por aplicar la legalidad republicana”.

Entre estos últimos, los Luca de Tena, Serrano Suñer y Muñoz Grandes, el general Carrasco Verde, o Raimundo Fernández Cuesta, aunque no hicieran demasiado luego a su favor, salvo Muñoz Grandes, quien intercedió para que le rebajasen su condena. Fue delegado especial de prisiones e inspector especial de prisiones en el Ministerio de Justicia que titulaba García Oliver.

 A su labor, se debe la paralización de las sacas en algunas checas y prisiones de partido, o en la de Alcalá de Henares, donde también se le ha rendido tributo a su figura. A solas, se enfrentó allí a unas doscientas personas que pretendían linchar a los presos tras haber sufrido un bombardeo: “¡Eso de tomarse la justicia por vuestra mano se ha terminado! De ahí no se toca a nadie”, les dijo.

Quizá por ello, Paul Preston considera que “tuvo que arriesgar la vida para salvar gente, creo que las actuaciones de las checas no favorecían a la República y lo que él hizo sí favoreció a la República”.

También ordenó traslados supervisados por él a las prisiones de Levante: “En fin, alimenta a los presos, adecenta los edificios, permite las visitas y a la Cruz Roja, lleva un registro de detenidos donde todos pueden preguntar dónde se encuentran. Un portento de decisión, energía, firmeza y redaños”, sostiene Domingo.

El último alcalde republicano

Melchor Rodríguez fue, circunstancialmente, el último alcalde del Madrid republicano, a raíz de que, a 28 de febrero de 1939, el Coronel Casado y Julián Besteiro, del Consejo Nacional de Defensa, le encargasen la entrega oficial del Consistorio a las tropas de Franco, tras la caída de la llamada “capital de la gloria”. Aunque oficialmente no se reconoció nunca por escrito ese papel, durante dos días, llevó a cabo el traspaso de poderes.

Poco más tarde, fue detenido y sufrió dos consejos de guerra. Absuelto del primero, el fiscal recurrió la sentencia y afrontó un nuevo proceso a cuyo término fue condenado a 20 años y un día, de los que cumplió cinco en la prisión de El Puerto de Santa María. A su salida, le ofrecieron un puesto en el Sindicato Vertical franquista, pero lo rechazó. Siguió militando en la CNT y, por ello, pasó por la cárcel en otras dos ocasiones. Cuando murió, el 14 de febrero de 1972, tras su féretro estuvo la bandera rojinegra del anarquismo español, una insólita licencia bajo la dictadura de Franco.

Entre otros testimonios, el documental recoge el de Ramón Luca de Tena, que estuvo preso en la cárcel Modelo bajo la República: “Melchor –afirma– era una persona sensata dentro de toda la insensatez, quería poner un poco de humanidad dentro de una guerra haciéndonos ver que estábamos todos equivocados”.

Tuvo sus detractores entre la izquierda, como reconocía Santiago Carrillo: “La impresión que hemos tenido algunos mucho tiempo es que había estado protegiendo a la quinta columna. A lo mejor era un altruista que ponía la vida humana por encima de todo, un rara avis en una guerra civil como aquella”, reconocía Carrillo quien, en aquel momento era Consejero de Orden Público en Madrid.

A quienes salvó, sin duda, no les cupo duda de que, en realidad, estaba de parte de la vida y del derecho, como también demostró ayudando a María Silva “La Libertaria”, la superviviente de la choza de Seisdedos en la matanza de Casas Viejas.

Memoria histórica: Madrid condecora a Melchor Rodríguez, el ‘Schindler de Triana’ (eldiario.es)