En el centro penitenciario segoviano estuvo diez años Manolita del Arco, la mujer que más tiempo pasó en la cárcel durante la dictadura. “Nunca cedió a las presiones del sistema”, recuerda su hijo Miguel

- Víctor López / Madrid–
Manolita del Arco fue la mujer que más tiempo pasó en la cárcel durante la dictadura franquista: 19 años ininterrumpidos, diez de ellos en la Prisión Central de Mujeres de Segovia. La política le interesó desde pequeña. Ese fue su delito: movilizarse contra el régimen, organizarse desde la clandestinidad, militar en el Partido Comunista (PCE). Manolita trató de buscar refugio en el norte; sabía que la perseguían. La represión y los chivatazos fueron más rápidos que ella. “En 1942 la detuvieron por segunda vez; pasó por varias prisiones y finalmente acabó en Segovia, la cárcel en la que estaban las presas que el franquismo consideraba más peligrosas“, recuerda Miguel Martínez del Arco, hijo de la represaliada y autor de Memoria del frío (Hoja de Lata).
El edificio no siempre actuó como prisión, tampoco fue sólo una cárcel femenina. Segovia inauguró allí el Reformatorio de Mujeres, luego reconvertido en Hospital Penitenciario. El centro se abarrotó de presos políticos durante los primeros años de la Guerra Civil; rozó en ocasiones los mil reclusos. En 1946 empezó a funcionar como Prisión Central de Mujeres. “Lo más importante es que se transformó en un espacio de lucha antifranquista; lo tenían impregnado tanto las presas como –más tarde– los presos. Las huelgas eran habituales y se organizaban para reivindicar mejoras en la alimentación o pedir el fin de la misa obligatoria los domingos”, precisa Santiago Vega Sombría, historiador y comisario de la exposición La cárcel franquista: 1936-1977.
Manolita del Arco entró en prisión con 21 años y salió con 40; mantuvo un noviazgo de casi dos décadas con Ángel Martínez –otro preso, en otra cárcel–, una suerte de refugio para los dos, una historia de amor por correspondencia. “Mi madre se tiró casi veinte años encarcelada porque nunca cedió a las presiones del sistema. La cárcel se convirtió en una escuela de resistencia y generación de estrategias políticas para cientos de mujeres. Lo habitual es leer que han sido figuras secundarias en la resistencia, pero no es verdad, han tenido un papel relevante en la manera de entender y elaborar la oposición al régimen“, señala Miguel Hernández del Arco. Segovia era un lugar frío; la comida de las reclusas era “terrible” y en las plantas subterráneas del centro penitenciario “había mucha humedad”.
“Y pese a todo, las mujeres salían en las fotos sonrientes, alegres, no sólo para que sus familias vieran que estaban enteras, también había un componente político, querían hacerle ver al franquismo que no se iban a doblegar, ni siquiera estando encerradas”, añade Santiago Vega. Las reivindicaciones de las presas sirvieron para “conseguir avances”, pero tenían un precio. Lo sabe bien Manolita del Arco. El activismo –incluso dentro del talego– la llevó “muchas veces” a la celda de aislamiento. “La habitación tenía una colchoneta en el suelo y un agujero a modo de váter. Cuando estaban castigadas, las presas no podían recibir visitas ni correspondencia. El único libro que lograron pasarle –mediante el médico de la cárcel– fue un tratado de ornitología; durante tres meses fue lo único que pudo leer. Y cuando salió, nadie sabía tanto de pájaros como ella“, cuenta su hijo.
Las presas no sólo tenían que soportar el desquite del régimen, también se veían obligadas a “hacer un trabajo semiesclavo” y coser uniformes para sobrevivir. Los baños –”el único lugar en el que había bombillas”– se convertían por las noches en una zona de socialización, un oasis para consultar libros, hacer pañitos o diseñar estrategias de acción política. Las huelgas de hambre pusieron en entredicho la forma de actuar de las autoridades penitenciarias y pese al “deterioro físico” y la represión que tuvieron que sufrir las reclusas, lograron “constituir un elemento motriz para aunar a socialistas, comunistas, anarquistas e incluso mujeres sin partido”; todas tenían la necesidad de alzar la voz frente al franquismo. El “incansable” trabajo de estas mujeres consiguió una “relajación de la disciplina” durante los últimos años de dictadura, cuando el edificio reabrió sus puertas como Centro Penitenciario de Cumplimiento Ordinario de 1º Grado para Delincuentes por Convicción –presos políticos– de todo el país.
“Teníamos buena relación entre nosotros”
El 19 de mayo de 1969 se inauguró este nuevo centro con una veintena de represaliados de distintas militancias: PCE, ETA, FRAP, MIL, CNT. La variedad también se podía apreciar cuando se quitaban la chaqueta política: maestros, jornaleros, transportistas, empresarios, músicos, estudiantes, panaderos y campaneros. El factor común: movilizarse –de nuevo– contra la dictadura. Pepe Benito fue uno de los hombres que cumplió condena en Segovia durante esta última etapa. “Los que pasaron por allí antes que nosotros habían peleado tanto que la dirección se terminó ablandando. Una vez asumí que estaba dentro, viví bastante bien en comparación con el resto de las cárceles”, revela en una conversación con Público. El régimen ordenó su detención por militar en el Partido Comunista.
Benito todavía no había cumplido los 18 cuando se lo llevaron por primera vez a los calabozos de la DGS. “Me llamaba igual que mi padre y como no tenían claro quién era el detenido, nos cogieron a los dos. Lo recuerdo porque fue la primera vez que mi padre me dio un cigarro; si tenía edad para que me torturasen, también la tenía para fumar…”, bromea. Benito no era entonces el señalado, pudo disfrutar tres años más de su libertad, hasta 1973. “Los presos teníamos buena relación entre nosotros. La comida, eso sí, era una porquería. Si comíamos bien era por los etarras tenían mucho respaldo fuera y pasaban pescado fresco que les traían de Euskadi. Lo pasaban en cubos y nosotros lo limpiábamos y lo guisábamos“, recuerda. El militante comunista fue durante un tiempo responsable administrativo de la comuna y se encargaba de gestionar los pedidos al exterior. Benito salió de prisión con el indulto de 1975.
Víctor Díaz Carmiel estuvo en la misma cárcel cuando las condiciones todavía eran más duras. Lo detuvieron por participar en una protesta en una fábrica en 1962. “La huelga era por aquel entonces ilegal. Me llevaron a la prisión de Soria y como hicimos una huelga de hambre, nos sancionaron con el traslado a Segovia. Era una de las cárceles más peligrosas de España. Llegamos 25 y uno murió a los tres días de entrar allí“, señala. Segovia tiene actualmente nueve celdas en exposición permanente. Es la única cárcel franquista de todo el país que se puede visitar.
“La situación política fue cambiando a lo largo de la dictadura y cuando los funcionarios vieron que el régimen no tenía muchos visos de continuidad, suavizaron la disciplina. La diferencia entre el período en el que fue cárcel de mujeres y los últimos años del tardofranquismo es brutal”, matiza Santiago Vega. Segovia fue escenario de una de las fugas más sonadas de la época. El 5 de abril de 1976, 29 presos se escaparon de la cárcel por el colector de aguas fecales; habían cavado un túnel durante seis meses. El objetivo era cruzar la frontera con Francia; sólo cuatro lo consiguieron. “Esta fuga da buena cuenta de la importancia política y social que tuvo el centro en la historia de España”, coinciden los testimonios que han hablado con Público.