DIARIO DE LÉON | ANA GAITERO | LEÓN | 23-1-2018
Hubo un tiempo en que ser abogado (y abogada) laboralista en España era sinónimo de luchar contra Franco y ayudar a la clase obrera que, desde los años 60, se movilizaba contra la dictadura en la clandestinidad de la militancia y a cara descubierta en las fábricas. Dicen historiadores como Enrique González de Andrés, experto en el PCE, que la democracia le debe tanto a estas gentes como a quienes se colgaron los laureles de hacer la Transición o ser los padres de la Constitución.
Muchas personas sufrieron cárcel, renunciaron a sus sueños profesionales y vitales por abrir el camino a la democracia en la oscuridad del régimen. Algunas también dieron la vida.
La leonesa Dolores González Ruiz, Lola, perdió algo que es más que la propia vida. Dos hombres a los que amaba y sus sueños. Para la libertad. Esta mujer que marchó de León casi adolescente y se hizo adulta mientras militaba el Frente de Liberación Popular, grupo opositor al régimen coloquialmente llamado Felipe, es un ejemplo palmario de esa generación que pagó un alto precio por esa.
Fue una de esas personas que eligió estar al otro lado del que socialmente le correspondía. Dolores González nació en la capital leonesa en plena posguerra en el seno de una familia de comerciantes textiles, aunque vivió en Madrid y pasaba sus vacaciones en Zamora. Era una de las nietas de Dídimo González, oriundo de provincia vecina, que fundó con Ángel Lavín La Perla de León, Oviedo, Valladolid y Zamora y Las Novedades en Salamanca.
Alberto González Castellano , hijo de Dídimo, extendió el negocio a Madrid con Sederías González, que regentaba con su mujer, Dolores Ruiz. Son los padres de Loli, que además tuvieron dos hijos varones, Alberto y Miguel Ángel.
La joven se matriculó en Derecho en la Universidad Complutense y fue compañera de promoción y sobre todo amiga de Cristina Almeida, destacada política de la Transición. De las aulas pasó a la militancia y desde muy joven empezó a militar en el Frente de Liberación Popular o FLP, conocido popularmente como Felipe.
En 1969 sufrió el primer golpe. Su novio, Enrique Ruano, murió en extrañas circunstancias mientras estaba detenido y bajo la custodia de la Brigada Político Social, la policía secreta del régimen franquista. La familia nunca creyó la versión oficial de que el chico se había suicidado tirándose por una ventana del edificio al que le habían llevado mientras hacían un registro. Lo tildó de asesinato. Pero nunca se juzgó a nadie.
Dolores González también estaba detenida aquel fatídico 22 de enero. Sufrió en silencio la pérdida y no dio un paso atrás. Se alistó en el Partido Comunista de España (PCE) y empezó a trabajar en el despacho laboralista de Atocha, 55 y se casó con Javier Sahuquillo, que además de marido era compañero de trabajo.
Otro mes de enero la tragedia volvió a ensombrecer la vida de Dolores González. El 24 de enero de 1977, Lola sobrevivió a la matanza de Atocha, el atentado de un grupo de ultraderecha contra los abogados laboralistas de Comisiones Obreras. Pero allí murió su segundo amor y de nuevo sus sueños.
Abatido por la ráfaga de los terroristas, Sahuquillo cayó desplomado sobre el cuerpo de su mujer, que luchaba malherida entre la vida y la muerte. El marido de Lola fue una de las cinco víctimas mortales de aquella matanza ocurrida en el número 55 de la céntrica calle madrileña.
Por eso dicen que a Lola la mataron dos veces, o quizás tres, porque por dos veces perdió a los hombres que amaba y tuvo que luchar también contra las fuertes secuelas físicas y psíquicas de aquellos funestos episodios que jalonan los años previos y posteriores a la muerte del dictador. Y a la democracia.
Cuentan también que Lola nunca sintió rencor. Siguió su camino. Una vida que no le quiso sonreír más allá de aquellos días de fiesta y feliz descanso cuando pasaba la Semana Santa o el verano en Zamora. La isla del Club Náutico y el cine en el Barrueco eran dos de los sitios más frecuentados por Lola y su pandilla. Amigos y amigas que con el tiempo se situaron en todo el arco ideológico de la democracia, como un espejo de la pluralidad de un país y de la apertura de miras de una generación que quiso cambiarlo.
Todos hablan bien de Lola. «Lola representa o representaba como nadie todo el sufrimiento de una generación que decidió plantar cara a la dictadura franquista y que pagó cara su osadía… Su vida nunca ha sido fácil… Me da, nos da, una pena inmensa…», dijo José Ramos, de Comisiones Obreras y la Fundación Abogados de Atocha, en el acto homenaje a la abogada leonesa tras su fallecimiento. A Dolores González Ruiz la muerte le sorprendió un mes de enero, otra vez enero con sus sombras, en 2015.
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