Las checas, ¿un mito de la propaganda franquista?

Según los últimos estudios realizados, el afán franquista por identificar a la Segunda República con la esfera comunista de la URSS es el que está detrás del uso, y abuso, del concepto “checa”.

EL SALTO | FERNANDO JIMÉNEZ HERRERA | 11-1-2020

En el mes de noviembre saltaba la noticia de la retirada del memorial a las víctimas de la dictadura franquista en el cementerio del Este, en Madrid. El nuevo gabinete municipal, presidido por Martínez-Almeida, decidió su retirada y reemplazo amparándose en las recomendaciones del Comisionado de Memoria Histórica del Cconsistorio, que propuso que no aparecieran nombres. Este memorial era el resultado de una exhaustiva investigación liderada por el historiador Fernando Hernández Holgado, que contó con el apoyo de asociaciones de familiares de las víctimas del franquismo como Memoria y Libertad.

En parte, esta propuesta del Comisionado vino dada porque entre los fusilados por el franquismo en el cementerio se contabilizaban unos trescientos “chequistas”. A través de las siguientes líneas se va a definir que fue la Cheká, a qué se le llamo “checa” en Madrid, la relación existente entre ambas y si es acertada la utilización de este término para hacer referencia al caso español, más concretamente al madrileño.

La Cheká (acrónimo de Comisión Pan-rusa Extraordinaria de lucha contra la Contrarrevolución, la Especulación y el Espionaje) fue una institución creada por el Estado ruso en diciembre de 1917 para defender y extender la Revolución de octubre de ese mismo año. Esta Comisión extraordinaria actuó como una policía política al servicio del Partido Comunista y, por ende, para el Gobierno ruso, con el objetivo de perseguir a los contrarrevolucionarios. No obstante, en un corto periodo de tiempo tras la Revolución de octubre, este apelativo de contrarrevolucionario fue usado contra otras fuerzas revolucionarias como los anarquistas o los socialistas revolucionarios para consolidar el poder hegemónico de los comunistas y eliminar cualquier tipo de disidencia.

Los representantes del Estado dotaron a la Cheká de recursos económicos para llevar a cabo su misión y ampararon, bajo una serie de reformas legislativas y judiciales, todas sus acciones. Por lo tanto, nos encontramos ante una policía política que actuó acorde a lo establecido por las leyes y con el respaldo de la mayoría de los gobernantes. La Comisión se nutrió de agentes y sedes locales por toda Rusia, pero siempre bajo el modelo y el mandato de la Cheká de Moscú, conocida como “la casa madre”, dirigida por Félix Dzerzhinsky.

El marco cronológico de actuación de esta institución fueron los años de la guerra civil rusa principalmente, es decir, desde diciembre de 1917 hasta febrero de 1922. Durante este periodo, la Cheká obtuvo toda una serie de prerrogativas que hicieron que esta institución gozara de grandes cuotas de poder y autonomía respecto de los órganos del Estado, no así del Partido, que es ante quien rendía cuentas de su actuación. De esta forma, la Comisión se convirtió no solo en una fuerza de orden público, con potestad para efectuar detenciones e investigaciones de antecedentes, sino en un órgano jurídico independiente. Es decir, se le otorgaron poderes de índole judicial, pudiendo juzgar a los detenidos, dictar sentencias y hacer cumplir sus propios veredictos, entre los que se encontraban la deportación y la pena de muerte.

La Cheká jugó un papel fundamental en la consolidación del Gobierno y la Revolución a través del terror, aunque no fue la única institución que lo ejerció. Los propios órganos del Estado dentro de la jurisprudencia, las fuerzas del orden público y, en especial, el ejército, participaron en el ejercicio de la represión contra el enemigo en medio de una cruenta guerra civil. Finalizada la contienda, el sector más crítico contra la Comisión dentro del Gobierno consiguió que fuese abolida dado su carácter extraordinario y la derrota de sus enemigos.

Aunque la Cheká fue reemplaza en febrero de 1922 por la GPU (acrónimo de Dirección Política del Estado) siguió gozando de un gran prestigio dentro de las élites del aparato estatal ruso. Tanto es así, que incluso décadas después de su desaparición, los agentes de las policías políticas soviéticas sucesoras (GPU, OGPU, NKVD o la KGB) siguieron llamándose así mismo “chequistas”. Es más, dentro del cuerpo, se continuó ensalzando la figura de su fundador Félix Dzerzhinsky hasta el final de la KGB en 1991.

La Cheká sobrevivió bajo distintos nombres y con atribuciones diversas a lo largo del tiempo, gracias al temor de las distintas autoridades hacia los enemigos reales o ficticios, tanto interiores como exteriores. Este miedo hizo que se viese como una necesidad la existencia de una policía política que defendiese al Estado soviético de posibles injerencias.

Múltiples significados

A lo largo de los años veinte y treinta del siglo XX el uso del concepto “checa” (en el caso español se popularizó escribirlo con “c”) se extendió por toda Europa y América gracias a la prensa y a las memorias de exiliados rusos. Fue recurrente en los medios de la época denominar “checa” a múltiples espacios relacionados con el ejercicio de la violencia y la represión. Así, por ejemplo, en la Italia de Mussolini, en la Alemania Nazi, en Turquía, Grecia, Argentina o en China diversos centros penitenciarios o comisarias, incluso el propio partido Nazi, fueron tildados de “checas”.

En España, el uso de este concepto se popularizó en la posguerra gracias, en gran medida, a los aparatos propagandísticos de la dictadura. No obstante, su uso inicial se produjo durante el conflicto. Madrid fue uno de los centros urbanos más señalados por la propaganda franquista en relación a la proliferación de “checas”. Pero, ¿a qué denominó “checas” el franquismo?

La Causa General, obra magna del franquismo creada, en palabras del historiador José Luis Ledesma, para “buscar, reconstruir, pero también fabricar pruebas documentales sobre la Guerra Civil y el denominado “terror rojo”, no dudo en recurrir al concepto “checa” para definir multitud de espacios de la retaguardia republicana muy dispares entre sí. En el caso de la ciudad de Madrid, este apelativo fue utilizado para definir la acción violenta de los comités revolucionarios.

Los comités que se constituyeron en la retaguardia republicana tras el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 fueron muy diversos y heterogéneos entre sí. En las grandes urbes como Barcelona, Madrid o Valencia es donde se pudieron apreciar mejor estas diferencias. De forma general, en las zonas rurales que permanecieron dentro de la zona leal a la República, estos comités sustituyeron a las autoridades locales (es decir, los ayuntamientos) y asumieron todas las funciones que estos ejercieron de forma previa a la guerra. Incorporaron toda una serie de atribuciones propias del Estado y de la iniciativa privada, como fue la asunción del orden público, la puesta en marcha de un nuevo modelo judicial de carácter revolucionario —diferente del llevado a cabo por la República por considerarlo “burgués” y, por ende, contrario a los intereses del pueblo—, la reapertura de industrias o la gestión de las tierras de grandes e, incluso, medianos propietarios que no se encontraban en la zona o que pasaron a ser considerados un trabajador más.

En las ciudades, por lo general, los comités se especializaron en el ejercicio del orden público y la justicia revolucionaria, más que en llevar a cabo funciones de índole social, cultural, política, económica o humanitario. Los órganos directivos de las sedes de los barrios o municipios de los partidos políticos y sindicatos obreros fueron los encargados de asumir esa labor más social, cultural y económica.

Por tanto, nos encontramos con que los ateneos libertarios, casas del pueblo, círculos y agrupaciones socialistas y radios comunistas conservaron, mantuvieron y ampliaron sus funciones originarias durante la guerra (según el centro: expansión de la cultura, apertura de colegios, difusión política, gestión de comedores y economatos, actividades de ocio como la formación de coros y representación de obras teatrales, etc.) e incorporaron nuevas, como el realojamiento de refugiados o la gestión de cooperativos.

Sin embargo, esta separación de poderes no fue rígida, dependió de la localidad y la fuerza de cada organización obrera en la misma. En general, en el movimiento anarquistas predominó más esta separación de esferas, aunque el Comité de Defensa surgiera de socios de un ateneo y compartieran sede. En los radios y casas del pueblo fue más frecuente que el comité rector de estas organizaciones, o parte del mismo, asumiera también las funciones relacionadas con el orden público y la justicia revolucionaria.

Impedir el golpe

Los comités surgieron de forma autónoma e improvisada para impedir la extensión del golpe de Estado a sus localidades correspondientes. De forma progresiva, añadieron funciones propias del Estado, ante la debilidad del mismo para imponer su autoridad en las calles o ante la ausencia de sus representantes. En diversas ocasiones, estos comités surgieron de forma autónoma incluso dentro de sus propias organizaciones. Sobre todo, en el caso anarquista, pero también dentro de los socialistas existió una amplia autonomía entre los comités y los partidos y sindicatos a los que pertenecían.

Esta situación produjo que se levantasen voces en contra de su actuación, sobre todo dentro del Estado, convertido en un competidor más frente a estos comités por el control efectivo de las calles. Desde los sucesivos Gobiernos locales y regionales se intentó limitar el uso de las armas largas o limitar la circulación de vehículos por las noches, medidas que fueron incumplidas de forma sistemática por los miembros de los comités y sus milicias. No sería hasta los meses de noviembre y diciembre de 1936, cuando las necesidades de la guerra y se asentase la idea de que iba a ser un conflicto de larga duración, cuando los niveles de violencia vayan disminuyendo hasta casi desaparecer en enero de 1937, y con ella, numerosos comités.

Por lo tanto, frente a la policía política soviética creada por el Estado y amparada económica y judicialmente por este, nos encontramos ante comités de índole local-regional muy dispares entre sí creados de forma autónoma e inspirados en la tradicional movilización obrera, que se encontraron con la oposición de los sucesivos Gobiernos. Es más, si nos adentramos en la propaganda franquista de la guerra y la posguerra, descubrimos que el concepto “checa” fue utilizado indistintamente para los comités revolucionarios, para los comités regionales que aparecieron en el frente norte y para algunas cárceles y sedes del SIM (Servicio de Investigación Militar) donde se aplicaron diversos métodos de tortura. Es decir, según el relato franquista “checa” fueron desde los tribunales que juzgaron la responsabilidad de los sospechosos que se formaron dentro de los comités revolucionarios hasta determinadas instancias del SIM (un órgano oficial creado por el aparato Estatal en 1937) donde se llevaron a cabo determinados tipos de tortura.

Pero, si nos acercamos al estudio de los comités revolucionarios de las zonas rurales, en general, no encontramos el uso del concepto “checa” dentro de las propias fuentes franquistas. Es recurrente encontrar en escritos de las autoridades locales informes sobre la ausencia de “checas” en la zona. Sin embargo, si afirman que existieron comités, comités que ejercieron funciones similares a los de las zonas urbanas que si fueron llamados “checas”.

¿Cuál fue la diferencia? ¿por qué algunos comités si fueron llamados “checas” y otros no? Es innegable la presencia de personal del NKVD y agentes soviéticos en la retaguardia republicana, sobre todo en las ciudades, pero nunca los encontramos en relación con los comités. Al mismo tiempo, los miembros de los comités y sus brigadas nunca se llamaron a sí mismos chequistas. Entonces, ¿por qué el franquismo utilizó este apelativo?

Según los últimos estudios realizados, el afán franquista por identificar a la Segunda República con la esfera comunista de la URSS es el que está detrás del uso, y abuso, de este concepto. De esta forma, por un lado, los sublevados legitimaron su golpe de Estado defendiendo que se habían levantado contra una conjura comunista y, por otro, desprestigiaban al Gobierno legítimo frente a las potencias democráticas y les inspiraban cierto temor a colaborar con el Estado republicano por emular a la URSS.

Checas azules

Además de la disputa sobre el significado del concepto “checa” en el conflicto español, ha surgido entre los historiadores e historiadoras de la Guerra civil una duda sobre su uso con respecto al campo franquista. En el caso de Madrid fueron los comités los que recibieron el apelativo de “checa”, estructuras relacionadas con partidos políticos o sindicatos de índole obrero, principalmente, que ejercieron la violencia. Pero ¿qué pasa con las sedes de Falange o los tradicionalistas? Fueron estructuras políticas donde se ejerció la violencia, en este caso, consentida por los golpistas. Es más, en la retaguardia republicana este tipo de centros fueron llamados “checas” desde la prensa obrera.

Historiadores como Francisco Espinosa Maestre han dado en llamar a estos centros “checas azules”. Un uso muy criticado desde ciertos sectores de la historiografía porque contribuye a la equiparación de la violencia entre ambas retaguardias y las lógicas de actuación entre los revolucionarios de 1936 y las fuerzas sociales que apoyaron el golpe de Estado.

El debate sobre si fueron “checas” o no los múltiples tipos de centros que recibieron este apelativo por la propaganda franquista de guerra y posguerra, su significado y a qué se puede llamar “checa” sigue a día de hoy abierto. Aunque se tiende a rechazar su uso para la Guerra Civil española —ya que, como acabamos de leer, más que aclarar los acontecimientos los distorsiona y da homogeneidad a un proceso tan complejo y heterogéneo como el proceso revolucionario de 1936 y la sucesiva evolución del Estado republicano en guerra, además de carecer de similitudes entre la institución soviética y los órganos españoles— hay sectores de la historiografía que apuestan por su uso y por aclarar y diferenciar estos espacios según a que corriente ideológica estuvieron adscrita.

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