Las heridas abiertas de las mujeres víctimas del franquismo

Faustina López fue desnudada y paseada por todo el pueblo, antes de ser fusilada. A Carmen Delgado le robaron a su bebé Francisco en la maternidad de O’Donnell. Rosa García sufrió las torturas de ‘Billy el niño’ al grito de “Zorra”, “Guarra”, “Puta”. Con una nueva Ley de Memoria Democrática aprobada y con la propuesta de Ley de Bebés Robados desatascada, tres mujeres víctimas del franquismo observan el futuro con una mezcla de esperanza y escepticismo para la reparación de estos crímenes, que son también crímenes de género.
El 18 de septiembre de 1936 Faustina López González era detenida en su casa de Pedro Bernardo (Ávila). Las tropas franquistas la desnudaron, la raparon la cabeza y, junto a otras mujeres del pueblo, fue paseada ante todo el vecindario a lomos de un burro. Volaban piedras y frutas contra ellas. Detrás de la comitiva corría su hija, María Martín, de apenas seis años junto a su hermana de 12. Querían ver a su madre, acercarse, abrazarla. Pero no pudo ser. La gente las insultaba, las empujaba. “Tenéis que matar también a la simiente”, se escuchaba. “Luego la fusilaron porque era mujer, libre, esposa de un republicano. Ella tenía más genio que el que se le presuponía por ser una mujer y todo eso era delito”, explica Marian Martín, su nieta, quien sigue tras la pista de sus restos, sepultados en una cuneta. Martín apunta tajante que las mujeres víctimas del franquismo sufrieron torturas específicas por el hecho de serlo. “A los hombres no se les desnudaba y se les paseaba por todo el pueblo, por ejemplo”.
El 25 de enero de 1965 Carmen Delgado Jurado daba a luz en la maternidad de O’Donnell de Madrid a dos mellizos: Soledad y Francisco Luque. Era su parto número nueve en el seno de una familia humilde de inmigrantes que habían llegado desde Andalucía. El médico le informó de que Francisco había nacido con poco peso y debían llevarle a la incubadora, donde pasó sus veinte primeros días custodiado por monjas. “A los cinco días nos dieron de alta a mi madre y a mí. A mi hermano le dejaron en la incubadora”, relata Soledad Luque. Nunca más le volvieron a ver. Un día el marido de Carmen se personó en la clínica para ver al pequeño, que según le contaban ya había cogido peso y saldría en breve. La sorpresa fue que, de repente, le dijeron que había fallecido. No podía ver su cadáver, estaba en el depósito. Al día siguiente se personaron para recogerlo. Pero no había cadáver, lo habían incinerado. Tanto Soledad como el resto de sus hermanos sospechan que ha sido un bebé robado. Un crimen del franquismo ejecutado de manera específica sobre las mujeres. “Mi madre nunca cerró ese duelo”, asegura Soledad.
Era 1974, un año de alto nivel de conflictividad social, con el contagioso espíritu de la vecina revolución de los claveles, cuando Rosa García Alcón abandonaba el piso de un compañero escondido en una casa vigilada de Madrid. Militaba en la Federación Universitaria Democrática de España (FUDE), organización que pertenecía al FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota). Se dedicaba a la agitprop: agitación y propaganda. García ponía carteles y repartía panfletos para luchar contra la dictadura. “Cuando me vieron salir de esa casa me detuvieron y me llevaron a la Dirección General de Seguridad, donde estaba la Brigada Político Social. Me recibió ‘Billy el niño’  —el policía más temido de aquel lugar— a golpes. Como yo era muy pequeña, al mínimo golpe me caía al suelo y él me levantaba de los pelos”. “Zorra”, “Guarra”, “Puta”, escupía desde su boca. Luego la pasaron a otro despacho donde un policía “enorme” se dedicó a darle con un palo en la planta de los pies durante horas mientras la interrogaba. García confirma que había una inquina especial en el trato que recibían las mujeres. “Por las noches me paseaban en un furgón para buscar supuestos pisos francos, que no existían. Me decían que me iban a llevar a la Casa de Campo. Que me iban a violar. Que mis padres jamás encontrarían mi cuerpo. Ese tipo de cosas que sabíamos que hacían, que ya habían hecho”, relata García.

Han pasado 48 años desde la muerte del dictador y sus historias no han sido juzgadas ni reparadas

Es marzo de 2023, hay una nueva Ley de Memoria Democrática aprobada hace cinco meses y la propuesta de Ley de Bebés Robados acaba de ser desatascada, atrapada durante los últimos años en un eterno trámite de enmiendas. Marian Martín, Rosa García y Soledad Luque atienden a El Salto a las puertas del Congreso. Las tres forman parte de la Coordinadora Estatal de Apoyo a la Querella Argentina contra crímenes del franquismo (CEAQUA), que ha emitido más de 600 denuncias y querellas. Han pasado 48 años desde la muerte del dictador y sus historias no han sido juzgadas ni reparadas. Observan el futuro con una mezcla de esperanza y escepticismo para la reparación de estos crímenes, que, afirman, son también crímenes de género. Estas son sus historias y las de sus ancestras.

Faustina López era fusilada el 21 de septiembre de 1936 tras ser rapada, desnudada y paseada por todo el pueblo.  Su marido se salvó porque estaba fuera

Faustina, María y Marian

Faustina López era fusilada el 21 de septiembre de 1936 tras ser rapada, desnudada y paseada por todo el pueblo. Su marido se salvó porque estaba fuera. “Mi abuelo quería recuperar los restos, pero le dijeron que los conseguiría “cuando las ranas criaran pelo”, o sea, nunca”, explica Marian Martín. Tuvieron que abandonar el pueblo bajo amenazas. En 1975, y tras la muerte de Franco, la hija de Faustina, María Martín toma las riendas de la búsqueda de los restos de su madre. Con bolígrafo y papel empieza a escribir cartas a todas las autoridades. A Suárez. Al rey Juan Carlos I. A Bono… “Mi madre ha escrito a todos los políticos  que han ido ocupando un cargo en Castilla y León y en el gobierno central. Carta que escribía, carta que fotocopiaba, certificaba y enviaba. Y guardó también las contestaciones. “Lo lamentamos pero nosotros no podemos hacer nada”, decían. Ninguno se acercó a mi madre, sólo el juez Garzón”, relata Marian Martín.

María Martín es una de las protagonistas del documental El Silencio de Otros. En una de las escenas, aparece sentada sobre la cuneta donde hipotéticamente descansan los restos de su madre. Con el bastón señala el lugar exacto. Murió al poco tiempo de esta escena, mientras se rodaba el documental. No consiguió ver los frutos de su lucha. “Mi madre dejó dibujado un mapa de dónde está la fosa donde fue enterrada su madre. Lo tenía medido al centímetro”, expresa Marian Martín quien era ajena a todo esto. Cuando falleció María encontró toda la documentación metida en una bolsa de ganchillo bajo el rótulo “Cosas de mi madre”. Decidió coger el testigo.

Con la aprobación de la nueva Ley de Memoria Democrática, el gobierno espera exhumar los restos de cerca de 25.000 víctimas, en un plazo de seis años. Este no será el caso de Faustina.

Hoy por encima de la fosa pasa una carretera comarcal, la CL-501, que une todo el valle del Tiétar. Marian Martín no tiene esperanza de que se vaya a abrir y asegura que se conformarían con un monolito en su memoria. “Nos conformamos con una plaquita conmemorativa que recuerde lo que allí pasó porque no lo tenemos que olvidar, porque las cosas que se olvidan, se repiten”, pide. “Yo estoy convencida de que ahí ya no hay nada. Se hizo una obra muy grande, aparecieron restos humanos y desaparecieron. Nadie sabe dónde han ido a parar. Hay gente que dice que fueron conducidos a Ávila. Y hacer desaparecer restos humanos es delito”, se queja. “Todo el mundo calla hasta que este delito prescriba”, se queja.

Con la aprobación de la nueva Ley de Memoria Democrática el gobierno espera exhumar los restos de cerca de 25.000 víctimas, en un plazo de seis años. Este no será el caso de la madre de María. “Se están dando subvenciones para abrir más fosas. El año pasado se abrió una en un pueblo cercano, Cuevas del Valle. Encontraron tres cuerpos y mañana vamos a la entrega de esos tres cuerpos a sus familias”, cuenta Marian. También en ese pueblo, adelanta esta nieta de represaliada, y durante la próxima Semana Santa, se va a abrir otra fosa.

“¿Reparación? Yo no sé que es esa palabra. No, ni tampoco se ha hecho justicia. Aunque mi madre era la paz, la conciliación en persona”

El 18 de septiembre de 1936 Faustina López González era detenida en su casa de Pedro Bernardo (Ávila). Las tropas franquistas la desnudaron, la raparon la cabeza y, junto a otras mujeres del pueblo, fue paseada ante todo el vecindario a lomos de un burro. Volaban piedras y frutas contra ellas. Detrás de la comitiva corría su hija, María Martín, de apenas seis años junto a su hermana de 12. Querían ver a su madre, acercarse, abrazarla. Pero no pudo ser. La gente las insultaba, las empujaba. “Tenéis que matar también a la simiente”, se escuchaba. “Luego la fusilaron porque era mujer, libre, esposa de un republicano. Ella tenía más genio que el que se le presuponía por ser una mujer y todo eso era delito”, explica Marian Martín, su nieta, quien sigue tras la pista de sus restos, sepultados en una cuneta. Martín apunta tajante que las mujeres víctimas del franquismo sufrieron torturas específicas por el hecho de serlo. “A los hombres no se les desnudaba y se les paseaba por todo el pueblo, por ejemplo”.

El 25 de enero de 1965 Carmen Delgado Jurado daba a luz en la maternidad de O’Donnell de Madrid a dos mellizos: Soledad y Francisco Luque. Era su parto número nueve en el seno de una familia humilde de inmigrantes que habían llegado desde Andalucía. El médico le informó de que Francisco había nacido con poco peso y debían llevarle a la incubadora, donde pasó sus veinte primeros días custodiado por monjas. “A los cinco días nos dieron de alta a mi madre y a mí. A mi hermano le dejaron en la incubadora”, relata Soledad Luque. Nunca más le volvieron a ver. Un día el marido de Carmen se personó en la clínica para ver al pequeño, que según le contaban ya había cogido peso y saldría en breve. La sorpresa fue que, de repente, le dijeron que había fallecido. No podía ver su cadáver, estaba en el depósito. Al día siguiente se personaron para recogerlo. Pero no había cadáver, lo habían incinerado. Tanto Soledad como el resto de sus hermanos sospechan que ha sido un bebé robado. Un crimen del franquismo ejecutado de manera específica sobre las mujeres. “Mi madre nunca cerró ese duelo”, asegura Soledad.

Era 1974, un año de alto nivel de conflictividad social, con el contagioso espíritu de la vecina revolución de los claveles, cuando Rosa García Alcón abandonaba el piso de un compañero escondido en una casa vigilada de Madrid. Militaba en la Federación Universitaria Democrática de España (FUDE), organización que pertenecía al FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota). Se dedicaba a la agitprop: agitación y propaganda. García ponía carteles y repartía panfletos para luchar contra la dictadura. “Cuando me vieron salir de esa casa me detuvieron y me llevaron a la Dirección General de Seguridad, donde estaba la Brigada Político Social. Me recibió ‘Billy el niño’  —el policía más temido de aquel lugar— a golpes. Como yo era muy pequeña, al mínimo golpe me caía al suelo y él me levantaba de los pelos”. “Zorra”, “Guarra”, “Puta”, escupía desde su boca. Luego la pasaron a otro despacho donde un policía “enorme” se dedicó a darle con un palo en la planta de los pies durante horas mientras la interrogaba. García confirma que había una inquina especial en el trato que recibían las mujeres. “Por las noches me paseaban en un furgón para buscar supuestos pisos francos, que no existían. Me decían que me iban a llevar a la Casa de Campo. Que me iban a violar. Que mis padres jamás encontrarían mi cuerpo. Ese tipo de cosas que sabíamos que hacían, que ya habían hecho”, relata García.

Han pasado 48 años desde la muerte del dictador y sus historias no han sido juzgadas ni reparadas

Es marzo de 2023, hay una nueva Ley de Memoria Democrática aprobada hace cinco meses y la propuesta de Ley de Bebés Robados acaba de ser desatascada, atrapada durante los últimos años en un eterno trámite de enmiendas. Marian Martín, Rosa García y Soledad Luque atienden a El Salto a las puertas del Congreso. Las tres forman parte de la Coordinadora Estatal de Apoyo a la Querella Argentina contra crímenes del franquismo (CEAQUA), que ha emitido más de 600 denuncias y querellas. Han pasado 48 años desde la muerte del dictador y sus historias no han sido juzgadas ni reparadas. Observan el futuro con una mezcla de esperanza y escepticismo para la reparación de estos crímenes, que, afirman, son también crímenes de género. Estas son sus historias y las de sus ancestras.

Faustina López era fusilada el 21 de septiembre de 1936 tras ser rapada, desnudada y paseada por todo el pueblo.  Su marido se salvó porque estaba fuera

Faustina, María y Marian

Faustina López era fusilada el 21 de septiembre de 1936 tras ser rapada, desnudada y paseada por todo el pueblo. Su marido se salvó porque estaba fuera. “Mi abuelo quería recuperar los restos, pero le dijeron que los conseguiría “cuando las ranas criaran pelo”, o sea, nunca”, explica Marian Martín. Tuvieron que abandonar el pueblo bajo amenazas. En 1975, y tras la muerte de Franco, la hija de Faustina, María Martín toma las riendas de la búsqueda de los restos de su madre. Con bolígrafo y papel empieza a escribir cartas a todas las autoridades. A Suárez. Al rey Juan Carlos I. A Bono… “Mi madre ha escrito a todos los políticos  que han ido ocupando un cargo en Castilla y León y en el gobierno central. Carta que escribía, carta que fotocopiaba, certificaba y enviaba. Y guardó también las contestaciones. “Lo lamentamos pero nosotros no podemos hacer nada”, decían. Ninguno se acercó a mi madre, sólo el juez Garzón”, relata Marian Martín.

Mujeres víctimas del franquismo 2
Marian Martín busca los restos de su abuela, Faustina López, desnudada y paseada por todo el pueblo, antes de ser fusilada. Elvira Megías

María Martín es una de las protagonistas del documental El Silencio de Otros. En una de las escenas, aparece sentada sobre la cuneta donde hipotéticamente descansan los restos de su madre. Con el bastón señala el lugar exacto. Murió al poco tiempo de esta escena, mientras se rodaba el documental. No consiguió ver los frutos de su lucha. “Mi madre dejó dibujado un mapa de dónde está la fosa donde fue enterrada su madre. Lo tenía medido al centímetro”, expresa Marian Martín quien era ajena a todo esto. Cuando falleció María encontró toda la documentación metida en una bolsa de ganchillo bajo el rótulo “Cosas de mi madre”. Decidió coger el testigo.

Con la aprobación de la nueva Ley de Memoria Democrática, el gobierno espera exhumar los restos de cerca de 25.000 víctimas, en un plazo de seis años. Este no será el caso de Faustina.

Hoy por encima de la fosa pasa una carretera comarcal, la CL-501, que une todo el valle del Tiétar. Marian Martín no tiene esperanza de que se vaya a abrir y asegura que se conformarían con un monolito en su memoria. “Nos conformamos con una plaquita conmemorativa que recuerde lo que allí pasó porque no lo tenemos que olvidar, porque las cosas que se olvidan, se repiten”, pide. “Yo estoy convencida de que ahí ya no hay nada. Se hizo una obra muy grande, aparecieron restos humanos y desaparecieron. Nadie sabe dónde han ido a parar. Hay gente que dice que fueron conducidos a Ávila. Y hacer desaparecer restos humanos es delito”, se queja. “Todo el mundo calla hasta que este delito prescriba”, se queja.

Con la aprobación de la nueva Ley de Memoria Democrática el gobierno espera exhumar los restos de cerca de 25.000 víctimas, en un plazo de seis años. Este no será el caso de la madre de María. “Se están dando subvenciones para abrir más fosas. El año pasado se abrió una en un pueblo cercano, Cuevas del Valle. Encontraron tres cuerpos y mañana vamos a la entrega de esos tres cuerpos a sus familias”, cuenta Marian. También en ese pueblo, adelanta esta nieta de represaliada, y durante la próxima Semana Santa, se va a abrir otra fosa.

“¿Reparación? Yo no sé que es esa palabra. No, ni tampoco se ha hecho justicia. Aunque mi madre era la paz, la conciliación en persona”

A la pregunta de si la historia de su abuela ha sido reparada, Marian Martín responde con un: “¿Reparación? Yo no sé qué es esa palabra. No, ni tampoco se ha hecho justicia. Aunque mi madre era la paz, la conciliación en persona”. María Martín se murió y no dijo jamás quiénes eran los familiares de las personas que fueron a por su madre a su casa. Y los conocía. Decía que los hijos no tenían la culpa de lo que hubieran hecho sus padres. “A mí no me lo dijo jamás. Sólo quería recoger los restos de su madre, llevarlos a un sitio digno y que esta herida empezara a cerrarse”, afirma su hija. Y eso es lo que nunca sucedió, aunque el tiempo ha hecho asomar una leve restauración.

“Mi madre ni siquiera podía poner un ramo de flores sobre la fosa de su madre. A los dos días aparecía pisoteado”, explica Marian Martín. “Tras el estreno del documental hemos ido poniendo cada año el ramo de flores en el lugar donde descansaron los restos de mi abuela y ya no le quitan. Ya somos nosotros quienes vamos, rompemos las bridas y ponemos el nuevo. Algo ha llegado a la gente”, expone.

Carmen y Soledad

Carmen Delgado Jurado no volvió a ver a su hijo Francisco, posible víctima de la trama de robo de bebés que se destapó mucho tiempo después, en el año 2010. Soledad Luque cuenta que creció con la presencia de la ausencia de Francisco. Que durante sus juegos le sentía siempre muy presente, como un hueco en su costado. “Con quince años mi madre muere y se cortó ese lazo con Francisco. Me he dado cuenta de que era a través de mi madre que yo tenía esa relación con mi hermano. Al cabo de las décadas, cuando yo tenía 47 años y surge el boom de los bebés robados, mi hermana me llama y me dice “¿Tú has pensado alguna vez que Francisco podría estar vivo?”. Para mí fue ponerme en el filo del abismo, yo había crecido pensando que Francisco estaba muerto”, explica Luque.

Empezaron a buscar sin decir nada a sus hermanos varones. Eran las dos únicas chicas, adoptando un rol maternal de protección hacia sus familiares. Fueron consiguiendo diferentes documentos que contenían datos contradictorios, como diferentes fechas de la muerte de Francisco. “Se hacía alusión hasta a un enterramiento en el cementerio de la Almudena, cuando a nosotros nos dijeron que había sido incinerado. Mantuvimos una reunión familiar y la sorpresa vino cuando todos mis hermanos dijeron “menos mal que alguien ha dado el paso”. Todos lo tenían en la cabeza”, cuenta Luque.

Acto seguido pusieron una denuncia. Denuncia que fue archivada en 2011. “Señora, ¿usted no se da cuenta de que si hubieran robado a su hermano, hubieran estado implicadas varias personas?”, me decía el fiscal. Pues eso es precisamente lo que estábamos denunciando. Había varias personas implicadas y no eran delincuentes comunes”, relata Luque.

Durante ese año conocieron a muchas personas en su misma situación. Decidieron constituir la asociación ‘Todos los niños robados son también mis niños’, que hoy preside, para realizar una labor colectiva, social y política en todos los frentes. “Nuestro caso quedó en un tercer plano”, asegura. Su asociación ha formado parte en la elaboración de la Propuesta de Ley sobre bebés robados que lleva parada en el Congreso desde 2017.

El pasado 28 de febrero PSOE y Unidas Podemos llegaron a un acuerdo para desatascar el trámite de enmiendas después de 146 ampliaciones del periodo. Ese día Soledad no paró de llorar de la emoción. “Estamos muy contentas porque conseguir el cierre del trámite de enmiendas ha sido una labor en los dos últimos años que nos ha dejado exhaustas”, explica. El 7 de febrero entregaban 81.000 firmas en el Congreso para tal fin.

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https://www.elsaltodiario.com/memoria-historica/heridas-abiertas-mujeres-victimas-del-franquismo-aun-lejos-cerrarse