León. La desconocida odisea de mineros en defensa de la República en León: la traición de Aranda y el retorno a Oviedo por Ponferrada y Laciana

La desconocida odisea de mineros en defensa de la República en León: la traición de Aranda y el retorno a Oviedo por Ponferrada y Laciana

JoséCabañas
20.04.2025

Los mineros en Benavente supieron de la sublevación contra el Gobierno la tarde anterior en Oviedo y Gijón de los coroneles Antonio Aranda Mata y Antonio Pinilla Barceló. Se lo comunicaron a las dos de la mañana dos enlaces allí desplazados, tras llegar en una carrera a toda velocidad desde Mieres y habiendo pasado antes por León.

Los mensajeros eran el abogado socialista Juan Pablo García Álvarez, vecino de aquella villa minera, y Manuel González Peña, hermano de Ramón, diputado socialista ahora y máximo líder de la revolución de octubre de 1934, por lo que había sido condenado a muerte y luego conmutado.

Ellos les informaron también de que una nueva fuerza de obreros y otros milicianos había iniciado el cerco de la capital asturiana después de conocerse la traición de su comandante militar Antonio Aranda. Además, los pusieron al corriente del previsible y esperado alzamiento en armas del general Carlos Bosch y Bosch en León.

Emisarios con malas noticias

Desde el techo de uno de los vagones del tren, el teniente Alejandro García Menéndez participó a sus hombres lo ocurrido en Asturias. La situación es límite, y es general la indignación. Se especuló en un principio con la posibilidad de continuar hasta Madrid a través de Zamora capital, pero también allí los militares rebeldes habían hecho suya la ciudad. Las tropas del Segundo Batallón del Regimiento de Infantería Toledo 26, que alberga el zamorano Cuartel de Viriato, se habían posicionado en la carretera de Vigo y en la vía de los Ferrocarriles del Oeste y les cerraban el paso.

Una subalterna de la oficina de teléfonos de Benavente afín a los sediciosos les hizo creer que el número de fuerzas insurrectas y su armamento eran en Zamora altísimos, y tal cúmulo de factores llevaron a los expedicionarios decidirse unánimemente por el regreso a Asturias para atacar y recuperar Oviedo. Pero lo harían siguiendo una ruta alternativa a la empleada en su venida para evitar la capital leonesa y el puerto de Pajares. Ese itinerario les hará volver a pasar por La Bañeza y continuar por Astorga hasta Ponferrada.

La obsesión por retomar Oviedo vendría a ser otro error estratégico, pues los restos de la expedición minera -desmantelada y mermada después de haber tenido muchos muertos- retornará demasiado tarde para reconquistarla, facilitando en cambio con su vuelta la definitiva victoria de los golpistas en León.

Regresan los asturianos a su tierra por La Bañeza, Astorga y Ponferrada

Un convoy motorizado de cuatro camiones y tres autobuses de línea ocupados por unos 250 milicianos -entre ellos Benjamín Álvarez Ramos, alcalde frentepopulista de Cebrones del Río-, salió de Benavente enseguida y a toda la velocidad que la niebla les permitió como avanzadilla para frenar la sublevación de Aranda.

La mitad iban armados de fusiles y el resto de armas cortas y algún rifle o escopeta. Los mandaban el comandante Juan Ayza Borgoñós -quien, según el teniente García Menéndez, da la orden de regreso- y Francisco Martínez Dutor. Tienen prisa por llegar a Oviedo, y no quisieron perder tiempo esperando en Ponferrada al tren y a los demás camiones que desde Benavente devolvían a su tierra a los restantes compañeros. Prosiguieron desde allí por carretera hasta Villablino para internarse en Asturias por el puerto de Leitariegos, y algunos por el de Somiedo, alcanzando Grado a media tarde del día 20 y presentándose después en la Fábrica de Cañones de Trubia.

El convoy ferroviario, mucho más lento, no llegaría a Ponferrada hasta las nueve de la mañana del lunes 20 de julio, afirman algunos. Señalan otros que lo hacía a media mañana, o alrededor de la una de la tarde, y resulta esto más plausible, tras haber partido de Benavente en torno a las cuatro de la madrugada. El plan de los asturianos era transbordar en Ponferrada del tren especial y ocupar la estación del ferrocarril de vía estrecha de la Compañía Minero Siderúrgica (MSP), tomar este y en él llegar a Villablino, abandonándolo allí para continuar hacia Oviedo en camiones, algunos requisados allí mismo y otros antes en Ponferrada, con los que remontarían Leitariegos.

En la factoría de armas de Trubia se quedó el comandante Ayza Borgoñós, al que acompañaba el teniente de Asalto Francisco Lluch Urbano, enviado dos días antes al mando de la caravana minera motorizada. En la fábrica mostró el comandante a su responsable, el coronel José Franco Mussió, la orden firmada con fecha del 19 de julio en León por el general Juan García Gómez-Caminero nombrándole jefe de las columnas gubernamentales y disponiendo que se le entregara todo el armamento y munición que pudiera precisar.

Por su parte Martínez Dutor -que más tarde comandaría el batallón que llevó su nombre, y que será Comisario de Guerra en el Frente del Norte en marzo de 1937- y los expedicionarios que les acompañaban desde Benavente se sumaban en aquella misma jornada a las líneas iniciales de asedio a la insurgente Oviedo establecidas en la misma noche del 19 al 20 de julio. A ellas se irían agregando los demás a medida que regresan. Así lo hicieron los que el día 24 desalojaban a los rebeldes del Monte Naranco que domina la ciudad, integrados en el Batallón Sangre de Octubre, una de las primeras unidades de milicianos en formarse, y al mando del comunista Damián Fernández Calderón.

En Gijón la rebelión se daba ya por fracasada al mediodía del 20 de julio, aunque hasta el 21 de agosto no sería vencida del todo.

 “Dimos la vuelta, sin que en Benavente hubiera enfrentamiento con las tropas, y sin más que tirar varios tiros al aire, porque algunos querían seguir, y un capitán de la Guardia de Asalto -en realidad era el teniente García Menéndez- que venía al mando del tren dijo que había que regresar, y convenció a todos y el tren dio la vuelta”, nos relataba el bañezano Gabriel González en noviembre de 2007. No obstante, contradiciendo a este testigo, afirma el militar instructor del Sumario 168/37 que “en Benavente tuvieron los mineros un encuentro con fuerzas armadas que los hicieron retornar de nuevo a Astorga”.

Los procesados en dicho Sumario niegan el enfrentamiento, y sostienen que no se dio allí lucha alguna. Así y todo, se testifica desde Astorga que a la vuelta de los asturianos se vieron en su estación “vagones ametrallados y mineros heridos”.

Desbarajuste y desconcierto

“Retrocedimos desde Benavente de inmediato. La confusión y el desgobierno eran absolutos, y al volver supimos que en León también se habían sublevado”, recordaría José Otero Roces, ayudante de minas natural de La Felguera (de 28 años, casado y padre de un hijo). Sin embargo, asegura alguna fuente que “un grupo de los que viajaban en ferrocarril continuó hacia Madrid”.

Algún autor local –cronista municipal, y alcalde franquista en Benavente de 1967 a 1973– da por buena la afirmación de que durante la breve ocupación de la villa por los asturianos se elaboraron listados de derechistas para su ejecución: “Domingo, el marido de la señora Adela, ‘la Chafandina’, dijo a mi padre aquella noche que en su taberna estaban varios vecinos facilitando listas para ejecutar a conciudadanos. Falló el proyecto por falta de tiempo”.

En caso de ser cierta esta reiterada versión, no se entiende por qué los mineros ocupantes de la localidad no practicaron ejecuciones sumarias ni detenciones, y al marchar en el tren no se llevaron consigo rehenes, como los llevarían después después desde Villablino al internarse en Asturias. Prácticas estas que los golpistas adoptaron por norma en ocasiones similares y que serían luego celebradas como heroicas hazañas.

En cuanto al ya citado José Almoina Mateos y su escapada de Benavente al lado de los asturianos, además de la versión de que desde el principio se fue con ellos existe otra, más verosímil. Es la de que siguió sus pasos, después de partir aquellos, con el propósito de convencerlos para que regresaran. Salió de la villa en un ‘coche de punto’ en el que colocó una bandera española, y como no consiguiera persuadirlos, optó entonces por sumárseles en su regreso al norte. Según el testimonio de su esposa (la maestra Pilar Fidalgo Carasa), “en la mañana del lunes 20 de julio, a la media hora de haber salido de Benavente con los mineros José Almoina, para prevenir de la situación de Zamora al Gobierno Civil de León y pedir refuerzos en Astorga, entraron en la villa los golpistas”.

José Almoina formaba parte poco después, con otros socialistas y republicanos, del Comité de Guerra del Villablino leal, pasando posteriormente por todo tipo de peripecias, que lo llevarían en noviembre de 1939 al exilio en la República Dominicana, para terminar asesinado en mayo de 1960 en México por orden del dictador y sátrapa Rafael Leónidas Trujillo, del que había sido secretario particular y cuyos excesos y corrupciones había denunciado.

En Benavente le daba el comandante Ayza Borgoñós al teniente García Menéndez la orden de regresar y volver a Astorga, desde donde el mismo teniente habló por teléfono con dicho comandante, que se encontraba ya en Ponferrada, y que desde allí le ordena ahora dirigirse a Oviedo por la ciudad berciana, “en la que tenía preparado para ello un tren y vehículos de motor”, tal y como declararía el oficial de Asalto.

El retorno por la carretera Madrid-La Coruña y por la Línea del Oeste

En la amanecida del día 20 de julio volvía a transitar, ahora de regreso desde Benavente, por La Bañeza y la carretera Madrid-La Coruña que recorre su término, la columna minera de vehículos motorizados. Algo más tarde hacían de nuevo un alto en la estación férrea bañezana los milicianos que ocupan el tren que vuelve por la línea de los Ferrocarriles del Oeste.

En La Bañeza se apeó el joven socialista José Simón Alejo Barrios (apodado ‘Machín’), uno de los que la noche anterior se les sumaron. Abandonó el convoy “porque era lunes y -aunque se había declarado la huelga general- no quería perder de trabajar”. Había sido herido por fascistas bañezanos al inicio del pasado abril, y sería uno de los once bañezanos paseados por los rebeldes en Izagre el 10 de octubre de aquel año, echados a una fosa común de la que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) exhumaría sus restos en septiembre de 2008.

Algunos de quienes lo hirieron formaban parte de la veintena de derechistas locales -dos sacerdotes entre ellos- apresados desde aquella madrugada, según lo ordenado por el gobernador civil, en la cárcel de La Bañeza, antes Prisión de Partido y entonces Depósito Municipal de Presos y Detenidos.

El lunes 20 de julio por la mañana también tornaban a pasar por Astorga las columnas asturianas, ahora de regreso desde Benavente y camino de su tierra por Ponferrada. En torno a las ocho y media lo hacía la primera avanzadilla partida en camiones a toda prisa, y unas horas más tarde, sobre las once, el grueso de la expedición, los restantes autos, camiones, y autobuses y la columna ferroviaria. Del tren se bajaron en Astorga Eduardo Hervás Borrega y Pilar Martínez Blanco, vecinos de León que, escasos de dinero, habían aprovechado su recorrido para viajar gratis a Zamora desde León acompañando a los mineros. Así lo declaran en el sumario en el que los procesaron y castigaron por ello.

Desobedeciendo

Cerca del mediodía, el alcalde astorgano Miguel Carro Verdejo propuso por teléfono al gobernador civil la destitución fulminante del teniente al mando de la Guardia Civil en la ciudad, Serapio Marchante Olivares. Lo hizo así “porque había tenido la fidedigna confidencia (también aquí se habrían intervenido las comunicaciones por teléfono y telégrafo) de que este facilitó telefónicamente a los militares ya sublevados de Zamora los datos de la expedición minera que desde Astorga se había dirigido a dicho punto, así como su retorno desde Benavente, a virtud de los cuales se decidieron los insurrectos zamoranos a avanzar sobre aquella villa”. Cuando el general Gómez-Caminero llamó a Elías Gallegos Muro, al mando del Cuartel de Santocildes y comandante militar de la Plaza, para que lo destituyese “por fascista”, este se negó a hacerlo.

Serapio Marchante, ya capitán al mando del cuartel de Chelva (Valencia), sería en 1949 uno de los varios oficiales de la Guardia Civil sometidos a consejo de guerra “por incumplimiento de misiones encomendadas en la lucha contra los guerrilleros”, en su caso de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA).

Tiroteados en Astorga

Después de detenerse en la astorgana Estación del Oeste para cargar agua en la locomotora, fue tiroteado a su paso el convoy ferroviario desde las ventanas de algunos domicilios particulares. Los leales que viajan en sus vagones no pudieron retroceder a su tierra desandando el mismo camino que antes hicieron por León, pues conocen en Astorga que también la capital se ha sublevado, lo que explica -seguramente junto con la urgencia del regreso- el itinerario que siguen desde aquí.

Retirados de la ciudad episcopal los últimos milicianos camino de El Bierzo, los responsables militares declararon poco después el estado de guerra siguiendo las indicaciones y consignas llegadas desde León. Y constataron entonces los mineros, que desde el inicio de su recorrido se habían planteado el dilema de desarmar o no a las fuerzas que iban dejando a sus espaldas, el error táctico de haber optado por la segunda opción. Sufrirían en el duro viaje de retorno las nocivas consecuencias de su yerro, y el hostigamiento de los proclives a la sedición.

En el retroceso hacia su tierra debieron de hacer alto los asturianos en algunos de los pueblos del municipio de Villagatón (Requejo, Brañuelas, Corús, Villar, Ucedo), en los que aconsejaron a varios de sus muchachos en edad militar que no se incorporasen a filas cuando fueran llamados sus reemplazos, “pues la victoria sería de los rojos”. Así lo declaraban nueve de ellos, apresados por prófugos en febrero de 1937. Sería también seguramente en aquellos primeros días del alzamiento, y después del paso hacia Ponferrada del tren especial de los mineros, cuando fue volado el puente del ferrocarril de Valbuena de la Encomienda y cortada en Brañuelas la línea telegráfica, interrumpiendo el tráfico ferroviario con Galicia durante más de una semana.

Los expedicionarios en Ponferrada

Temprano el lunes 20 de julio, en la ponferradina Plaza de Lazúrtegui conversaba el alcalde Juan García Arias con un comandante de Caballería. Se trataba de Juan Ayza Borgoñós, al mando de una columna motorizada de la que formaban parte él, un teniente de Asalto -Francisco Lluch Urbano-, cuatro guardias del mismo Cuerpo e innumerables automóviles ocupados por civiles, unos con armas y otros sin ellas.

Eran los primeros de la expedición minera asturiana que desde Benavente se habían adelantado apresurándose a regresar a su tierra, y protestaban los militares al regidor porque, por impedirlo él, sus fuerzas no habían tomado ya por asalto el cuartel de la Guardia Civil, situado situado a la altura del número 16 en la actual Avenida de España. El alcalde imponía su autoridad para que aquellos desistieran de su empeño, cesando en su actitud y emprendiendo la marcha por la carretera de Asturias.

El joven Ángel Murciego González, sumado en León a los asturianos, diría que cuando aquella madrugadora columna de camiones –unos 20, cargados de mineros, señala otro testigo– en la que él viajaba llegó a Ponferrada aún no se había iniciado el tiroteo. El teniente de Asalto, después de hablar con fuerzas de la Guardia Civil a la puerta de su cuartel, ordenó a los milicianos volver a los vehículos y partir hacia Villablino y Leitariegos camino de Oviedo, organizándose luego en Sotondrio grupos de combatientes -en los que se incluyó- para atacar la capital de Asturias.

Al amanecer del mismo día 20 de julio, entre las seis y las siete, y de camino a Ponferrada pasaron por Bembibre unos 20 o 30 automóviles repletos de asturianos. Conformaban la referida avanzadilla de coches y camiones partida de Benavente con presteza. Estaban armados de fusiles, y pretendieron llevarse consigo las existencias de comestibles, cosa que evitaron los dirigentes rojos de la villa. Pero no pudieron impedir que un grupo numeroso de expedicionarios visitaran en el depósito municipal a los detenidos de derechas que allí se encontraban desde la pasada noche, insultándolos y amenazándolos con matarlos a su regreso de Ponferrada. Así lo afirmó en noviembre de 1936 el alcalde impuesto por los golpistas.

Sobre las once de la mañana de aquel día habría avisado el gobernador civil al alcalde ponferradino de que numerosos mineros se dirigían hacia aquella ciudad en tren para seguir viaje por el mismo medio a Villablino, desde donde, en camiones, se internarían en Asturias.

Capítulo 7 — Los expedicionarios se enteran de la traición del coronel Aranda en Oviedo y deciden regresar a toda prisa, siendo hostigados por francotiradores en Astorga. Desde Ponferrada pretenden continuar a Villablino y entrar por Leitariegos en su tierra

CAPÍTULO ANTERIOR — La desconocida odisea de mineros en defensa de la República en León: paradas en Astorga y Benavente

En la entrega anterior quedaban las columnas mineras en Benavente, adonde llegaban tras pasar y detenerse en Astorga y la Bañeza.

Los mineros en Benavente supieron de la sublevación contra el Gobierno la tarde anterior en Oviedo y Gijón de los coroneles Antonio Aranda Mata y Antonio Pinilla Barceló. Se lo comunicaron a las dos de la mañana dos enlaces allí desplazados, tras llegar en una carrera a toda velocidad desde Mieres y habiendo pasado antes por León.

Los mensajeros eran el abogado socialista Juan Pablo García Álvarez, vecino de aquella villa minera, y Manuel González Peña, hermano de Ramón, diputado socialista ahora y máximo líder de la revolución de octubre de 1934, por lo que había sido condenado a muerte y luego conmutado.

Ellos les informaron también de que una nueva fuerza de obreros y otros milicianos había iniciado el cerco de la capital asturiana después de conocerse la traición de su comandante militar Antonio Aranda. Además, los pusieron al corriente del previsible y esperado alzamiento en armas del general Carlos Bosch y Bosch en León.

Emisarios con malas noticias

Desde el techo de uno de los vagones del tren, el teniente Alejandro García Menéndez participó a sus hombres lo ocurrido en Asturias. La situación es límite, y es general la indignación. Se especuló en un principio con la posibilidad de continuar hasta Madrid a través de Zamora capital, pero también allí los militares rebeldes habían hecho suya la ciudad. Las tropas del Segundo Batallón del Regimiento de Infantería Toledo 26, que alberga el zamorano Cuartel de Viriato, se habían posicionado en la carretera de Vigo y en la vía de los Ferrocarriles del Oeste y les cerraban el paso.

Una subalterna de la oficina de teléfonos de Benavente afín a los sediciosos les hizo creer que el número de fuerzas insurrectas y su armamento eran en Zamora altísimos, y tal cúmulo de factores llevaron a los expedicionarios decidirse unánimemente por el regreso a Asturias para atacar y recuperar Oviedo. Pero lo harían siguiendo una ruta alternativa a la empleada en su venida para evitar la capital leonesa y el puerto de Pajares. Ese itinerario les hará volver a pasar por La Bañeza y continuar por Astorga hasta Ponferrada.

La obsesión por retomar Oviedo vendría a ser otro error estratégico, pues los restos de la expedición minera -desmantelada y mermada después de haber tenido muchos muertos- retornará demasiado tarde para reconquistarla, facilitando en cambio con su vuelta la definitiva victoria de los golpistas en León.

Regresan los asturianos a su tierra por La Bañeza, Astorga y Ponferrada

Un convoy motorizado de cuatro camiones y tres autobuses de línea ocupados por unos 250 milicianos -entre ellos Benjamín Álvarez Ramos, alcalde frentepopulista de Cebrones del Río-, salió de Benavente enseguida y a toda la velocidad que la niebla les permitió como avanzadilla para frenar la sublevación de Aranda.

La mitad iban armados de fusiles y el resto de armas cortas y algún rifle o escopeta. Los mandaban el comandante Juan Ayza Borgoñós -quien, según el teniente García Menéndez, da la orden de regreso- y Francisco Martínez Dutor. Tienen prisa por llegar a Oviedo, y no quisieron perder tiempo esperando en Ponferrada al tren y a los demás camiones que desde Benavente devolvían a su tierra a los restantes compañeros. Prosiguieron desde allí por carretera hasta Villablino para internarse en Asturias por el puerto de Leitariegos, y algunos por el de Somiedo, alcanzando Grado a media tarde del día 20 y presentándose después en la Fábrica de Cañones de Trubia.

El convoy ferroviario, mucho más lento, no llegaría a Ponferrada hasta las nueve de la mañana del lunes 20 de julio, afirman algunos. Señalan otros que lo hacía a media mañana, o alrededor de la una de la tarde, y resulta esto más plausible, tras haber partido de Benavente en torno a las cuatro de la madrugada. El plan de los asturianos era transbordar en Ponferrada del tren especial y ocupar la estación del ferrocarril de vía estrecha de la Compañía Minero Siderúrgica (MSP), tomar este y en él llegar a Villablino, abandonándolo allí para continuar hacia Oviedo en camiones, algunos requisados allí mismo y otros antes en Ponferrada, con los que remontarían Leitariegos.

En la factoría de armas de Trubia se quedó el comandante Ayza Borgoñós, al que acompañaba el teniente de Asalto Francisco Lluch Urbano, enviado dos días antes al mando de la caravana minera motorizada. En la fábrica mostró el comandante a su responsable, el coronel José Franco Mussió, la orden firmada con fecha del 19 de julio en León por el general Juan García Gómez-Caminero nombrándole jefe de las columnas gubernamentales y disponiendo que se le entregara todo el armamento y munición que pudiera precisar.

Por su parte Martínez Dutor -que más tarde comandaría el batallón que llevó su nombre, y que será Comisario de Guerra en el Frente del Norte en marzo de 1937- y los expedicionarios que les acompañaban desde Benavente se sumaban en aquella misma jornada a las líneas iniciales de asedio a la insurgente Oviedo establecidas en la misma noche del 19 al 20 de julio. A ellas se irían agregando los demás a medida que regresan. Así lo hicieron los que el día 24 desalojaban a los rebeldes del Monte Naranco que domina la ciudad, integrados en el Batallón Sangre de Octubre, una de las primeras unidades de milicianos en formarse, y al mando del comunista Damián Fernández Calderón.

En Gijón la rebelión se daba ya por fracasada al mediodía del 20 de julio, aunque hasta el 21 de agosto no sería vencida del todo.

 “Dimos la vuelta, sin que en Benavente hubiera enfrentamiento con las tropas, y sin más que tirar varios tiros al aire, porque algunos querían seguir, y un capitán de la Guardia de Asalto -en realidad era el teniente García Menéndez- que venía al mando del tren dijo que había que regresar, y convenció a todos y el tren dio la vuelta”, nos relataba el bañezano Gabriel González en noviembre de 2007. No obstante, contradiciendo a este testigo, afirma el militar instructor del Sumario 168/37 que “en Benavente tuvieron los mineros un encuentro con fuerzas armadas que los hicieron retornar de nuevo a Astorga”.

Los procesados en dicho Sumario niegan el enfrentamiento, y sostienen que no se dio allí lucha alguna. Así y todo, se testifica desde Astorga que a la vuelta de los asturianos se vieron en su estación “vagones ametrallados y mineros heridos”.

Desbarajuste y desconcierto

“Retrocedimos desde Benavente de inmediato. La confusión y el desgobierno eran absolutos, y al volver supimos que en León también se habían sublevado”, recordaría José Otero Roces, ayudante de minas natural de La Felguera (de 28 años, casado y padre de un hijo). Sin embargo, asegura alguna fuente que “un grupo de los que viajaban en ferrocarril continuó hacia Madrid”.

Algún autor local –cronista municipal, y alcalde franquista en Benavente de 1967 a 1973– da por buena la afirmación de que durante la breve ocupación de la villa por los asturianos se elaboraron listados de derechistas para su ejecución: “Domingo, el marido de la señora Adela, ‘la Chafandina’, dijo a mi padre aquella noche que en su taberna estaban varios vecinos facilitando listas para ejecutar a conciudadanos. Falló el proyecto por falta de tiempo”.

En caso de ser cierta esta reiterada versión, no se entiende por qué los mineros ocupantes de la localidad no practicaron ejecuciones sumarias ni detenciones, y al marchar en el tren no se llevaron consigo rehenes, como los llevarían después después desde Villablino al internarse en Asturias. Prácticas estas que los golpistas adoptaron por norma en ocasiones similares y que serían luego celebradas como heroicas hazañas.

En cuanto al ya citado José Almoina Mateos y su escapada de Benavente al lado de los asturianos, además de la versión de que desde el principio se fue con ellos existe otra, más verosímil. Es la de que siguió sus pasos, después de partir aquellos, con el propósito de convencerlos para que regresaran. Salió de la villa en un ‘coche de punto’ en el que colocó una bandera española, y como no consiguiera persuadirlos, optó entonces por sumárseles en su regreso al norte. Según el testimonio de su esposa (la maestra Pilar Fidalgo Carasa), “en la mañana del lunes 20 de julio, a la media hora de haber salido de Benavente con los mineros José Almoina, para prevenir de la situación de Zamora al Gobierno Civil de León y pedir refuerzos en Astorga, entraron en la villa los golpistas”.

José Almoina formaba parte poco después, con otros socialistas y republicanos, del Comité de Guerra del Villablino leal, pasando posteriormente por todo tipo de peripecias, que lo llevarían en noviembre de 1939 al exilio en la República Dominicana, para terminar asesinado en mayo de 1960 en México por orden del dictador y sátrapa Rafael Leónidas Trujillo, del que había sido secretario particular y cuyos excesos y corrupciones había denunciado.

En Benavente le daba el comandante Ayza Borgoñós al teniente García Menéndez la orden de regresar y volver a Astorga, desde donde el mismo teniente habló por teléfono con dicho comandante, que se encontraba ya en Ponferrada, y que desde allí le ordena ahora dirigirse a Oviedo por la ciudad berciana, “en la que tenía preparado para ello un tren y vehículos de motor”, tal y como declararía el oficial de Asalto.

El retorno por la carretera Madrid-La Coruña y por la Línea del Oeste

En la amanecida del día 20 de julio volvía a transitar, ahora de regreso desde Benavente, por La Bañeza y la carretera Madrid-La Coruña que recorre su término, la columna minera de vehículos motorizados. Algo más tarde hacían de nuevo un alto en la estación férrea bañezana los milicianos que ocupan el tren que vuelve por la línea de los Ferrocarriles del Oeste.

En La Bañeza se apeó el joven socialista José Simón Alejo Barrios (apodado ‘Machín’), uno de los que la noche anterior se les sumaron. Abandonó el convoy “porque era lunes y -aunque se había declarado la huelga general- no quería perder de trabajar”. Había sido herido por fascistas bañezanos al inicio del pasado abril, y sería uno de los once bañezanos paseados por los rebeldes en Izagre el 10 de octubre de aquel año, echados a una fosa común de la que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) exhumaría sus restos en septiembre de 2008.

Algunos de quienes lo hirieron formaban parte de la veintena de derechistas locales -dos sacerdotes entre ellos- apresados desde aquella madrugada, según lo ordenado por el gobernador civil, en la cárcel de La Bañeza, antes Prisión de Partido y entonces Depósito Municipal de Presos y Detenidos.

El lunes 20 de julio por la mañana también tornaban a pasar por Astorga las columnas asturianas, ahora de regreso desde Benavente y camino de su tierra por Ponferrada. En torno a las ocho y media lo hacía la primera avanzadilla partida en camiones a toda prisa, y unas horas más tarde, sobre las once, el grueso de la expedición, los restantes autos, camiones, y autobuses y la columna ferroviaria. Del tren se bajaron en Astorga Eduardo Hervás Borrega y Pilar Martínez Blanco, vecinos de León que, escasos de dinero, habían aprovechado su recorrido para viajar gratis a Zamora desde León acompañando a los mineros. Así lo declaran en el sumario en el que los procesaron y castigaron por ello.

Desobedeciendo

Cerca del mediodía, el alcalde astorgano Miguel Carro Verdejo propuso por teléfono al gobernador civil la destitución fulminante del teniente al mando de la Guardia Civil en la ciudad, Serapio Marchante Olivares. Lo hizo así “porque había tenido la fidedigna confidencia (también aquí se habrían intervenido las comunicaciones por teléfono y telégrafo) de que este facilitó telefónicamente a los militares ya sublevados de Zamora los datos de la expedición minera que desde Astorga se había dirigido a dicho punto, así como su retorno desde Benavente, a virtud de los cuales se decidieron los insurrectos zamoranos a avanzar sobre aquella villa”. Cuando el general Gómez-Caminero llamó a Elías Gallegos Muro, al mando del Cuartel de Santocildes y comandante militar de la Plaza, para que lo destituyese “por fascista”, este se negó a hacerlo.

Serapio Marchante, ya capitán al mando del cuartel de Chelva (Valencia), sería en 1949 uno de los varios oficiales de la Guardia Civil sometidos a consejo de guerra “por incumplimiento de misiones encomendadas en la lucha contra los guerrilleros”, en su caso de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón (AGLA).

Tiroteados en Astorga

Después de detenerse en la astorgana Estación del Oeste para cargar agua en la locomotora, fue tiroteado a su paso el convoy ferroviario desde las ventanas de algunos domicilios particulares. Los leales que viajan en sus vagones no pudieron retroceder a su tierra desandando el mismo camino que antes hicieron por León, pues conocen en Astorga que también la capital se ha sublevado, lo que explica -seguramente junto con la urgencia del regreso- el itinerario que siguen desde aquí.

Retirados de la ciudad episcopal los últimos milicianos camino de El Bierzo, los responsables militares declararon poco después el estado de guerra siguiendo las indicaciones y consignas llegadas desde León. Y constataron entonces los mineros, que desde el inicio de su recorrido se habían planteado el dilema de desarmar o no a las fuerzas que iban dejando a sus espaldas, el error táctico de haber optado por la segunda opción. Sufrirían en el duro viaje de retorno las nocivas consecuencias de su yerro, y el hostigamiento de los proclives a la sedición.

En el retroceso hacia su tierra debieron de hacer alto los asturianos en algunos de los pueblos del municipio de Villagatón (Requejo, Brañuelas, Corús, Villar, Ucedo), en los que aconsejaron a varios de sus muchachos en edad militar que no se incorporasen a filas cuando fueran llamados sus reemplazos, “pues la victoria sería de los rojos”. Así lo declaraban nueve de ellos, apresados por prófugos en febrero de 1937. Sería también seguramente en aquellos primeros días del alzamiento, y después del paso hacia Ponferrada del tren especial de los mineros, cuando fue volado el puente del ferrocarril de Valbuena de la Encomienda y cortada en Brañuelas la línea telegráfica, interrumpiendo el tráfico ferroviario con Galicia durante más de una semana.

Los expedicionarios en Ponferrada

Temprano el lunes 20 de julio, en la ponferradina Plaza de Lazúrtegui conversaba el alcalde Juan García Arias con un comandante de Caballería. Se trataba de Juan Ayza Borgoñós, al mando de una columna motorizada de la que formaban parte él, un teniente de Asalto -Francisco Lluch Urbano-, cuatro guardias del mismo Cuerpo e innumerables automóviles ocupados por civiles, unos con armas y otros sin ellas.

Eran los primeros de la expedición minera asturiana que desde Benavente se habían adelantado apresurándose a regresar a su tierra, y protestaban los militares al regidor porque, por impedirlo él, sus fuerzas no habían tomado ya por asalto el cuartel de la Guardia Civil, situado situado a la altura del número 16 en la actual Avenida de España. El alcalde imponía su autoridad para que aquellos desistieran de su empeño, cesando en su actitud y emprendiendo la marcha por la carretera de Asturias.

El joven Ángel Murciego González, sumado en León a los asturianos, diría que cuando aquella madrugadora columna de camiones –unos 20, cargados de mineros, señala otro testigo– en la que él viajaba llegó a Ponferrada aún no se había iniciado el tiroteo. El teniente de Asalto, después de hablar con fuerzas de la Guardia Civil a la puerta de su cuartel, ordenó a los milicianos volver a los vehículos y partir hacia Villablino y Leitariegos camino de Oviedo, organizándose luego en Sotondrio grupos de combatientes -en los que se incluyó- para atacar la capital de Asturias.

Al amanecer del mismo día 20 de julio, entre las seis y las siete, y de camino a Ponferrada pasaron por Bembibre unos 20 o 30 automóviles repletos de asturianos. Conformaban la referida avanzadilla de coches y camiones partida de Benavente con presteza. Estaban armados de fusiles, y pretendieron llevarse consigo las existencias de comestibles, cosa que evitaron los dirigentes rojos de la villa. Pero no pudieron impedir que un grupo numeroso de expedicionarios visitaran en el depósito municipal a los detenidos de derechas que allí se encontraban desde la pasada noche, insultándolos y amenazándolos con matarlos a su regreso de Ponferrada. Así lo afirmó en noviembre de 1936 el alcalde impuesto por los golpistas.

Sobre las once de la mañana de aquel día habría avisado el gobernador civil al alcalde ponferradino de que numerosos mineros se dirigían hacia aquella ciudad en tren para seguir viaje por el mismo medio a Villablino, desde donde, en camiones, se internarían en Asturias.

Próxima entrega: 27 de abril

José Cabañas González es autor del libro Cuando se rompió el mundo. El asalto a la República en la provincia de León. Con una Primera Parte: El Golpe de julio de 2022, y la Segunda Parte: La Guerra, de junio de 2023, ambas publicadas en Ediciones del Lobo Sapiens. Esta es su página web

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