Los 1.000 muertos del Aljarafe y la huella del terror franquista en una Sevilla sin guerra

La excavación arqueológica en Espartinas (Sevilla) suma cuatro víctimas rescatadas de la tierra en una provincia con más de 13.000 asesinados por los golpistas.

Archivo. El equipo arqueológico exhuma la primera víctima en Espartinas (Sevilla).
Explicación a pie de fosa de la búsqueda de desaparecidos.  Juan Miguel Baquero.

“Aunque no te conocí, sé que hubieras sido el mejor abuelo”. Una mano temblorosa firma el mensaje en una suerte de libro de memorias expuesto en la jornada de puertas abiertas de la excavación arqueológica en el cementerio de Espartinas (Sevilla). Los trabajos ya han recuperado cuatro víctimas del franquismo de unos 40 ejecutados en el pueblo. Apenas un apunte de los 1.000 muertos que los golpistas anotaron en el ensangrentado cuaderno de una comarca sin guerra, el Aljarafe.

“La represión se desarrolla en toda la provincia” con zonas convertidas en “un matadero” como “el camino de la antigua venta del río Pudio” cercano al municipio espartinero, cuenta a Público el historiador José María García Márquez. El autor registra más de 13.000 víctimas en Sevilla y “990 y tantos casos documentados hasta ahora” en suelo aljarafeño. El sur usado como “una punta de lanza de la pedagogía del terror que ejecutó el fascismo”. Las cifras de la matanza fundacional de la dictadura de Francisco Franco indican que en la región andaluza hay más civiles asesinados –sin juicio ni sentencia– que en Argentina y Chile juntas. Así lo rubrican el Mapa de Fosas oficial y el proyecto Cartografía de la Desaparición Forzada en Andalucía: al menos 49.737 víctimas en 900 fosas comunes. Los asesinatos de “rojos”, violaciones a mujeres y saqueo a los vencidos fueron una constante en la tierra de la muerte promovida por el genocida Gonzalo Queipo de Llano.

Si no hay “violencia izquierdista en ninguno de los 30 pueblos del Aljarafe”, ni guerra en Sevilla, “parece mentira que se pueda asesinar a 1.000 personas”, cuestiona García Márquez. “Pero tiene una clara explicación”, avanza el historiador: los golpistas “van a desmontar no solo los movimientos sindicales y políticos del Frente Popular, sino también las instituciones de la República” y aplican una acería “minuciosa y sistemática”.

“El Aljarafe tiene un intercambio” de víctimas, con personas acarreadas en camiones de un pueblo a otro, matadas a tiros en las tapias y caminos y cadáveres sepultados en terruños vecinos. La matanza “muy selectiva” baña la mayoría de municipios “con excepción de Bollullos de la Mitación o Coria del Río, donde sí fue más masiva porque los movimientos sindicales eran más fuertes”, manifiesta. El terror, arma de guerra fascista, como muestra “que mataron a la mayoría de los alcaldes” de la zona y en localidades como Espartinas y otras, con pocos habitantes, “bastaba con matar a diez o quince porque así se eliminaba todo”.

De aquellos crímenes contra la humanidad perpetrados por los golpistas también da fe el cementerio de San Fernando. “En los tres cuerpos que estamos excavando ahora vemos presencia de fracturas en cráneo, brazos, piernas… y hemos localizado balística”, explica la arqueóloga Elena Vera. “Hay evidencias claras de muerte violenta”, subraya. El Ayuntamiento realiza los trabajos actuales a través de una ayuda del Ministerio de Política Territorial y Memoria Democrática del Gobierno de España y una fase inicial de localización sufragada por la Junta de Andalucía.

Según el Ministerio de Justicia, existen más de 2.500 fosas en España y más de 120.000 víctimas

“Verdad, justicia y reparación, hoy estamos más cerca”, en palabras de la alcaldesa de Espartinas, Cristina Los Arcos (PSOE), durante la jornada de puertas abiertas que ha contado con la presencia de representantes públicos de la comarca, además de familiares de víctimas y asociaciones de Memoria Histórica. “Se sabía que estaban estas fosas y no se había hecho nada para darles luz, vamos a seguir trabajando para que los familiares tengan un sitio donde poner unas flores y se conozca toda la verdad”, ha continuado.

“Y terminaremos con el enterramiento digno de las personas que encontremos aquí y que dieron su vida por la democracia”, sostiene el concejal de Memoria Democrática, José María Calado (IU), ante el avance en la intervención. “A los familiares nos hemos dirigido para recoger datos, ellos son los verdaderos protagonistas, y vamos a organizar una jornada de toma de muestras de ADN que concuerden, o no, con los cadáveres que saquemos de aquí”, prosigue.

“La Memoria es sinónimo de convivencia y de paz. Tenemos que construir futuro en torno a la Memoria”, según el diputado del Área de Cultura y Ciudadanía de la Diputación de Sevilla, Casimiro Fernández. “Proyectos como este son importantes”, ha reiterado, “más en un momento donde vemos cómo se derogan leyes o se abandona y deja morir este trabajo que tanto ha costado”. El ente provincial “está trabajando desde el pasado año en la creación de una Oficina de Memoria Democrática”, afirma.

Buscan a las familias

Espartinas busca también a las familias de las víctimas. Desde el arranque de los trabajos en la tierra del camposanto espartinero ya han aparecido descendientes de varios de los desaparecidos. Pero todavía quedan, según el Consistorio. Las muestras genéticas, llegado el momento, tendrán la opción de confirmar la identidad de algunos de los esqueletos recuperados con los análisis de la Universidad de Granada.

El valor de la tarea de búsqueda tiene, no pocas veces, elementos sorprendentes. Es el caso de Antonio Racero Reinoso, de Huévar del Aljarafe y cuya fecha de asesinato señala el 3 de agosto de 1936. Sus restos óseos constaban como enterrados en otra fosa común abierta hace años e inhumados luego de forma colectiva y digna en su localidad natal. O eso es lo que pensaba su familia. Ahora el trabajo en Espartinas cambia el relato.

“Mi abuelo decían que estaba en Sanlúcar la Mayor, que los sacaron y están enterrados todos juntos, y vengo a enterarme de que no, que posiblemente está aquí”, señala Josefa Racero en conversación con este periódico a pocos metros de las fosas donde continúa trabajando el equipo arqueológico. “Ayer pasé un día muy malo, pero al menos mi padre murió creyendo que su padre estaba ya enterrado dignamente”, lamenta.

“Mi abuela, María Martínez, tenía 31 años cuando fusilaron al marido y mi padre, Manuel, se quedó con dos años y meses”, narra Antonio, también nieto de Racero. La familia espera que este giro de guion en la historia los reúna de manera póstuma: “Si diéramos con mi abuelo, querríamos enterrarlo con ellos, juntos”, afirma.

La memoria, al cabo, como herencia. “Antes, cuando en las familias no se hablaba es porque no querían que supieras para que no te fueran a hacer nada”, entiende Antonio. “Y él unos meses antes de fusilarlo se alistó al partido, no sé si socialista o comunista”, amplía. “Además la historia de que los republicanos querían quemar las iglesias es incierta”, defiende su hermana Josefa. “En mi pueblo hay una devoción muy grande a la virgen y mi abuelo era de ella, y siempre decía que nadie la tocaba”, dice. Antonio Racero tenía fervor por la Virgen de la Sangre.

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