Los internados del miedo. ACTUALIZADO. Los abusos a menores en los internados franquistas: de la tortura a la explotación laboral

“Es el Estado el que debería estar ofreciendo reparación, no los periodistas”, sostienen Montserrat Armengou y Ricard Belis, autores de ‘Los internados del miedo’, una investigación que amplía el documental homónimo emitido en TV3.

No se puede decir que los periodistas Montserrat Armengou y Ricard Belis comenzaran la larga investigación que dio lugar a Los internados del miedo (Now Books) por casualidad. Al menos, no del todo. Llevan muchos años documentando historias sobre la memoria de la dictadura. Por eso, cuando una de las víctimas de estos centros de internamiento para niños y niñas de familias desestructuradas acudió a ellos para contar su historia, se cumplía una triste constante en nuestro país: como el Estado no se ocupa del reconocimiento, amparo y reparación de las personas que sufrieron abusos durante el franquismo, son los periodistas quienes acaban siendo la válvula de escape. Este libro es una suerte de making of del documental homónimo que emitió la cadena catalana autonómica TV3 en 2015.

¿De dónde surgió la idea de hacer una investigación como ésta?

MONTSERRAT: Ricard y yo hace décadas ya que estamos con temas de memoria histórica y de investigación de los crímenes del franquismo. Supongo que esto ha hecho que personas que han sufrido algún tipo de vejación por parte de la dictadura, piensan que es un sitio al cual pueden acudir. En esta ocasión Cándido Canales, una persona que un día nos llamó explicando una historia que primero nos pareció muy rara. Que había tenido que pasar por varios tratamientos y que ahora estaba aprendiendo a bailar para sacar a su hija el día de la boda. Y decías: bueno, ¿y esto a qué viene? Hasta que nos reveló que ese hecho para él era como subir al Himalaya, porque después de su paso por los internados, ha querido pasar como invisible. Y ese enfrentarse a toda la gente era para él afrontar una exposición pública que para él era muy dura. Comenzó a explicarnos lo que había vivido en el colegio San Fernando y a partir de ahí, tiramos del hilo. En la investigación nos fuimos dando cuenta de que los abusos que se cometieron en los internados era muy amplios. No sólo eran abusos sexuales, malos tratos físicos y psíquicos, sino también explotación laboral, prácticas médicas muy dudosas… Esos malos tratos no pasaron en todos los centros, pero pasaron en muchos, en toda España y durante un periodo de tiempo muy amplio, desde los años 40 hasta bien entrada la democracia, en los 80.

Lo que determina que estos abusos fueran sistémicos, ¿fue más una orden del régimen o resultado de la impunidad?

RICARD: Bueno, durante nuestra investigación no hemos encontrado ningún documento que diga que hay una directriz del tipo “Se va a maltratar a los hijos de madres solteras o de los rojos”. Hemos entrevistado a más de 200 personas, aunque en el libro salen una quincena de historias. Te das cuenta de que se han producido un gran número de maltratos en diferentes sitios, que gente que no se conoce entre sí te cuenta las mismas historias. Castigos muy elaborados que son iguales en Madrid que en Barcelona: hacer comer los vómitos, coger a un niño por las orejas y elevarlo y pegarle con las dos manos. Te das cuenta de que era una cosa generalizada. La mayoría de curas, monjas y cuidadores no practicaba malos tratos, pero sí que su silencio permitía que eso ocurriera con demasiada frecuencia.

M: Por acción o por omisión. Eran niños muy vulnerables los que iban a parar a estos centros: niños de familias con muchas necesidades, pobres, con familias desestructuradas… Muchos de ellos eran ya de entrada víctimas del franquismo, porque la pobreza en la que había quedado España después de la guerra, la situación de desestructuración de muchas familias cuando el padre ha sido fusilado o está en la cárcel, propicia muchas situaciones de pobreza donde estos niños pasan toda su vida internados. No hay contacto con la familia, se les revisan las cartas, etc.

Aunque no haya directrices del régimen en estos abusos, ¿se les puede considerar víctimas del franquismo de pleno derecho? ¿Se está luchando por ese reconocimiento?

M: Unos sí se consideran víctimas del franquismo y otros no. Lo que todos tienen claro es el periodo en el que sucedió, aunque hay casos de abusos durante la democracia todavía. Si nosotros les consideramos víctimas del franquismo es porque el Estado era el responsable último de estos niños, tenía su tutela. Otra cosa es que luego el Estado delegara esto en instituciones religiosas. Pero la responsabilidad final era suya.

¿Eran todo centros religiosos?

R: No. Todos dependían del Estado, pero éste externalizaba, por usar un concepto actual, a órdenes religiosas a esos niños. Por ejemplo los llamados centros de auxilio social.

¿Y ahí también había abusos?

M: Sí, muy parecidos. De hecho reflejamos en el libro un testimonio que sucede en uno de estos centros. Algunos de los casos de extrañas operaciones médicas se dan en centros de auxilio social. Puedes encontrar centros del Estado o religiosos donde no sucedió nada, y todo fue correcto según los cánones de la época, de la dureza propia de un internado.

R: Estaba permitida cierta violencia, o más bien era normal. La letra con sangre entra. Pero lo que explicamos en esta investigación no es el cachete o incluso la paliza que un padre podía dar a su hijo en un momento determinado, sino que recogemos historias de auténticas torturas, castigos rebuscados, crueles, una humillación permanente. En muchos casos a los niños, hoy hombres y mujeres, lo que más les ha quedado es el sentimiento de humillación. El dolor físico pasa y se cura. Muchas veces esos castigos se infligían delante del resto de los niños para su escarnio.

M: O implicaban a niños para que insultaran y humillaran, por ejemplo al niño que se había meado y al que le hacían desfilar con la sábana mojada.

R: En la presentación que hicimos en Madrid, que fue muy emocionante, uno de los protagonistas del libro, a raíz de explicar su testimonio, se ha ido recuperando. Nunca había hablado. Allí en la presentación explicó otra historia de este tipo que nunca había contado y que le ha venido a la cabeza a lo largo del tiempo. A él de niño se le escapaba el pipí por la noche. Entonces, había una ceremonia toda la mañana, en la que pasaba el cura con el bastón en la mano o con cinturones entrelazados para dar al que tenía la sábana mojada. Además, se acordó de que había otra ceremonia que se llamaba “la mesa alemana”, en la que hacían que cuatro niños cogieran, estirado sobre una mesa, a otro niño atado, para que el cura pegara a placer. Implicaban a los niños. El sentimiento de humillación permanece, más que el dolor de los golpes.

¿Es difícil para ellos enfrentarse a la memoria?

R: Una de las causas del trauma es el silencio casi forzado al que les ha sometido el Estado español. No ha habido ningún foro donde ellos pudieran ir a denunciar lo que les había pasado. Al contrario, se han encontrado un muro de silencio, un Estado que nunca ha reconocido los crímenes del franquismo y que por tanto sigue siendo una humillación. Por eso investigaciones como ésta son válvulas de escape donde pueden sacarlo. Es nada, un pequeño grano de arena, un inicio de reparación. Es el Estado el que debería estar ofreciendo reparación, no los periodistas. Está incumpliendo claramente sus deberes.

M: Algunos internados están también hoy en la querella argentina contra los crímenes del franquismo, porque no han encontrado ni por el Estado ni por la vía judicial la manera de que les hagan caso.

¿Han sufrido a lo largo de la investigación algún tipo de presión?

M: No, la verdad es que no. Nos hemos encontrado con algunas puertas cerradas. De los buenos y de los malos, para entendernos, porque hay gente a la que tenemos que agradecer la valentía y la honestidad de estos testimonios. Por parte de estamentos, con la Iglesia católica intentamos una serie de entrevistas con los más altos niveles y fuimos bajando. También tengo que decir que la vicaría de Barcelona, que es la que lleva aquí el tribunal eclesiástico, no solamente nos recibió sino que hizo un acto de reparación, porque dos de las víctimas continuaban siendo creyentes. Para ellos fue muy reconfortante que un representante de la iglesia les recibiera y reconociera que esos hechos pasaron y el daño que se les había causado. Si estas pequeñas cosas pueden hacer este bien, ¿qué no podría hacer la acción del Estado en la línea de lo que está exigiendo la ONU?

¿Han tenido problemas a la hora de emitir el documental en otras partes de España?

R: Bueno, directamente no se ha emitido (ríe), pero tampoco podemos saber muy bien por qué. Primero, documentales de este tipo en prime time en España, no hay espacio. Aparte de TV3 no hay ninguna cadena… Es muy raro que documentales producidos en TV3 acaben viéndose en otras partes del Estado, pasa muy pocas veces. No sé si porque hay testimonios en catalán, no todos. El documental que hicimos de Los niños perdidos del franquismo, en 2002, se emitió con un brutal éxito aquí en Cataluña y tuvo una circulación muy grande a nivel mundial. Se dio la circunstancia de que se emitió en la cadena pública francesa antes que en el resto de España. El mismo diario Le Monde se preguntaba cómo podía ser.

M: Hoy en día no hay un señor con un lápiz rojo, la censura es mucho más sibilina. Con lo que quieren y no quieren las cadenas es lo mismo. ¿Te puedo decir que haya alguna cadena que haya dicho que no quieren este documental? No, pero está claro que muchas cadenas públicas autonómicas sabemos en manos de quién están y que no les interesan estos temas. Luego, legítimamente, otras cadenas que están trabajando el tema, como La Sexta, lo abordan de otra manera. Cada uno tiene su estilo. Pero claramente en las cadenas comerciales y públicas no hay interés en los temas del franquismo. Hemos atendido mil veces más a canales internacionales que de aquí.

En el libro se recogen también los trabajos precarios de internos para empresas como El Corte Inglés. ¿En qué consistían?

M: En muchos centros se fomentaba el trabajo de los niños en un principio con una buena intención, la de enseñarles un oficio, como tejer, imprimir, etc. Además se buscaba una salida comercial a eso porque ayudaba al mantenimiento de la propia institución. Hasta ahí nada que decir. ¿Qué ocurre? Que las empresas que solicitaban los servicios de estos lugares podían tener sospechas, por lo barato que era todo, de que muy bien pagado no estaba. Es un poco como lo que nos encontramos hoy en día cuando vamos a comprar la ropa en Zara y decimos “uy, qué barata que es”, y luego sabemos en qué condiciones y qué sueldo se está pagando en todo el mundo. Pero es cierto que las empresas, como El Corte Inglés, Galerías Preciados, Pinaud, Iberia… pagaban. Piensa que El Corte Inglés, igual que hoy, tenía contratos para ropa del ejército, para la seguridad social… Entonces ellos hacían sus encargos: tantas toallas, tantas sábanas, y los contrataban a estos lugares, evidentemente porque les salía mucho más a cuenta que si lo hubieran encargado a un taller civil. Ahí ya podían haber sospechado. Pero también es verdad que se añadía la pátina de que encima hacían una obra de caridad. Otra cosa muy distinta es lo que hacía luego cada centro religioso. Unos pagaban regular, otros mal, otros nada.

Las órdenes religiosas lo administraban todo.

M: Claro, yo soy El Corte Inglés, te encargo toallas y yo soy las Hermanas del no se qué, y o bien pago a las niñas, o no, o les pago peor. Lo que sí hemos comprobado es que en muchos centros no se pagó jamás nada y aún menos se cotizaba a la seguridad social.

Te quitas del medio sindicato y cualquier tipo de derechos laborales.

R: No tenían ningún contrato esas niñas.

M: Tenemos casos como el de Isabel Perales, que entra a un centro de estos sin leer y escribir, con 14 años, y sale con 20 sin leer y escribir. Eso sí, con las manos destrozadas de lavar sábanas, manteles de los restaurantes de Bilbao…

Eran menores de edad.

M: Lo eran todas, porque la mayoría de edad en aquellos años para las mujeres estaba en 25, y para los chicos sobre los 21. Siempre hablamos de menores de edad. Estos centros estaban pensados precisamente para los niños y adolescentes.

R: El trabajo esclavo se daba también en chicos, pero en una forma distinta. Por ejemplo, el caso de los que se enviaban o se vendían para cuidar ganado en las montañas de León. En el colegio de San Fernando era una práctica habitual. Los niños de madres solteras o sin padres, que no tenían referencia potente familiar fuera, se vendían a propietarios de la provincia de León, y se tenían a los niños meses en los montes cuidando a las vacas. A cambio de nada.

Sólo techo y comida.

R: Sí, bueno, el techo de una barraca y le subían comida cada cuatro días. Por ejemplo también se dio aquí en Cataluña el caso de niños de los hogares Mundet que los mandaban a los hoteles de botones, en la Costa Brava, sin remuneración.

¿Esas empresas han rendido cuentas de alguna manera? ¿Les ha hecho caso El Corte Inglés a la hora de intentar hablar con ellos?

M: No, no nos ha hecho mucho caso. Hemos pedido investigar y dicen que no tienen archivos. A ver, muy contentos no tienen que estar, y más cuando confrontas testimonios tan duros de niñas que se pasan el día cosiendo, cosiendo y cosiendo y no ven ni un duro ni cotizan a la seguridad social. A pesar de eso, insisto: la responsabilidad última era del centro. ¿Que ellos podían sospechar más o menos? Si lo encargaban en estos sitios era porque les salía más a cuenta que en un taller normal y corriente. Pero la responsabilidad era del centro.

Los abusos a menores en los internados franquistas: de la tortura a la explotación laboral

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Abusos sexuales, malos tratos y explotación: Los internados de la dictadura y el posfranquismo.

Los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis publican la obra ‘Los internados del miedo’, una investigación aterradora que destapa el calvario que sufrieron miles de niños en los internados religiosos y del Estado durante el franquismo y parte de la democracia

Un día vio como un cura abusó sexualmente de un menor y tiempo después le toco a él

Dolores relata como el cura que le preparaba para su primera comunión, tras decirle que él tenía línea directa con Dios, le puso el pene en la boca

El Patronato de la Mujer se extendió hasta 1983 como un brazo controlador de la moral que se pretendía para las mujeres.

 ALEJANDRO TORRÚZ /PÚBLICO · 10 JUNIO, 2016

La dictadura de Franco comenzó trabajar en el adoctrinamiento de los más pequeños desde el minuto uno. Incluso durante la Guerra Civil. En plena campaña bélica, el gobierno franquista de Burgos restituyó a Ramón Albó como responsable de la Obra de Protección de Menores y, a partir de este momento, la beneficencia sería entendida como una ocasión inmejorable para adoctrinar y reeducar a los niños, sobre todo, si eran hijos de rojos e inculcarles los nuevos valores patrióticos, religiosos y familiares.

La dictadura dispuso de una amplia red de centros destinados a los más pequeños que se prolongó durante todo el franquismo y parte de la democracia. En su interior se adoctrinaba a hijos de madres solteras, de mujeres separadas a las que se les quitaba la custodia de sus hijos, niños que tenían a sus padres en la cárcel, hijos de chicas embarazadas… La dictadura, con sus imposiciones nacionalcatólicas había creado sus propias víctimas y luego les ofrecía beneficencia a cambio de adoctrinamiento, caridad a cambio de propaganda.

Los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis, trabajadores de TV3, recuperan en la obra Los internados del miedo, basada en el documental del mismo que se emitió en la televisión catalana y que se ha presentado esta semana, escalofriantes testimonios de las víctimas de estos centros que cuentan con pelos y señales las torturas que les hicieron pasar.

La vida de estas personas ha sido borrada de la historia del país. Desaparecieron sus historiales clínicos, se manipularon expedientes académicos, sufrieron experimentos médicos… y nadie les ha pedido perdón. Ni el Estado, ni la Iglesia católica, que, en cualquier caso, no hizo lo suficiente para evitar los casos de pederastia que se iban sucediendo. Tampoco por las palizas. Este es un resumen de una de las tragedias más desconocidas y desagradables de la dictadura franquista. Un relato de horror, miedo y dolor.

Los hogares Mundet

El 14 de octubre de 1957 el dictador Francisco Franco inaugura oficialmente los hogares Mundet, en Barcelona, junto a las principales autoridades eclesiásticas y civiles. La nueva obra constaba de siete edificios, uno para los niños, otro para las niñas y un tercero dedicado a una residencia de ancianos. Había un teatro con capacidad para 1.200 personas, una iglesia con capacidad para 1.700  y varios pabellones industriales para formar profesionalmente a los alumnos. La educación fue cedida a las monjas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y la de los niños a los Padres Salesianos.

Los Hogares Mundet funcionaron durante casi 30 años y por sus instalaciones pasaron miles de niños y niñas. Muchos exalumnos tienen un buen recuerdo de su paso por los Hogares, pero también hay un gran número de exalumnos que relatan castigos y crueldades escalofriantes que causaron traumas que los niños arrastraron hasta la edad adulta. Los casos más graves se registraron en el centro psicopedagógico que acogía a los niños con enfermedades mentales y que también terminaron acogiendo a niños que eran ‘demasiado conflictivos’.

Un ejemplo de las barbaridades que sucedieron en los Hogares Mundet lo proporciona el testimonio de Joan Sisa, que nació en 1957 e internó diez años después, tras pasar por dos internados, después de que su padre abandonara a su madre con cuatro hijos y las autoridades franquistas decidieran que como madre soltera no era apta para educar a los pequeños.

Dormitorio de Los hogares Mundet

Joan Sisa recuerda en la obra las intensas clases de Formación del Espíritu Nacional donde le inculcaban “el espíritu fascista del régimen”. “Había represalias fuertes si se te escapaba una palabra en catalán: te lavaban la boca con jabón, te pegaban, te dejaban sin merienda, o lo que aún dolía más, te impedían ver a tu madre en la siguiente visita”, recuerda Joan, que dice que la violencia de los curas era “arbitraria e inapelable”.

No obstante, el peor recuerdo de este hombre va más allá de la violencia física. Un día vio como un cura abusó sexualmente de un menor y tiempo después le toco a él: “Mientras estaba de pie en el pasillo [castigado sin poder dormir] el cura vino y empezó a decirme, con una voz sospechosamente dulce, que no lo tenía que hacer más, y al mismo tiempo me iba acariciando. Se metía la mano en la sotana, acariciándose las partes, y con la otra me tocaba, y mientras me decía que no tenía que decir nada. (…) Al día siguiente, este mismo señor, me acordaré toda la vida, a las ocho de la mañana estaba dando misa”.

Los preventorios antituberculosos

A partir del 1940 el Servicio de Colonias Preventoriales, dependiente del Patronato Antituberculoso, comienza a organizar estancias de tres meses para niños y niñas de 7 a 12 años en algunos centros de toda la geografía estatal. Formaba parte del plan de lucha contra la tuberculosis, pero la realidad es que los preventorios terminaron siendo un contenedor de situaciones muy diversas, especialmente para las familias sin recursos que, a pesar de no tener ningún enfermo de tuberculosis, veían en aquellos centros la única manera de garantizar un plato en la mesa para sus hijos o unas vacaciones. Los testimonios relatan que en estos centros los maltratos físicos, psíquicos y los abusos sexuales eran habituales.

Hay denuncias de cientos de personas de centros diferentes, que no se conocen entre sí, y que hablan de un régimen de terror. Algunos de estos relatos son recogidos en la obra Los internados del miedo. Es el caso de Maribel Lázaro, que denunció que la ataron a un árbol y le obligaban a dar vueltas como si fuera un perro. Las gemelas Pilar y María Ascensión Vargas y los diez segundos contados que tenían para hacer sus necesidades. María José Contreras, que recuerda el horror de las duchas frías y cómo a una niña que no se lavaba bien la pusieron en una bañera con agua helada hasta que la sacaron azul.

Preventorio de Guadarrama

O el testimonio de Celia Toro y la violencia con que la tiraban al suelo para que se comiera lo que había vomitado. El de Charo González, que recuerda el día en el que las cuidadoras clavaron el tacón de un zapato en la cabeza de una niña. O el de Francisca Quel, que literalmente se cagaba de miedo cuando veía a la señorita Adriana, que le decía que un día le arrancaría los ojos y los estamparía contra la pared de un tortazo o el deMaribel Paz, que perdió el habla durante tiempo después de haber sufrido la humillación de que la pusieran en un corro y todas las demás niñas fueran obligadas a pegarle y gritarle: “¡Meona, meona!”.

El relato más terrible, si es que se puede elegir uno, es el que aporta Dolores Zamorano, que fue víctima de pederastia en el preventorio de Guadarrama. Su abuela pagó ocho mil pesetas de 1965 para que ella y su hermana pudieran pasar una temporada en la montaña. Sufrió vejaciones, malos tratos, le pusieron vacunas desconocidas hasta el día de hoy, pero lo peor estaba por llegar. Dolores relata como el cura que le preparaba para su primera comunión, tras decirle que él tenía línea directa con Dios, le puso el pene en la boca hasta que sintió que se le empezaba “a escurrir una cosa asquerosa”. Entre tanto, la “toqueteó″ y le obligó a “dar la espalda” al sacerdote para que por detrás “hiciera todo lo que quisiera”.

La ciudad internado de San Fernando y la venta de José Sobrino

El colegio madrileño de San Fernando tiene muchas similitudes con los Hogares Mundet de Barcelona: ambas instituciones son de la Diputación Provincial y su gestión estuvo cedida a la orden de los Salesianos y a las monjas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Los salesianos entraron en 1947, mientras que las monjas se encargaban de los más pequeños desde poco después del final de la Guerra Civil.

Las opiniones de los exalumnos sobre la bondad o no del internado son diversas, pero en el caso de este internado hay dos épocas diferenciadas: antes y después de 1968. En marzo de ese año, el diario Pueblo publicó un reportaje en el que se denunciaban los maltratos que sufrían algunos niños. Se consiguió cambiar al director y a muchos de los sacerdotes responsables de los abusos, algo inédito durante la dictadura.

La obra de Montse Armengou y Ricard Belis recupera el testimonio de José Sobrino, un niño de una sirvienta que quedó embarazada por el señorito de la casa y que fue abandonado para no “manchar el honor de la familia”. Sobrino fue enviado con ocho años al internado de San Fernando. Allí estuvo cinco años. Hasta los 13. José relata malos tratos, golpes, días sin comer… y abusos sexuales: “Lo intentaban principalmente con los que no teníamos padres, porque estábamos indefensos. Recuerdo que los domingos nos ponían una película y algunos sacerdotes se sentaban junto a los alumnos que les hacían más gracia y les tocaban durante toda la proyección. Esto lo he visto con mis propios ojos”.

Cuando José cumplió los trece años fue llamado por la dirección. Le dijeron que un hombre le había adoptado y que se iba a vivir a León. Desde la puerta del despacho escuchó como el director del centro, don Fernando Bello, acordaba su venta del menor por 100.000 pesetas más 11.000 pesetas de propina. “‘¡Fui vendido como esclavo!”, exclama José, que recuerda que le dejaron cuatro meses solo en una choza de pastor en lo alto de una montaña, donde le subían comida cada cuatro o cinco días.

José se pasó de los 13 a los 16 años repitiendo cada año la misma rutina: de junio a octubre en las montañas, solo con las vacas, y de noviembre a mayo en el pueblo, en casa de un matrimonio de trabajadores de su dueño. Era un esclavo. En la España de los 60 había niños vendidos por sacerdotes trabajando como esclavos. José consiguió salir de la esclavitud tras encontrar que su dueño tenía un amante y amenazarle con contar todo a su mujer. Tenía 17 años. En su expediente académico de la Comunidad de Madrid aparece reflejado que estuvo estudiando en San Fernando hasta los 18 años. Según su versión, es mentira.

El Auxilio Social y la historia de Anna Huelves

El Auxilio Social nació en 1936, en plena Guerra Civil, inspirado en el Winterhilfe de la Alemania nazi. Comenzó como una red de comedores de invierno de emergencia y terminará siendo uno de los instrumentos de adoctrinamiento más poderosos que tuvo el franquismo. Sobre todo, para los hijos de los republicanos. En 1940, con 233.000 presos políticos pendientes de ejecución o con largas condenas, la niñez más desvalida era la que habían creado el mismo Estado fascista y su represión. Las cárceles estaban llenas de adultos y los internados, de niños. La única salida para muchos era la caridad a cambio de adoctrinamiento que ofrecía la beneficencia del Estado. El último eslabón de la represión.

Armengou y Belis recuperan el caso de Anna Huelves, que nació llamándose Antonio y que fue internada en un centro de Auxilio Social en 1954. Cuando cumplió nueve años fue trasladado al Hogar Juvenil San Jaime, en la avenida de Vallvidrera de Barcelona. Allí conoció al padre Vilarasa. El testimonio es aterrador: “Nosotros llevábamos unos pantalocitos cortos y mientras nos hablaba nos iba metiendo la mano por debajo de la pernera. A fuerza de irnos tocando hizo su elección particular. A un chico que se llamaba Gálvez y a mí siempre nos dejaba para el final de todo y decía que es que teníamos muchos pecados. (…) Cuando me tocaba me decía: ‘Tú esto no tienes que hacerlo porque Dios no quiere que lo hagas. Yo te lo hago para que entiendas que ni tú ni nadie te lo tiene que hacer’. Pero él tocaba y tocaba cada vez más”.

“También le tuve que hacer felaciones -prosigue-. Se levantaba la sotana, se bajaba los pantalones y me cogía la cabeza. Yo al final tenía que abrir la boca de tanto como me aplastaba contra su miembro y entonces me guiaba la cabeza (…) Un día decidió ir a más. Me puso de espaldas a él, me puso saliva e intentó penetrarme, pero no podía, probablemente por la edad y el alcohol. Su miembro chocaba contra mí, él lo seguía intentando, no paraba de ponerme saliva. Yo empecé a sentir algo caliente que me caía entre las piernas. De repente me separa, enciende la luz y veo que estoy sangrando“, relata Anna en la obra.

Los traumas provocados a Antonio aún permanecen. Intentó quitarse la vida varias veces. Ahora, tras una vida de infortunios, ha encontrado su verdadera identidad bajo el nombre de Anna. Vive con su exmujer y madre de su hijo, con quien mantiene una buena amistad. Reclama que el Estado le pida perdón por la vida de miseria y atrocidades que le hicieron pasar.

Los psiquiatricos: un paso más en la represión

La crueldad a la que fueron sometidos miles de niños en estos supuestos centros de protección al menor tiene un paso más: los psiquiátricos. A estos centros se enviaba a los niños que no se sometían a la disciplina y a la moral que desde la dictadura se quería imponer. Poco después del final de la Guerra Civil, el Grupo Benéfico, un centro dependiente de Protección de Menores, ya empieza a realizar dos fichas para cada menor: la de antecedentes, en la que se estudia el entorno familiar de la criatura, y la médico-antropométrica, que elaboraba un médico después de realizar unos exámenes mentales de dudoso rigor científico. Según los resultados de estos exámenes, las autoridades franquistas decidían a qué centro enviar a cada pequeño.

Una actitud prolongada de rebeldía podía significar el ingreso en un hospital psiquiátrico durante años. Cuando las instituciones no podían doblegar a una de las criaturas, la solución era hacer desaparecer el problema y esconder al menor en estas instituciones, donde si no se estaba loco, había muchas posibilidades de perder el juicio. Allí se utilizaban técnicas psiquiátricas del momento como herramienta de represión: electrochoques, camisas de fuerza, aislamiento, calmantes…

Armengou y Belis recuperan la historia de Júlia y Quimeta, dos niñas que sobrevivieron a nueve y quince años de internamiento en el psiquiátrico de Sant Boi, respectivamente. Otras muchas no lograron salir nunca. Las dos mujeres relatan con pelos y señales las descargas eléctricas que sufrían como castigo por desobedecer órdenes de las monjas o por contestar de manera incorrecta; los castigos en celdas de aislamiento con camisas de fuerza; inyecciones de trementina, o como se conocían popularmente, “las inyecciones de la borrachera”: un narcótico fortísimo que se utilizaba para tranquilizar a los caballos.

El Patronato de Protección de la Mujer y El Corte Inglés

En 1941 se creó el Patronato de Protección de la Mujer, presidido por Carmen polo de Franco. El decreto fundacional hacía referencia a las “ruinas morales y materiales producidas por el laicismo republicano, primero, y el desenfreno y la destrucción marxista” y anunciaba una serie de medidas encaminadas a la dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica“. Se trataba de un verdadero plan de choque que privaría de libertad a miles de mujeres durante años. De hecho, se extendió hasta 1983 como un brazo controlador de la moral que se pretendía para las mujeres.

Muchas chicas acabaron en el Patronato tras haber pasado ya años de su vida encerradas en centros dependientes del Tutelar de Menores. A partir de los 15, pasaban al Patronato, que podía tener la tutela de las chicas hasta los 21, extensibles a 25. El objetivo era velar “por la mujer caída” o en “riesgo de caer”. Los motivos por los que una chica podía caer en el Patronato iban desde haber vivido una sexualidad más libre, tener ideas políticas, ser víctima de una violación, ser madre soltera, ejercer la prostitución por necesidad, vender tabaco de contrabando….

La llegada de la democracia no supondrá ningún cambio para estas chicas presas en vida, al menos durante la primera década del nuevo período político. La obra Los internados del miedo recopila varios casos que muestran a la perfección los abusos de una institución estatal que nunca tuvo que dar explicaciones, ni ayer, ni hoy, ni en dictadura ni en democracia. Es el caso de Itziar, que de niña pasó por el preventorio de Guadarrama, y de mayor fue enviada a Peñagrande, el nombre coloquial con que las internas conocían la Maternidad de la Almudena, ubicada en este barrio de Madrid, y que era regentado por las Cruzadas Evangélicas. Itziar se había quedado embarazada del que había sido su novio durante dos años y que tras conocer la noticia del embarazo no volvió a dar noticias.

“Yo estaba tan acostumbrada a pasar desapercibida que hacía todo lo que me ordenaban: fregar el suelo de rodillas, cocinar… El trato era muy vejatorio, a la mínima te trataban de puta. Allí eras un cero, una persona que había caído en la desgracia de ser soltera y haberse quedado embarazada”, relata Itziar. Los periodistas Armengou y Belis escriben que el hecho de que las mujeres estuvieran embarazadas y que el centro cobrara una cantidad del Estado para su manutención no impedía que las Cruzadas Evangélicas hicieran trabajar a las chicas hasta el mismo día del parto.

En el centro de Peñagrande había talleres de confección donde los residentes cosían horas para El Corte Inglés: “Unas hacían trabajos manuales, otras cosían para El Corte Inglés”, dice Itziar, que cuando le preguntan que cómo sabía que era para el Corte Inglés replica: “¡Por las etiquetas! La ropa llevaba una etiqueta, al igual que hoy en día, y ponía El Corte Inglés. De hecho de una de las empresas que más trabajo nos pedían”.

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+ info:

https://www.youtube.com/watch?v=wtZ4u8EmJzA

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LOS INTERNADOS DEL MIEDO

La exhaustiva investigación de los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis es el ‘Spotlight’ español

► Algunas de las víctimas de abusos y torturas en aquellos lugares durante el Franquismo relatan a EL MUNDO cuánto sufrieron antes de los 10 años

El Mundo | Rebeca Yanke | Madrid | 6-6-2016

Varicela, sarampión, rubéola, paperas, neumonía y pulmonía son sólo algunas de las enfermedades que María Dolores Zamorano, Lola, hoy una mujer de 60 años,sufrió cuando tenía nueve en el que se conoce como el Preventorio de Guadarrama, ahora una residencia de ancianos y lugar al que le mandaron sus padres en 1964 “para que comiera mejor” y se protegiera así de la tuberculosis, que causaba estragos en aquella época. Allí pasó tres meses y medio que han marcado y seguirán marcando su existencia. Para mal.

“A la semana de estar allí me puse enferma”, explicaba a EL MUNDO la semana pasada, con la presencia vigilante y tierna de Miguel, su marido, ojos fieles de los que no se separa nunca. Está también presente Julia García, que llegó al mismo preventorio en 1963 junto a su hermana y allí pasó casi cinco años. Nunca jugaron juntas siendo pequeñas pero, más de medio siglo después, Julia y Lola son hermanas en el horror.

Su historia, y la de muchos otros niños y niñas que habitaron hospicios, instituciones de órdenes religiosas y otros preventorios a lo largo del país -pobres, huérfanos e hijos de madres solteras en su mayoría-, la narran en un libro que fue antes documental los periodistas catalanes Montse Armengou y Ricard Belis: Los internados del miedo. Tras su primer documental y también libro Los niños perdidos del franquismo, estos reporteros descubren hoy el Spotlight español.

“A raíz de la primera investigación, hay gente que comienza a llamarnos y a contarnos sus experiencias en estos lugares”, cuenta Belis, “y comenzamos una segunda investigación, muy exhaustiva, y una búsqueda de documentación, sabiendo que no íbamos a encontrar un informe que hablara de maltratos, pero un testimonio es un documento histórico tan válido como un papel, podrá ser erróneo, pero no más que el documento”, argumenta.

Es precisamente el testimonio de Lola el que más impresiona a Ricard, y también a este periódico: la violación por parte del sacerdote que, al día siguiente, le dio la primera comunión. “No pude hacer la comunión en grupo porque estaba enferma, así que el cura me dio catequesis durante los tres días anteriores, el primer día me llevó a la sacristía, ‘ale pasa, bonita, venga, que vamos a hablar de muchas cositas’, tomó contacto él hacia mí, quería ganarme; el segundo día ya no me gustó, me empezó a bajar la mano por el pecho, yo sabía que eso no estaba bien…”.

Lola se quiebra, grita y llora en presencia de varias personas, se lamenta: “¡Tengo 60 años y aún creo que soy culpable, lo he superado pero no lo voy a olvidar! Toda una vida de psicólogos, hecha una mierda, ¡me hizo jurar que no contaría nada porque entonces no volvería a mi casa y a mis padres les pasarían cosas malas. El tercer día pasó lo que pasó, aquello fue brutal, si no me morí allí no me muero nunca, el asco que sentí, sentí tal asco…”.

A su gesto de repugnancia y dolor acude Julia, que lo conoce bien, para hacerle un cariño. Porque el mismo sacerdote que violó a Lola, que según consta en el libro de Belis y Armengou se llamaba Don Mauro dejó sorda a Julia de un golpe en el oído, también en los días previos a recibir la primera comunión. La niña Julia preguntó al cura qué era la Hostia y recibió como respuesta “una bofetada con tanta fuerza” que la tiró escaleras abajo, mientras escuchaba la explicación: “Lo que te he dado es una hostia y lo que tú recibirás es la sagrada forma”.

Pero las historias de Julia y Lola no sólo convergen en Don Mauro sino también en la certeza de que en el Preventorio de Guadarrama se experimentó con ellas, entre otras niñas. “Lo pensé desde el principio e incluso escuché al médico, si es que era médico, hablando con las enfermeras, señalándome y diciendo ‘ésta’, dijo: ‘Una pastilla cada mañana, lunes blanca, martes amarilla, miércoles blanca, jueves amarilla…”.

Ambas se quejan de una salud frágil, y ambas, también, advierten de que una sola palabra por parte de Gobierno y administraciones podría sanarlas: “Perdón”. “A mí ya me han violado, a mí ya me han vejado, me he comido mis vómitos varias veces, me han pasado ortigas por mis partes, ¿te cuento más aberraciones?, lo que quiero es que me reconozcan como víctima del franquismo, y entonces podría quedarme tranquila”, querría Lola.

También está segura esta mujer, madre de tres hijos a los que ha protegido como una leona, de que las cosas entonces no sucedían nunca por azar. “Estaba la sala rosa, que era la de las niñas afortunadas, la sala amarilla y la sala malva, la de los despojos humanos, con los que se experimentaba, yo era nieta de republicano, mi abuelo había sido alcalde, estuvo mucho tiempo en la cárcel a punto de ser fusilado; esos expedientes quedan ahí, cuando entré en Guadarrama ellos sabían quién era yo, quién era mi abuelo y quién era mi padre. ¿Que si había órdenes concretas? Claro. Por qué si no las niñas de la sala rosa comían carne de ternera, yo nunca tomé carne de ternera, ni pescado, ni leche…”.

“¡Ni agua!”, exclama Julia al instante. Porque ésta también estaba restringida, a un vaso al día, y los grifos se cerraban por la noche. Tienen estas dos señoras grabado en la piel el sabor del aluminio de aquellos vasos. De hecho, no hay aluminio en las cocinas de su casa, porque también les da asco.

Insiste también en la necesidad de que les pidan perdón José Sobrino, cuyo capítulo en el libro es La historia de un niño que fue vendido por 100.000 pesetas. Su madre trabajaba sirviendo en una “casa rica en Madrid”, el señorito la dejó embarazada y, poco después, la echó, aduciendo que manchaba el prestigio de la familia. La madre se encontró en la calle, sola, soltera, sin recursos y con un bebé, al que tuvo que dejar en la Casa Cuna de la calle O’Donnell, en Madrid. Tanta angustia debió sentir la mujer que José llegó prematuramente.

Durante un tiempo, fue acogido por una familia de Ávila que lo trató con amor, pero no pudieron adoptarlo porque la Diputación Provincial lo reclamó y lo llevó al centro San Fernando, dirigido por salesianos, donde además de violencia y abusos sexuales vivían hambre. Cuando crecían, los niños eran trasladados a León. Y a José también le tocó. Una llamada del director, Fernando Bello según consta en el libro, cambió su destino una vez más.

Le dijeron que su madre renunciaba a él y que iba a ser adoptado por un hombre de León, José se resistió, mencionó a sus padrea adoptivos abulenses; en vano. «Escuché cómo el hombre preguntaba al director cuánto debía pagar por mí: ‘Cien mil pesetas, ¿quiere un recibo? Aquello fue una venta directa, ¡fui vendido como esclavo!», recoge la investigación. De allí consiguió escaparse con 16 años, tras pasar meses solo en cuidando ganado y tras múltiples intentos.

“Me hice un experto en fugas”, cuenta por teléfono, y su voz suena valiente como el niño que debió ser. “Deberían pedirnos perdón”, reclama, “pero no lo van a hacer, no creo que nadie vaya a hacer nada, aunque el perdón ni siquiera me quitaría el dolor, se podría resarcir un poco el daño causado, pero es muy difícil…”, piensa.

Los autores de la investigación, las personas que han servido de altavoz, Armengou y Belis, creen que todo este proceso “ha sido reconfortante para ellos”, y que “el libro sirve para contarlo al país”. “Es el inicio de la recuperación, se dirigen a sus compatriotas, nadie pide venganza ni cárcel para nadie”, describe Belis, quien también cree que lo único que necesitan es que “se reconozca el sufrimiento y que Estado e Iglesia pidan perdón”.

Relata Belis una anécdota que da que pensar. En un festival de cine documental celebrado recientemente en Francia, donde Los internados del miedo fue premiado, “nadie entendía que no se hubiera pedido perdón”. “Se presentaba también un documental suizo que relataba casos similares al nuestro, y comenzaba con el Gobierno suizo actual pidiendo disculpas…”.

En Cataluña, se ha puesto en marcha una recogida de firmas “para que el Obispado pida perdón”. De hecho, en estos días el Obispado se reunirá con los autores de esta investigación para hablar del asunto, este asunto, que habla de “beneficiencia a cambio de adoctrinamiento”, que habla de frío y hambre, de “torturas físicas y psíquicas” y de “una estricta moral católica que prácticamente condenaba a las madres solteras a entregar a su hijo”.

http://www.elmundo.es/sociedad/2016/06/06/57543dd022601d26158b45a9.html