Una reciente publicación aborda la historia del mítico complejo penitenciario franquista por el que pasaron miles de opositores al régimen llegados desde toda España, pero también los llamados presos sociales, que nunca fueron considerados víctimas de la dictadura.
Guillermo Martínez / 17/04/2025
Ni siquiera la llegada de la democracia pudo revertir un pasado de represión, encarcelamiento y muerte. La prisión de Carabanchel, levantada con mano de obra de los propios presos republicanos que acabarían encerrados en ella, fue uno de los mayores símbolos carcelarios en los que el régimen apoyó su persecución hacia las disidencias. El historiador y arqueólogo Luis Antonio Ruiz Casero acaba de publicar Carabanchel. La Estrella de la muerte del franquismo (Libros del KO, 2025), donde recupera la historia de este enclave a través de decenas de voces que la sufrieron en sus propias carnes, literalmente.
La investigación recorre toda la vida del centro penitenciario, pero también su muerte. Tras su derribo en 2009, el movimiento memorialista continúa reclamando la construcción de un centro de memoria que recuerde lo que en ese espacio ocurrió durante más de medio siglo. Esta monografía de reciente publicación es la historia de aquellas miles de personas que intentaron derribar sus muros con la mirada.
El origen de la cárcel de Carabanchel, como otras tantas cuestiones del franquismo, se sitúa en el mismo golpe de Estado fracasado y la Guerra Civil que lo siguió. “Madrid no tenía cárcel provincial porque la Modelo había quedado muy dañada al estar cerca de la línea del frente. El régimen tenía una población reclusa totalmente desaforada al finalizar la contienda, por eso se plantea levantar una nueva prisión”, comenta el historiador. En ese momento, el centro de reclusión carabanchelero comenzó a ser levantado con mano de obra de los presos republicanos aprisionados durante la Guerra.
Las cifras varían a lo largo del tiempo en que duró la construcción de la cárcel, pero en torno a un millar de presos se deslomaron en ellas a las órdenes de la Dirección General de Prisiones. “Es paradójico porque cavaron su propia tumba. Cuando terminaron de construirla, prácticamente lo único que tuvieron que hacer los presos fue cerrar por dentro”, añade el experto. Finalmente, en 1944 el régimen inauguró su nuevo centro penitenciario con elevados faustos. En cambio, la cárcel nunca terminaría de construirse al completo tal y como estaba planificada.
Una primera etapa marcada por la represión desaforada
A partir de entonces, sus muros vieron sufrir, lamentarse y organizarse a miles de internos, tanto políticos como los considerados sociales o comunes. La primera fase que el investigador enmarca en su monografía abarca desde 1944 hasta principios de los años 50. El también arqueólogo afirma que “es el periodo más opresivo del franquismo, cuando ejercía una represión a mayor escala y se dio la mayor masificación en la cárcel”.
Tuvieron que ser los familiares de los presos quienes les llevaran algo de agua en botijos y cubos
Sin embargo, el periodo de mayor represión también fue en el que los internos intentaron resistir con mayor ahínco. “Es algo muy silenciado, pero los republicanos todavía pensaban que la Segunda Guerra Mundial llegaría a España y derrocaría la dictadura. Son unos años en los que se suceden plantes, huelgas y episodios de resistencia violenta que, obviamente, el régimen siempre silenció”, desarrolla Ruiz.
Una operación de maquillaje
Al inicio de la década de los 50, la dictadura intentó una cierta y maquillada modernización. Establecido el nuevo orden europeo tras el fracaso del eje fascista, esta segunda fase de la prisión llegó hasta 1968, data el historiador. “En estos años se da cierto auge de los presos comunes, algo que marcaría la vida de la prisión ya en democracia”, apunta el propio Ruiz. A lo largo de esta etapa, el régimen suavizó su simbología fascista en una operación sin mayor alcance en la que también se moderaron las ceremonias afines a los regímenes europeos derrocados en la Segunda Guerra Mundial.
En ese tiempo ya se habían producido algunos levantamientos estudiantiles contra la dictadura, sobre todo a partir de 1956. Sin embargo, Ruiz ubica en 1968 la eclosión de los opositores formados en la universidad. “En el imaginario colectivo quedan las protestas en la Universidad Central de Madrid, en donde detuvieron a decenas de alumnos que, tras pasar por la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol, terminarían en la misma cárcel de Carabanchel”, añade el autor de la monografía.
El punto neurálgico carcelario de toda España
Aquello supuso cierto retorno a la peor época del franquismo, en el que la represión era totalmente desmedida. “La dictadura envejecía, al igual que su cabeza visible, Franco, y el contexto internacional no era el mismo que en 1939. Sin embargo, el franquismo seguía empleando las mismas metodologías que utilizaba tres décadas antes para intentar aplacar la contestación social”, enfatiza Ruiz. La mano dura, las detenciones arbitrarias, las torturas, los asesinatos y las condenas a garrote vil o fusilamiento continuarían hasta el final de la dictadura.
Mientras tanto, Carabanchel llegó a significar una verdadera escuela para decenas de personas que en ella encontraron un pequeño refugio ante el yugo y la persecución del franquismo. Carabanchel. La Estrella de la muerte del franquismo recoge verazmente la experiencia de Marcelino Camacho, uno de los presos más insignes que dejó sus huellas marcadas en la prisión. Asimismo, Ruiz ha llevado a cabo una labor sinigual de recopilación de testimonios de aquellas personas anónimas, cuyos nombres no han pasado a la historia, que guardan un relato propio, una vívida impresión de lo que significó luchar contra el totalitarismo franquista y que por fin ahora encuentran un espacio en la inmortalidad que supone aparecer en un libro.
Una “universidad de ladrillo”
Configurada como una prisión preventiva, en la que no se cumplía condena pero sí se esperaba hasta el juicio, en sus celdas, en las comunas en las que se organizaban los presos, en sus patios, se escuchó una mezcolanza de acentos de personas llegadas de toda España. “Era un símbolo de la represión franquista, pero los internos consiguieron que se convirtiera en todo lo contrario, en un símbolo de resistencia”, recalca el investigador.
Era un símbolo de la represión franquista, pero los internos consiguieron que se convirtiera en todo lo contrario, en un símbolo de resistencia
Aquella llamada “universidad de ladrillo” significó un acercamiento para cientos de presos hacia la formación, ya no política, sino universitaria. “Los presos se rodearon de algunos de los mejores intelectuales del momento, encarcelados como ellos, y pudieron aprender todo tipo de disciplinas, desde las más humanistas hasta economía o arquitectura”, agrega Ruiz.
Salen los políticos, se quedan los pobres
A partir de 1978, la cárcel de Carabanchel no dejó de ser una referencia para el mundo contestatario. “La Transición estuvo marcada por indultos y amnistías que afectaban a los presos políticos, pero quedaban miles de otros encarcelados por su orientación sexual o forzados a delinquir por las circunstancias tan difíciles en las que habían tenido que vivir”, introduce el historiador. Fueron los autodefinidos como presos sociales, que siempre reivindicaron ser también víctimas del régimen; víctimas que nunca fueron consideradas como tal.
Su hermanamiento en la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) los llevó a organizar los mayores motines carcelarios que se recuerdan. Carabanchel, una vez más, se erigía como un espacio protagonista para su lucha. El punto álgido de aquellas reivindicaciones llegó el 18 de julio de 1977, una fecha elegida a propósito, cuando decenas de internos tomaron el tejado de la prisión. Fueron reprimidos por las fuerzas especiales, incluso con lanzamientos de botes de humo desde un helicóptero.
La democracia huye del recuerdo
Ruiz delimita la última etapa de la prisión de Carabanchel desde 1978 hasta su cierre oficial, dos décadas después. “Es algo paradójico, pero de estas fechas más recientes parece que hay un menor recuerdo colectivo de lo que significó la cárcel por haber dejado atrás ese heroísmo de la resistencia a la dictadura”, sostiene Ruiz. Volvió la época del anonimato, de la masa gris y superflua. Llegó el tiempo de la heroína, del sida, de la delincuencia. El tiempo del miedo, con todo lo que ello supone. “Durante unos años de la democracia, la cárcel se convirtió en el pudridero de la sociedad a ojos de las autoridades”, remarca el investigador.
Finalmente, el gran enclave que ha marcado la historia más reciente del barrio de Carabanchel fue derribado en 2009 con “nocturnidad y alevosía”, tal y como describe Ruiz. Para entonces, ya habían tenido lugar sucesivas manifestaciones que reclamaban una mayor infraestructura dotacional para la población.
A la par, el movimiento memorialista reivindicaba la remodelación de la prisión para que albergara un espacio en el que se contara la historia del edificio y lo que significó para la historia de España. “Aquí tienen responsabilidad los dos grandes partidos, PP y PSOE, que lo único que han conseguido es un solar vacío lleno de cascotes. La lucha no ha terminado. La reivindicación de establecer en ese espacio un lugar de memoria que también se oponga a la especulación inmobiliaria es coherente y necesaria”, desarrolla el autor del libro recién publicado. Ni siquiera todos los vestigios de la cárcel se han perdido, pues en el subsuelo todavía resisten, por ejemplo, las salas de tortura.
Aquí tienen responsabilidad los dos grandes partidos, PP y PSOE, que lo único que han conseguido es un solar vacío lleno de cascotes
Por último, Ruiz recalca que esta investigación, nunca realizada de manera tan pormenorizada y documentada, partió del colectivo de presos de la dictadura La Comuna. A partir de ese encargo, el historiador se topó con el cerrojo que todavía gobierna en los archivos del Ministerio del Interior. “Es probablemente uno de los archivos con mayor opacidad en sus fondos documentales”, denuncia. De todas formas, Carabanchel. La Estrella de la muerte del franquismo viene a intentar esclarecer lo sucedido entre sus muros, ya hechos añicos, de la que realmente significó este centro de detención, tortura, encarcelamiento e incluso asesinato. Al fin y al cabo, reivindicar y conocer el pasado desde el presente también significa intentar mejorar el futuro.