► Su hallazgo en el archivo histórico del Cuerpo de Bomberos del Ayuntamiento de Madrid ha permitido la realización de un mapa de bombardeos y artillería sobre los edificios de la ciudad
► Juan Redondo, inspector jefe jubilado, ha rescatado la memoria de 70 bomberos depurados y catorce asesinados, frente a los únicos nueve que el franquismo reconoció como “caídos por Dios y por la patria”
ELDIARIO.ES | ELENA CABRERA | 8-11-2019
A Redondo le quedaban todavía cuatro años de servicio antes de jubilarse. Después de quince en el Operativo, le venían asignando cargos alejados de los coches rojos, que es lo que a él le gusta. Trabajaba como Inspector Jefe de Coordinación de los Bomberos de Madrid, por lo que pudo trajinar durante un año en la remodelación del Museo de este cuerpo –aún sin fecha de reapertura– y consultar su archivo histórico, que es inaccesible.
En los cuatro meses que lleva jubilado ha terminado de redactar un libro con toda la información que vino reuniendo en los años anteriores. No era su primera obra: en Memorias de un bombero (2017), Redondo recordó su participación en el socorro a las víctimas del 11M y en la extinción del fuego de la torre Windsor.
La placa misteriosa
La placa en la que reparó, como muchas que aún siguen expuestas en España , anticipaba los nueve nombres con la frase “Caídos por Dios y por España” y, tras cada uno de ellos, la palabra “presente”, entre admiraciones. Es sabido que el régimen de Franco realizó este tipo de homenajes para honrar únicamente aquellos muertos que los vencedores de la Guerra Civil consideraron víctimas. Recordando solo a unos, el franquismo imponía una segunda violencia a los asesinados, fusilados, desaparecidos y represaliados del bando vencido, enterrando no solo sus cuerpos sino también sus nombres, condenándoles al olvido. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica viene solicitando desde hace años, con escaso éxito, la retirada de esta simbología de exaltación del franquismo, situada mayormente en edificios propiedad de la Iglesia.
Juan se ha propuesto ser objetivo y equidistante: “aquí lo fácil es alinearse con unos o con otros”, dice. “Cuando cuento los desmanes de unos, los de izquierdas levantan el cuello y se sienten incómodos. Cuando hablo de la depuración de Franco, los de derechas estiran el cuello y se sienten incómodos. Yo creo que hay que lograr que nadie estire el cuello ni se sienta incómodo, que pensemos en la barbaridad que ocurrió para comprenderlo y ver que todavía tiene su influencia”.
El bombero bajó al sótano del parque número 5 y buscó en los libros. Allí, encontró anotaciones detalladas que indicaban que los compañeros muertos no eran solo esos nueve, sino al menos 23. “Empecé a descubrir que aquellos meses de la Guerra Civil fueron terribles. Además de los nueve asesinados en la retaguardia republicana, otros ocho murieron bajo los bombardeos, por la metralla o bajo los escombros durante los rescates, cuatro se alistaron en el Ejército Republicano y murieron, y dos fueron fusilados”.
Con estas purgas, el servicio quedó diezmado y, tras la Guerra Civil, quedaron apenas 200 efectivos.
Burocracia que hace historia
La burocracia del cuerpo de bomberos tomaba notas detalladas sobre cuatro libros: el de siniestros, el del telefonista, el del capataz y el de la dirección. “Se apuntaba absolutamente todo y de ahí he sacado yo petróleo”, dice. De los dos primeros es de donde obtiene Juan la mayor información, encontrando en él un prolijo detalle de cada salida. Hay un punto en el que los servicios por fuego de hollín, el incendio de la gasolina de un infiernillo o el rescate de algún animal son sustituidos por bombardeos.
“Eso tenía, para mí, muchísimo valor, porque sabía exactamente cuándo salían los bomberos a actuar y a qué dirección, lo cual nos proporciona información sobre el impacto de las bombas en los edificios. Evidentemente, tirarían más miles de bombas pero los bomberos iban donde era necesario rescatar personas, apagar fuegos o apear cualquier tipo de edificación”. Todos estos datos son los que Juan proporciona a los arquitectos Luis de Sobrón y Enrique Bordes para elaborar su mapa del Madrid bombardeado. El trabajo de Juan es el alma bajo ese mapa, las personas que no pueden ser cartografiadas, el agua que apaga los fuegos de los obuses.
“Los 40 años de dictadura impusieron un relato”
Como en otros muchos procesos de redescubrimiento de la memoria histórica, la extrañeza de Juan es doble. Por un lado, se da cuenta de que, a pesar de la profusión de estudios sobre la Guerra Civil, no hay nada escrito sobre la actuación de los bomberos. Apenas encuentra unas referencias en las crónicas periodísticas de Manuel Chaves Nogales y de Mijaíl Koltsov, y breves referencias en los escritos de Arturo e Ilse Barea. Que los bomberos no daban abasto era lo más que se sabía. “Los 40 años de dictadura sirvieron para que solo se hablase de un relato y para que se tejiese un manto de silencio. Debido a los años y la penuria, la gente hizo esfuerzos por olvidar. Me pareció que ahora era el momento de recuperarlo”, opina Juan.
“Tras la guerra y la represión, el servicio pasó de 400 a 200 hombres. Sacarlo adelante fue una tarea ardua que acometieron con muchas privaciones, y eso dio lugar a unas promociones de bomberos que hicieron del trabajo una familia. El gran mérito fue la tremenda heroicidad de seguir atendiendo a Madrid con falta de medios. De aquellos sacrificios hemos sobrevivido nosotros, los que hemos sido bomberos a finales del siglo XX”.
Fusilado por marxista
Destapar las biografías de tantos hombres de los que nunca había oído hablar le puso a Juan el vello de punta. Ahí tenemos a Emilio Monge Botella, fusilado por consejo sumarísimo con el Gobierno de Franco por “izquierdista” y por “marxista”. Fue sorprendido con una pistola en la cárcel Modelo y le atribuyeron una serie de delitos, por los que fue condenado a muerte.
O Albino Torres, comisario político en el Ejército de la República. Su familia había ocupado un piso de un antiguo general en el Barrio de Salamanca –una zona que claramente se libraba de los bombardeos aéreos, si observamos bien el mapa – y su mujer llevó a vender tres mantones de manila para sacar un dinero con el que sobrevivir. Por esos dos motivos, Torres fue uno de los dos bomberos asesinados en las tapias del cementerio de La Almudena.
Soplar la ceniza que durante décadas ha reposado sobre estas historias, ha provocado un cambio en este inspector jefe que le ha hecho, sobre todo, “comprender a las víctimas”. También es verdad que se ha vuelto “un friki de la Guerra Civil”, en sus propias palabras. A los bomberos del 36 les une con los de ahora una línea de compromiso con la gente, el saber “a quién se deben”. “Antes había bomberos extraordinarios, maravillosos, necesarios. Ahora, también. ¿Había bomberos vividores y mercenarios? Sí. Como ahora. Pero siempre sobrevive la idea del bombero que cuando vienen mal dadas pone más de sí de lo que podría ser exigible”.
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