Manuel Pinto: El héroe jerezano que liberó París y murió sin volver a pisar España

Manuel Pinto Queiroz Ruiz es un nombre que debería estar grabado en la memoria de Jerez de la Frontera. Este jerezano que liberó París es un héroe anarquista cuya fascinante historia, rescatada por Cristóbal Orellana a través de un artículo original de andalucesdiario.es, nos transporta a una odisea de lucha y exilio. Su testimonio autobiográfico nos revela cómo un joven de la campiña jerezana se convirtió en protagonista de uno de los momentos más emblemáticos de la Segunda Guerra Mundial.
«A mí me van a fusilar pero a mi hijo no lo cogerán nunca». Y no me cogieron
Con motivo del 70 aniversario de la liberación de París, andalucesdiario.es recoge el texto autobiográfico del jerezano Manuel Pinto, que aquel 24 de agosto de 1944 entró en París con el general Leclerc.
ANDALUCESDIARIO.ES / 24 Ago 2014
En mi pueblo, la gente se sentaba al atardecer en las puertas de las casas y hablaba y discutía, mientras pelaba y comía higos chumbos. Había un ambiente muy fraternal. A pesar de que eran muy pobres, se ayudaban unos a otros, estaban siempre dispuestos a echar una mano. Había mucha lucha sindicalista, muy bien organizada. Yo trabajé en las viñas y luego en una fábrica de destilería. Entré muy joven en el sindicato de arrumbadores y en las juventudes libertarias. En aquella época, los jóvenes se reunían para hacer periódicos y revistas, para ir a conferencias, para hacer teatro. Muchos de esos jóvenes recorrían kilómetros y kilómetros a pie para dar clases y charlas en los cortijos, donde se reunían los peones agrícolas tras una dura jornada de trabajo, a la luz de un candil. Yo sabía leer y escribir y pertenecía a uno de los grupos que iba a dar clases y a comentar textos de escritores libertarios.
Yo era muy joven, pero en aquellos momentos, viviendo tanta tragedia, nos hicimos mayores enseguida. Llegué a Granada por las montañas, haciendo ya la guerra contra los que habían dado el golpe de Estado. Estuve en Almería, en Murcia y en Alicante. Desde allí me marché a África del Norte en un barco de pesca que se llamaba La joven María. Con él llegamos hasta Argelia. En el puerto de Orán había un montón de barcos cargados de refugiados y las autoridades no les permitían bajar ni les suministraban ayuda. Nosotros nos las arreglamos para desembarcar y gracias a un viejo pescador que nos dio una dirección conseguimos un hotel para dormir una noche. La única noche que tuvimos libertad.
De allí me llevaron a otros dos campos y luego a Colomb–Béchar, siempre a pico y pala, aplastando piedra y vigilado por los guardianes, entre los que había algunos nazis. Un día dejé caer una carretilla cargada de piedras contra uno de los jefes alemanes que se encontraba un poco más abajo, un tipo de una gran crueldad. No sobrevivió. Sólo un par de españoles se dieron cuenta de que había sido yo. Estaban muy contentos.
Después de la guerra de Túnez me enrolé en las fuerzas de la Francia Libre, con Leclerc. Entré en lo que llamaban todavía, creo, el Regimiento de Marcha del Chad. Después estuvimos en Skira, donde se creó la Segunda División Blindada, hasta que salimos para ir al combate, a Europa. Embarcamos en Mers el–Kebir, en Argelia, en mayo de 1944. El barco se llamaba Franconia. Cuando llegamos a Inglaterra, la gente nos trató muy bien también. Las mujeres nos preferían a los franceses. Todo el mundo nos trataba bien. Los ingleses tenían mucha más simpatía por los españoles que por los franceses. Las inglesas preferían siempre bailar con nosotros.
Los oficiales franceses tenían miedo de los españoles. Decían que éramos unos
Después de Inglaterra y del desembarco en Francia fuimos enfrentándonos con los alemanes, siempre en primera línea. Los enfrentamos por toda Normandía, en Alançon, Ecouché, hasta París y después en Alsacia, hasta Berschtesgaden. Fue una guerra dura, perdimos a muchos compañeros pero no nos hicieron retroceder nunca.
Cuando bajábamos por la avenida de los Campos Elíseos, con De Gaulle, Leclerc y otros oficiales, a medio paseo empezaron a tirar desde un edificio y enseguida paramos el half-track, empujamos a algunas personas para que se escondieran detrás y disparamos contra la zona de donde llegaron los tiros. Terminamos con ellos y el desfile pudo desarrollarse sin grandes problemas. Recibimos bastantes felicitaciones. Yo no tuve miedo nunca pero trataba de no exponerme demasiado. No me volví nunca atrás pero siempre mantuve una cierta prudencia.
Me desmovilizaron a finales de agosto de 1945. Nunca volví a España.