Resistir es vencer
Marina Alma Negrín / 23.12.2019 /publico.es
Desde muy pequeña fui consciente de quién había sido mi bisabuelo, Juan Negrín López, el último presidente del consejo de ministros de la II República española en España. Escuchaba los relatos de mi propia familia, de amigos y hasta en boca de personas que llegaban a nuestra casa, buscando a mi padre, Juan, para hablar un rato sobre mi bisabuelo. Me dolía escuchar como un hombre tan inteligente, noble y valiente, había sufrido tanto por su país. Él estaba convencido que, resistiendo un poco más, llegarían los aliados al rescate en la lucha contra la Alemania nazi y la Italia fascista. “¡Resistir es vencer!”, decía.
Aquel hombre, calificado por muchos como uno de los mejores estadistas y economistas de la historia de España vivió sus últimos años deprimido. Sufría por toda la gente que había perdido su vida en la guerra y por no haber podido despedirse de sus padres. ¿Cómo un hombre con una mente tan brillante, que desde muy joven había fundado escuelas y hospitales y quien se había dedicado a hacer tanto bien pudo acabar así? Me duele saber que la verdadera historia de España, de la II República y de mi bisabuelo aún sigue desconocida. Y lo que es aún peor es que, lejos de saberla, muchos siguen repitiendo versiones manipuladas que suponen una afrenta para todos los que lucharon y perdieron la vida por defender la democracia.
Mi padre, Juan Negrín Fetter, me platicó mucho de los años que vivió con su abuelo, quien lo crio desde muy pequeño. Mi bisabuelo se encargó de que sus nietos tuvieran la mejor educación posible y fue muy estricto. Entre las cosas que más resaltó mi padre, fue su énfasis en siempre decir la verdad, y seguir sus convicciones sin miedo. Mi bisabuelo tuvo una influencia fuerte en el desarrollo intelectual de mi padre.
Mi padre, desde pequeño, tenía un profundo interés en el estudio de las religiones y en el arte. Cuando le preguntó a su abuelo un día sobre la Biblia, él le regalo un ejemplar y le dijo que lo leyera y que lo estudiará a fondo y después conversarían. Lo mismo hacía con el arte o la historia y después comentaban. De esta manera, mi padre se convirtió en un gran estudiante y pensador. Mi padre también decía que gracias a su abuelo había aprendido que lo más importante en la vida es tener humildad, ser honesto y respetuoso hacia los demás y afrontar cualquier situación de dificultad sin miedo y con valentía.
Cuando murió mi bisabuelo, mi padre terminó sus estudios de bachillerato en el Lycée Franco-Mexicain en la ciudad de México bajo la tutela del reconocido filosofo catalán Ramón Xirau para continuar en la Universidad de Yale, donde formó el Partido del New Left. Fue ahí en donde empezó una larga trayectoria de lucha social dentro de Estados Unidos y posteriormente también en México, en donde dedicó el resto de su vida a trabajar en la defensa de los derechos de los indígenas wixárika, de la Sierra Madre Occidental, la protección de sus tierras sagradas y a demostrar la importancia de su arte sagrado y de su cultura en muchas partes del mundo. En gran parte la vida de sacrificio y generosidad que vivió mi padre fue inspirada por mi bisabuelo y su propia historia. Mi tía Carmen ha dedicado gran parte de su vida al resguardo del archivo de mi bisabuelo y a la lucha por la Memoria Histórica de España.
Mi padre y mi abuelo se frecuentaban mucho. Cuando vivíamos en Guadalajara, se veían todos los días y platicaban largas horas, a veces más como unos hermanos que como padre e hijo. A mi abuelo Rómulo, a pesar de haber pasado por una vida con tanto dolor y adversidad, siempre lo vi alegre, bromista y cariñoso con todos.
Yo admiraba mucho a mi abuelo, Rómulo, por su espíritu jovial y energía interminable. Lo veía además como una especie de James Bond por una anécdota que me contaron cuando era niña. Rómulo ingresó al Ejército Popular Republicano con apenas 19 años y luchó como piloto aviador. Durante la guerra fueron atacados por un avión alemán. Al ver que ni él ni sus compañeros tenían munición, mi abuelo estrelló su avión contra él enemigo y se aventó en paracaídas salvando a sus compañeros.
Recuerdo mucho también a Feliciana López de Dom Pablo, cuando nos visitaba y después se vino a vivir con nosotros. “Feli”, como le llamábamos, nos enseñó a mi hermana Catarina y a mí canciones españolas. Cuando estaba ya enferma de Alzheimer, todos los días nos escondía en el armario y nos callaba diciéndonos que teníamos que cubrirnos y escondernos: “¡Nos atacan aviones!”, exclamaba. Me imagino que así mismo había protegido a los niños huérfanos durante la guerra. Recuerdo perfectamente su voz de alarma y su mirada de terror. Nunca olvidó esos tiempos y solo puedo imaginar los horrores que sufrió ella, mi abuelo y tantas otras familias.
Los recuerdos nunca mueren y todo sigue muy presente. Espero que un día, por fin, se hable abiertamente y se reconozca la verdadera historia y tragedia en que terminaron tantas vidas. Los que murieron, los que perdieron a sus familiares, los que terminaron desterrados de su patria, los que fueron separados de sus padres y los que perdieron todo.
Tengo que decir que siempre he sentido un profundo agradecimiento y admiración por todos los brigadistas internacionales que sin ser españoles y sin tener ninguna razón más que una fuerte convicción por hacer lo correcto, se unieron a la lucha por defender a la República sacrificando sus propias vidas. Hay que recordar siempre a estos hombres tan valientes y a todos los demás que tan poco se mencionan y aprender de ellos a no callar y a no dar la espalda.