Historia de un compromiso. El nacionalcatolicismo en Lucena y Montilla durante la Guerra Civil.

La Iglesia española, a pesar de sus enfrentamientos con el régimen laico republicano, no participó en los preparativos de la sublevación del 18 de julio. No obstante, se adhirió con rapidez al “Glorioso Movimiento Nacional” y se convirtió en uno de los pilares básicos sobre los que se sustentaron los golpistas. La jerarquía católica difundió la idea de una guerra justa y de una cruzada religiosa contra los “sin Dios”, a la vez que justificaba el “alzamiento”. Guerra “santa y patriótica” y “la cruzada más heroica que registra la historia” fueron los precisos términos utilizados por Adolfo Pérez Muñoz, obispo de Córdoba, en su pastoral de 30 de diciembre de 1936. A petición de Franco, el 1 de julio de 1937 los obispos españoles –salvo cinco, entre ellos el cardenal arzobispo de Tarragona, Vidal i Barraquer, y el obispo de Vitoria, Mateo Múgica– firmaron una carta colectiva en la que calificaban la contienda como un “plebiscito armado” y afirmaban que aunque la Iglesia no había querido la guerra “no podía ser indiferente en la lucha” ante el riesgo de ser exterminada.

El análisis del papel de la Iglesia católica durante la guerra civil lo hemos centrado en Montilla y Lucena, dos localidades del sur de la provincia de Córdoba, por varias razones. Eran dos ciudades medias (en aquella época tenían veinte y treinta mil habitantes, respectivamente), con una economía agrícola, una escasa conflictividad social durante el periodo republicano, con predominio de las ideas socialistas –sobre todo en Montilla, cuna del PSOE en el sur de la provincia– y en ambas el Frente Popular había ganado de forma rotunda en las elecciones del 16 de febrero de 1936. A la vez, en las dos localidades triunfó el golpe militar en la noche del 18 de julio de 1936 . Y lo más determinante, tienen también en común la existencia de una prensa católica que se editó durante la guerra –el periódico Ideales en Lucena y la revista salesiana Nuestro Auxilio en Montilla–, un caso excepcional en la provincia, lo que nos ha permitido conocer de primera mano el compromiso y la identificación de la Iglesia local con la causa de los sublevados.

En Lucena, a los pocos días del golpe de Estado, las autoridades militares, religiosas y el periódico católico Ideales ya extendieron la teoría de que había sido la protección divina la que había salvado la localidad de las “hordas rojas”. Por ejemplo, el hecho de que en la noche del 18 de julio, un grupo de hombres, reunido en la iglesia de San Francisco para celebrar la vigilia de la Adoración Nocturna –en el turno que estaba bajo la advocación de la Patrona, la Virgen de Araceli– permaneciera rezando, a pesar de las advertencias de la autoridad para que se disolviera, pudo influir, según Ideales, en que la población no cayera en las “garras marxistas”. El 18 de agosto de 1936, cuando ya se habían producido múltiples fusilamientos y se había impuesto una política de terror entre la población, el periódico todavía hablaba de “la protección de la Santísima Virgen de Araceli, que ha extendido una vez más su manto protector sobre su pueblo, inspirándole a sus autoridades, en los días de mayor peligro, los medios de previsión y defensa que nos han librado de los horrores que han sufrido otros pueblos inmediatos, y que como ellos, estábamos condenados a sufrir”. Pocas horas después de que se publicara este artículo, en la madrugada del 19 de agosto se fusiló en las tapias del cementerio a 25 lucentinos que habían sido arrastrados hasta allí desde los conventos de San Agustín y San Francisco, convertidos en prisión desde finales de julio.

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