Maroto, el héroe. Una biografía del anarquismo andaluz

Al anarquismo andaluz no le han faltado figuras carismáticas, dominando los hombres de acción sobre los divulgadores de la idea. Podemos empezar con José García Viñas y Fermín Salvochea, y acabar, por ejemplo, con Juan Arcas, José Sánchez Rosa, Alfonso Nieves Núñez, Vicente Ballester Tinoco o Antonio Raya. También Maroto fue una. Ha habido varios que le han llamado «el Durruti andaluz», pero, en tanto que la revolución también es poesía, habría que llamarle el «Lorca proletario».

Maroto, en su doble vertiente de luchador obrero y dirigente miliciano, encarnó tanto el ideal fraterno e igualitario del trabajador de su tierra, como la revolución social que causaba tanto horror a los caciques andaluces, en una de las épocas más turbulentas de la historia del proletariado; por eso en la memoria de los oprimidos siempre será un «héroe del pueblo», animado por el deseo de «vivir en comunidad, sin amos ni verdugos»; y, en cambio, en el imaginario fascista es un «maleante de Granada» cuyas facultades sólo sirven «para alentar y practicar el crimen».

Su sinceridad, honradez y generosidad se trocaron durante años en osadía, crueldad y avidez en boca de sus enemigos de clase. No se olvide que hubo de por medio una guerra civil revolucionaria: en el bando libertario las virtudes se alentaban; en el de la negra reacción, fuese franquista o comunista, se criminalizaban.

Si de un lado se perseguía la liberación de todo el género humano, del otro se buscaba el exterminio de una parte sustancial de éste. La revolución caminaba a rostro descubierto; la contrarrevolución tenía dos caras. Cada una a su modo le impidió liberar Granada; ambas le condenaron a muerte.

Al final ganó el fascismo clerical y militar, retrocediendo la historia de la Península un siglo entero. Dicha Historia, con mayúscula, más que escribirla los vencedores, la borraron; pero igual que el sol termina por amanecer cada mañana, la verdad acaba saliendo a la luz y honrando a las víctimas tanto tiempo calumniadas. Eso es verdad hasta en Granada. La injuria revela ante todo el alma oscura del ofensor y, por efecto contrario, la inocencia del ofendido. La exhumación de los recuerdos es mucho más necesaria que la de las fosas comunes del franquismo para que la victoria de la opresión no se perpetúe en el olvido o el disimulo de su barbarie. Por eso, las vidas ejemplares, la de Maroto y las de otros muchos, merecen ser contadas.

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