Por soñar con la libertad, los convirtieron en esclavos

La conspiración cívico-militar de julio de 1936 no sólo tenía como objetivo destruir el orden constitucional vigente, sino también, y era su principal finalidad, la de hacer desaparecer cualquier posibilidad de cambio social. Tanto el tímido emprendido por los gobiernos republicanos, como el más radical que preconizaba un amplio sector de las clases populares. El fracaso de la rebelión casi desmanteló al estado y abrió paso a una marea revolucionaria que sólo pudo ser detenida tras casi tres años de sangrienta guerra. Durante ellos, a medida que ciudades y pueblos eran conquistados, la mayor de las esperanzas que podían tener los vencidos era la de ser encarcelados, escapar a las “sacas” y, una vez superada la condena, o condenas, a muerte impuestas por el consejo de guerra correspondiente, convertirse en un preso que “redimía” su pena en cualquiera de las miles de obras públicas, y privadas, que reconstruían un país destruido. Sobrevivir era su único objetivo, aunque para ello tuvieran que convertirse en esclavos.

El fin de la guerra no significó la paz. La nación, convertida en un inmenso cuartel, cuyo jefe era el general Franco, entraba en los años de la victoria. Los vencidos iban a purgar el delito de haber soñado una sociedad mejor. El texto de los panfletos que la aviación franquista arrojaba sobre las líneas enemigas, “¡Esclavos de Negrín, rendíos!”, no iba a quedar en mera retórica. De hecho no lo era ya. En las zonas en las que la sublevación había triunfado, como las comarcas occidentales de Andalucía, prisioneros y presos habían sido ya utilizados en trabajos de fortificaciones militares, obras públicas y, previa autorización de la autoridad competente -la militar, por supuesto-, en empresas y campos de propiedad privada. Así, además de utilizar una mano de obra barata, se reducían los problemas de hacinamiento en las cárceles, de costo de mantenimiento de los presos y, sobre todo, se mantenía en una continua situación de humillación, de destierro, a miles de personas a las que se le negaba, incluso, esta consideración. Simplemente eran la “horda roja”…

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