Reflexiones en torno a la vinculación entre memoria oral e historia

La diferenciación entre historia oral e historia escrita es una de las múltiples divisiones, que desde mi punto de vista actualmente no tiene ningún sentido. Los documentos escritos y los testimonios orales son la materia prima que debe ser interpretada por historiadores, antropólogos y otras tribus académicas, a los que a partir de ahora definiremos como científicos sociales para no entrar en falsos debates y en segmentaciones inútiles del conocimiento que tanto daño han hecho y que tienen que ver más con las relaciones de poder que se establecen dentro de la academia que con otra cosa.

Parecer absurdo que un científico social que se dedique a hacer historia renuncie a los testimonios orales como sería absurdo que renuncie a los testimonios escritos. Desde este planteamiento no hay una historia oral y una historia escrita, hay simplemente historia o si se prefiere historias en función del paradigma utilizado y de las distintas perspectivas teóricas a partir de las cuales se construyen los discursos históricos.

Hoy ningún científico social serio que trabaje las épocas recientes y en la que los testigos directos de los acontecimientos siguen vivos renunciaría a los testimonios de primera mano o a los testimonios que son mantenidos en el recuerdo. Al fin y al cabo el recuerdo es un elemento central que nos permite entender lo que Ángel del Río define como culturas políticas, transmitidas de generación en generación. Un capital simbólico que es también fundamental para comprender la acción política, y en último término la historia. Pero igual sucede con la gente que trabaja fundamentalmente con la memoria oral, ¿o acaso esta memoria no está profundamente interpenetrada por textos escritos o en la actualidad por las imágenes y discursos proporcionados por los medios de comunicación? Al fin y al cabo muchos documentos escritos fueron antes memoria oral, y una buena parte de la memoria oral en el pasado se alimentó de los documentos escritos.

Los testimonios y datos escritos, y los testimonios y datos transmitidos oralmente bien es verdad que ofrecen informaciones que a veces son coincidentes, en otros casos contradictorias y, en una buena parte de los casos, nos ofrecen informaciones complementarias. Un proceso que sucede en ocasiones igualmente cuando comparamos testimonios y datos escritos entre sí, o testimonios orales entre sí. Hoy creo que muy poca gente discutiría que no podemos sacralizar los documentos. Estos deben ser analizados a la luz del contexto social en que fueron escritos, de los intereses que llevaron a escribir esos documentos, de la intencionalidad con la que fueron escritos y de las personas que los escribieron. Es decir, el dato no es sólo lo escrito el dato está también en lo que no puede ser leído, en las voces y en los silencios, y en la confrontación con otras voces y silencios. Igualmente sucede con los testimonios orales. Cuando nos aproximamos a un informante podemos buscar datos, precisamente aquellos que algunos se encargaron de que no fueran escritos o que de haberlo sido no llegaran a ver la luz pública. Pero podemos buscar también interpretaciones, vivencias, sensaciones de un acontecimiento determinado. Esta segunda aproximación a la memoria oral implica que no buscamos una Verdad con mayúscula, buscamos verdades, que nos ayuden a crear una intepretación global de un fenómeno histórico. Esto a veces no es comprendido por algunos científicos que se aproximan a los testimonios orales únicamente para buscar datos, esto hace que cuando un informante se contradiga, mienta, oculte información o la interprete según sus intereses entonces se considere que el testimonio no tiene valor. Una visión un tanto miope que precisamente está renunciando a lo más importante de los testimonios orales. Al fin y al cabo esos silencios, contradicciones, mentiras y verdades son precisamente los datos más importantes que nos pueden dar nuestros informantes, otra cosa es saber leerlos como se lee un documento. En este sentido conviene detallar brevemente algunos aspectos en relación a esta cuestión. Ya que si es verdad que el análisis de la memoria oral y la memoria escrita presenta notables confluencias también es cierto que hay algunas diferencias que es preciso analizar.

Un testimonio escrito está ahí, sólo es preciso llegar a él, lo cuál como saben bien los científicos sociales no es ni mucho menos un proceso sencillo, que implica altas dosis de paciencia pero sobre todo adiestramientos para saber dónde y cómo mirar. El testimonio oral no está ahí debe ser creado conjuntamente por el entrevistador y el entrevistado. En este sentido aquí no basta con llegar al informante, es preciso obtener la información sin olvidarnos de un hecho fundamental: una persona no es un documento. La intervención del investigador va a condicionar de una forma importante el resultado obtenido en la entrevista o en la historia de vida o incluso en la conversación informal que se mantenga con el informante. Aquí no es el momento para entrar en técnicas de investigación pero si es preciso destacar que una entrevista mal diseñada o mal ejecutada puede desembocar en que la información obtenida sea invalida o que el entrevistado diga lo que el entrevistador quiere que diga. Trabajar con historias orales implica un manejo técnico pero implica fundamentalmente sensibilidad y respeto con la persona que tenemos delante. Al fin y al cabo esa persona nos está dando su tiempo, su información y especialmente su saber del que nosotros vamos a aprender, y esto es algo de lo que muchos investigadores no son conscientes, ya que parten de una supuesta posición de superioridad.

La inclusión de la memoria oral en los análisis históricos nos aporta una serie de informaciones que normalmente no están escritas, pero sobre todo nos sirve para poner rostros a la resistencia, al dolor, para, en definitiva, construir una historia colectiva, que va mucho más allá de los personajes principales que suelen figurar en los libros históricos. Trabajar con memoria oral es trabajar con historia social. Y trabajar con memoria social reciente significa trabajar no sólo con los datos proporcionados por los informantes, significa trabajar con los propios informantes. Esto si supone un cambio radical en relación al planteamiento de determinadas investigaciones que pretenden una cierta asepsia, y que convierten a los sujetos en meros objetos de investigación. En este sentido podemos buscar una doble finalidad a las investigaciones de memoria oral.

Una primera que es interpretar desde la perspectiva de la gente anónima como se construye la historia, y una segunda finalidad que es hacer historia en relación al presente al mismo tiempo que interpretamos los hechos pasados. Dos finalidades que pueden ir por separado, y que es legítimo que vayan por separado. Sin embargo, la capacidad de articular reflexión y acción ha sido y continúa siendo una de las grandes virtualidades del movimiento de la Recuperación de la Memoria Histórica. En el sentido que esta vinculación entre movimientos sociales e investigadores no sólo está contribuyendo de una forma fundamental a revisar las partes oscuras de la historia, sino que además puede contribuir a crear historia, es decir a transformar una situación política. Para mucha gente es la primera vez que se ve reconocida en los libros que hablan de un periodo histórico determinado, y que además ese conocimiento les es útil, porque de lo que se habla en esos libros es de su vida, y porque además las publicaciones que están surgiendo sirven a su vez para conocer que pasó con la gente. Desde algunos planteamientos se critica que esta implicación de los investigadores puede significar su pérdida de independencia, y efectivamente este es un riesgo, pero el compromiso con una causa no tiene que significar necesariamente falta de rigor, una sutil diferencia que marca la frontera entre el panfleto y el trabajo bien hecho. ¿O es que acaso cuando son instituciones las que apoyan determinados proyectos no puede suceder exactamente lo mismo? ¿Cuáles, por ejemplo, son las líneas que se financian y cuáles no? ¿Qué perspectivas encuentran apoyos económicos y para cuales no hay dinero? Todas estas preguntas las planteo porque no deja de ser significativo la desacreditación de esta forma de entender la historia fundamentalmente como un compromiso. A un médico nadie le discute que pretenda conocer las enfermedades y al mismo tiempo curarlas, ni a un botánico, tal como señala Oscar Guasch, que pretenda utilizar su conocimiento para preservar una especie vegetal. Entonces ¿Por qué el compromiso de los científicos sociales es tan cuestionado? ¿Acaso nuestro conocimiento sólo debe servir para engrosar el listado de libros que nadie lee? ¿O es que es más válido el conocimiento social que se produce al margen de la realidad en la que nos envolvemos? Así lo parecen entender autores como Santos Julia, que señalaba en el Babelia del País que las memorias no sirven para conocer el pasado reciente de España porque son interesadas y retratan al protagonista cuando recuerda y no en los tiempos evocados. En parte tiene razón y en parte no. Claro que los testimonios reflejan al protagonista actual, y que probablemente éste ha modificado su recuerdo, ahora de ahí a que el testimonio no sirva hay un salto mortal. Curiosamente muchos de estos críticos de la memoria no se hubiesen aproximado a estos acontecimientos de no ser precisamente por la presión social, más teniendo en cuenta la importancia que presta este autor al olvido, necesario para no culpabilizar a nadie, para que sea posible la transición, para que todos nos queramos como hermanos, o tal vez para que nadie cuestione el papel jugado por muchos historiadores, que buscan esa Verdad con mayúsculas que tanto gusta a este autor. Una verdad que está por encima del bien y del mal. No deja de ser sorprendente que a la gente que trabajamos con la memoria se nos acuse de ser juez y parte, cuando realmente los únicos jueces son precisamente estos científicos que desde sus cátedras dictan recuerdos y olvidos, verdades y mentiras, claro está, por supuesto, “no interesadas” a diferencia de los actores sociales. Ya va siendo hora de que nos enteremos de que todos somos actores, juez y parte, independientemente de nuestro posicionamiento humano y científico. De hecho aun yo iría más lejos. No toda la memoria es historia, pero toda la historia sea escrita, oral o mixta es memoria. En ese sentido hacer es historia es una forma de posicionarse le guste o no a Santos Juliá.

En todo caso desde los planteamientos que algunos proponemos, la historia oral es por tanto una técnica, una perspectiva, pero también es una forma de acción social que tiene consecuencias sociopolíticas e incluso individuales. La implicación de los represaliados y familiares de los represaliados del golpe militar del 36 en la reconstrucción de su historia ha contribuido a una auténtica transformación de la gente que ha participado en este proyecto, pero también ha contribuido de una forma importante al cambio de la concepción de la historia, percibida ahora por muchos, como una realidad viva y próxima.

Para finalizar me gustaría señalar algunos de los riesgos que se pueden producir a partir de ahora en este proceso de Recuperación de la Memoria. Se ha avanzado mucho en relación a hace unos años, y muchas instituciones y universidades han convertido este tema en un aspecto prioritario. De hecho si tuviésemos que resumir simplificadamente el proceso de recuperación de la memoria histórica de la represión, tendríamos una primera fase de ebullición después de la transición, una segunda fase de silenciamiento, una tercera fase de recuperación de los estudios históricos de este periodo, y una cuarta fase de patrimonialización. Patrimonializar una memoria significa reconocer, pero puede significar también neutralizar o, incluso peor, trivializar, y debemos tener cuidado porque las memorias pueden acabar ahogadas por tanto monolito. Cada vez son más las voces que buscan la desactivación de este movimiento como ya hemos visto anteriormente. Desde la derecha se señala el archiconocido discurso de que no es bueno remover heridas, desde determinados sectores de la izquierda se desacredita el proceso señalando que una vez que se coloquen los monumentos, los científicos sociales deben volver a sus despachos y los trabajadores al tajo, desde ciertos sectores de la academia se siente una cierta incomodidad al tener que confrontar sus discursos con los protagonistas directos. Pues bien pese a estas críticas deberemos buscar fórmulas para que las voces anónimas sigan escuchándose en las universidades, y para que los científicos sociales tengan algo útil que hacer, la memoria oral tiene esa virtualidad. Como la tiene de permitirnos comprender las lógicas y las consecuencias del poder, que se pone de manifiesto en nuestras acciones más cotidianas. En un tiempo en que se señala que la Universidad debe ajustarse a las necesidades del mercado, tal y como señala el filósofo José Emilio Palacios, la Universidad debe, pese al discurso dominante, contrarrestar dicha lógica. Y para ello nada mejor que trabajar para, pero sobre todo, con la sociedad. Con aquella que en un momento determinado se comprometió en la lucha, pero también con la que de forma pasiva sobrevivió a los acontecimientos. Una parte en la que, aunque hay algunos trabajos, es necesario profundizar mucho más para conocer a la sociedad pero sobre todo para conocernos más a nosotros mismos ¿Hay alguna forma mejor de hacer historia?.

Sevilla, Octubre de 2006.
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