El Instituto Navarro de la Memoria consigue identificar, gracias a la prueba de ADN, a Leoncio De la Fuente Ramos, uno de los 795 presos que protagonizó la fuga del fuerte de San Cristóbal en 1938. Otra mujer, de 92 años, resultó clave al revelar el emplazamiento de la fosa.
“Me volví loca de alegría. Loca. Poder enterrar dignamente a mi padre, por fin, es lo más feliz que puede haber en este mundo”. Estas son las palabras de Paula De la Fuente, de 89 años, a Público a través de un audio de whatsapp. Paula recibió hace pocas semanas una noticia tan inesperada como maravillosa. El Instituto Navarro de la Memoria había conseguido identificar los restos de Leoncio De la Fuente Ramos. Su padre. La última vez que Paula y él convivieron bajo un mismo techo esta anciana tenía entre 4 y 5 años. Después llegó la Guerra Civil, la prisión en el conocido como fuerte de San Cristóbal y su participación en la mayor fuga carcelaria de Europa.
795 presos, en su mayoría republicanos, de los 2487 encerrados en el fuerte, consiguieron escapar de uno de los edificios más seguros del país. Lo harían tras una operación planificada donde solo habría una víctima: el corneta del fuerte. Era el atardecer del 22 de mayo de 1938 cuando el plan surgió efecto y alguien gritó: “¡Las puertas están abiertas! ¡El que quiera que salga!” Era un preso republicano. 795 presos saldrían disparados en busca de su libertad. Sin embargo, solo tres llegarían hasta Francia. Para el resto fue una masacre. 206 fueron asesinados en el mismo momento de su captura en los alrededores del monte Ezkaba. Leoncio fue uno de ellos. Los otros fueron detenidos y devueltos al penal. Catorce de ellos serían fusilados tras un consejo de guerra como ‘cabecillas’ de la fuga y 46 murieron en el fuerte de enfermedad y malos tratos en los siguientes cinco años. Ahora, 83 años después, la familia de Leoncio podrá darle un entierro digno.
A partir de ahí, la familia le perdió la pista. Llegaron todo tipo de rumores. Les dijeron, incluso, que Leoncio estaba en libertad y que había decidido no regresar con ellos. En 1943 recibieron otra pista desconcertante. Un juzgado había rebajado la pena a Leoncio aunque el documento señalaba que estaba en “paradero desconocido”. Todo eran incógnitas. Dudas. Y miedo. Mucho miedo a remover el pasado. Hasta que Beatriz, la bisnieta, decidió ponerse manos a la obra. Comenzó buscando detalles en Google, después recurrió a asociaciones de víctimas y por último al Instituto Navarro de la Memoria. Pidió una muestra de ADN a su abuela. La primera respuesta fue dubitativa. El miedo estaba latente. Pero se consiguió. Y valió la pena.
Los testimonios de los supervivientes son aterradores. Se escondían de día y caminaban de noche siguiendo la estrella polar, que les guiaba hacia el norte donde, en algún momento, tendría que aparecer Francia. Pero las autoridades franquistas reaccionaron rápido. Los fugados caían y eran fusilados o devueltos a la cárcel sin más criterio que la decisión personal del requeté, militar o guardia civil que lo capturaba. Las pérdidas fueron muchísimas. Eran hombres desnutridos, mal calzados y perdidos. Tal y como cuenta el investigador Fermín Ezkieta, autor de Los fugados del Fuerte de Ezbaka, en su inmensa mayoría “son trabajadores manuales, asalariados del campo o de la ciudad, vinculados a sindicatos o partidos de izquierda”.
De los 506 presos que emprendieron la fuga solo tres lograron su objetivo: cruzar la frontera francesa. Se trata de Jovino Fernández González, minero y albañil afiliado a la CNT; Valentín Lorenzo Bajo, jornalero y secretario local de UGT en Villar del Ciervo (Valladolid); y José Marinero, jornalero de la pedanía segoviana de Dehesa Mayor y miembro de la resistencia al golpe de 1936 desde la Casa del Pueblo de Bernardos.
Las historias de cómo consiguieron llegar a la frontera son dignas de película de Hollywood. Este es un fragmento de un relato que dejó Jovino: “En una ocasión permanecí más de dos horas metido en un río. Ladraban los perros rastreadores. ¡Pues este cabrón se ha metido aquí, y aquí lo hemos de encontrar’, decía un cura con fusil y canana. No sé cómo no me encontraron. Nos separaba la distancia de dos metros de maleza. Fue uno de los tramos más duros”.
Son pequeños pasos para ir recuperando la memoria de los fugados del Fuerte de San Cristóbal, 506 presos que decidieron atravesar la puerta y jugársela para encontrar la libertad y acabaron siendo ejecutados como liebres entre matorrales en un bosque que desconocían. 506 valientes que si hubiesen tenido otra nacionalidad o ideología ya tendrían decenas de películas y libros contando sus hazañas.
Si usted también está buscando a un familiar que estuvo preso en el Fuerte de San Cristóbal puede dirigirse al correo electrónico inm@navarra.es o a la página web https://pazyconvivencia.navarra.es