La violencia y la burla

Efímero y, por tanto, inmaterial, indestructible, nace en Madrid el primer Monumento a los Asesinados por el Colonialismo Español.
Paula Llaves

La escultura era una afrenta, un insulto. Era también una amenaza y un alarde de impunidad. La escultura gritaba desde su pedestal de granito, bien parapetada frente al Cuartel General del Estado Mayor de la Defensa: “No hay leyes de Memoria democrática, ni Tribunal de la Haya, ni Comité Especial de Descolonización de las Naciones Unidas que nos obliguen a respetar a vuestros muertos”.

La escultura presumía igualmente de no necesitar votaciones ni acuerdos. Paseó por el Pleno pero no pasó al Pleno. No se expuso a votación. La Fundación del Museo del Ejército, cuyo patronato está presidido por la ministra de Defensa, Margarita Robles, no vio ninguna contrariedad en levantar, con dinero de un crowdfunding, sin apelar a los cauces democráticos, una estatua en homenaje no a la Legión actual, sino a la fundación de un cuerpo de asalto colonial. El alcalde de Madrid tampoco tuvo dudas: ofreció un espacio bien parapetado y fue el primero en ofrecerse a la inauguración, entre vítores a Millán Astray, fundador de esa Legión que luego pondría al servicios de Francisco Franco para dar un golpe de Estado, con la ayuda de los fascismos europeos. Almeida se hablaba a cámara y tras él ondeaban banderas de otros tiempos.

Pero la democracia es otra cosa. Y si el Ayuntamiento es democrático, entonces —dedujeron ellas— esto no puede ser una pura y arbitraria imposición de propaganda fascista. No puede ser que el Ayuntamiento de Madrid, el Ministerio de Defensa, tan elegidos en las urnas por votación popular,  tan representativos ellos de la voluntad general, tomasen esa decisión sin pedir perdón ni permiso.

Tenía que ser otra cosa. Almeida es un político liberal. ¿Será acaso una oferta a minimizar las burocracias urbanísticas? ¿Será una sugerencia al diálogo social?  No podía ser, claro, que estuviesen celebrando los desfiles con cabezas de rifeños ensartadas en las bayonetas legionarias, tan bien replicadas en la obra de Salvador Amaya y Ferrer-Dalmau. No podía ser que, frente a las exigencias demócratas de verdad, justicia y reparación, en Madrid se estuviese celebrando precisamente el latrocinio y las masacres sobre la población nativa del Rif, humillando de nuevo a las víctimas, minimizando las consecuencias que aún hoy se arrastran. El Rif, que sufrió ataques con gases químicos, triplica hoy la tasa de cáncer de las zonas adyacentes.

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